jueves, 22 de diciembre de 2011

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Año I – Primera Edición – Editorial: 000000018

El Cisne Negro [1]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Jueves 15 de Septiembre de 2.011.


El Infierno y El Paraiso
Por Rubén Vicente


La revolución industrial acá empezó tardíamente a finales del siglo diecinueve, generando los fenómenos de la urbanización, de las fábricas y de la aparición de la clase obrera básicamente europea. Eso provocó el hacinamiento, cuyo gran ícono porteño aún viviente son los conventillos del barrio de La Boca, pintados por el pincel magistral de Quinquela Martín y retratados por la genial fotografía de Pedro Luis Raota.

Pero desde el final de La Gran Guerra Mundial (1914-1918), atraídos por las bondades de la modernidad del puerto, los negros del interior y los de los países límitrofes (los cabecitas negras), instigados por los punteros barrriales, por los consejales y por los funcionarios muncipales del radicalismo irigoyenista, comenzaron a armarse sus ranchitos en los terrenos fiscales, surgiendo entonces las primeros asentamientos marginales.

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945), de la que es hija el peronismo, extendió el fenómeno a toda la Capital Federal, al Gran Buenos Aires y al conurbano de las grandes ciudades de la Argentina (Bahia Blanca, Mar del Plata, La Plata, Rosario, Santa Fé, Córdoba, Tucumán y Mendoza).

En 1953, criticando los programas habitacionales del justicialismo, el periodista Bernardo Vervitsky escribió una serie de artículos en Noticias Gráficas que se referían a los problemas de la sobrepoblación, del hacinamiento, de la inmigración interna cuasi aborigen y de los asentamientos marginales, a los que él bautizó con el nombre imperecedero de las villas miseria.

La tecera guerra civil argentina (1955-1983) llevó a las villas nuevos problemas hasta entonces desconocidos, como son la militancia (social, política y religiosa), el crimen organizado (la trata de personas y los tráficos ilícitos) y la feudalización de la sociedad nacional, que recluye a la clase media alta en los barrios cerrados y a las clases bajas en unas villas cada vez más urbanizadas en forma clandestina y convertidas en auténticas fabelas, que son los bastiones de la indigencia, de la violencia y de la anarquía.

La democracia constitucional (1983-2011), con sus derechos humanos y con sus planes habitacionales no ha logrado ni siquiera encausar ese desastre que tiene en vilo, cada día y cada noche, a la ciudadanía de clase media baja (la pequeña burguesía) que vive de su trabajo, que paga sus impuestos y que ejerce su derecho al voto, sin lograr vivir en paz, con seguridad y en tranquilidad.

De esos antros infectos surge el género musical de la cumbia villera, que es un canto al paco, al embrutecimiento de los varones y al envilecimiento de las mujeres. Las antenas parabólicas de la televisión satelital directa de las villas miseria argentinas son el símbolo del desparpajo clientelista de los empresarios desaprensivos y de los políticos caza votos. La policía les pega y los jueces los apañan, mientras ellos se matan entre si y joden a medio mundo, sin que nadie le ponga el cascabel al gato (de la villa al sauna y del sauna a la villa, y todo en el microcentro, je jé).

Las villas son los reductos de la mano de obra ocupada de la corrupción y del crimen organizado, que son los dos grandes pilares del sistema que supimos conseguir. Todos nos preguntamos qué se podría hacer para revertir este panorama desolador, que nos augura un futuro negro de toda negritud. Por eso, acá va una propuesta radical de justicia peronista.

Tenemos la Patagonia inmensa, bellísima y deshabitada, descongelándose por el cambio climático (la tierra). Tenemos veinte millones de indigentes apiñados en las villas amargándoles la vida a los demás (el trabajo). Y tenemos doscientos mil millones de dólares depositados en el extranjero (el capital). Ténemos tierra, trabajo y capital. Tenemos todo lo que se necesita para desarrollar el país, erradicar las villas, solucionarle el problema a los explotados y resguardar la soberanía de la rapiña británica y de la codicia trasandina.

¿Qué estamos esperando para empezar a pensar en grande? ¿Por qué no construímos el tren bala hasta el Cabo de Hornos? ¿Por qué jodemos con los glaciares y queremos prohibir la minería a cielo abierto? ¿Por qué criticamos a los casinos, los pozos de petróleo, las rutas y los aeropuertos concesionados a los empresarios amigos del poder? ¿Por qué queremos arrancar de sus pedestales los bustos de Roca y no queremos que Ceferino sea canonizado de una vez? ¿Por qué no mejor les damos un futuro digno a quienes más lo necesitan desesperadamente? ¿Por qué no los sacamos del infierno en que viven y los mandamos al paraíso que merecen? ¿Cuándo nos grabaremos en la cabeza el lema sanmartianino de que seamos libres que lo demás no importa nada?

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.






[1] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho teóricamente posible que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.

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