sábado, 30 de junio de 2012

296 Historia (Israel)


Año I – Primera Edición – Editorial: 00000296 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 29 de Junio de 2.012.





El Pueblo Elegido V
Por Rubén Vicente 

En vida de Jesús, los judíos y los primeros cristianos casi reconciliaron sus posiciones teológicas divergentes entre el monoteísmo absoluto de los unos y el relativismo trialista de los otros, pero la cruxificción fue un parte aguas, que los empezó a volver a distanciar cada vez más, hasta que empezaron a recriminarse mutuamente haber sido, los primeros, los asesinos del dios hecho hombre, y los segundos, de que los primeros fueron los instigadores de la destrucción del tercer templo y del estado romano palestino que los judíos ya no gobernaban ni habitaban más, con prohibición eterna de volver a pisar su sagrado suelo ancestral.  

Pero la sangre no llegaría al río, por la sencilla razón de que el año 212 d.C., el monarca de El Imperio Romano (La Magna Roma), Mcl. ER ® Dr. Lucio Septimio Bassiano Antonino (a) Caracalla (24), emitió un decreto en cuya virtud declaró que absolutamente todos y cada uno de los habitantes de su mega estado universal quedarían beneficiados con el otorgamiento de la ciudadanía romana, significando la libertad religiosa total, se creyera en lo que se creyera. 

Sin embargo, a finales del siglo tercero de la era cristiana, empazaron las razzias de cristianos, sembrando con cruces el imperio de punta a punta. Bien no se sabe qué es lo que ocurrió, pero lo cierto es que los judíos aprovecharon la volada para escribir pestes de los cristianos, publicando un complemento de La Torah, que recibiría el nombre El Talmud, prolijamente dedicado, que demuestra que Jesús de Nazareth no fue El Hijo de Dios y no fue tampoco El Mesías de Israel, sino más bien, todo lo contrario. 

Los papas no dijeron nada, porque estaban ocupados en salvar el pellejo, pero cuando Constantino fue coranado emperador y convirtió al cristianismo en la nueva religión oficial del estado romano, convirtiéndolo en un imperio sagrado (léase: el sacro imperio), la iglesia católica apostólica romana empezó a darle a los judíos para que tengan, guarden y repartan. 

Para ese momento (325 d.C.), los judíos de La Segunda Diáspora ya residían en forma permanente en todas las grandes ciudades del imperio, desarrollando las profesiones liberales, entre las que se descaba el comercio y, específicamente, las finanzas, enriqueciéndose gracias al préstamo de dinero a crédito sujeto al pago de intereses mercantiles, moratorios y punitorios (léase: la usura), que le estaba vedada a los cristianos en forma individual, y sólo estaba autorizada para las órdenes eclesiásticas, pero sin intereses, que se cargaban a la cuota para disimular. 

En el año 396, sobrevino la fractura política interna, quedando configurados el imperio romano del oriente (Bizancio) y el imperio romano del occidente (Roma), mientras los judíos ya tenían las casas de oración (léase: las sinagogas) por todos lados, con sus maestros de religión (léase: los rabinos), que empezaron a aconsejar a sus feligreses varones que trataran de casarse con mujeres paganas o cristianas (léase: no judías), pero que fueran altas, delgadas, blancas, rosadas, rubias y de ojos azules, por más feas que fueran (léase: las germanas = las nórdicas = las arias), para comenzar la mimetización con un mundo romano que parecía que sería inevitablemente cristiano por los siglos de los siglos. 

Y empezó el lavado de la sangre morocha, es decir, semita (léase: sefaradí) y los pibes empezaron a dejar de ser tan ocuros, volviéndose gradualmente más claros. 

Mientras tanto, los bárbaros atacaban por doquier asolando todo a su paso, hasta que la propia capital imperial occidental (Roma) cayó en su manos, y nunca más se volvería a hablar de el sacro imperio cristiano 

Para finales del siglo quinto, Europa Occidental (léase: La Cisleitania) se había convertido en un pandemonium, donde la cosa era de todos contra todos, pero a matar o morir, hasta que se fueran todos y no quedara ni uno sólo. Y los judíos vivos aprovecharon para acelerar sus proyectos de volverse magnates, de transformarse en grandes rabinos de comunidades cada vez menos morochas y cada vez más rubias; empezando a mezclar el hebreo, el griego, el latín, el germano y el escandinavo, para dar origen a el segundo idioma yavista, que fue el idish. 

Pero nada, porque después de trescientos y pico de años (800), quedó instaurado El Sacro Imperio Romano Germano, con capital religiosa en la ciudad italiana de Roma y con capital política en la ciudad bávara de Aquisgrán, gobernado por Dios Padre, a través de Nuestro Señor Jesucristo, a través de su santidad, el papa, a través del sacro emperador (léase: el kaiser). 

Nada importó que para entonces ya hubieran dos clases de judíos (2), a saber, los morochos (los semitas = los sefaradíes) y los rubios (los arios = los askenazíes), hablando los primeros en hebreo y los segundos en idish, porque igual eran los deicidas que no merecerían el perdón divino ni humano jamás de los jamases. 

La cosa estaba más clara que el agua de deshielo de las altas cumbres. Ellos en sus barrios cerrados urbanos (los guetos) y el resto cristiano afuera, tanto en el campo como en la ciudad, y mejor que se la banquen bien bancada calladitos la boca, porque el horno no está para boyos y, el día menos pensado, tronará el escarmiento, pero de una vez y para siempre, claro está. 

Pero al otro lado de la frontera religiosa con los musulmanes, que también eran semitas, se respiraba la libertad de verdad, en los negocios, en la religión, en la cultura y hasta en la política, sobre todo, en el emirato sunnita de Al Andaluz (Andalucía = Sefarad = España), y más precisamente en la capital (Sevilla), donde los judíos que transaron y aprendieron el árabe, no tuvieron ningun problema para encumbrarse, hasta ocupar los más altos cargos de gobierno, mientras los cristianos eran, sencillamente, el enemigo. 

En ese contexto, en la casi olvidada ciudad sagrada de Aelia Capitolina (léase: Jerusalén) los sarracenos provocaron la destrucción hasta los cimientos los restos de El Templo de Jehová (El Segundo Templo = El Templo de Esdras), a vista y paciencia de los cinco gatos locos judíos que habían vuelto a La Tierra Prometida, que ellos llamaban en hebreo con el nombre de Eretz, nada más que para preservar el orgullo de desconocer olímpicamente que el sacro imperio fuera, según los cristianos blasfemos, El Nuevo Israel. 

Y allí, sobre la nada que quedó, los musulmanes levantaron La Mezquita de Omar (léase: la mezquita azul con la cúpula dorada), porque en su creencia, Abraham, Jesús y Muhammad son Los Profetas de Allah, y nada más, claro está. 

Y pasó lo que tenía que pasar, el día que en El Concilio de Clermont, su santidad, el papa, Msr. Dr. Dn. Urbano II Plantagent (54) formuló un llamamiento a todos los cristianos de Europa, para recuperar los santos lugares en poder de los infieles sarracenos, lanzando contra ellos, nada más ni nada menos, que la guerra santa cristiana, es decir, Las Cruzadas (1096-1271). 

A pesar que muchos en el viejo contiente vieron la oportunidad de salir a quemar vivos a los judíos, lo cierto es la cosa se puso espeza para los sarracenos, en sólo cuatro años (4), pues para entonces, Jerusalén ya estaba bajo el poder militar de los cruzados, quedando instaurado El Reino Latino de Jerusalén, con capital en la ciudad triplemente santa de Jerusalén, gobernado por su alteza, el duque de Brujas, Tte. Gral. RW Dr. Balduino Plantagenet, que fue ascendido al grado de mariscal, operándose su pase a retiro y comenzando a gobernar bajo el nombre nobiliario de Balduino I, inaugurando la primera y única dinastía ultramarina de Los Plantagenet. [3] 

En ese contexto, como los cruzados aceptaban en sus filas tropas auxiliares integradas por varones, mujeres, niños y ancianos, aunque fueran musulmanes, la noticia llegó a Europa, y los judíos vieron la oportunidad que estaban esperando con desesperación, de abjurar de su yavismo ancestral y de convertirse al catolicismo apostólico romano salvador, dejando de hablar en hebreo o en idish, para empezar a comunicarse exclusivamente en el idioma militar (léase: el alemán). 

Entonces, mientras los sefaradíes optaron por La España Musulmana, los ashkenazíes lo hicieron por El Lavante Cristiano (léase: El Cercano Oriente); quedando en Europa menos del diez por ciento de lo que había diez años atrás (10%). 

Pero se ve que a los curas de las parroquias europeas les agarró el remordimiento, o algo por el estilo, porque resulta que los empezaron a progeter de los malos tratos permanententes y sistemáticos a que empezaron, desde entonces, a ser sometidos por la mitad de los cristianos que se quedaron en el viejo continente, a morirse de hambre, de soledad y de amargura de no haber podido ir allá a pelear por la fe como los demás. 

Y San Malaquías en Irlanda anunciando papas para diez mil años y Maimónides en Córdoba enseñando que fingir la conversión al islam o al cristianismo es válido, si de lo que se trata es de conservar la vida, la libertad, el honor y la propiedad (léase: la dignidad humana), y así a uno le terminan matando la fe, y ya no cree en nada, pero en nada (léase: el ateismo judío).  

La deseperación, la decepción y el descreimiento llevó a algunos de alma ya atea a refugiarse en la superstición de la brujería cristiana o de la cálala yavista, convirtiéndose ese en su último refugio espiritual, cayendo rendidos por el sólo paso del tiempo muerto en las garras del maligno, que prefiere coptar a la gente de más fe que, obviamente, forma parte de El Pueblo Elegido, claro está. 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

[3] Lo de latino viene por romano (léase: católico). Ese reino cristiano de Palestina también sería conocido como El Reino de Ultramar (Oltremere).

viernes, 29 de junio de 2012

295 Historia (Israel)


Año I – Primera Edición – Editorial: 00000295 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Viernes 28 de Junio de 2.012.





El Pueblo Elegido IV
Por Rubén Vicente 

Cuarenta años después de La Primera Diáspora (546 a.C.), el primogénito del útimo sumo sacerdote (léase: el caifás) de El Templo de Jehová de Jerusalén (El Templo de Salomón = El Primer Templo), Dr. Mordejai Egibi (32), contrajo matrimonio mazdeista con la primogénita de su majestad, el monarca de El Imperio Medo (Media),  Cambises II Gaumatas (a) El Rey de Reyes (a) El Shah (65). [3]  

Inmediatamente después, el Dr. Egibi fue nombrado como nuevo primer ministro (el gran visir) del gobierno medo. Desde ese mismísmo instante, se sintió en condiciones para implementar un proyecto lárgamente acariciado, como era la planificación y la ejecución de una mega operación militar, tendiente a la conquista meda de la totalidad de El Imperio Babilónico (léase: Babilonia La Grande), que en ese entonces, comprendía los reinos de Arabia, Mesopotamia, Anatolia, Siria y Palestina. 

En sólo cuatro año concretó su objetivo. Desde entonces, el imperio medo se extendió hasta El Mar Mediterráneo Oriental. En premio a sus dotes político-militares, Cambises II emitió un decreto en cuya virtud la nueva satrapía meda de Palestina cambió su nombre por el nuevo de Judea, mientras la ex provincia babilónico-palestina de Judea también cambió su nombre por el nuevo de Sión, obviamente, con capital en la ciudad sagrada de Jerusalén. 

Como nuevo gobernador medo de Judea (léase: el sátrapa), fue nombrado el primogénito del Dr. Mordejai Egibi (Esdras) quien, más rápido que volando hizo dos cosas (2). La primera fue convocar a los levitas deportados como consecuencia de El Cautiverio de Babilonia. Y la segunda fue ordenarle a los arquitectos medos con que contaba, el diseño y la construcción, nada más ni nada menos, que de El Templo de Jehová de Jerusalén (léase: El Segundo Templo = El Templo de Esdras), autoproclamándose como primer sumo sacerdote, obviamente hereditario (léase: el caifás). 

La satrapía meda de Judea subsistió aún después de la instauración de El Imperio Persa (La Gran Persia), con nueva capital en la ciudad profana de Teherán, gobernado por los monarcas de la dinastía mitraista de Los Aqueménidas (386 a.C.); y aún después de la instauración de El Imperio Griego (La Magna Grecia), con capital en la ciudad sagrada nilopa de Alejandría (330 a.C.), gobernado por la dinastía ex samaritana, ex dórica y ex helénica de Los Diádocos. [4] 

Sin embargo, cuando sobrevino la fractura (244 a.C.), quedaron conformados los cuatro grandes reinos griegos de Persia, Siria, Egipto y Grecia (propiamente dicha). En ese contexto, la satrapía de Judea se transformó en un reino sirio, gobernado por la nueva dinastía judía de Los Macabeos, que declararon la existencia material, la constitución formal, la soberanía interior y la independencia exterior de El Reino de Judea, con obvia capital teopolítica en la ciudad sagrada de Jerusalén. 

Esa situación se mantuvo hasta el año 67 a.C. cuando las tropas de Pompeyo llevaron a cabo la conquista de Judea, que se convirtió en el nuevo proconsulado romano dinástico de Palestina, con nueva capital en la ciudad comercial portuaria mediterránea de Ascalón, gobernado por la nueva dinastía judeo-romana de Los Coatas, que estaban emparentados con Los Macabeos, de la misma manera que ellos estaban emparentados con Los Egibi, claro está. 

En el año 40 a.C., sobrevino el fallecimiento del sumo sacerdote (el caifás) de El Templo de Jehová de Jerusalén (El Segundo Templo = El Templo de Esdras), Dr. Hircano II Egibi (a) El Satanista, cuya dignidad teopolítica fue cubierta por el primer ministro judeo-romano (el gran visir), Dr. Jeroboam Coat Dana (a) Antipas (a) Antípater (a) Antípatros (a) El Idumeo (62), que fue el encargado de dar lectura a El Testamento de Hircano. 

Dicho documento refería las visiones oníricas del caifás muerto, según las cuales, Lucero del Alba (Lucifer = El Angel Caído = Satanás) le había revelado que era inminente la llegada al mundo de un descendiente no judío de la dinastía ancestral israelita de Los Elohim, que provocaría la destrucción hasta los cimientos del segundo templo; que expropiaría las estaciones comerciales (léase: los vilayatos + las madinas + los guetos = los empórios) de La Ruta de la Seda, que unía el comercio del oriente con el occidente, y viceversa, desde Seúl hasta Gadez (Cadiz); que confiscaría el tesoro judío mundial (el kajal = el cabal = la cábala = la caja); que ajusticiaría a todos los levitas y que declaría la extinción del gran reino proconsular romano dinástico de Judea. [5]   

Hacia el año 20 a.C., su majestad, el monarca de El Imperio Romano (La Magna Roma), Gn. Mcl. ER ® Dr. Augusto I César (43), le ordenó a su majestad, el proconsul romano dinástico de Palestina, Mcl. ER ® Dr. Herodes I Egibi (a) El Grande (53), encarar la construcción de El Templo de Júpiter, que quedaría rodeando a El Templo de Jehová de Jerusalén (El Segundo Templo = El Templo de Esdras), dejando configurado El Templo de Júpiter de Jerusalén (El Tercer Templo = El Templo de Herodes = El Templo de Satanás). [6] 

Cicuenta y tres años más tarde (33 d.C.), Satanás sería expulsado del tercer templo por Jesusías Barrabás (a) Jesús de Nazareht (a) Nuestro Señor Jesucristo (50), que pagaría con su vida semejante ofensa al maligno. [7] 

Y la venganza cristiana contra Satanás, vendría de la paradógica mano de Vespaciano, que en el año 70 d.C., concretaría la profecía hircánica de llevar a cabo la destrucción hasta los cimientos de El Templo de Júpiter de Jerusalén (El Tercer Templo = El Templo de Herodes = El Templo de Satanás), ordenado la expulsión eterna de los judíos de la ciudad santa, pero no del proconsulado romano y ya no más dinástico judío de Palestina. 

Y en el año 135 d.C., luego del aplastamiento de la rebelión judeo-cristiana (léase: sicario-zelote), liderada por Judas Barrabás (a) Judas de Gamala (a) El Sobrino Nieto de Nuestro Señor Jesucristo (45), la autoridades imperiales romanas ordenaron la expulsión eterna de los judíos del proconsulado romano de Palestina, iniciándose La Segunda Diáspora; mientras la ciudad santa de Jerusalén cambiaba su antiguo nombre judío por el nuevo romano de Aelia Capitolina. 

En otras palabras, al principio del segundo tercio del siglo primero de nuestra era, mientras los cristianos consolidaban su expansión en los proconsulados romanos de Palestina y de Italia, los judíos habían dejado de tener templo, estado, ruta de la seda y tesoro, perdiéndolo todo, excepto su fe en su creencia imperecedera de ser, nada más ni nada menos, que El Pueblo Elegido, claro está. 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos. 


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

[3] Los helenos tuvieron un conflicto bélico con los medos, que la historia universal recuerda con el nombre de Las Guerras Médicas. Y tengamos en cuenta otra curiosidad de la historia, que es que una familia yavista de los tiempos del imperio romano, al bautizarse en el catolicismo apostólico romano tomo como apellido que tiene todo que ver con los medos que, en el idioma toscano, se traduce como i medici (léase: Los Medici). Conste.

[4] Tengamos en cuenta que El País del Nilo (léase: Egipto), también es conocido en la historia universal como el país nilopa, y que el nombre de la ciudad de Alejandría, que se sitúa en el delta de la desembocadura del río Nilo en El Mar Mediterráneo Oriental, deriva de la gloria del primer emperados de La Gran Gracia (La Magna Grecia), es decir, de su magestad, Alejandro I Diádocos (a) Alejandro el Grande (a) Alejandro Magno. Por último, tengamos en cuenta que Los Diádocos son descendientes consanguíneos directos de Los Elohim del extinto Imperio de Israel. Conste.

[5] Para el análisis del control judío de La Ruta de la Seda hacia el año 40 a.C., léase El Cisne Negro (Editorial61).

[6] Herodes le dio el gusto a Augusto de construir El Templo de Júpiter alrededor de El Templo de Jehová, pero también se dio el gusto de emplazar, además de Las Aguilas Romanas, una estatuilla de ébano que representaba en ser mostruoso y alado (léase: una gárgola = un ángel negro), que era una alegoría del maligno, porque toda la dinastía de Los Coatas era satanista. Conste.

[7] Para el análisis de los orígenes de El Cristianismo, véase El Cisne Negro (Editoriales 106 a 116).

jueves, 28 de junio de 2012

294 Historia (Israel)


Año I – Primera Edición – Editorial: 00000294 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Jueves 28 de Junio de 2.012.




El Pueblo Elegido III
Por Rubén Vicente 

Exactamente en el año 1.017 a.C., su majestad, el monarca del reino palestino de Filistea (Goleat I Egibi (a) El Gigante), le declaró la guerra al reino de Hebrón, gobernado por su majestad (David I Elohim (a) El Pequeño), obviamente, por el control exclusivo y excluyente de toda Palestina.  

El habilísimo monarca hebreo envió embajadores a la capital filistea (Damasco) negociando la resolución del conflicto a través de un combate personal entre los dos reyes palestinos (el duelo), que se pactó que tuviera lugar en la llanura hebrea de Jezreell.

Como es bien sabido, David venció a Goleat, y se quedó con toda Palestina, instaurando El Gran Reino de Jezreell (léase: Israel), con capital religiosa en la ciudad hebrea de Jerusalén y con capital política en la ciudad filistea de Damasco, inaugurando de ese modo la primera dinastía israelita de Los Elohim, que estableció como lengua oficial del nuevo estado palestino el idioma hebreo y como religión oficial, la del culto a Jehová (léase: el yavismo). 

Durante su glorioso reinado de cuarenta años de duración (40), David maniobró magistralmente para celebrar uniones matrimoniales con varias princesas filisteas a la vez, instaurando la poligamia israelita. Él era ario al cincuenta por ciento, pero su descendencia lo sería al setenta y cinco por ciento (75%), obvio. [3] 

Pero ya siendo un hombre maduro celebró una alianza matrimonial, nada más ni nada menos, que con la monarca del reino árabe sudoccidental de Saba, asegurándose que su primogénito (Absalón Elohim) extendiera los dominios de Israel hasta El Estrecho de Babel Mandeb, que separa El Mar Rojo de El Golfo de Adén, abarcando entonces Palestina y El Arabistán Occidental. 

Los sucesores de El Rey David (Absalón, Hirán, Salomón, Roboam y Jeroboam) harían maravillas, extendiendo incesantemente las fronteras de Israel, hasta que el imperio sagrado (léase: el sacro imperio) de Jehová se extendió desde El Brahma Putra hasta Gibraltar. ¡Guau! 

En semejante contexto, Salomón y Hirán encararían la construcción de El Templo de Jehová de Jerusalén (léase: El Templo de Salomón = El Primer Templo), administrado por los sacerdotes yavistas (léase: los levitas), que eran todos hebreos (léase: semitas = morochos). 

A lo largo de casi toda la existencia de El Imperio Israelita (Israel), la tónica fue la diverisidad racial y religiosa, pero el último monarca (Jeroboam), que era el primogénito de sumo sacerdote de Jehová (léase: el caifás) tomó la gravísima e irreversible decisión de declarar, nada más ni nada menos, que la extinción de Israel, dejando instaurado dos grandes reinos israelitas (2). 

El primero fue el gran reino israelita oriental, que recibió el nombre de Judá (léase: Judea), extendido desde el Brahama Putra hasta El Mediterráneo Oriental, con capital en la ciudad sagrada de Jerusalén; y el segundo fue el gran reino israelita occidental, que recibió el nombre de Samar (léase: Samaría), extendido a toda La Cuenca del Mediterráneo, primero con capital en la ciudad de Damasco y luego en la ciudad africana magrebí de Tunicia (léase: Tunez). 

Eso ocurrió exactamente en el año 814 a.C. Pero en menos de doscientos treinta años (230), la soberanía de Judea y la de  Samaría se fragmentaría y se reduciría progresivamente, surgiendo en todo el antiguo imperio israelita una multiplicidad de estados independientes. 

Sin embargo, los estados isrealitas occidentales de La Cuenca del Mediterráneo (léase: los estados samaritanos = Anatolia, Helenia, Etruria, Fosea, Iberia, Cartago y Sais) se unirían, para conformar una suerte de confederación relativa (léase: la anfictionía), cuyo símbolo sería, justamente, la estrella de las seis puntas (léase: La Estrella de David).

Dicha confederación samaritana mediterránea reconocía a Jehová como creador y supremo gobernante del universo, pero involucionó en su religión, regresando rápidamente al politeísmo ancestral, llamando a Jehová con nombres locales (Dyaus, Zeus, Melkart, Jano, Iupiter, Júpiter, etc.). 

No ocurrió lo mismo en el estado israelita oriental residual (Judá = Judea), donde la dirigencia hebrea sacerdotal (léase: los levitas) de El Templo de Jehová de Jerusalén (El Templo de Salomón = El Primer Templo) se mantuvo firmemente aferrada a el monoteísmo israelita original, evolucionando hacia el rechazo de todo lo que no fuera estrictamente semita o sinceramente yavista, generando una suerte de monoteísmo racista judío, que se fue aislando del resto de la población aria palestina, hasta terminar circunscripto al égido urbano de la ciudad sagrada de Jerusalén.  

En ese contexto, sobrevino la invasión de los babilonios de Nabucodonosor II (586 a.C.), que provocó la destrucción hasta los cimientos de El Templo de Jehová de Jerusalén (El Primer Templo = El Templo de Salomón); la confiscación de tesoro judío (léase: el cakhal = el cajal = la caja) y la deportación de los levitas a la capital babilónica (Isín = Babel = Babilonia = Bagdad), comenzando entonces El Cautiverio de Babilonia, seguido de La Diáspora 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

[3] En esa poligamia davídica se inspira la poligamia de los musulmanes y de los mormones, de quienes los cristianos sostienen que no son cristianos, porque el cristianismo cree en la monogamia, y el catolicismo apostólico romano cree en un matrimonio que es teólogicamente uno, único e indisoluble, hasta que la muerte separe al varón de la mujer casados.

miércoles, 27 de junio de 2012

293 Historia (Israel)


Año I – Primera Edición – Editorial: 00000293 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Miércoles 27 de Junio de 2.012.



El Pueblo Elegido II
Por Rubén Vicente 

En el año 1248 a.C., mientras se cumplían exactamente cien años de sometimiento a la esclavitud de los descendientes de los inmigrantes hebreos (los hicsos), en algún lugar de El Imperio del Nilo (léase: Egipto), sobrevino el nacimiento de un varón, que fue abandonado por su progenitora en una canasta que dejó flotar a la deriva en las aguas del Nilo.

Obviamente, se trataba de un bebé bastardo, engendrado por una prostituta hebrea y por su cliente egipcio, pero el nenito tuvo tanta pero tanta suerte que fue rescatado de las aguas, nada más ni nada menos, que por una esclava del faraón (Ramsés II), cuya ultra bellísima esposa (Nefertiti) no le había dado hijos, y se fascinó con la idea de adoptarlo como propio, bautizándolo obviamente con un nombre egipcio pero que, en hebreo se traduce como Moshé (léase: Moisés). [3] 

Moisés se crió y se educó en la corte del faraón, pero cuando ya tenía veintiocho años de edad, mientras concluía su aprendizaje del arte de la guerra, sobrevino un hecho terrible. Los jonios, oriundos de la península balcánica, se lanzaron a la conquista de Egipto, cruzando El Mediterráneo Oriental y estableciéndose en la parte asiática del imperio (léase: El Bajo Canaán = Amurrú). [4] 

En respuesta a la invasión de Los Pueblos del Mar (léase: los jonios = los filisteos = los palestinos), el faraón (Ramsés II) nombró a su único hijo varón adoptivo (Moshé = Moisés) como nuevo comandante en jefe de la fuerza expedicionaria egipcia que recuperaría para el imperio nilopa la soberanía sobre El Bajo Canaán (léase: Amurrú = Palestina).  

Luego de batallar cincuenta años, finalmente, Moisés concluyó su obra, pero de un modo ciertamente muy particular, porque resulta que pactó con los invasores, nada más ni nada menos, que la traición a su patria, repartiéndose las tierras palestinas con los pueblos del mar y dejando conformados varios reinos palestinos independientes de Egipto (Hazor, Filistea, Nabatea, Idumea y Hebrón), con capital en la ciudad ex egipcia de Kharu Salám (léase: Ierusilán = Jerusalem = Jerusalén), este último obviamente gobernado por Moisés, desde 1.168 a.C. 

Inmediatamente después de su coronación, Moisés envió embajadores de Kharnac, para negociar la firma de un tratado de paz, amistad, navegación y comercio de Hebrón con Egipto que, de ese modo, reconoció oficialmente la independencia hebrea.  

El Tratado de Kharnac también implicó el reconocimiento del derecho de nuevo gobierno de Jerusalén de convocar a todos los esclavos hebreos de Egipto (léase: los hicsos) a vivir como esclavos, pero ya no en Egipto, sino más bien, en Hebrón. [5]  

Finalmente, Moisés decidió la adopción por parte de todos los hebreos varones del culto ario, solar, masculino y monoteísta palestino de Shamash, incluyendo la circuncisión ritual; como base de una alianza militar estratégica anti egipcia entre los hebreos semitas y los pueblos del mar (los jonios = los hijos del dios = tá philis teos = los filisteos = de philistín = los palestinos).  

Desde entonces, los hebreos tradujeron a su lengua el nombre de Shamash, comenzando a llamarlo con el nombre hebreo de Yahveh (léase: Yavé = Jehová), al que empezaron a considerar como El Señor de los Ejércitos que, en hebreo, se dice Sebaot. 

A partir del mismísimo momento en que los hebreos y los palestinos establecieron esa alianza teopolítica en los nuevos estados palestinos (Mitán, Aram, Casitia, Hazor, Filistea, Nabatea, Idumea y Hebrón), comenzó la fusión racial entre los semitas (los hebreos) y los arios (los palestinos), hasta que llegaría un momento es que ya no fue posible diferenciarlos entre sí, salvo por el idioma, claro está. Conste. 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

[3] En la antigüedad, las esclavas jóvenes y bellas eran destinadas a prostituirse en burdeles urbanos (léase: la trata de personas). Los hijos habidos con los clientes eran sistemáticamente arrojados a las alcantarillas pero, si la madre sentía demasiado dolor de matarlo peor que a un perro, podía optar por lo que hizo la progenitora de Moisés, cuyo nombre en hebreo significa, justamente, el rescatado de las aguas.

[4] El sur del antiguo país natural de El Canaán, que fue primero del pueblo originario de los cananeos, fue invadido por Caldea, estableciendo allí el reino caldeo de Amurrú, de donde a sus habitantes caldeos les vino el nombre colectivo (léase: el gentilicio) de los amorreos. Posteriormente, los inmigrantes hebreos (los hicsos) ayudaron a los egipcios a conquistar Amurrú, obviamente, en perjuicio de los caldeos. Y en 1.220 a.C., El Amurrú Egipcio fue conquistado por los jonios que venían de al otro lado de El Mediterráneo, siendo conocidos entre los egipcios invadidos con el nombre de Los Pueblos del Mar. Cabe aclarar que los jonios (léase: los pueblos del mar) eran gente de la raza blanca indoeuropea, es decir, eran albos, albinos o, si de prefiere, arios, es decir, varones altos, delgados, rubios de ojos azules; que le rezaban a un dios solar masculino, que llamaban con el nombre de Shamash. Una particularidad del culto religioso ario solar masculino y monoteísta de Shamash era el corte del prepusio de los recién nacidos, es decir, la circuncisión ritual, como señal simbólica de completa sumisión a la divinidad desde el mismísimo nacimiento del varón. Y otra característica de los devotos de Shamash era que ellos se llamaban a si mismos con el nombre coletivo de Los Hijos del Dios (tá philis teos = los filisteos = de philistín = los palestinos), motivo por el cual, los jonios invasores de El Bajo Canaán Egipcio, bautizaron a la tierra conquistada con el nombre de el país de los palestinos (léase: Palestina). Conste.

[5] El pueblo elegido recuerda la migración de los hicsos a Hebrón con la alegoría de El Cruce del Mar Rojo.

martes, 26 de junio de 2012

292 Historia (Israel)


Año I – Primera Edición – Editorial: 00000292 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Martes 26 de Junio de 2.012.





El Pueblo Elegido I
Por Rubén Vicente 

Treinta siglos antes del inicio de nuestra era, el mundo entero (orbis) era un gran espacio geográfico poblado por una mayoría de individuos (varones, mujeres, niños y ancianos) que vivían inmersos en los estadíos antropológicos más bajos de la ferocidad, del salvajismo y de la barbárie. 

Pocas comunidades humanas conocían lo que es la civilización, que sólo se alcanza cuando las mismas tienen individual y colectivamente internalizados los conocimientos vinculados con el calendario, con la arquitectura, con los sistemas de pesas y medidas, con la moneda, con la producción rural y urbana, con el comercio, con la escritura y con la ley escrita. 

Para entonces (3.000 a.C.) la última glaciación corta aún hacía sentir sus últimos efectos gélidos, dejando habitable únicamente la franja limitada por los trópicos de Cáncer al norte y de Capricornio al sur, con la línea del Ecuador atravesando el centro de la misma. 

La civilización antigua sólo se había alcanzado en entre los ríos Tigris y Eufrates (actual Irak) y en el valle del Nilo (Egipto), donde ya había ciudades políticamente autónomas, que vivían alternando relaciones de violencia (la guerra) o de armonía (la paz), integrantes de los imperios mesopotámicos de Akkad (El Irak Central) y de Sumer (El Irak Meridional y Kuwait), como así también, el imperio del Nilo (léase: Egipto). [3] 

Exactamente en el año 1936 a.C., los acadios y los sumerios se unieron, para conformar El Imperio de Caldea, también conocido como el imperio caldeo, con capital en la ciudad de Ur (léase: Ur de los Caldeos), bajo el gobierno de su primer monarca (Ishbierra). El acto político inaugural de la civilización caldea fue la entrada en vigencia de El Código de Hammurabi, que fue el primer refrito de leyes dispersas en un cuerpo legal único de la historia universal, que regulaba absolutamente todas las cuestiones individuales y colectivas de la población. 

Como se dijo, el sur de Caldea era zona en la que vivían los sumerios (actual sur de Irak y todo Kuwait). Al oeste de ellos se extendía El Desierto de Moab, absolutamente seco, cálido en invierno y tórrido en verano, con lógicos días infernales y noches gélidas, por eso de la gran amplitud térmica que tienen los desiertos, obvio. 

En esa tierra inclemente de Moab vivía un pequeño grupo de individuos agrupados en familias y reagrupados en clanes salvajes, que habían aprendido a sacar agua del subsuelo, suministrándosela a las cabras que eran su alimento, necesario para estar fuertes para la guerra permanente que libraban entre ellos desde hacía miles de años, sólo interrumpida sólo por armisticios verbales que duraban unos pocos meses o a lo sumo años. 

Esos clanes moabistas le rendían culto a la gran señora de la noche, es decir, a la luna, a la que llamaban con el nombre de Heb. En el momento en que se constituyó el gran imperio caldeo y entró en vigencia el código hammurabiano, se le prohibió a los moabitas de Heb la entrada en las ciudades, dejándolos definitivamente excluídos de la civilización.  

Trataron de entrar a la fuerza, pero el ejército caldeo los rechazó, mientras el gobierno de Ur los ponía fuera de la ley, empezándoselos a conocer como Los Reos de Heb, es decir, como Los Heb Reos (léase: los hebreos). 

Fue en ese contexto, cuando se llevó a cabo una reunión de todos los jefes de los clanes hebreos, en algún lugar del desierto moabita, quienes decidieron deponer sus rencillas ancestrales y elegir un jefe único de todos ellos (el cacique de la tribu = el fuhrer, ja ja já). 

El primer cacique de la flamante tribu de los hebreos se llamaba Tarik, y él le encomendaron la misión de dirigirlos en la empresa colectiva de lavantar los petates y de mandarse a mudar con la música a otra parte, porque una cosa era vivir en el desierto todo el año y entrar a la ciudad una vez cada tanto, y otra muy diferente era que nunca más los dejaran entrar a comprar o a robar lo que les resultara necesario, claro está. 

Y vagaron por el desierto de acá para ella durante cuarenta años (1936-1896 a.C.) hasta que Tarik logró pactar con el cacique de la tribu de los cananeos de la actual Siria y El Líbano (Nimrod), quedarse a vivir en el país natural de El Canaán (léase: Caná) en forma permanente en el gran oasis de Gutta.  

Desde entonces, hebreos y los cananeos vivieron felices y comieron perdises, pero hasta que Tarik murió, siendo sucedido por su primogénito, llamado Ibrahim hijo de Tarik (léase: Ibrahim ben Tarik = Abraham), que no tuvo mejor idea que declararle la guerra hebrea a los cananeos del viejo Nimrod, hasta que le arrebató la totalidad, justamente, del gran oasis de Gutta.  

Los cananeos fueron esclavizados por los hebreos, que eran unos salvajes, pero no comían vidrio, y aprovecharon que entre sus esclavos había algunos que sabían construir casas de piedra como las que ellos ya conocían que existían en la lejana ciudad sudoriental de Ur de los Caldeos. Resultado: Veinticinco años más tarde ya existía la ciudad de Gutta, que con el correr de las décadas siguientes, se convertiría en la primera capital hebrea de un nuevo estado que sería conocido como El Reino de Damasco, pues el principal producto de consumo y exportación eran los damascos, obvio. 

Más o menos para el año 1.600 a.C., su majestad, el monarca del reino damaceno, que era el tátara nieto de Abraham, llegó a un acuerdo con el faraón de Egipto (Dyehuti I) para comenzar a radicar colonos hebreos en el imperio nilopa, a cambio de que los adoradores de Heb (léase: los hebreos) les ayudaran a los egipcios a colonizar el desierto que se extendía entre Damasco y Egipto, habitado por los salvajes amorreos, que eran aliados de los caldeos del este. 

En Egipto, los inmigrantes hebreos fueron colectivamente conocidos como los súbditos de Isaac, es decir, como los isaaquitas o bien, como los hicsos. Doscientos años más tarde, los hicsos ya se habían encumbrado en la totalidad de las actividades económicas egipcias (la ganadería, la agricultura, la pesca, la explotación forestal y la minería, tanto acuífera como lítica y metalífera), perfilándose como la nueva clase social de los magnates asiáticos, desplazando a la competencia local africana, bajo el lema de que cocodrilo que se duerme es cartera, ja ja já. 

Hasta que el nuevo farón (Amenophis IV) nombró como su nuevo primer ministro (léase: el gran visir) al cacique de los hicsos de Egipto (José). Los dos eran jóvenes, pero parece que José era un poco mayor y, como resultaba que ambos eran bixesuales, se hicieron amantes. Desde entonces, Amenophis empezó a decir que José estaba siempre con él porque tenía el don de la interpretación de los sueños. Y si, porque José lo hacía ver las estrellas, y no me pregunten en qué momento, porque no se los puedo decir y, además, ustedes lo saben de sobra. ¿Verdad? 

Juntos se creían que eran Lennon y Mc Arney, porque resulta que José lo convenció a Amenophis IV de que él, que debía venerar a los dioses egipcios más que nadie, porque la creencia religiosa del país nilopa era que el faraón era el hijo de los grandes dioses (el sol y la luna = Raá y Amón), tenía que imponer una nueva crencia en un nuevo dios, que fuera tan sólar y másculino como lunar y femenino a la vez, que terminaría recibiendo el nombre de El Halo del Sol (léase: Atón = Adón = Adonai = Adonis), que no tendría esposa, pero si una amante que, justamente, era la luna (Heb) que, en Egipto, cambiaría su antiguo nombre por el nuevo de Lilith. [4] 

La cuestión es que Amenophis IV emitió un decreto en cuya virtud impuso de prepo el nuevo culto religioso de Atón, pretendiendo forjar la nueva religión egipcia de el atonismo. El decreto establecía que, de ahí en más, todos los templos de todos los dioses de Egipto serían clasurados, licenciándose a sus colegios sacerdotales para siempre y trasladándose los tesoros templarios al nuevo templo del dios único (Atón), construído en la ciudad de Amarna. 

Fueron treinta y cinco años de guerra civil entre los feligreses monoteístas de Atón y los politeístas del pueblo, de sus colegios sacerdotales clausurados y de la mitad del ejército egipcio, contra el farón, su primer ministro, el gobierno y la otra mitad del ejército.  

El conflicto concluyó en 1348 a.C., con el manigidio de Amenophis IV; con el ajusticiamiento de José; con la abolición de el monoteísmo atónico; con la reinstauración del politeísmo egipcio ancestral y con el sometimiento a la esclavitud de absolutamente todos y cada uno de los descendientes de los inmigrantes hebreos, sin excepción (léase: los hicsos), y andá a la pmqtp, obvio. 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

[3] En griego, la frase meso pótamos significa entre ríos. De ahí que el gran valle limitado por el Trigris y por el Éufrates haya recibido el nombre de La Mesopotamia. Por eso, nuestra provincia de Entre Ríos, junto con las de Corrientes y de Misiones, cuyos territorios están encerrados entre los ríos Uruguay y Paraná, forman la región de La Mesopotamia Argentina.

[4] En la antigua mitología hebrea de Egipto, es decir, en la antigua mitología de los hicsos, Lilith era la luna negra (léase: la luna nueva), concebida como un ser femenino, enteramente gobernado por la sensualidad extrema de las pasiones desenfrenadas, es decir, por la lujuria, que la hacía indigna de ser la esposa legítima de Atón.