El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Viernes 10 de Agosto de 2.012.
El Socialismo II
Por Rubén Vicente
Charles
François Fourier (1772-1837) nació en Besançon (El Franco Condado – Francia),
en el seno de una familia de prósperos comerciantes judíos.
Como
su padre murió siendo él un adolecente, luego de recibir su barmitzvá y su
parte en la sucesión, se autofinanció un viaje por toda Europa durante diez
años (10), durante los cuales no se privó de ninguno de los placeres de la
carne y de la cultura del viejo continente de aquel entonces. Pero eso fue
hasta que se le acabó el oro y, en 1791, se vio forzado a buscar trabajo.
Obtuvo
un empleo público (la función) como aprendiz de empleado administrativo de la
oficina de estadísticas de la municipalidad de la capital francesa (léase: La
Comuna de París). Allí aprendió muchísimo, pero ni bien juntó unos ahorros, renunció.
Desde
entonces, se pasó otros quince años trabajando en las comunas francesas de
Lyon, Ruán, Marsella y Burdeos. Pero en 1816 consiguió un empleo privado (el
trabajo) como corrector en una editorial de Burdeos. Eso le dejó tiempo libre para
hablar con la gente, para leer los periódicos y para reflexionar,
convirtiéndose gradualmente en un escritor aceptable con veleidades de filósofo
de la política de su tiempo.
En
1820 se mudó a París, comenzando a trabajar como periodista del diario Le
Figareaux, que es hoy día el más prestigioso de toda Francia y uno de los más
leídos en el mundo entero (orbis); hasta que falleció en su departamento en
1837.
Durante
esos diecisiete años, Fourier leyó la obra cumbre de liberalismo, es decir, El
Contrato Social de Jean Jacques Rousseau, interesándose tanto por la primer
revolución anarquista francesa (1792-1796), como por la segunda revolución
anarquista francesa (1830). Paralelamente, escribió artículos diaria y
semanalmente, en los que fue expresando sus concepciones filosóficas y sus
propuestas políticas, siendo él el primero de los teóricos de el
colectivismo.
En
general, puede decirse que Fourier formuló una severa crítica al estado burgués capitalista, derivado del
liberalismo minarquita del final de la revolución francesa (1789-1815).
Odiaba la urbanización
y la industrialización del proletariado del primer cuarto del siglo diecinueve
(el siglo de la industria), censurando las instituciones cristianas de la
monogamia y de la familia.
Él partió desde la
idea de que, para que el hombre sea realmente feliz, lo primero que debe hacer
es satisfacer plenamente sus instintos sexuales, mediante el sexo promíscuo,
con varones y mujeres por igual, sea en forma individual o colectiva,
transitoria o permanente, no incestuosa o incestuosa, convencional o pervertida,
paga o gratuita, lo mismo da; planteando el primer principio colectivista,
que es la libertad sexual absoluta de la persona
humana (léase: el sexo libre).
Esas personas
sexualmente libres debían ganar el acceso a las tierras vírgenes de nuestro
planeta, y organizar en ellas las granjas colectivas, cuya seguridad
interior y exterior debía ser garantizada por los propios granjeros, a través
del sitema de las autodefensas armadas.
En esto, Fourier casi
no difiere con los liberales anarquistas, pero tres aclaraciones sutiles
(3) marcarán la diferencia con los colectivistas. Una es que las
tierras debían ser vírgenes, y por ende, deshabitadas,
considerándolas como tierras sin propietario, y por lo tanto,
lógicamente aptas para ser ocupadas pacíficamente (de res nullus = la cosa
de nadie).
La otra es que las
tierras así ocupadas formarán una propiedad común, de la que será
titular el grupo ocupante y no un individuo en particular
(léase: la propiedad colectiva de la tierra).
Y la otra es que la
autofensa armada no sería ya una masa de boludos mal entrenados y peor armados,
sino más bien, una auténtica fuerza guerrera, organizada a la manera de las
antiguas falanges griegas de los hoplitas.
Y por eso, a las
granjas colectivas, dotadas de autodefensas armadas, integradas por los
hoplitas de ningún lado, Fourier las llamó, justamente, con el nombre de las
falanges agrarias, aunque luego de su muerte, las mismas se conviertieran
en el segundo principio colectivista, recibiendo el nombre inmortal de los falansterios. [3]
Sobre esas bases
(léase: el sexo libre, la propiedad colectiva de las tierras vírgenes y los
falansterios), Fourier avanzó imaginariamente en el diseño del modelo de
actividad interna deseable en esas comunidades rurales y aisladas.
La granja colectiva
debía estructurarse como una unidad de trabajo, de producción y de consumo que
fuera autosuficiente. Para ello, la propiedad de los bienes y de los
servicios producidos también debía ser colectiva, repartiéndose dicha
producción entre los miembros del falansterio de acuerdo con un criterio de justicia
distributiva aristélica, de dar a cada uno lo que se merece.
Pero Fourier aclaraba
que si las prácticas o los actos sexuales promíscuos perjudican la producción,
deben ser voluntariamente erradicados del falansterio por los propios
individuos que causen el perjuicio o bien, en su defecto, por decisión del
grupo adoptada en función del criterio de la mayoría simple. A esto Fourier lo
concibió como el tercer principio del colectivismo, llamándolo con el
nombre de la sexualización del trabajo.
Uniendo los tres
principios colectivistas (el sexo libre, los falanterios y la sexualización del
trabajo), Fourier llega una síntesis, definiendo el sistema de relaciones
interpersonales de su grupo humano ideal como una cooperativa, cuyo
único antedente hasta entonces (1837), había sido la que armaron los anarquitas
en la época de Parmentier y de Babeuf (1792-1796).
Por eso, a su doctrina
colectivista, Fourier la llamó con el nombre de el cooperativismo. Y si…
Finalmente, Fourier
decía que, cuando hay exceso de población en un falansterio, se debía
determinar por sorteo quién se queda y quién se va a otro lugar virgen, a
forjar otro nuevo falansterio.
En ese sentido,
Fourier afirmaba que cada falanterio debía estar habitado por un máximo de dos
mil personas (2.000), que si decieran formar familias, nunca
deberían sobrepasar el número de cuatrocientas por cada falansterio (400).
El capital común de
las cooperativas falansteriales se debía representar con acciones con
garantía hipotecaria, que debían ser entregadas a cada granjero según su
aporte personal. Quienes no aportaran bienes, sino sólo trabajo, serían tenidos
como asociados a la cooperativa del falansterio.
Después de la muerte
de Fourier (1837), grupos de inmigrantes europeos fundaron falansterios en los
EEUU, como los de La Utopía (Estado de Ohio), La Reunión (Estado de Texas) y La
Falange (Estado de Nueva Jersey). Esos tres experimentos colectivistas (3)
fueron desactivados durante La Guerra de Secesión (1861-1865).
Sin embargo, el
modelo cooperativista de los falansterios de Fourier daría lugar, durante
la segunda mitad del siglo diecinueve, a su adaptación al medio urbano,
surgiendo numerosas cooperativas de todo tipo (léase: de consumo, de
trabajo, de producción, de servicios privados, de servicios públicos, de ahorro
y préstamo, de crédito, etc.), cuyos miembros y asociados comenzaron a
vivir todos juntos en los nuevos edificios regulados por el régimen legal de la
propiedad horizontal (léase: los departamentos = las casas colectivas). [4]
Específicamente las cooperativas
de servicios privados (salud, vivienda y educación) recibirían el nombre
específico de las sociedades de socorros mutuos (léase: las mutuales), que
darían origen al movimiento colectivista de el mutualismo.
Y del mutualismo
surgirían ya en la primera mitad del siglo veinte, las primeras mutuales
particularmente destinadas a la administración de establecimientos educativos
(las escuelas primarias y los colegios secundarios), que recibieron el nombre
de los ateneos.
En resumidas cuentas, los
falansterios, las cooperativas, las mutuales y los ateneos son las
instituciones derivadas de la aplicación práctica de los principios teóricos emanados
de la doctrina asociacionista de el colectivismo
(el sexo libre, la sexualización del trabajo y la autodefensa laboral
paramilitarizada).
Por último, resta por
analizar las diferencias existentes entre la doctrina recontra ultra liberal de
el anarquismo y la doctrina asociacionista
inicial de el colectivismo, que tantos
puntos de conexión aparente tienen en común.
Anarquismo
|
Colectivismo
|
Individualismo
|
Gragarismo
|
Onanismo
|
Orgiastismo
|
Avaricia
|
Generosidad
|
Actitud
Querellante
|
Actitud
Negociadora
|
Elitismo
|
Masificacionismo
|
Terrorismo
|
Guerrilla
|
Y si me dijeran que
estoy muy equivocado, respondería que veremos,
veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en
el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional
de la República Argentina de 1995 (Art. 14),
la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts.
153 y 155).
[2] Para
uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente
posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si
ocurriera sería catastrófico.
[3] La palabra castellana falansterio se traduce al idioma
hebreo como kibutz. Conste.
[4] Cuando yo era un puber, iba con mi madre a la casa de
mi abuela (Magdalena) en el barrio porteño de El Parque de los Patricios. Cerca
de la sede social de El Club Atlético Huracán estaba La Casa Colectiva, que era un edificio de
cuatro pabellones que eran los lados de un gran cuadrado, de varios pisos y
departamentos cada uno, con una gran entrada y patio central común a todos sus
habitantes, donde habría un gran cuadro donde se veía gente rara, y un cartel
que contenía la leyenda de: El
Falansterio Porteño. Ni mi abuela ni mi madre no supieron explicarme
qué era un falansterio y yo en ese entonces a los libros los miraba de lejos. Allí
vivía una familia integrada por el varón, la mujer y una hija de mi edad
(Claudia) que era tan hermosa como su madre, y la puber a mi me tenía loco de
amor, pero ella ni bola, ja ja já. Recuerdo claramente que a Claudia le
encantaba sentarse en la falda de su padre, al que abrazaba y besaba como si
fuera la novia (sic), mientras que él le acariciaba la cola, pero como si fuera
el novio (sic), sin la que mujer del varón y madre de la puber dijera esta boca
es mía, sino más bien, ahora que repaso la escena en mi mente, hasta parecía
que aprobaba ese trato incestuoso de padre-hija. Cada hogar es un mundo a
parte. No sé si me explico…
No hay comentarios:
Publicar un comentario