El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Martes 6 de Marzo de 2.012.
La Gran Falacia del Keynesianismo
Por Rubén VicenteEn sus clases universitarias de principios de la década del veinte del siglo pasado, sir John Maynard Keynes sostenía que le parecía ridículo que se inviertan capitales para extraer oro de las grandes profundidades de Australia, para meterlo en barcos que cruzan El Pacífico, El Canal de Panamá, El Caribe y El Atlántico Noroccidental, nada más que para llegar a Nueva York y meterlo en las profundidades de las cámaras subterráneas de La Fed; concluyendo que para él el patrón oro era una reliquia del pasado de la era de la barbarie (sic).
No soy economista, pero me animo a tratar de refutar esa verdad keynesiana, apelando a mis conocimientos de historia universal. Desde la noche de los tiempos hay dos modelos económicos, que son el de subsistencia y el de producción. El modelo de la economía de producción está organizado bajo dos modalidades, que son el trueque y el dinero porque, o los bienes y los servicios de cambian directamente, o los bienes y los servicios se cambian por dinero, y éste por bienes y servicios, de modo tal que el dinero opera como un intermediario en las transacciones.
Muchos bienes y servicios fueron empleados como dinero (arroz, algodón, comillos de rinoceronte, astas de alces, pezuñas de caballo, semillas de cacao, granos de maíz, etc.), porque eran mercancías fáciles de transportar de un lugar a otro, pero eso fue hasta que los seres humanos se dieron cuenta de que las gemas y los metales preciosos eran ideales para cumplir las funciones del dinero, que son medir el valor de todos los demás bienes y servicios, emplearlo como medio de pago, de mantener su poder adquisitivo y de transportarlo fácilmente.
Las gemas eran tantas y tan diferentes, que el metálico terminó por desplazarlas, fundiéndose discos, planchas y lingotes de oro, plata, cobre, estaño y antimonio, pero por algo la humanidad de los cinco continentes (Oceanía, Asia, Africa, Europa y América), terminó seleccionando el oro y la plata para acuñar monedas desde el octavo siglo antes de la era cristiana en adelante.
Para el siglo primero de nuestra era la plata se convirtió en la moneda única mundial, pero fue perdiendo importancia durante la edad media hasta que, desde el principio de la edad moderna (1453-1789) comenzó a ser progresivamente reemplazada por el oro, que se consagró como el patrón monetario de la edad contemporánea (1789-1945).
Y ahí en donde Keynes empieza a tener razón, porque los gobiernos invertían capitales públicos en el montaje de empresas estatales de minería, u otorgaban concesiones a grandes empresas privadas de capital nacional, para que extrajeran oro, de Australia y de otros lugares del mundo, para fundirlo en lingotes que formaran las reservas monetarias nacionales, que respaldaban el valor de las monedas nacionales (el rublo ruso, el marco alemán, el franco suizo, el franco francés, la corona sueca, la libra esterlina británica, el dólar estadounidense, el peso argentino, etc.).
Más o menos cada diez años (10), los parlamentos fijaban la relación legal entre el oro de la reserva monetaria nacional y la cantidad de papel moneda en circulación, en una paridad fija y convertible (billetes por metálico y metálico por billetes); como así también, la relación entre la moneda nacional y las extranjeras.
Bajo ese sistema del patrón oro clásico, no existía posibilidad alguna de que los gobiernos emitieran más billetes de los autorizados por la ley, de modo tal que cada unidad monetaria tenía su respaldo en un determinado gramaje en oro, y viceversa, es decir, no había inflación, o si se prefiere, había inflación cero.
Entonces el valor de los precios, de los salarios, de las tarifas y de los tributos era siempre el mismo, y aumentaban o disminuían unos pocos centavos cada diez años (10), motivo por el cual, no había carestía, y los productos abundaban o escaceaban sólo en función de la oferta y de la demanda (la estabilidad = el mercado perfecto), y los valores de mercado variaban en más o en menos sólo unos pocos centavos una vez cada diez años (10).
Así era muy fácil para cualquier trabajador del planeta hacer sus cálculos de ingresos salariales, de gastos de consumo y de ahorro en su cuenta bancaria personal, juntando lo necesario para comprarse cosas más caras que un salario, formándose el capital personal, que era su reserva individual o familiar, para las distintas contingencias de la vida laboral (muerte, vejez, incapacidad, enfermedad, hijos, etc.).
Y lo mismo era para las empresas, que acostumbraban a incentivar a los trabajadores para que se asocien con ellas en el financiamiento conjunto de proyectos de expansión, repartiéndose las rentas a partes iguales (el mercado de capitales), que multiplicaban el ahorro de los trabajadores, asegurándoles un futuro digno.
En ese mundo capitalista del patrón oro clásico que Keynes califica como una reliquia de la barbarie, lo más importante para un trabajador era tener un trabajo, porque si tenía un trabajo, podía ganar más o menos, pero jamás se moriría de hambre, ni él, ni su mujer, ni sus hijos, ni durante la vida activa, ni después de su retiro.
Ese mundo económicamente idílico del capitalismo clasíco del patrón oro, vigente entre los siglos dieciocho y veinte, fue el sustento material de la revolución industrial, de la revolución tecnológica, de los derechos humanos, del estado de derecho y de la democracia constitucional.
Hasta que vino Keynes con sus ideas supuestamente civilizadas y superadoras (1920), consagradas en 1933, y acá temos los resultados (2012). Dos guerras mundiales, cinco guerras árabe israelíes, dos guerras en el lejano oriente, el hambre endémico en el africa subsahariana, las pésimas condiciones sociales latinoamericanas, las crisis financieras muy profundas europeas y norteamericanas, la orrupción sistemática en todo el planeta y el crimen organizado en todo el mundo (orbis), que hace que volver a casa cada noche sea una cuestión sólo dependiente de la gracia divina.
Esa es la supuesta civilización post patrón oro a la que le cantó loas Lord Keynes. Este es el resultado práctico, material y concreto de lo que él pregonaba, que fue el abandono del patrón oro y la impresión de billetes sin respaldo en metálico (la inflación) que es la verdadera causa única de absolutamente todos y cada uno de los males sociales del mundo actual y futuro en el mediano plazo (2012-2100).
Pero antes de que concluya el siglo veintiuno, la humanidad se dará cuenta de cuál es la verdadera y única causa de absolutamente todos los males presentes y futuros (la inflación), y comenzará a elegir gobernantes partidarios del regreso al viejo patrón oro, que fue la cumbre de la civilización capitalista, que fue la base material de los derechos humanos, del estado de derecho, de la democracia constitucional y de la paz mundial de aquellos tiempos.
La inflación desaparecerá, dejará de existir la carestía, volverán el crecimiento y la estabilidad, y cada individuo (varón, mujer, niño y anciano) volverá a ser el artífice de su propio destino, es decir, de la felicidad posible en la vida terrena, mientras aguarda el juicio final, del que estoy seguro que no zafarán ni Keynes ni los gobernantes keynesianos, porque ellos son, nada más ni nada menos, que los jinetes del apocalipsis, y nada más, claro está.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
Leí la nota Dr. excelente como siempre explicación de facil entender..., contexto historico, economico y monetario de toda nación
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