miércoles, 4 de enero de 2012

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Año I – Primera Edición – Editorial: 000000043  [1]

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Miércoles 19 Octubre de 2.011.

                 La Caverna de Henhilwood
                           (Sudáfrica - 100.000 a.C.)  

                               The Silicon Valley
                           (California - 2011 d.C.)

Ciento Dos Mil Once Años No Es Nada
Por Rubén Vicente

Le dicen el saber cómo (to know how) o el saber hacer (le savoir faire), o como lo llamaban antiguos griegos, el estudio del hacer práctico (tá tecné logos) que, traducido en latín, se dice de tecnologiae, y en castellano se traduce como la tecnología, aunque yo prefiera concebirla como el darse cuenta.

Claro, porque es fácil dibujar un auto si vos vistes un auto alguna vez en toda tu vida, pero lo dificil es darse cuenta de cómo sería un auto si vos sos hubieras nacido ciento dos mil once años atrás, que no habia autos, porque ni conocían la rueda, claro está (¡qué felices habrán sido de no tener que andar lidiando con Renault Minuto, ja  ja já).

La imaginación es un don que nos dio Dios, para que seamos capaces de descubrir y de inventar todo, pero todo, desde los pigmentos mezclados con grasa animal que se usaban como cosméticos de La Caverna de Henhilwood, en la que funcionó el primer salón de belleza de la historia universal, hasta los superconductores de The Silicon Valley, que así se llama por las siliconas, que también son cosa de mujeres, obvio (por lo menos, a los maridos prehistóricos no les llegaba el resumen de la tarjeta de crédito, ja ja já).

Absolutamente todo lo material depende de la tecnología subyacente en su elaboración artesanal, o en su fabricación industrial, lo mismo da. Pero también se puede tecnologizar todo además de la producción, incluyendo la información, el comercio, las finanzas, la política, los deportes, la cultura, la guerra, y todo lo que se nos pueda ocurrir, siempre que nos demos cuenta de cómo mejorar las cosas, las personas y la vida, terrena, galáctica o cósmica, lo mismo da, porque la tecnología no reconoce las fronteras territoriales, ni espaciales, claro está.

Cuando un producto aún no está en el mercado, hablamos de la alta tecnología (the hight tech = los descubrimientos y los inventos = la innovación), pero cuando el nuevo producto es sólo un mejoramiento de otro ya existente en el mercado, hablamos de la baja tecnología  (the law tech = el perfeccionamiento). Obviamente, lo más avanzado es siempre la alta tecnología militar, porque de esa investigación y desarrollo (I+D), bajan todos los descubrimientos y los inventos al campo civil, tanto rural como urbano.

La industria contemporánea no es más que una giganteza fotopiadora de productos elaborados en base a la hoja cuyo contenido es fotocopiado (léase: la idea =  el conocimiento subyacente = los prototipos = el modelo = la tecnología). Por eso, la tecnología es el alma de la industria, mientras que la industria es el cuerpo de la tecnología, off couse. Y ya sabemos que un cuerpo sin alma es un zombie, claro está.

Por eso, para que una nación alcance su independencia económica, es más importante que tenga su propia tecnología que su propia industria. La independencia económica de los EEUU no se basa en su deslumbrante poder industrial, sino más bien, en el factor tecnológico y, más precisamente, en su alta tecnología militar porque, ya lo dijimos, de ahí para abajo sale todo, pero para todo, en los EEUU y hacia el mundo, claro está.  

Hace unos meses leí un articulo  de La Prensa. Decía que los institutos tecnológicos más avanzados del mundo actual están en Austria (¿cómo?), que es de donde salen los descrubrimientos y los inventos que son el alma de la industria alemana, que es la más competitiva de toda Europa.

La Crisis Mundial está provocando que, a esos institutos austríacos, estén migrando los tecnólogos militares retirados de los EEUU, pero de origen germano, nada más que porque les pagan fortunas.

De esa manera, la política de estado es que Austria sea el cerebro de Alemania y que Alemania sea el músculo de Austria, provocando la integración entre ambos estados, en la cual, Alemania se enriquece con la venta de los productos (made in germani), mientras Austria centra sus ingresos nacionales en la percepción de los derechos sobre la tecnología transferida (los royalties= thinked in osterreich). Total, las dos naciones son culturalmente alemanas. Eso es darse cuenta. ¿Verdad?

Los paises pobres se ilusionan vanamente con el espejismo del desarrollo industrial nacional, que siempre es ecológicamente contaminante, sindicalmente conflictivo y políticamente desestabilizante, porque no se dan cuenta de que esa industria nacional jamás será genuinamente competitiva, si la misma está montada sobre la tecnología extranjera; como le ocurre al Brasil, que será o pais mais grande du mundo, pero donde su supuesta industria nacional opera con tecnología estadounidense al 66%, y por eso tienen tantos problemas para exportar a los EEUU (no sé si me explico), y no lo digo yo, sino los informes de la Universidad de San Pablo (está todo Wikipedia).

Finalmente, corresponde destacar que el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), el Instituto Malbrán (IM) y la Comisión Nacional de Energía Atómica (Cnea), junto con los institutos tecnológicos de nuestras universidades nacionales, trabajan contínua, modesta y silenciosamente en proyectos de I+D, que están empezando a confluir en el nuevo ministerio de ciencia y tecnología de la nación, que le fija el orden político de prioridad a nuestro valle siliconado en ciernes (léase: Tecnópolis), de donde algún día comenzarán a fluir los inventos y los descubrimientos (thinked in argentina) de nuestra industria nacional (made in argentina), para que alcancemos la plena independencia económica, y nada más, claro está.

Ya sé que ellos nos llevan años luz, pero nosotros tampoco somos Camerún, donde el 100% es importado, porque no tienen industria nacional, ni mucho menos, tecnología nacional (léase: el cerebro vernáculo negroide), porque esa nación subsahariana padece un mal que es peor que el Sida, que es la fuga de cerebros, claro está.

En síntesis, esta cuestión de la tecnología, no está basada en el concepto de la mano de obra calificada, sino más bien, en la idea de el cerebro de servicio selectivo, que descanza en el lema de los revolucionarios franceses de 1968: la imaginación al poder.

Bajo esa comprensión, yo digo que la Argentina podría plantearse el objetivo nacional de ser la Austria de una Alemania que se llama Brasil, para forjar un Mercosur auténticamente complementario e independiente, porque pensándolo bien, ciento dos mil once años no es nada. ¿Verdad?.

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1994 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho teóricamente posible, que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.

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