martes, 3 de abril de 2012

208 Geopolítica (Francia)

Año I – Primera Edición – Editorial: 00000208 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Lunes 3 de Abril de 2.012.




La Masacre de Toulouse 
Por Rubén Vicente

Pregunta: ¿Por qué los cristianos recelan de los judíos? Respuesta: Porque los judíos no reconocen a Nuestro Señor Jesucristo como El Hijo de Dios y porque lo mataron como a un perro.  

Y otra pregunta: ¿Y por qué los judíos han sufrido tanta persecusión a lo largo de la historia? Respuesta: Bien no se sabe, pero lo cierto es que los egipcios, los babilónicos, los medos, los persas, los griegos, los romanos, los bizantinos, los sarracenos, los tártaros, los nacionalistas europeos y los partidarios del socialismo nacional (el nacional socialismo = el nazismo), no sólo les tienen bronca, como individuos y como sector de la sociedad, sino que además, los más extremistas abogan por su segregación, o peor aún, por su lisa y llana discriminación, o peor aún, por su expulsión en masa de los países en los que viven (el destierro colectivo = el exhodo), o peor aún, por su exterminio masivo (léase: el genocidio judío = el holocausto = la shoa). 

Mucho antes de la publicación de Los Protocolos de los Sabios de Sión (1864), o de El Judío Internacional de Henry Ford (1919), o de La Decadencia de Occidente de Oswald Spengler (1920), la iglesia católica apostólica romana habló pestes de los judíos, a punto tal que, la primera cruzada fue, justamente, contra los judíos que vivían en Europa (1096), y no contra los musulmanes que controlaban los santos lugares de la cristiandad  en el cercano oriente (1099). Y una cosa más. Martín Lutero tiene una obra titulada con el nombre de Contra los Judíos. 

En otras palabras, es un odio viceral que a toda la humanidad le viene desde siempre contra los judíos, no sólo a los pueblos cristianos, sino también, a los paganos previos al cristianismo, y a los musulmanes posteriores. Los sentimientos de las personas y, sobre todo, los sentimientos compartidos de la sociedad, es decir, los sentimientos de los pueblos o de las naciones, son veraderamente difíciles de explicar, y menos de justificar, pero la realidad ineluctable, es decir, la pura verdad, que es la perfecta adecuación del intelecto a las circunstancias objetivas, es que los sentimientos son soberanos, y nada más, claro está.  

Lo cierto es que se sienten, y listo, así de sencillo. Debemos manejar ese dato de la realidad objetiva y vivir con ello en nuestra conciencia, por los siglos de los siglos (per secula seculorum). 

Sabemos que no está bien odiar al próximo. Sabemos que no es lícita la segregación, la discriminación, la xenofobia, o el genocidio. Pero ahí están, en la historia universal, como testigos insobornables de un sentimiento auténticamente imperecedero. 

El socialismo nacional (el nacional socialismo = el nazismo), que es fundamentalmente católico apostólico romano, aboga por la segregación racial de los judíos morochos (los semitas = los sefaradíes), prohibiéndoles unirse sexualmente con los arios, tenerlos como empleados en sus negocios, enseñar en las universidades, ocupar cargos directivos en las empresas, ser accionistas mayoritarios de las mismas u ocupar cualquier cargo público, sea como empleado, funcionario o magistrado, civil o militar, lo mismo da. 

Absolutamente ni una sola palabra dicen los textos nazis sobre discriminarlos, desterrarlos o someterlos a genocidio. Por ende, incluso para el nazismo, los autores intelectuales y materiales, los cómplices y los encubridores de acciones como las suscitadas en el marco de La Masacre de Toulouse, son cri-mi-na-les, que pagaron, pagan y pagarán por su conducta deleznable, sean musulmanes, cristianos, o lo que sean, lo mismo da. 

Y la segregación, consagrada en Las Leyes de Neurenberg de 1934, debe ser entendida como un exceso, ética y moralmente reprochable, pero también, política y jurídicamente defensor de la integridad territorial, de la cohesión poblacional y de la autodeterminación gubernamental del III Reich. 

Consecuentemente, está muy bien censurar al nazismo por el exceso político y jurídico de la segregación racial de los sefaradíes (el antisemitismo = el apartheit), particularmente, de los que eran partidarios de la ideología del socialismo nacional yavista (el nacional socialismo hebreo = el nazismo judío = el sionismo); pero no está bien creer que los nazis incurrieron en los sacrilegios de la discriminación, del destierro o del genocidio porque, históricamente, eso no es verdad, si la verdad es, como decía Santo Tomás de Aquino, la perfecta adecuación del intelcto a la realidad, y nada más, claro está. 

En otras palabras, los partícipes de La Masacre de Toulouse no son nazis, sino más bien, cri-mi-na-les, que no es lo mismo, ni mucho menos. 

Y ojo, que lo que digo, lo digo como orgulloso descendiente de los judíos morochos (los semitas = los sefaradíes) de Al Andaluz (Andalucía), conversos al catolicismo apostólico romano a finales del siglo quince, y como ferviente admirador de los númenes, de las ideas, de de toda la acción política del socialismo nacional yavista (el nacional socialismo hebreo = el nazismo judío = el sionismo) y de El Estado de Israel que supieron instaurar y defender como ellos creen sinceramente que lo manda Jehová. Conste. 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.



[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario