El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 29 de Junio de 2.012.
El Pueblo Elegido V
Por Rubén Vicente
En vida de Jesús, los judíos y
los primeros cristianos casi reconciliaron sus posiciones teológicas
divergentes entre el monoteísmo absoluto de los unos y el relativismo trialista
de los otros, pero la cruxificción fue un parte aguas, que los empezó a volver
a distanciar cada vez más, hasta que empezaron a recriminarse mutuamente haber
sido, los primeros, los asesinos del dios hecho hombre, y los segundos, de que
los primeros fueron los instigadores de la destrucción del tercer templo y del
estado romano palestino que los judíos ya no gobernaban ni habitaban más, con
prohibición eterna de volver a pisar su sagrado suelo ancestral.
Pero la sangre no llegaría al
río, por la sencilla razón de que el año 212 d.C., el monarca de El Imperio
Romano (La Magna Roma), Mcl. ER ® Dr. Lucio Septimio Bassiano Antonino (a)
Caracalla (24), emitió un decreto en cuya virtud declaró que absolutamente
todos y cada uno de los habitantes de su mega estado universal quedarían
beneficiados con el otorgamiento de la ciudadanía romana, significando
la libertad religiosa total, se creyera en lo que se creyera.
Sin embargo, a finales del
siglo tercero de la era cristiana, empazaron las razzias de cristianos, sembrando
con cruces el imperio de punta a punta. Bien no se sabe qué es lo que ocurrió,
pero lo cierto es que los judíos aprovecharon la volada para escribir pestes de
los cristianos, publicando un complemento de La Torah, que recibiría el nombre El
Talmud, prolijamente dedicado, que demuestra que Jesús de Nazareth no fue El Hijo de Dios y no fue tampoco El Mesías de
Israel, sino más bien, todo lo contrario.
Los papas no dijeron nada,
porque estaban ocupados en salvar el pellejo, pero cuando Constantino fue
coranado emperador y convirtió al cristianismo en la nueva religión oficial
del estado romano, convirtiéndolo en un imperio sagrado (léase: el sacro
imperio), la iglesia católica apostólica romana empezó a darle a los judíos
para que tengan, guarden y repartan.
Para ese momento (325 d.C.), los
judíos de La Segunda Diáspora ya residían en forma permanente en todas las
grandes ciudades del imperio, desarrollando las profesiones liberales, entre
las que se descaba el comercio y, específicamente, las finanzas,
enriqueciéndose gracias al préstamo de dinero a crédito sujeto al pago de
intereses mercantiles, moratorios y punitorios (léase: la usura), que le estaba
vedada a los cristianos en forma individual, y sólo estaba autorizada para las órdenes
eclesiásticas, pero sin intereses, que se cargaban a la cuota para disimular.
En el año 396, sobrevino la
fractura política interna, quedando configurados el imperio romano del
oriente (Bizancio) y el imperio romano del occidente (Roma), mientras los judíos
ya tenían las casas de oración (léase: las sinagogas) por todos lados, con sus
maestros de religión (léase: los rabinos), que empezaron a aconsejar a sus
feligreses varones que trataran de casarse con mujeres paganas o cristianas (léase:
no judías), pero que fueran altas, delgadas, blancas, rosadas, rubias y de ojos
azules, por más feas que fueran (léase: las germanas = las nórdicas = las
arias), para comenzar la mimetización con un mundo romano que parecía
que sería inevitablemente cristiano por los siglos de los siglos.
Y empezó el lavado de la sangre
morocha, es decir, semita (léase: sefaradí) y los pibes empezaron a dejar de
ser tan ocuros, volviéndose gradualmente más claros.
Mientras tanto, los bárbaros atacaban
por doquier asolando todo a su paso, hasta que la propia capital imperial
occidental (Roma) cayó en su manos, y nunca más se volvería a hablar de el
sacro imperio cristiano.
Para finales del siglo quinto,
Europa Occidental (léase: La Cisleitania) se había convertido en un
pandemonium, donde la cosa era de todos contra todos, pero a matar o morir,
hasta que se fueran todos y no quedara ni uno sólo. Y los judíos vivos
aprovecharon para acelerar sus proyectos de volverse magnates, de transformarse
en grandes rabinos de comunidades cada vez menos morochas y cada vez más
rubias; empezando a mezclar el hebreo, el griego, el latín, el germano y el
escandinavo, para dar origen a el segundo idioma yavista, que fue el idish.
Pero nada, porque después de
trescientos y pico de años (800),
quedó instaurado El Sacro Imperio Romano Germano, con capital religiosa en la
ciudad italiana de Roma y con capital política en la ciudad bávara de
Aquisgrán, gobernado por Dios Padre, a través de Nuestro Señor Jesucristo, a
través de su santidad, el papa, a través del sacro emperador (léase: el kaiser).
Nada importó que para entonces
ya hubieran dos clases de judíos (2),
a saber, los morochos (los semitas = los sefaradíes) y los rubios (los arios =
los askenazíes), hablando los primeros en hebreo y los segundos en idish,
porque igual eran los deicidas que no merecerían el perdón divino ni humano jamás de los
jamases.
La cosa estaba más clara que el
agua de deshielo de las altas cumbres. Ellos en sus barrios cerrados urbanos
(los guetos) y el resto cristiano afuera, tanto en el campo como en la ciudad,
y mejor que se la banquen bien bancada calladitos la boca, porque el horno no
está para boyos y, el día menos pensado, tronará el escarmiento, pero de una
vez y para siempre, claro está.
Pero al otro lado de la
frontera religiosa con los musulmanes, que también eran semitas, se respiraba
la libertad de verdad, en los negocios, en la religión, en la cultura y hasta
en la política, sobre todo, en el emirato sunnita de Al Andaluz (Andalucía =
Sefarad = España), y más precisamente en la capital (Sevilla), donde los judíos
que transaron y aprendieron el árabe, no tuvieron ningun problema para
encumbrarse, hasta ocupar los más altos cargos de gobierno, mientras los
cristianos eran, sencillamente, el enemigo.
En ese contexto, en la casi
olvidada ciudad sagrada de Aelia Capitolina (léase: Jerusalén) los sarracenos
provocaron la destrucción hasta los cimientos los restos de El Templo de
Jehová (El Segundo Templo = El Templo de Esdras), a vista y paciencia de los
cinco gatos locos judíos que habían vuelto a La Tierra Prometida, que ellos
llamaban en hebreo con el nombre de Eretz, nada más que para preservar el
orgullo de desconocer olímpicamente que el sacro imperio fuera, según los
cristianos blasfemos, El Nuevo Israel.
Y allí, sobre la nada que quedó,
los musulmanes levantaron La Mezquita de Omar (léase: la mezquita azul con la
cúpula dorada), porque en su creencia, Abraham, Jesús y Muhammad son Los
Profetas de Allah, y nada más, claro está.
Y pasó lo que tenía que pasar,
el día que en El Concilio de Clermont, su santidad, el papa, Msr. Dr. Dn.
Urbano II Plantagent (54) formuló un llamamiento a todos los cristianos de
Europa, para recuperar los santos lugares en poder de los infieles sarracenos,
lanzando contra ellos, nada más ni nada menos, que la guerra santa cristiana,
es decir, Las Cruzadas (1096-1271).
A pesar que muchos en el viejo
contiente vieron la oportunidad de salir a quemar vivos a los judíos, lo cierto
es la cosa se puso espeza para los sarracenos, en sólo cuatro años (4), pues para entonces, Jerusalén ya
estaba bajo el poder militar de los cruzados, quedando instaurado El Reino
Latino de Jerusalén, con capital en la ciudad triplemente santa de
Jerusalén, gobernado por su alteza, el duque de Brujas, Tte. Gral. RW Dr.
Balduino Plantagenet, que fue ascendido al grado de mariscal, operándose su
pase a retiro y comenzando a gobernar bajo el nombre nobiliario de Balduino I,
inaugurando la primera y única dinastía ultramarina de Los Plantagenet. [3]
En ese contexto, como los
cruzados aceptaban en sus filas tropas auxiliares integradas por varones,
mujeres, niños y ancianos, aunque fueran musulmanes, la noticia llegó a Europa,
y los judíos vieron la oportunidad que estaban esperando con desesperación, de
abjurar de su yavismo ancestral y de convertirse al catolicismo apostólico
romano salvador, dejando de hablar en hebreo o en idish, para empezar a
comunicarse exclusivamente en el idioma militar (léase: el alemán).
Entonces, mientras los
sefaradíes optaron por La España Musulmana, los ashkenazíes lo hicieron por El
Lavante Cristiano (léase: El Cercano Oriente); quedando en Europa menos
del diez por ciento de lo que había diez años atrás (10%).
Pero se ve que a los curas de
las parroquias europeas les agarró el remordimiento, o algo por el estilo,
porque resulta que los empezaron a progeter de los malos tratos permanententes
y sistemáticos a que empezaron, desde
entonces, a ser sometidos por la mitad de los cristianos que se
quedaron en el viejo continente, a morirse de hambre, de soledad y de amargura
de no haber podido ir allá a pelear por la fe como los demás.
Y San Malaquías en Irlanda
anunciando papas para diez mil años y Maimónides en Córdoba enseñando que fingir
la conversión al islam o al cristianismo es válido, si de lo que se trata
es de conservar la vida, la libertad, el honor y la propiedad (léase: la
dignidad humana), y así a uno le terminan matando la fe, y ya no cree en nada,
pero en nada (léase: el ateismo judío).
La deseperación, la decepción y
el descreimiento llevó a algunos de alma ya atea a refugiarse en la
superstición de la brujería cristiana o de la cálala yavista, convirtiéndose
ese en su último refugio espiritual, cayendo rendidos por el sólo paso del
tiempo muerto en las garras del maligno, que prefiere coptar a la gente de más
fe que, obviamente, forma parte de El Pueblo Elegido, claro está.
Y si me dijeran que estoy muy
equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la
información contenida en el presente documento se halla jurídicamente
garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art.
19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código
Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2]
Para uno de Los Siete Grandes Sabios
de Grecia (Solón) El Cisne Negro es
la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que
es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
[3] Lo de
latino viene por romano (léase: católico). Ese reino cristiano de Palestina
también sería conocido como El Reino de Ultramar (Oltremere).
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