sábado, 30 de junio de 2012

296 Historia (Israel)


Año I – Primera Edición – Editorial: 00000296 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 29 de Junio de 2.012.





El Pueblo Elegido V
Por Rubén Vicente 

En vida de Jesús, los judíos y los primeros cristianos casi reconciliaron sus posiciones teológicas divergentes entre el monoteísmo absoluto de los unos y el relativismo trialista de los otros, pero la cruxificción fue un parte aguas, que los empezó a volver a distanciar cada vez más, hasta que empezaron a recriminarse mutuamente haber sido, los primeros, los asesinos del dios hecho hombre, y los segundos, de que los primeros fueron los instigadores de la destrucción del tercer templo y del estado romano palestino que los judíos ya no gobernaban ni habitaban más, con prohibición eterna de volver a pisar su sagrado suelo ancestral.  

Pero la sangre no llegaría al río, por la sencilla razón de que el año 212 d.C., el monarca de El Imperio Romano (La Magna Roma), Mcl. ER ® Dr. Lucio Septimio Bassiano Antonino (a) Caracalla (24), emitió un decreto en cuya virtud declaró que absolutamente todos y cada uno de los habitantes de su mega estado universal quedarían beneficiados con el otorgamiento de la ciudadanía romana, significando la libertad religiosa total, se creyera en lo que se creyera. 

Sin embargo, a finales del siglo tercero de la era cristiana, empazaron las razzias de cristianos, sembrando con cruces el imperio de punta a punta. Bien no se sabe qué es lo que ocurrió, pero lo cierto es que los judíos aprovecharon la volada para escribir pestes de los cristianos, publicando un complemento de La Torah, que recibiría el nombre El Talmud, prolijamente dedicado, que demuestra que Jesús de Nazareth no fue El Hijo de Dios y no fue tampoco El Mesías de Israel, sino más bien, todo lo contrario. 

Los papas no dijeron nada, porque estaban ocupados en salvar el pellejo, pero cuando Constantino fue coranado emperador y convirtió al cristianismo en la nueva religión oficial del estado romano, convirtiéndolo en un imperio sagrado (léase: el sacro imperio), la iglesia católica apostólica romana empezó a darle a los judíos para que tengan, guarden y repartan. 

Para ese momento (325 d.C.), los judíos de La Segunda Diáspora ya residían en forma permanente en todas las grandes ciudades del imperio, desarrollando las profesiones liberales, entre las que se descaba el comercio y, específicamente, las finanzas, enriqueciéndose gracias al préstamo de dinero a crédito sujeto al pago de intereses mercantiles, moratorios y punitorios (léase: la usura), que le estaba vedada a los cristianos en forma individual, y sólo estaba autorizada para las órdenes eclesiásticas, pero sin intereses, que se cargaban a la cuota para disimular. 

En el año 396, sobrevino la fractura política interna, quedando configurados el imperio romano del oriente (Bizancio) y el imperio romano del occidente (Roma), mientras los judíos ya tenían las casas de oración (léase: las sinagogas) por todos lados, con sus maestros de religión (léase: los rabinos), que empezaron a aconsejar a sus feligreses varones que trataran de casarse con mujeres paganas o cristianas (léase: no judías), pero que fueran altas, delgadas, blancas, rosadas, rubias y de ojos azules, por más feas que fueran (léase: las germanas = las nórdicas = las arias), para comenzar la mimetización con un mundo romano que parecía que sería inevitablemente cristiano por los siglos de los siglos. 

Y empezó el lavado de la sangre morocha, es decir, semita (léase: sefaradí) y los pibes empezaron a dejar de ser tan ocuros, volviéndose gradualmente más claros. 

Mientras tanto, los bárbaros atacaban por doquier asolando todo a su paso, hasta que la propia capital imperial occidental (Roma) cayó en su manos, y nunca más se volvería a hablar de el sacro imperio cristiano 

Para finales del siglo quinto, Europa Occidental (léase: La Cisleitania) se había convertido en un pandemonium, donde la cosa era de todos contra todos, pero a matar o morir, hasta que se fueran todos y no quedara ni uno sólo. Y los judíos vivos aprovecharon para acelerar sus proyectos de volverse magnates, de transformarse en grandes rabinos de comunidades cada vez menos morochas y cada vez más rubias; empezando a mezclar el hebreo, el griego, el latín, el germano y el escandinavo, para dar origen a el segundo idioma yavista, que fue el idish. 

Pero nada, porque después de trescientos y pico de años (800), quedó instaurado El Sacro Imperio Romano Germano, con capital religiosa en la ciudad italiana de Roma y con capital política en la ciudad bávara de Aquisgrán, gobernado por Dios Padre, a través de Nuestro Señor Jesucristo, a través de su santidad, el papa, a través del sacro emperador (léase: el kaiser). 

Nada importó que para entonces ya hubieran dos clases de judíos (2), a saber, los morochos (los semitas = los sefaradíes) y los rubios (los arios = los askenazíes), hablando los primeros en hebreo y los segundos en idish, porque igual eran los deicidas que no merecerían el perdón divino ni humano jamás de los jamases. 

La cosa estaba más clara que el agua de deshielo de las altas cumbres. Ellos en sus barrios cerrados urbanos (los guetos) y el resto cristiano afuera, tanto en el campo como en la ciudad, y mejor que se la banquen bien bancada calladitos la boca, porque el horno no está para boyos y, el día menos pensado, tronará el escarmiento, pero de una vez y para siempre, claro está. 

Pero al otro lado de la frontera religiosa con los musulmanes, que también eran semitas, se respiraba la libertad de verdad, en los negocios, en la religión, en la cultura y hasta en la política, sobre todo, en el emirato sunnita de Al Andaluz (Andalucía = Sefarad = España), y más precisamente en la capital (Sevilla), donde los judíos que transaron y aprendieron el árabe, no tuvieron ningun problema para encumbrarse, hasta ocupar los más altos cargos de gobierno, mientras los cristianos eran, sencillamente, el enemigo. 

En ese contexto, en la casi olvidada ciudad sagrada de Aelia Capitolina (léase: Jerusalén) los sarracenos provocaron la destrucción hasta los cimientos los restos de El Templo de Jehová (El Segundo Templo = El Templo de Esdras), a vista y paciencia de los cinco gatos locos judíos que habían vuelto a La Tierra Prometida, que ellos llamaban en hebreo con el nombre de Eretz, nada más que para preservar el orgullo de desconocer olímpicamente que el sacro imperio fuera, según los cristianos blasfemos, El Nuevo Israel. 

Y allí, sobre la nada que quedó, los musulmanes levantaron La Mezquita de Omar (léase: la mezquita azul con la cúpula dorada), porque en su creencia, Abraham, Jesús y Muhammad son Los Profetas de Allah, y nada más, claro está. 

Y pasó lo que tenía que pasar, el día que en El Concilio de Clermont, su santidad, el papa, Msr. Dr. Dn. Urbano II Plantagent (54) formuló un llamamiento a todos los cristianos de Europa, para recuperar los santos lugares en poder de los infieles sarracenos, lanzando contra ellos, nada más ni nada menos, que la guerra santa cristiana, es decir, Las Cruzadas (1096-1271). 

A pesar que muchos en el viejo contiente vieron la oportunidad de salir a quemar vivos a los judíos, lo cierto es la cosa se puso espeza para los sarracenos, en sólo cuatro años (4), pues para entonces, Jerusalén ya estaba bajo el poder militar de los cruzados, quedando instaurado El Reino Latino de Jerusalén, con capital en la ciudad triplemente santa de Jerusalén, gobernado por su alteza, el duque de Brujas, Tte. Gral. RW Dr. Balduino Plantagenet, que fue ascendido al grado de mariscal, operándose su pase a retiro y comenzando a gobernar bajo el nombre nobiliario de Balduino I, inaugurando la primera y única dinastía ultramarina de Los Plantagenet. [3] 

En ese contexto, como los cruzados aceptaban en sus filas tropas auxiliares integradas por varones, mujeres, niños y ancianos, aunque fueran musulmanes, la noticia llegó a Europa, y los judíos vieron la oportunidad que estaban esperando con desesperación, de abjurar de su yavismo ancestral y de convertirse al catolicismo apostólico romano salvador, dejando de hablar en hebreo o en idish, para empezar a comunicarse exclusivamente en el idioma militar (léase: el alemán). 

Entonces, mientras los sefaradíes optaron por La España Musulmana, los ashkenazíes lo hicieron por El Lavante Cristiano (léase: El Cercano Oriente); quedando en Europa menos del diez por ciento de lo que había diez años atrás (10%). 

Pero se ve que a los curas de las parroquias europeas les agarró el remordimiento, o algo por el estilo, porque resulta que los empezaron a progeter de los malos tratos permanententes y sistemáticos a que empezaron, desde entonces, a ser sometidos por la mitad de los cristianos que se quedaron en el viejo continente, a morirse de hambre, de soledad y de amargura de no haber podido ir allá a pelear por la fe como los demás. 

Y San Malaquías en Irlanda anunciando papas para diez mil años y Maimónides en Córdoba enseñando que fingir la conversión al islam o al cristianismo es válido, si de lo que se trata es de conservar la vida, la libertad, el honor y la propiedad (léase: la dignidad humana), y así a uno le terminan matando la fe, y ya no cree en nada, pero en nada (léase: el ateismo judío).  

La deseperación, la decepción y el descreimiento llevó a algunos de alma ya atea a refugiarse en la superstición de la brujería cristiana o de la cálala yavista, convirtiéndose ese en su último refugio espiritual, cayendo rendidos por el sólo paso del tiempo muerto en las garras del maligno, que prefiere coptar a la gente de más fe que, obviamente, forma parte de El Pueblo Elegido, claro está. 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

[3] Lo de latino viene por romano (léase: católico). Ese reino cristiano de Palestina también sería conocido como El Reino de Ultramar (Oltremere).

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