Año I – Primera Edición – Editorial: 000000015
El Cisne Negro [1]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolíca
Viernes 9 de Septiembre de 2.011.
El Misterio de la Parcela del Oeste
Por Rubén Vicente
Un padre descendiente de polacos rubios como el sol y una madre que viene de calchaquíes negros como la noche, pero a diferencia de sus cuatro hermanos, él era el morocho de esa familia de albañiles del Gran Buenos Aires, que compraron el terrenito en la tierra ancestral de los querandíes, cerca del Reconquista, allá por los setenta, levantando a pulmón la casa de material en la que vivieron todos juntos más de cuarenta años y hoy ya tienen sus propios terrenos, construyen sus propias casas y se mueven en el auto, en la chata o en la moto por El Camino de la Ribera, viviendo a puro trabajo y sin robarle nada a nadie.
José Luis Dobrinsky Nuñez (a) Cacho tenía treinta y cuatro años, una mujer tan joven como él, un hijo de cuatro y más amigos de lo que cualquiera de nosotros pueda contar. Las mujeres que lo amaron dicen que su mayor virtud era la dulzura y que su peor defecto era el hermetismo de su alma insondable.
Desde chico los empezó a dejar extrañados a todos. Le preguntaban qué vas a ser cuando seas grande y él respondía nada, porque no voy a pasar de los veinte je jé. Esa era su premonición eterna y siempre bromeaba con eso. Era un toro joven, que trabajaba con el balde, la cuchara y el fratacho, era hincha de River (ups), amaba al chaqueño Palavecino y últimamente se divertía escuchando hasta a los guachiturros.
Los padres se murieron. Una hermana se casó y vive en Córdoba con el marido y dos sobrinos adolecentes que lo adoooraban. Un hermano y su dulce mujer le acababan de regalar unas sobrinas mellizas que son más hermosas que la vida misma. La otra hermana de casi cuarenta y aún soltera está encontrando el amor con un cincuentón separado de Buenos Aires que cree que ella es su redención. Y el hermano más chico comparte su camino con una pinina rubia que más parece un angel que una joven nutricionista y que sueña con llevarlo al altar justo a él, que es uno a los pintones más deseados de todo Mariano Acosta y aledaños.
Cacho Dobrinsky no fumaba ni se drogaba ni salía de caño para gananrse la diaria. Yo lo conocí en sus últimos meses de vida, viendo lo que le gustaba ir a la cancha y a pescar los fines de semana con los amigos y que ellos fueran a su casa a comer asado, a tomar vino o cerveza y a escuchar la música del pueblo, que es a lo que pertenecen sin duda alguna.
Es cierto. Era un tipo dulce y hermético, pero destilaba amor por donde lo buscaras, en cada palabra, en cada gesto y en cada actitud. Simple, sencillo, simpatiquísimo y generoso a más no poder. Se nota que todos lo querían mucho, pero mucho, mucho, mucho.
Ese era su mundo pequeño y grande a la vez, porque vivía una vida común pero llena de amor, hasta que en febrero pasado dijo no veo bien y fue al oftalmólogo. Le dijeron tenés que ver al neurólogo y después lo mandaron al neurocirujano. Un tumor benigno te aprieta la hipófisis y el nervio óptico, por eso no ves, te tenés que operar. Antes de internarse, Cacho le confió a su amigo del alma Manuel Lastra que él sabía que de esa no salía je jé, porque siempre bromeaba con eso de la muerte.
Le extirparon todo vía laparoscopía nasal en el Ramos Mejía de San Cristobal. La familia y los amigos hacían lo que podían para verlo bien, pero nada, porque en este mes de su último cumpleaños que pasó en el hospital, la cosa se complicó mal, con un estreptococus aerius que le causó la muerte cerebral, y desde la tarde soleada y tibia de ayer, mientras se acerca la primavera que nunca disfrutará con los suyos, sus restos descanzan en paz junto a sus padres, justamente, en la parcela del oeste del cementerio de Marcos Paz.
Todos nos preguntamos dónde está Dios, qué quiere de nosotros, por qué se llevo a Cacho tan joven, por qué tanto dolor sin sentido. Hoy Karina regresa a Córdoba con su marido, porque la esperan Mati y Flopy, que están hechos trizas con la muerte del tío que tanto idolatraaban. Hoy Maia y Aymé seguirán destrozándole los pezones a Roxana mientras Javier llorará su culpa sin culpa de haberle aconsejado que se opere. Hoy Ema dorminá empastillada toda la mañana en Palermo, porque está exhausta y necesita no pensar en la pesadilla que acaba de padecer junto a la cama de su hermano cada día y cada noche y todo para nada.
Hoy Emanuel estará perdido como turco en la neblina, mientras trabaja y extraña a su gran referente y sólo las dulces miradas azules de Gabi podrán consolarlo. Hoy Emilia navegará en el océano sin fondo de la pena sin consuelo de la viudez sin sentido. Hoy Valentín se enterará por qué estuvo llorando tanto desde la semana pasada, mientras repetía que su papá no volvería del hospital, como el abuelo que casi no conoció pero que él supo que se murió después de operarse y le quedó esa idea fija.
Es la vida que los alcanza, sin que puedan hacer nada para evitarlo, pero todos ellos piensan más que nada en Valentín, que se ha quedado más solo que nadie sin su padre Cacho Dobrinsky, que ya nunca volverá pero siempre vivirá en su corazoncito inocente de toda inocencia.
Es la eternidad de la vida y de la muerte, que siempre está presente para recordarnos que son muy pocas las cosas que gobernamos en este mundo. Es la sonrisa luminosa de Cacho y es el oscuro dolor de todos los que lo amaban. Es ese vacío tan grande y a la vez tan lleno de su amor. Son esos tíos, primos, hermanos y amigos que cargaron el féretro sin lograr entender qué es lo que ha sucedido ni por qué. Es el quirófano que decidió su destino. Es el virus intrahospitalario que le hizo añicos la computadora de a bordo. Es la deseperación suprema de Emilia que se quedó sin su hombre y es la inexplicable soledad de Valentín que se quedó sin su papá.
Y si, es así, porque es el misterio de la parcela del oeste del campo santo, que ha comenzado a escribir una historia silenciosa que es la de tantos y tantos, porque así es la vida, y nada más, claro está. Ha muerto un hombre de verdad, y este es sólo un emocionado homenaje a su bondad, que no morirá jamás.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es un hecho teóricamente posible que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.
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