jueves, 28 de junio de 2012

294 Historia (Israel)


Año I – Primera Edición – Editorial: 00000294 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Jueves 28 de Junio de 2.012.




El Pueblo Elegido III
Por Rubén Vicente 

Exactamente en el año 1.017 a.C., su majestad, el monarca del reino palestino de Filistea (Goleat I Egibi (a) El Gigante), le declaró la guerra al reino de Hebrón, gobernado por su majestad (David I Elohim (a) El Pequeño), obviamente, por el control exclusivo y excluyente de toda Palestina.  

El habilísimo monarca hebreo envió embajadores a la capital filistea (Damasco) negociando la resolución del conflicto a través de un combate personal entre los dos reyes palestinos (el duelo), que se pactó que tuviera lugar en la llanura hebrea de Jezreell.

Como es bien sabido, David venció a Goleat, y se quedó con toda Palestina, instaurando El Gran Reino de Jezreell (léase: Israel), con capital religiosa en la ciudad hebrea de Jerusalén y con capital política en la ciudad filistea de Damasco, inaugurando de ese modo la primera dinastía israelita de Los Elohim, que estableció como lengua oficial del nuevo estado palestino el idioma hebreo y como religión oficial, la del culto a Jehová (léase: el yavismo). 

Durante su glorioso reinado de cuarenta años de duración (40), David maniobró magistralmente para celebrar uniones matrimoniales con varias princesas filisteas a la vez, instaurando la poligamia israelita. Él era ario al cincuenta por ciento, pero su descendencia lo sería al setenta y cinco por ciento (75%), obvio. [3] 

Pero ya siendo un hombre maduro celebró una alianza matrimonial, nada más ni nada menos, que con la monarca del reino árabe sudoccidental de Saba, asegurándose que su primogénito (Absalón Elohim) extendiera los dominios de Israel hasta El Estrecho de Babel Mandeb, que separa El Mar Rojo de El Golfo de Adén, abarcando entonces Palestina y El Arabistán Occidental. 

Los sucesores de El Rey David (Absalón, Hirán, Salomón, Roboam y Jeroboam) harían maravillas, extendiendo incesantemente las fronteras de Israel, hasta que el imperio sagrado (léase: el sacro imperio) de Jehová se extendió desde El Brahma Putra hasta Gibraltar. ¡Guau! 

En semejante contexto, Salomón y Hirán encararían la construcción de El Templo de Jehová de Jerusalén (léase: El Templo de Salomón = El Primer Templo), administrado por los sacerdotes yavistas (léase: los levitas), que eran todos hebreos (léase: semitas = morochos). 

A lo largo de casi toda la existencia de El Imperio Israelita (Israel), la tónica fue la diverisidad racial y religiosa, pero el último monarca (Jeroboam), que era el primogénito de sumo sacerdote de Jehová (léase: el caifás) tomó la gravísima e irreversible decisión de declarar, nada más ni nada menos, que la extinción de Israel, dejando instaurado dos grandes reinos israelitas (2). 

El primero fue el gran reino israelita oriental, que recibió el nombre de Judá (léase: Judea), extendido desde el Brahama Putra hasta El Mediterráneo Oriental, con capital en la ciudad sagrada de Jerusalén; y el segundo fue el gran reino israelita occidental, que recibió el nombre de Samar (léase: Samaría), extendido a toda La Cuenca del Mediterráneo, primero con capital en la ciudad de Damasco y luego en la ciudad africana magrebí de Tunicia (léase: Tunez). 

Eso ocurrió exactamente en el año 814 a.C. Pero en menos de doscientos treinta años (230), la soberanía de Judea y la de  Samaría se fragmentaría y se reduciría progresivamente, surgiendo en todo el antiguo imperio israelita una multiplicidad de estados independientes. 

Sin embargo, los estados isrealitas occidentales de La Cuenca del Mediterráneo (léase: los estados samaritanos = Anatolia, Helenia, Etruria, Fosea, Iberia, Cartago y Sais) se unirían, para conformar una suerte de confederación relativa (léase: la anfictionía), cuyo símbolo sería, justamente, la estrella de las seis puntas (léase: La Estrella de David).

Dicha confederación samaritana mediterránea reconocía a Jehová como creador y supremo gobernante del universo, pero involucionó en su religión, regresando rápidamente al politeísmo ancestral, llamando a Jehová con nombres locales (Dyaus, Zeus, Melkart, Jano, Iupiter, Júpiter, etc.). 

No ocurrió lo mismo en el estado israelita oriental residual (Judá = Judea), donde la dirigencia hebrea sacerdotal (léase: los levitas) de El Templo de Jehová de Jerusalén (El Templo de Salomón = El Primer Templo) se mantuvo firmemente aferrada a el monoteísmo israelita original, evolucionando hacia el rechazo de todo lo que no fuera estrictamente semita o sinceramente yavista, generando una suerte de monoteísmo racista judío, que se fue aislando del resto de la población aria palestina, hasta terminar circunscripto al égido urbano de la ciudad sagrada de Jerusalén.  

En ese contexto, sobrevino la invasión de los babilonios de Nabucodonosor II (586 a.C.), que provocó la destrucción hasta los cimientos de El Templo de Jehová de Jerusalén (El Primer Templo = El Templo de Salomón); la confiscación de tesoro judío (léase: el cakhal = el cajal = la caja) y la deportación de los levitas a la capital babilónica (Isín = Babel = Babilonia = Bagdad), comenzando entonces El Cautiverio de Babilonia, seguido de La Diáspora 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

[3] En esa poligamia davídica se inspira la poligamia de los musulmanes y de los mormones, de quienes los cristianos sostienen que no son cristianos, porque el cristianismo cree en la monogamia, y el catolicismo apostólico romano cree en un matrimonio que es teólogicamente uno, único e indisoluble, hasta que la muerte separe al varón de la mujer casados.

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