Año I – Primera Edición – Editorial: 000000117 [1]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 7 de Enero de 2.012.
Viva El Cáncer
Rubén Vicente
Alegraos y regocijaos cuando de vosotros se diga toda inquidad y se obre toda injusticia, pues no se cae un cabello de la cabeza sin que se sepa en el reino de los cielos.
Tanto era el diabólico odio viseral que sentían los antiperonistas por La Compañera Evita, que cuando se supo que padecía cáncer, algún principal referente del comité de la boina blanca o de la casa del pueblo ma non tropo, se le ocurrió la descabellada idea de descargar toda su ira contra La Nueva Argentina, mandando a sus muchachones, mercenarios de la empanada y del vino del extinto fraude patriótico de la década infame, a salir a las calles, a pintar con pinturas pajarito, los frentes de los cercos de ladrillo revocado de los baldíos barriales porteños, con la proclama de la ignominia gorila y vende patria.
Los medios nada dijeron al respecto, pero llegó a oídos de todos, pero de todos, desde La Quiaca hasta Ushuaía, que Evita tenía un mal incurable y que, probablemente, no estaría viva para ver a su marido alcanzar la reelección presidencial, para continuar sólo de toda soledad, concretando la revolución nacional y popular, humanista y cristiana, en curso por aquellos años de independencia económica, de justicia social, de soberanía política, de integración latinoamericana y de tercera posición internacional, equidistante del capitalismo estadounidense y del comunismo soviético, en el marco de la guerra fría.
Era un desprecio de clase increible; una envidia dirigencial opositora inaudita; un espíritu de revanchismo irredento e insorportable y un deseo tan inconfesable como deleznable de volver el tiempo atrás, para hacer de cuenta que acá no pasó nada, y volver a la colonia própera, maquillada con el rimel importado de Londres, de París y de Nueva York, que hacía de los derechos civiles falsamente conculcados, del estado de derecho de la oligarquía y de la democracia constitucional del cipayaje, un caballito de batalla tan vacio como perdedor.
Evita Capitana no murió, porque volvió convertida en millones, que no quieren ya saber más nada de dictaduras militares libertadoras, ni de guerrillas revolucionarias montoneras, sino que sólo viven, luchan y mueren para forjar, día tras día, una nación con paz, pan, trabajo y dignidad, para nosotros, para nuestra posteridad y para los hombres del mundo, de buena voluntad, que quieran habitar el suelo argentino.
Y entonces yo digo que si Evita se volviera a enfermar, sería asistida por el más grande de todos los médicos de la historia universal, que es Nuestro Señor Jesucristo, fuente de toda razón y justicia, obviamente en cuyas manos estamos todos todo el tiempo, y nada más, claro está.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro era la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.
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