El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Miércoles 11 de Julio de 2.012.
Si Pelearon Por Lo Mismo
¿Cuál Es La Diferencia?
Por Rubén Vicente
Que
Juana era mujer y que Julio fue un genocida. Esa son las dos consignas
ideológicas que subyacen explícitamente en el anteproyecto de ley de reemplazo
de los actuales billetes de cien pesos por los eventualmente futuros.
Deberá
ser el congreso nacional el que cargue con la responsabilidad de decidir si
aprobará o no la iniciativa, pero es derecho de todos los ciudadanos argentinos
expresar sus ideas por la prensa sin censura previa y, en ambos casos, congreso
y ciudadanía, deberán hacerse cargo ante el pueblo del acierto o del error de
sus pensamientos, palabras y acciones.
Se
ha planteado un debate político, vinculado con la historia, y yo creo que con
la historia se puede hacer lo que se quiera, menos falsear la verdad y
convertirla en una fantasía, utilizable como herramienta de una ideología que
la misma historia ha demostrado hasta el hartazgo que absolutamente extraña al
sentir nacional y popular de los argentinos.
Empecemos
por aclarar con Santo Tomás de Aquino como testigo insobornable, que la verdad
es la perfecta adecuación de la mente a la realidad, y terminemos con la
conclusión de Perón, de que la verdad es la única realidad, para comprender qué
es lo que el autor de este artículo piensa respecto de la iniciativa sujeta a
debate público.
Este
es otro proyecto cipayo y pro británico, que quiere instalar la idea psicótica
de que Roca fue un genocida, que desató su ira enloquecida contra los pobres
mansos e indefensos, despojándolos de lo que a ellos, y a nadie más que a ellos
les pertenecía, que eran las tierras y la cultura originaria, que no era cultura en el sentido antropológico del término, y que tampoco era originaria, ni mucho menos, claro está.
Nadie
duda de que las tierras les pertenecían, pero la historia universal demuestra
que para conservar la tierra hay que pelear por ella. Y pelearon y fueron
ven-ci-dos, y lo perdieron todo, dejándoles la posibilidad de suicidarse o
integrarse al proyecto político vencedor, en el que naturalmente, ocuparían el
rol de los vencidos y, por ende, las posiciones sociales menos favorecidas.
El
país ancestral de los mapuches era La Araucanía. Ellos perdieron el dominio de
sus tierras a manos de los conquistadores españoles en el siglo diecicesis. A
medida que avanzaba la colonización, su debil guerrilla se fue retrograndando
cada vez más al sur, hasta que no les quedó más remedio que cruzar en masa la
cordillera e invadir el país natural de La Patagonia, que no era de ellos, sino
de sus primos, que eran los tehuelches, a quienes sometieron sin miramientos a
un feroz genocidio, al que estos cipayos pro británicos prefieren no hacer
referencia, porque no les conviene, claro está.
Y
después de el genocidio tehuelche, los mapuches fueron los amos exclusivos y
excluyentes de La Patagonia que, por el derecho le pertenecía a España, siendo
heredada por la Argentina, en función de la doctrina de el derecho de uso de la
propiedad (léase: de uti possidetis iuris), que como todo derecho, está
respaldado por la fuerza que sustenta la razón.
Esa
Patagonia Española no fue efectivamente ocupada por los españoles, sino en unos
pocos puntos de la costa atlántica, porque ya en el siglo diecisiete otras potencias europeas
intentaban arrebatársela, con la deleznable connivencia de los jesuitas, que
trataban de aculturar a los mapuches, para organizarlos para la demencial resistencia
contra el blanco español (léase: el huinca).
Y
después de la independencia, las autoridades argentinas tuvieron que seguir lidiando contra
los británicos, contra con los jesuitas y contra los mapuches, tanto como sucedió con los
españoles. Los regalos a cambio de paz no dieron resultados. Los malones no
pararon de matar, de secuestrar, de violar, de robar y de incendiar toda la
sangre y el trabajo de los primeros argentinos.
Hasta
que Rosas dijo basta, y le planteó el ultimatum de asimilarse a la civilización
vencedora o morir en la inviabilidad de su barbarie, y eligieron morir, y mu-rie-ron
como hombres, en una guerra que ellos sabían de sobra que estaba perdida antes
de comenzar, pero igual quisieron pelearla, asumiendo las consecuencias, y a llorar a la iglesia, porque esa es la ley de la historia, acá y en la China, obvio.
Fue
muy romántico, pero la verdad, es que lo único que lograron esos mil ochocientos
guerrilleros infelices, que se enfrentaron con la muerte inundados en agua ardiente para no sentir (1800) fue dejar a sus mujeres, a sus niños y a sus
ancianos librados a la deshonra, a la miseria, a la ignorancia, al
marginamiento y a la explotación, es decir, en una palabra, a la más abyecta
indigencia, nada más que porque no querían aprender el castellano, asistir a misa los domingos, asistir a la escuela primaria sarmientina, respetar los símbolos patrios argentinos en las fiestas cívicas y trabajar como peones de campo, como personal doméstico en las casas, como dependientes de comercio en las pulperías, o formando parte de las tropas auxiliares de las fuerzas militares argentinas de mar y tierra, viviendo modesta pero dignamente como ciudadanos argentinos, sin que nadie los quiera exterminar por el sólo hecho de ser indios, porque los aculturados también eran argentinos, porque esa era la mentalidad de los padres de la patria, no jodamos.
Pero
los niños mapuches crecieron y entre ellos hubo uno que entendío de qué se trataba
la cosa y por eso hoy hay muchos que pretenden su canonización, y hablo del
coronel retirado del ejército argentino Ceferino Namuncurá, que financió con su
retiro militar su preparación para la ordenación sacerdotal católica apostólica
romana pero murió, como tantos en aquella época, de tuberculosis, sin llegar a
ser lo que quería la santa sede, que era convertirlo en el primer obispo
indígena de La Patagonia Argentina.
De
eso, los cipayos pro británicos tampoco quieren hablar, porque no les conviene
que se sepa la verdad. Ellos prefieren repetir
como una monserga goebbeliana que los mapuches eran gente buena, mansa y
pacífica, que fueron víctimas del genocidio roquista, sin explicar que desde
1853, el malón mapuche se transformó en la montonera mapuche, armada por Gran
Bretaña, por Chile y por los unitarios, planteándose la guerra intra mapuche,
entre los aculturados y los de la resistencia imposible, que ya no fue tan
romántica como la primera, pero que fue casi definitvamente vencida por el
ejército argentino, personalmente liderado por el ministro del interior de la
nación, Tte. Gral. EA Dn. Julio Argentino Roca (a) El Zorro (1837-1914).
Si
no fuera por la personalidad insigne del Gral. Roca, no hubiera existido La
Liga de los Gobernadores del Interior. Si no fuera por la personalidad
rutilante del Gral. Roca, no hubiera sido posible el acuerdo con Alsina para la
formación del primer partido político moderno de la historia de la Argentina,
como fue El Pacto Autonomista Nacional (PAN).
Si
no fuera por Roca, no habría habido presidentes argentinos del interior del
país, ni habría habido federalización de la ciudad de Buenos Aires. Si no
hubiera sido por Roca, La Patagonia Argentina no hubiera sido ocupada, ni por
las fuerzas armadas argentinas ni por el pueblo argentino, y hoy sería
británica, francesa, estadounidense, brasileña o chilena, pero no argentina.
Si
no hubiera sido por Roca, la península antártica no sería argentina y nuestra
nación no sería miembro del club polar, ni tendría derecho a reivindicar su
soberanía en conflicto con la que pretenden ejercercer los británicos, los
rusos y los chilenos sobre nuestro sector antártico argentino.
En
síntesis, si no fuera por Roca, la frontera sur de Argentina sería la línea
imaginaria que une El delta del Paraná con La Cumbre del Aconcagua, y toda La
Patagonia y toda La Península Antártica serían de Gran Bretaña, de Francia, de
Rusia, de los EEUU, del Brasil o de Chile, pero no de los mapuches, de los que
ya casi no hay ninguno en estado puro y cuya pretendida bandera representa la
nada política, completamente vacía de sustancia histórica real y concreta.
Sepamos
la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. No nos dejemos manipular
aviesamente por el cipayaje pro británico, disfrazado de defensor de los
derechos humanos de los pueblos originarios que ya no existen como tales.
Ocultan sus intenciones inconfesables bajo el ropaje de un pseudo revisionismo
progresista de la historia de nuestra nación y de nuestro pueblo, con los agentes secretos masones y británicos
Osvaldo Bayer y Felipe Piña como mascarones de proa.
Ellos
so los númenes de el genocidio intelectual de las masas argentinas, aprovechándose
de su ignorancia, para meterles en la cabeza la mentira de que Roca era un
genocida, y son ellos los que niegan a San Martín, nada más que porque era un
militar ganador, bajo el falso argumento de que era masón anticatólico,
callando que era francmasón pro-católico; y son ellos los que pretenden hacer
aparecer a Mariano Moreno como el primer desaparecido de la historia argentina,
callando que en su estancia fue hospedado William Carr Beresford, que se fugó con
su ayuda, no jodamos.
Miente,
miente, que algo quedará, decía Joseph Goebbels, y está claro que esa es la
táctica de Bayer, de Piña y de todos los fabricantes de mentiras tan cipayas
como pro-británicas.
Y
para no cansar les pido que vean en Wikipedia la biografía de Juana Azurduy (a) La Flor del Alto Perú,
que merecería figurar en el eventual billete de doscientos cincuenta pesos
argentinos, pero no al precio de eliminar el billete de cien pesos que dignamente le corresponde al Gral. Roca,
que quería exactamente lo mismo que esa gran mujer del interior de Las Provincias Unidas del Río de la Plata, y que
era la libertad y la grandeza de la patria de los argentinos, y nada más, claro
está.
Y
si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo
sabremos.
[1]
La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en
el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional
de la República Argentina de 1995 (Art. 14),
la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts.
153 y 155).
[2] Para uno de
Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El
Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero
que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería
catastrófico.
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