El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Viernes 17 de Agosto de 2.012.
El Socialismo IX
Por Rubén Vicente
Europa y el mundo entero (orbis) están sumidos,
desde hace más de ciento sesenta años (160), en un craso error de lesa ideologicidad, que es no llamar
las cosas por su nombre, nada más que porque hubo uno que se fue de mambo
muy mal, y este artículo de la serie dedicada al socialismo, no pretende ser
otra cosa que un vano pero a mi juicio necesario intento de comprensión
profunda de la realidad histórica y de reflexión objetiva respecto de la
evolución de las ideas.
En efecto, durante la segunda mitad del siglo
diecinueve (el siglo de la industria), Gran Bretaña completó la segunda
revolución industrial, basada en el petróleo, en el acero y en la
electricidad, siendo superadas las máquinas por los motores de
vapor o de combustión interna.
Las fábricas ya no funcionarían sólas, sino
integradas a las plantas, a los parques y a las cuencas industriales. La figura
de la sociedad anónima propietaria de las pequeñas empresas fabriles, empezó a
dejar paso a las sociedades anónimas conformadas por sociedades anónimas, es
decir, a los grupos económicos empresariales, propietarios de las medianas
empresas que, sobre el final del período en
cuestión (1850-1900), empezaron a evolucionar hacia la integración de
los conglomerados económicos, propietarios de las grandes empresas transnacionales,
pero en cada caso, invariablemente ligadas a los planes gubernamentales en
materia económica, diplomática y militar (léase: los planes geopolíticos),
conformando el sector público y el sector privado de cada nación, una unión
inextricable, que recibe el nombre de el complejo financiero, tecnológico,
industrial, comercial, diplomático y militar (léase: el complejo estratégico
nacional).
A ese sistema, Bismark lo llamaba con el nombre el
capitalismo de estado, por oposición a el capitalismo de empresa de
los británicos. Bajo su influjo, la brecha que separaba a Gran Bretaña del resto de Europa y del mundo entero (orbis),
se empezó a reducir progresiva y drásticamente (léase: la independencia
económica). Surgieron grandes competidores (Rusia, Escandinavia, Alemania, Francia,
Italia, Japón y los EEUU), que provocaron el declive de la primera
potencia mundial.
En semejante contexto, los proletarios en general,
los trabajadores en especial y los obreros industriales en particular, formban
parte de asociaciones profesionales de fábrica o locales (léase: los
sindicatos), agrupados a nivel provincial o departamental en federaciones
sindicales, reagrupadas en confederaciones sindicales de carácter regional, recontra
agrupadas en confederaciones generales del trabajo de alcance nacional, siendo
esa la estructura de el movimiento obrero organizado.
Ese movimiento obrero organizado tenía una infraestructura,
representada por las cooperativas (económicas), las mutuales (sociales) y los
ateneos (culturales), por arriba de los cuales estaban los gremios, que
negociaban las condiciones laborales con las cámaras empresariales, en el marco
de las convenciones colectivas de trabajo.
Es cierto que habían crisis económicas capitalistas
(léase: las crisis del progreso), pero no lo es menos que también empezó la era
de la responsabilidad social de las empresas, como así también, el
desistiemiento conciente y deliberado del movimiento obrero organizado de
la vía armada para la toma del poder político, optando por la alternativa de la
aceptación de las reglas del juego del proceso electoral, en el marco de lo que
se llamaba con el nombre de la revolución democrática, que era la revolución en
paz, o si se prefiere, la revolución impura.
En ese contexto, se sucitaban paros, tomas de
fábrica y manifestaciones callejeras, en algunos casos, con enfrentamientos
armados con la policía y declaraciones de estado de sitio (léase: la conmoción
interna), incluyendo los paros generales, de alcance nacional, por tiempo
indeterminado (léase: las huelgas), pero las mismas jamás tuvieron la finalidad
explícita de la toma del poder político por la fuerza, es decir, jamás fueron
huelgas ultra nihilistas, expresadas en términos de la guerrilla rural o
del terrorismo urbano sistemático porque, en todos los casos, sin excepción
alguna, esa paramilitaridad sin cuento fue clara, concreta e inequívocamente ins-tru-men-tal.
Conste.
Todo ese revolucionarismo impuro tiene un nombre,
que es el de el socialismo nacional (el nacional socialismo = el nazismo
decimonónico = el nazismo original = el grünismo = el prohudonismo), bien
llamado con los nombres decimonónicos alternativos y equivalentes de el
socialismo verdadero, de la social democracia o de el laborismo,
e injusta, errada y despectivamente denominado con los nombres de el socialismo
utópico o bien, de el socialismo burgués y contrarevolucionario. Conste.
Ese nazismo laboral tuvo también una
expresión pretendidamente supra nacional, vialibilizada a través de la
estructuración de una nueva asociación civil sin fines de lucro, que comenzó a
girar bajo la razón social de La Asociación Internacional de los Trabajadores
Democráticos (léase: la internacional social demócrata = la segunda internacional
= la internacional nazi), con domicilio legal en la capital francesa (París).
A partir de su creación (1889), a diferencia de la
primera, la segunda internacional ya no sería sólo un rejunte de intelectuales,
sino más bien, una auténtica reunión de intelectuales del nazismo obrero y de representantes
oficiales de los movimientos obreros organizados nacionales.
Los de la segunda internacional eran las
personalidades teóricas y prácticas de el mundo del trabajo, pero la
realidad histórica demuestra, sin la más mínima sombra de dudas, que esa
estructura supra nacional nunca
tuvo una finalidad auténticamente in-ter-na-cio-na-lis-ta, en el sentido
de negar la nacionalidad de los proletarios y su vínculo indestructible
con el estado del que eran habitantes o ciudadanos, en beneficio de un
pretendido movimiento obrero organizado de nivel mundial, enfrentado a
los estados nacionales (léase: el estado obrero global), ni nada que se le
parezca.
La verdad, es que los congresos de la segunda
internacional eran eventos en los que los miembros del mundo del trabajo, a
través de sus intelectuales y de sus representantes gremiales oficiales se
veían las caras, se conocían personalmente, reflexionaban juntos sobre los
temas de interés común, y se encumbraban a través de su pensamiento ante el
resto, que sólo viaticaba y firmaba documentos supuestamente trascendentes
como, por ejemplo, la declaración de el día internacional del trabajo o
de el día internacional de la mujer trabajadora, y otras pedorradas por
el estilo.
En ese contexto, emergió la figura imperecedera de
su santidad, el papa, Msr. Dr. Dn. Vincenzo Peci (a) León XIII (a) Numen in
Caelo (léase: la luz en el cierlo - 81), autor de una encíclica, titulada con
el nombre de La Renovación (léase: de rerun novarum), en la cual condena
explicítimente a el capitalismo liberal (sic), es decir, al capitalismo
de empresa británico, por su egoismo intrínseco, pero también, a el
comunismo marxista (sic) por su ateismo viceral.
Dicho en otras palabras, habían capitalismos aceptables,
como el capitalismo de estado biskmariano, y habían socialismos también
aceptables, como el socialismo nacional (léase: el nazismo original = la social
democracia) de la segunda internacional.
Quedaba así delimitada, nada más ni nada menos, que la
tercera posición, equidistante del capitalismo liberal y del comunismo
marxista, que recibiría el nombre de la doctrina social de la iglesia,
que bien mirada, no es otra cosa que el nazismo eclasiástico, no
jodamos.
Ese nazismo católico de la rerun novarum de
1891 planteó dos principios superadores de todo lo hasta entonces
conocidos (2). El primero es el
principio de el bien común. Y el segundo es el principio de la
subsidiariedad del estado.
El bien común
implica la necesidad de que el gobierno de los estados nacionales sea el
encargado de armonizar los intereses del capital y los intereses del
trabajo, validando o invalidando, total o parcialmente, el proceso de celebración
de las convenciones colectivas de trabajo (léase: la conciliación obligatoria).
Y la subsidiariedad del estado supone que el
gobierno del estado nacional debe intervenir en la economía, exclusivamente,
si los empresarios privados no saben, no pueden o no quieren actuar en
aras del bien común pues, en caso contario, la actividad económica, que por
definición es actividad privada, debe quedar librada a la ley de la
oferta y la demanda, es decir, debe quedar librada al libre juego de las
fuerzas del mercado. Conste.
Esa doctrina social de la iglesia (léase: el nazismo
eclesiástico), sería el forjador de el catolicismo obrero del siglo
veinte (el siglo de la alta tecnología), pero también, del catolicismo
político, institucionalmente representado por los partidos del el socialismo
cristiano (léase: los partidos social cristianos).
En síntesis, el social cristinismo y la social
democracia son las dos vertientes
(2), una más a la centro derecha y
la otra más a la centro izquierda, de el socialismo nacional (léase: el nacional socialismo = el nazismo) que no fue otra cosa
que un descomunal mentís al socialismo ateo, clasista y combativo
(léase: el socialismo científico = el socialismo internacionalista = el
socialismo ultra nihilista = la dictadura del proletariado = la revolución
autocrática = la revolución pura = el marxismo = el comunismo).
Por eso, ya desde principios del siglo veinte, la
cuestión obrera terminaría enfrentando a muerte al nazismo contra el comunismo,
pero en forma exclusiva y excluyente, es decir causando, nada más ni nada
menos, que las dos guerras mundiales, y nada más, claro está.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado,
respondería que, veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación
de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente
garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art.
19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código
Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para
uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente
posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si
ocurriera sería catastrófico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario