El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Martes 26 de Junio de 2.012.
El Pueblo Elegido I
Por Rubén Vicente
Treinta siglos antes del inicio de nuestra era, el
mundo entero (orbis) era un gran espacio geográfico poblado por una mayoría de
individuos (varones, mujeres, niños y ancianos) que vivían inmersos en los
estadíos antropológicos más bajos de la ferocidad, del salvajismo y de la
barbárie.
Pocas comunidades humanas conocían lo que es la
civilización, que sólo se alcanza cuando las mismas tienen individual y
colectivamente internalizados los conocimientos vinculados con el calendario, con
la arquitectura, con los sistemas de pesas y medidas, con la moneda, con la
producción rural y urbana, con el comercio, con la escritura y con la ley
escrita.
Para entonces (3.000 a.C.) la última glaciación corta
aún hacía sentir sus últimos efectos gélidos, dejando habitable únicamente la
franja limitada por los trópicos de Cáncer al norte y de Capricornio al sur,
con la línea del Ecuador atravesando el centro de la misma.
La civilización antigua sólo se había alcanzado en
entre los ríos Tigris y Eufrates (actual Irak) y en el valle del Nilo (Egipto),
donde ya había ciudades políticamente autónomas, que vivían alternando
relaciones de violencia (la guerra) o de armonía (la paz), integrantes de los
imperios mesopotámicos de Akkad (El Irak Central) y de Sumer (El Irak
Meridional y Kuwait), como así también, el imperio del Nilo (léase: Egipto). [3]
Exactamente en el año 1936 a.C., los acadios y los
sumerios se unieron, para conformar El Imperio de Caldea, también conocido como
el imperio caldeo, con capital en la ciudad de Ur (léase: Ur de los Caldeos),
bajo el gobierno de su primer monarca (Ishbierra). El acto político inaugural
de la civilización caldea fue la entrada en vigencia de El Código de Hammurabi,
que fue el primer refrito de leyes dispersas en un cuerpo legal único de la
historia universal, que regulaba absolutamente todas las cuestiones
individuales y colectivas de la población.
Como se dijo, el sur de Caldea era zona en la que
vivían los sumerios (actual sur de Irak y todo Kuwait). Al oeste de ellos se
extendía El Desierto de Moab, absolutamente seco, cálido en invierno y tórrido
en verano, con lógicos días infernales y noches gélidas, por eso de la gran
amplitud térmica que tienen los desiertos, obvio.
En esa tierra inclemente de Moab vivía un pequeño
grupo de individuos agrupados en familias y reagrupados en clanes salvajes,
que habían aprendido a sacar agua del subsuelo, suministrándosela a las cabras
que eran su alimento, necesario para estar fuertes para la guerra permanente
que libraban entre ellos desde hacía miles de años, sólo interrumpida sólo por
armisticios verbales que duraban unos pocos meses o a lo sumo años.
Esos clanes moabistas le rendían culto a la gran
señora de la noche, es decir, a la luna, a
la que llamaban con el nombre de Heb. En el momento en que se constituyó el
gran imperio caldeo y entró en vigencia el código hammurabiano, se le prohibió
a los moabitas de Heb la entrada en las ciudades, dejándolos definitivamente
excluídos de la civilización.
Trataron de entrar a la fuerza, pero el ejército
caldeo los rechazó, mientras el gobierno de Ur los ponía fuera de la ley,
empezándoselos a conocer como Los Reos de Heb, es decir, como Los Heb
Reos (léase: los hebreos).
Fue en ese contexto, cuando se llevó a cabo una
reunión de todos los jefes de los clanes hebreos, en algún lugar del desierto
moabita, quienes decidieron deponer sus rencillas ancestrales y elegir un jefe
único de todos ellos (el cacique de la tribu = el fuhrer, ja ja já).
El primer cacique de la flamante tribu de los
hebreos se llamaba Tarik, y él le encomendaron la misión de dirigirlos en la
empresa colectiva de lavantar los petates y de mandarse a mudar con la música a
otra parte, porque una cosa era vivir en el desierto todo el año y entrar a la
ciudad una vez cada tanto, y otra muy diferente era que nunca más los dejaran
entrar a comprar o a robar lo que les resultara necesario, claro está.
Y vagaron por el desierto de acá para ella durante
cuarenta años (1936-1896 a.C.) hasta que Tarik logró pactar con el cacique de
la tribu de los cananeos de la actual Siria y El Líbano (Nimrod), quedarse a
vivir en el país natural de El Canaán (léase: Caná) en forma permanente en el
gran oasis de Gutta.
Desde entonces, hebreos y los cananeos vivieron
felices y comieron perdises, pero hasta que Tarik murió, siendo sucedido por su
primogénito, llamado Ibrahim hijo de Tarik (léase: Ibrahim ben Tarik =
Abraham), que no tuvo mejor idea que declararle la guerra hebrea a los
cananeos del viejo Nimrod, hasta que le arrebató la totalidad, justamente, del
gran oasis de Gutta.
Los cananeos fueron esclavizados por los hebreos,
que eran unos salvajes, pero no comían vidrio, y aprovecharon que entre sus
esclavos había algunos que sabían construir casas de piedra como las que ellos
ya conocían que existían en la lejana ciudad sudoriental de Ur de los Caldeos.
Resultado: Veinticinco años más tarde ya existía la ciudad de Gutta, que con el
correr de las décadas siguientes, se convertiría en la primera capital hebrea
de un nuevo estado que sería conocido como El Reino de Damasco, pues el
principal producto de consumo y exportación eran los damascos, obvio.
Más o menos para el año 1.600 a.C., su majestad, el
monarca del reino damaceno, que era el tátara nieto de Abraham, llegó a un
acuerdo con el faraón de Egipto (Dyehuti I) para comenzar a radicar colonos
hebreos en el imperio nilopa, a cambio de que los adoradores de Heb (léase: los
hebreos) les ayudaran a los egipcios a colonizar el desierto que se extendía
entre Damasco y Egipto, habitado por los salvajes amorreos, que eran aliados de
los caldeos del este.
En Egipto, los inmigrantes hebreos fueron colectivamente
conocidos como los súbditos de Isaac, es decir, como los isaaquitas o bien,
como los hicsos. Doscientos años más tarde, los hicsos ya se habían
encumbrado en la totalidad de las actividades económicas egipcias (la
ganadería, la agricultura, la pesca, la explotación forestal y la minería,
tanto acuífera como lítica y metalífera), perfilándose como la nueva clase
social de los magnates asiáticos, desplazando a la competencia local
africana, bajo el lema de que cocodrilo que se duerme es cartera, ja ja já.
Hasta que el nuevo farón (Amenophis IV) nombró como
su nuevo primer ministro (léase: el gran visir) al cacique de los hicsos de
Egipto (José). Los dos eran jóvenes, pero parece que José era un poco mayor y,
como resultaba que ambos eran bixesuales, se hicieron amantes. Desde entonces,
Amenophis empezó a decir que José estaba siempre con él porque tenía el don de
la interpretación de los sueños. Y si, porque José lo hacía ver las estrellas,
y no me pregunten en qué momento, porque no se los puedo decir y, además,
ustedes lo saben de sobra. ¿Verdad?
Juntos se creían que eran Lennon y Mc Arney, porque
resulta que José lo convenció a Amenophis IV de que él, que debía venerar a los
dioses egipcios más que nadie, porque la creencia religiosa del país nilopa era
que el faraón era el hijo de los grandes dioses (el sol y la luna = Raá y
Amón), tenía que imponer una nueva crencia en un nuevo dios, que fuera
tan sólar y másculino como lunar y femenino a la vez, que terminaría recibiendo
el nombre de El Halo del Sol (léase: Atón = Adón = Adonai = Adonis), que no
tendría esposa, pero si una amante que, justamente, era la luna (Heb) que, en
Egipto, cambiaría su antiguo nombre por el nuevo de Lilith. [4]
La cuestión es que Amenophis IV emitió un decreto
en cuya virtud impuso de prepo el nuevo culto religioso de Atón, pretendiendo
forjar la nueva religión egipcia de el atonismo. El decreto establecía
que, de ahí en más, todos los templos de todos los dioses de Egipto serían
clasurados, licenciándose a sus colegios sacerdotales para siempre y
trasladándose los tesoros templarios al nuevo templo del dios único (Atón),
construído en la ciudad de Amarna.
Fueron treinta y cinco años de guerra civil
entre los feligreses monoteístas de Atón y los politeístas del pueblo, de sus
colegios sacerdotales clausurados y de la mitad del ejército egipcio, contra
el farón, su primer ministro, el gobierno y la otra mitad del ejército.
El conflicto concluyó en 1348 a.C., con el
manigidio de Amenophis IV; con el ajusticiamiento de José; con la abolición de el
monoteísmo atónico; con la reinstauración del politeísmo egipcio ancestral
y con el sometimiento a la esclavitud de absolutamente todos y cada uno
de los descendientes de los inmigrantes hebreos, sin excepción (léase: los
hicsos), y andá a la pmqtp,
obvio.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado,
respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la
información contenida en el presente documento se halla jurídicamente
garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art.
19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código
Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2]
Para uno de Los Siete Grandes Sabios
de Grecia (Solón) El Cisne Negro es
la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que
es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
[3] En
griego, la frase meso pótamos significa entre ríos. De ahí que el gran valle limitado por el Trigris
y por el Éufrates haya recibido el nombre de La Mesopotamia. Por eso, nuestra
provincia de Entre Ríos, junto con las de Corrientes y de Misiones, cuyos
territorios están encerrados entre los ríos Uruguay y Paraná, forman la región
de La Mesopotamia Argentina.
[4]
En la antigua mitología hebrea de Egipto, es decir, en la antigua mitología de
los hicsos, Lilith era la luna negra (léase: la luna nueva), concebida como un
ser femenino, enteramente gobernado por la sensualidad extrema de las pasiones
desenfrenadas, es decir, por la lujuria, que la hacía indigna de ser la esposa
legítima de Atón.
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