El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Miércoles 17 de Abril de 2.013.
La Guerra Civil
Española IV
Por Rubén Vicente
Cuando los aliados
occidentales (léase: Francia, Gran Bretaña y los EEUU) pactaron por abajo de la
mesa la traición a los rupublicanos, a cambio de que el bando enemigo
(los monárquicos), se comprometiera a que, en caso de estallido de la segunda
guerra mundial, España se mantendría rigurosamente neutral, se abrieron
las puertas del infierno, y de él, emergió el cielo.
Y si, porque de buenas
a primeras, como por arte de magia, la guerra civil española, que luego de tres
años de odio, sangre, destrucción y muerte sin límites, estaba virtualmente
estancada y empatada, insólitamente, entró en la fase de las definiciones, con
las caídas sucesivas y casi inexplicables de Valencia, de Barcelona y de Madrid,
bajo la espada vengadora de el profeta ibérico (léase: El Generalísimo
Francisco Franco).
El mundo entero (orbis)
se olvidó rápidamente de España, porque estalló La Segunda Guerra Mundial
(1939-1945), pero la nación ibérica no era más que ruinas humeantes, sobre las
que estaba Franco, mientras las sabandijas que provocaron toda esa desgracia,
huían como ratas, a una Francia que los había dejado de amar.
Todo
el mundo se calló la boca. Ni la indigencia se atrevió a decir tengo hambre, prefiriéndose
comerse las cáscaras de las papas (léase: las patatas), para poder sobrevivir a
como diera lugar, antes de morir en el garrote vil vuelto a instaurar, a modo
de la segunda inquisición purificadora. Sólo la voz del profeta, que prometía
una España unida por la fe en Dios, y nada más.
Fueron
trece interminables años de aislamiento y de terrorismo de estado (13), pocas veces vistos hasta entonces,
matizados por las visitas de Mussolini y de Hitler, o por la posterior ayuda de
Perón, que sacó a España del hambre, permitiéndole resucitar de las más abyecta
humillación nacional y popular.
Era
una tarea invisible la de Franco, cuya dictadura militar comenzó su obra de
gobierno restableciendo el patrón oro, fijando la peseta no convertible, en una
equivalencia fija de cien a uno con el dólar (100:1); que poco a poco, a fuerza de lapiz rojo, logró el superhabit
fiscal, ordenando cortarle las manos a quien hiciera subir los precios, o se
atreviera a reclamar mejoras salariales (léase: el pacto social, jé).
La
iglesia y las fuerzas armadas fueron limpiadas de elementos infectos,
reorganizadas, refortalecidas patrimonialmente, rejerarquizadas políticamente y
ré prestigiadas institucionalmente, devolviéndoseles el control de la
sexualidad y de la educación del matrimonio y de la familia, para servir a la
patria cristiana, joder.
Era
la paz de los cementerios, donde sólo se plantaban naranjos y se criaban
cerdos, pero eso fue hasta que en 1952, cuando su santidad, el papa, Pío XII,
dijo que ya era suficiente, y Eisenhower le ordenó al occidente de la guerra
fría, restablecer relaciones económicas, diplomáticas y militares con España.
Gran
Bretaña miró con recelo, pero no dijo nada, cuando empezó a ver todo yanki en
la península ibérica (léase: los jeans, los hot dogs, los ford, las kodak
instamatic, la tevé en blanco y negro capitalista, etc.).
Pero
los british se enteraron de que habían perdido a España para siempre en 1959,
cuando Eisenhower emplazó las bases norteamericanas de la OTAN en suelo
ibérico; que fueron el motor que movió las nuevas grandes industrias
españolas de la construcción, de la gastronomía, de la hotelería y de los
juegos de azar (léase: la macro industria del turismo), que aniquiló el
desmpleo e hizo volver el ya olvidado bienestar.
Y
aunque nadie se hubiera atrevido ni siquiera a soñarlo, la España de los
setenta del siglo pasado (léase: el siglo de la alta tecnología) renacía de sus
propias cenizas, convertida en una prospera colonia estadounidense que, sin
embargo, gracias a Franco, no jodamos, supo negociar con los árabes de la OPEP,
para tener petróleo abundante y a precios promocionales, a cambio de un enclave
para sus capitales y narco magnates en Marbella. ¡Qué tull!
La
ira franco-británica se hizo indisimulable, cuando el MI-6 y la DGSE pusieron
guita, instrucción y armamentos a los nacionalistas vascos, organizadores de
Herri Batasuna (HB) y de Euskadi Tá Askatasuna (léase: La ETA), que empezaron a
joder de nuevo con las pedorradas republicanas de la seseción de hacía treinta
años. ¿Otra vez? ¡No puede ser! ¡Por favor!
Pero
no importaba, porque los musulmanes lavaron en España toda la guita de la
heroína de El Triángulo de Plata de El Cercano Oriente, financiando sus
empresas privadas españolas testaferradas, que pagaban impuestos suficientes,
como para que el gobierno fascista de Madrid, decidiera crear La Sociedad
Estatal de Participaciones e Inversiones (SEPI), que se posicionaría como
el nuevo grupo de las empresas nacionales de minería, de energía, de
transportes y de comunicaciones, es decir, de la nueva infraestructura
nacional española y no extranjera, y qué tanto joder con los johnnies
puñeteros.
Y
el broche de oro franquista, fue definir a España como un gran reino europeo
que, a su muerte, sería gobernado por un rey, como Dios manda.
En
otras palabras, lo que hizo Francisco Franco con España, fue provocar la
inversión del curso de la historia, sacándola de la muerte, y dándole una
nueva vida, sobre bases tan material y espiritualmente sanas, que los
españoles entendieron que la reconstrucción de la gloria del siglo
dieciseis, sería posible nuevamente en el siglo veintiuno, o veintidos a más
tardar, qué más da.
Pero
ya se sabe, que en toda mansión exhorcisada, siempre quedan sueltos algunos
fantasmas impenitentes, que pueden ser terriblemente destructivos, obvio.
Y
si me dijeran que estoy muy equivocado respondería que veremos, veremos y pronto lo
sabremos.
[1]
La libre expresión y la
segura circulación de la información contenida en el presente documento se
halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos
Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de
1995 (Art. 14), la Ley Nacional N°
26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2]
Para
uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es un hecho teóricamente posible que todos creen que
es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.
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