El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Viernes 8 de Junio de 2.012.
Carlos V Hagsburg
Por Rubén Vicente
La Bula Inter
Caetera y El Tratado de Tordesillas, ambos de 1493, dividieron el globo
terráqueo en dos mitades, que dejaban a Portugal la encomienda de conquistar,
de colonizar, de evangelizar y de institucionalizar, es decir, de provocar la
redención cristiana de El Asia y de El Africa, otorgándole los mismos
derechos a España sobre América y Oceanía; con la aclaración de que Las
Filipinas, que forman parte de El Asia, quedarían para España, pero también,
con la rectificación de que la línea de cien leguas marinas que corre al oeste
de Las Canarias, se corría a trescientas leguas marinas al oeste de Las Azores,
dejándole a Portugal el control de El Brasil Oriental.
Bajo esa comprensión, La Cuarta India (La Tierra Deconocida = De
Terra Ingota = El Nuevo Mundo = Las Tierras de Colón = La Colonia = La Colombia
= La Tierra de Américo = América) quedó siendo un continente enteramente es-pa-ñol, con la única
excepción portuguesa ya dicha respecto de El Brasil Oriental.
[3]
Sesenta años
después del descubrimiento (1550),
ya habían sido redimidos El Imperio Azteca y El Imperio Incaico, y se había
conformado el gran reino español de Las Indias, con capital política en la
ciudad de Madrid, pero con capital administrativa en la ciudad antillana de
Santo Domingo. De este gran reino hispano (Las Indias) pasaron a depender tres
reinos (3).
El primero era el
reino indiano de La Nueva España, que abarcaba la totalidad de América del Norte
y de América Central, con capital en la ciudad ex azteca de Tenochtitlán, que
cambió su nombre por el nuevo de México. El segundo era el reino indiano de La
Nueva Castilla, que abarcaba la totalidad de América del Sur menos El Brasil
Oriental, con capital en la ciudad ex incaica de Peruvi, cuyo nuevo nombre
español fue Lima. Y el tercero era el reino indiano de La Nueva Aragón, que
abarcaba la totalidad de Oceanía, con capital en ciudad filipina de Manila.
Dos continentes
(América y Oceanía); una superficie total de cincuenta y cuatro millones de
kilómetros cuadrados (54 M Km2);
un solo gran reino español (Las Indias); tres reinos indianos (Nueva España,
Nueva Castilla y Nueva Aragón); cuatro ciudades que, en realidad, no eran más
que villas perdidas en el medio de la nada en la visión europea (Santo Domingo,
México, Lima y Manila); dos culturas aborígenes que eran dos ex civilizaciones
incipientes abruptamente clausuradas (la azteca y la incaica); quince millones
de almas sometidas o por someter (15 M);
una minoría blanca dominadora de no más de diez mil miembros con toda la
furia (10.000) y miles de
megatonelas de piedras preciosas y de metales nobles aguardando la redención
cristiana (léase: la rapiña sagrada).
Eso eran Las
Indias Españolas en 1550. Pero no olvidemos de que desde hacía cuarenta años
(1510), la santa sede romana le había reconocido a Francia el derecho de ayudar
a Portugal y a España a materializar la sagrada misión de la redención
cristiana de los continentes extra europeos (Oceanía, Asia, Africa y América),
en tanto y en cuanto las tierras no estuvieran ya ocupadas por alguna nación
cristiana europea (léase: Portugal y España), permitiendo a los franceses
lanzarse a la conquista, a la colonización, a la evangelización y a la
institucionalización (léase: la redención) de La Bahía de Hudson, de La
Península del Labrador, de Los Grandes Lagos; de La Cordillera de los
Apalaches; de La Cuenca del Tennesse y de La Cuenca del Mississippi, es decir,
provocando la redención cristiana de La América del Norte (léase: Norteamérica
= L´Amerique du Nord), pero en nombre y por cuenta (léase: en
representación) de España, claro está.
Bajo esa
comprensión, la totalidad del gran reino español de Las Indias, era un
descomunal dominio ibérico perteneciente a una España que era el estado
líder de El Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana (La Gran Alemania = Das
Reich = El Imperio de los Mil Años = 800-1815 = El Nuevo Israel = La Gran
Leitania = La Europa Cristiana = La Primera Proto Unión Europea), gobernado por
su majestad, el Gn. Mcl. RW ® Dr. Dn. Carlos V Hagbsburg (a) El Sacro Emperador
(a) El César (a) El Kaiser.
Carlos V decía dos
cosas muy interesantes. La primera era que en mis reinos nunca se pone el
sol (sic) porque, cuando era de día en Manila era de noche en Madrid, pero
cuando era de día en Madrid, ocurría lo inverso en Manila. ¡Qué maravilla!
Y la segunda era
que él contaba que a los sacerdotes les hablaba en latín, porque es la lengua
de la iglesia católica (sic); a los militares les hablaba en alemán, porque es
un idioma propio de los caballos (sic); a los diplomáticos les hablaba en
francés, porque es una lengua refinada (sic); a los comerciantes les hablaba en
inglés, porque es un idioma ideal para los negocios (sic); pero a Dios le
hablaba en castellano, porque es una lengua de origen divino (sic). ¡Qué
capo, por favor!
No, digo esto,
porque hay gente que se olvida que La América Española fue un dominio de la
dinastía sacro imperial (léase: gran alemana) de Los Hagsburg, que eran
específicamente austríacos (léase: alemanes), y que esa situación tuvo plena y
total vigencia mental durante
más de doscientos veinte años (220)
que fueron los de la infancia americana, imprimiéndole a su alma, para el resto
de su existencia, un imperecedero e imborrable sello a-le-mán, y nada más, claro está. Conste.
Por eso, yo pienso que, ni la mentalidad
indígena, ni la mentalidad específicamente española, ni tampoco la mentalidad
francesa posterior (1715-1810), que tuvo vigencia sólo noventa años (90),
definieron la auténtica personalidad alemana de Las Indias Españolas (léase:
América Latina). Es por esa razón que, según mi modesto modo de ver, no
obstante los feroces avatares padecidos durante toda su larga existencia,
nuestra región, con su mentalidad alemana
sepultada en lo recóndito de su subconciente colectivo, sabrá encontrar el
camino hacia su liberación definitiva del imperialismo angloamericano que
todavía, y no por mucho tiempo más, la asfixiará y no la dejará ser la
artífice de su propio destino. Conste.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado,
respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la
información contenida en el presente documento se halla jurídicamente
garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art.
19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código
Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2]
Para uno de Los Siete Grandes Sabios
de Grecia (Solón) El Cisne Negro es
la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que
es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
[3] Téngase
presente que, en el período 1493-1816, desde la línea imaginaria establecida
entre la desembocadura del río Amazonas y la actual ciudad de Río de Janeiro,
que era la frontera entre El Brasil Oriental de Portugal y la línea imaginaria
que recorre el pie de las laderas orientales de La Cordillera de los Andes, se
extendía todo El Brasil Occidental (léase: El Pantanal), abarcativo de toda La Selva de
El Amazonas y de toda La Selva de El Matto Groso, que era un príncipado del
reino indiano de Nueva Castilla, integrante del gran reino de Las Indias,
perteneciente a El Imperio Español (La Gran Iberia). Conste.
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