domingo, 1 de julio de 2012

297 Historia (Israel)


Año I – Primera Edición – Editorial: 00000297 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Domingo 1° de Agosto de 2.012.





El Pueblo Elegido VI
Por Rubén Vicente 

La Horda de Oro de 1240 fue arrazadora. Todo El Imperio Sarraceno (Sarrán) cayó en manos de El Imperio Tártaro (Tartaria) que, desde entonces, se empezó a perfilar como un imperio universal, que convertía al sacro imperio en una isla europea y cristiana cada vez más pequeña que, además, tenía los siglos contados.

En ese contexto, el islam de la sangre sagrada de El Profeta Muhammad, es decir, el shiismo, en su versión no confesionalista sino laicita (léase: el alawismo) se posicionaba como la religión oficial de los tártaros, invitando a todos a la conversión, o si no, la cimitarra. Ups. 

Ser shintoista, budista, hinduista, mazdeista, judío o cristiano en tierras tártaras se volvió muy dificil, cuando no directamente imposible. Y en tierras europeas, la rabia de haber sido derrotados en Las Cruzadas (1271), hizo los cristianos drenaran su veneno expulsando a los judios de las islas británicas (1290), de Francia (1390), de España (1492) y de Portugal (1496). 

Pero ya se sabe que algunos vivos optaron por finguir la conversión y se quedaron  lo más tranquilos en sus países de residencia, haciendo lo de siempre, es decir, negocios, pero también, jugando con fuego, haciéndose cultores del ateismo, de la cábala y del satanismo pero, obviamente, a escondidas (léase: el ocultismo judío). 

Y esos judíos, falsamente conversos, que empezaron a figurar como los cristianos nuevos (léase: los marranos), tuvieron entre ellos a tipos muy locos, que empezaron a importar a Europa la milenaria sabiduría del oriente relativa a los materiales de construcción (léase: la alquimia). [3] 

El noventa por ciento de los alquimistas medievales eran marranos (90%) que, lógicamente, empezaron a aplicar sus conocimientos para transformar los metales artesanales en metales nobles. Obviamente, si lo lograron, nunca le revelaron sus secretos a nadie, pero lo cierto es que, después de ellos, vinieron los químicos, los renancentistas, los humanistas y los protestantes, que empezaron a demostrar una más que sospechosa piedad hacia los que llamaban con el nombre de nuestros hermanos mayores (léase: los judíos).

Y El Descubrimiento de América trajo consigo el designio de la purificación de las naciones europeas y cristianas (léase: las naciones occidentales) y la inquisición se volvió sistemática con los herejes, con los blasfemos y con los apóstatas, cayendo los judíos y los marranos desenmascarados como moscas en el horno de la hoguera indiscriminada de la naciente edad moderna (1453-1789).  

Hasta que en 1559, el rabino Zebatai Zewi se fumó mal con opio tártaro y se autoproclamó como El Mesías de Israel, que vino al mundo a restituirles a todos los judíos el mismo orgullo de cuando formaban parte del poderoso imperio israelita cuasi universal. Todos sabían que una cosa es ser israelita y otra cosa muy distinta es ser judío, pero la verdad, fue que a ningún judío le calentaba un pomo la distinción y muchos de sumaron a su nueva secta de los mesiánistas (los hassidim = el hassidismo), que fue un fiasco, porque Zebatai Zewi se fingió que se hizo musulmán y los dejó a todos culo al norte. [4] 

Pero nada porque, desde la segunda mitad del siglo dieciseis (el siglo de la reforma protestante) habían tres clases de judíos (3), que eran los sefaradíes, los ashkenazíes y los hassídicos, la mayoría de estos últimos radicados en su nuevo hogar de Europa Central (La Leitania Solar = Das Mitter Europe); pero sólo hasta que Cronwell les permitió regresar a las islas británicas (1651) y Catalina La Grande les dijo de irse a vivir a Ucrania (1750), y George Washigton les preguntó por qué no los EEUU (1789), y entonces se empezó a terminar la noche, y un nuevo alba se divisó en el horizonte yavista. 

El gran broche de oro de la resurrección del pueblo elegido fue La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la primera revolución francesa de 1791.

Había llegado por fin la hora de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad con los cristianos, europeos y norteamericanos (léase: los occidentales), y va fangulo con el resto del mundo. Total…  

Desde entonces, ya no habría más que temer, pues la flama ardía nuevamente, más brillante que nunca, y había que ponerse las pilas con esas cosas nuevas del nacionalismo, del socialismo y del republicanismo. Y entonces empezó el temor dentro de las propias juderías, de que los menos ricos hicieran quilombo contra los más ricos, y ahí empezó la reacción judía de el cosmopolitismo del siglo diecinueve (el siglo de la industria). 

Ser cosmpolita era ser ciudadanos del mundo occidental; ser ricos, cultos, prestigiosos e influyentes a más no poder, es decir, ser eminentes, pero no poderosos, porque la política debe ser controlada desde afuera, para que la política no nos controle desde adentro. 

Esto, los hassídicos de Rusia, es decir, los javadistas, lo sabían más que nadie, sobre todo (supra tutto), después de lo de el magnicidio del zar de 1881, y por eso, se dejaron de embromar y se pusieron a pensar en serio en su propia organización telúrica, racial, lingüística y religiosa (léase: el organización étnica), empezando a soñar, nada más ni nada menos, que con el estado judío (der judden stadt), que debía ser anticosmopolita, para ser nacionalista y socialista, es decir, partidario del socialismo nacional (léase: el nacional socialismo = el nazismo décimonónico), pero judío ché (léase: el sionismo), y qué tanto joder con los goi. ¿Cómo? 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos. 


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

[3] El nombre árabe de Egipto es Al Khem (léase: Al Qem = Alquimia).

[4] No fueron pocos los judíos de Tartaria que siguieron a Zabatai Zewi en su fingida conversión al islam de la sangre sagrada de El Profeta Muhammad (léase: el shiismo) en su versión no confesionalista sino laicista (léase: el alawismo), pasando algunos de ellos a formar parte de las guardias personales de los jeques, de los emires, de los sultanes, de los khanes y hasta del gran khan de los tártaros, siendo conocidos bajo el nombre colectivo de los jenízaros. Conste.

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