lunes, 16 de enero de 2012

102 Historia (Cristianismo)

Año I – Primera Edición – Editorial: 00000102 [1]

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Martes 20 de Diciembre de 2.011.




El Sol Invicto
Por Rubén Vicente

Más o menos para el año dos mil quinientos antes de nuestra era, ya existía una abigarrada red de centros urbanos contectados por el comercio y comunicados por un auténtico idioma común (el sánscrito).

El país natural era recorrido de norte a sur por el río Indo, que dembocaba en el océano Indico, dándole nombre a todos sus habitantes (los indos).

La sociedad de los indos estaba dividida en clases cerradas (las castas) que, en orden descendente, eran las de los sacerdotes (los brahamanes), los militares (los vaysas), los comerciantes (los chatrias) y los artesanos (los sudras), respectivamente conformadas por individuos de las razas blanca, amarilla, roja y negra (el racismo), más una masa de esclavos, de orígenes étnicos indeterminados y confusos (los mezclados = los impuros = los malditos = los intocables).

Fue en ese entonces que los brahamanes llevaron a buen término un proceso cultural iniciado hacía miles de años atrás, volcando por escrito las creencias de la religión del conocimiento que, en sáncrito, se dice veda, publicando un primer libro titulado con el nombre de Los Vedas, posibilitando la difusión y propagación del vedismo, que era una religión cuyo panteón estaba conformado por gran cantidad de divinidades, masculinas y femeninas, la más grande de las cuales era considerada como el creador y máximo gobernante del universo (Brahma).

Este fue el punto de inflexión a partir del cual el vedismo evolucionó en dos direcciones opuestas. La primera mantuvo las creencias originales de los indos y se extendió hacia el oriente (el hinduismo) y la segunda implicó una suerte de concentración teológica que dio lugar al surgimiento de una nueva religión dualista, que se propagó hacia el occidente (el mazdeismo), que enfrenta a la luz solar y diurna del bien (Ahura Mazda) contra la oscuridad lunar y nocturna del mal (Arimán = Ormuz).

El mazdeismo fue la religión de los persas, cuyos dominios llegaron a abarcar desde el Indo hasta Gibraltar, hasta que el primogénito del gobernador de la satrapía de Macedonia (Alessandros Diádocos (a) Alejandro Magno) declaró la independencia, fue coronado como primer monarca del reino de Helenia y se lanzó a la conquista de toda Persia que, en el año trescientos treinta y tres antes de nuestra era, se convirtió en la nueva base de poder persa occidental del flamante Imperio Griego (La Magna Grecia), también extendido desde el Indo hasta Gibraltar, con capital en La Ciudad de Alejandro (Alejandría), lavantada en El Delta del Nilo.

De la fusión de las culturas persa y helénica surgió la cultura griega que, obviamente, no es puramente helénica y no es puramente persa, sino más bien, sincréticamente mixta (léase: griega). [3]

Durante la vigencia de La Magna Grecia (330 a 244 a.C.), los sacerdotes mazdeistas escribieron sus propíos libros sagrados (los avestas), en cuyo contexto fue surgiendo gradualmente la figura de una divinidad solar, masculina y filial (Mitra), que era considerado hijo de Ahura Mazda (el hijo de dios = de deus filis), que recibió varios nombres, según el reino griego en el que se desarrollara su culto (Daewo, Dyaus, Krishna, Marduk, Baal, Jehová, Osiris, Apolo, Jano y Júpiter), evolucionándose desde el dualismo persa hacia el trialismo griego, conformado por Zeus, Hera y Apolo (léase: la santísima trinidad), que eran concebidos como el padre, el hijo y el espíritu santo. ¡Mirá vos¡

Luego de la disolución de La Magna Grecia, las dinastías gobernantes de sus seis reinos griegos sucesores (Persia, Siria, Egipto, Grecia, Punia y Roma), es decir, los Gaumatas, los Selyúcidas, los Ptolemaicas, los Diádocos, los Bárquidas y los Marcios, conformaron en los hechos una suerte de zona de libre comercio, cuya representación alegórica era una enseña blanca sobre la que lucíam estampados dos triángulos equiláteros, cuyos vértices superiores apuntaban uno hacia arriba y el otro hacia abajo (léase: la estrella de las seis puntas = La Estrella de Mitra) que, para los israelitas, era la representación divina de su primer gobernante ancestral (David Elohim (a) El Pequeño (a) El Sol Invicto).

Después del final de Las Guerras Púnicas del siglo segundo antes de la era cristiana, comenzó la expansión de la república romana (Roma), hasta llegar a abarcar, justamente, desde el Indo hasta Gibraltar.

Durante los siguientes cinco siglos, Júpiter iría desplazando a las demás divinidades máximas y su hijo único (Mitra = Apolo = Febo), se iría posicionando como la divinidad venerada por el ejército romano, a punto tal que todos los monarcas del Imperio Romano (La Magna Roma), comenzando por Augusto (27 a.C. a 14 d.C.), fueron venerados como El Hijo de Dios, con el tratamiento indistinto de Nuestro Señor o bien, de Su Santidad. ¿Qué tull?

Y todos los años, exactamente el veinte de diciembre a la medianoche, durante la noche más larga del año, en que sobrevenía el inicio del solsticio de invierno boreal, la humanidad greco latina, es decir, romana, desde el Indo hasta Gibraltar, celebraba La Festividad del Sol Invicto (Mitra = Apolo = Febo = César), mientras los israelitas del proconsulado de Palestina (los esenios) le rezaban a Baal, a quien también llamaban con el nombre de El Señor, conmemorando los mil años de la instauración del ancestral Imperio de Jezreell (El Imperio Israelita = La Gran Casa de Israel), que en el siglo octavo antes de nuestra era se llegó a extenderse, justamente, desde el Indo hasta Gibraltar, claro está.

En sus ceremonias específicas en honor a El Sol Invicto, los drúidas-budistas, es decir, los escenios, lo identificaban con El Rey David, y sus libros sagrados (léase: Los Manuscritos del Mar Muerto), prometían la llegada al mundo de un descendiente legítimo único de Baal y de David, que instauraría El Segundo Imperio de Israel, que se posicionaría como monarca del Imperio Romano (La Magna Roma), que cambiaría su nombre por el nuevo de Roma escrito al revés (Amor), que se convertiría en un imperio sagrado universal (el sacro imperio = el reino divino = de regnum dei). [4]

Y lo que vino después, tanto en materia religiosa como política, es historia conocida, siendo la culminación del proceso anterior.

Las fuentes esotéricas de las edades media, moderna y contemporánea coinciden en sostener que Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo, justamente, durante La Festividad del Sol Invicto, es decir, a la medianoche del veinte de diciembre del año diecisiete antes de nuestra era (el solsticio de invierno boreal = el stellium = la estrella belemita), que cambió al veinticinco de diciembre sólo después de la muerte de Nerón, que había nacido en esa fecha, tomando el nombre de La Festividad de la Natividad, nada más que para diferenciar al cristianismo de todas las demás religiones no cristianas, claro está.

Por eso hoy, en que se celebra La Festividad del Sol Invicto, tendrá lugar la gran tenida semestral de la masonería mundial (la venerable hermandad azul), pero también, de la francmasonería universal (la venerable hermandad roja), que creerán que van a decidir los destinos del mundo  entero (orbis) en los próximos seis meses, sin darse cuenta de que lo que ocurrirá será la obra, única, exclusiva y excluyente de Dios (de opus dei), y nada más, claro está.

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es  teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.

[3] Hasta hoy día, los historiadores occidentales siguen esforzándose terca y psicóticamente en negar los orígenes parcialmente persas de la cultura griega, exaltando únicamente los aportes helénicos, que intentan vanamente legitimar las ideas del europeismo y del occidentalismo.

[4] El nombre de ese personaje misterioso tomó  el nombre de un avatar de Krishna, que era considerado como El Buda del Futuro (El Maitreya), cuya traducción al arameo que hablaban los escenios de la provincia romano palestina de Canáa (La Baja Galilea) era Mshía que, en hebreo, se dice Mesías, que se traduce al griego como Crestos, al latín como Cristus y al castellano como Cristo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario