El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la
Geopolítica
Viernes 1° de Febrero de 2.013.
El Diario de la Revolución III
Por Rubén
Vicente
El viernes treinta de enero de 1789, varios hombres, pertenecientes a la
clase media urbana, es decir, a la pequeña burguesía, se unieron para conformar
una nueva sociedad comercial, que comenzó a girar bajo la razón social de Marat
et Cié SG, con domicilio legal en la ciudad de París, cuyo principal
accionista, presidente del directorio y gerente general (The Chieff Executive
Officer = The CEO) era el Dr. Giovanni Paolo Mara Cabriol (a) Jean Paul Marat
(a) El Oculista (a) El Tipazo (46).
La nueva empresa de Marat tenía por objetivo adquirir una imprenta, y
emplearla en la edición de un nuevo medio de prensa, que comenzaría a circular
bajo el nombre de El Amigo del Pueblo (L´ Ami de Peuple), centrada en
las ideas de los derechos humanos, del estado de derecho y de la democracia
constitucional, que no es otra casa que la idelogía subyacente en la revolución
francesa que todos anhelan pero que, cada día más, está apunto de comenzar,
pero no pacíficamente sino, lamantablemente, con violencia, y nada más, claro
está. [3]
Al iniciarse el mes de
marzo, el consejo deliberante del ayuntamiento de la capital
francesa (La Comuna de París), reeligíó para un nuevo período de dos años (2) al alcalde de la ciudad (el
intendente municipal), es decir, a su alteza, el duque de Mulon, Tte. Gral. RW
® Dr. Jean Sylvain Bailly (a) El Astrónomo (54). [4]
El
sábado veintiuno de marzo, mientras sobrevenía el
advenimiento de el equinoccio de primavera boreal y en el día en que la
cristiandad celebra la festividad de San Jacobo El Confesor, exactamente a las
tres y media de la tarde, en El Palacio de las Tullerías (léase: la casa de
gobierno) y, bajo la presidencia de su majestad, el monarca del Gran Imperio
Francés (Le Plus Grand France) y, a la vez, mayordomo sacro imperial (el gran
canciller del reitch), Gn. Mcl. RW ® Dr. Luis XVI Borbón (a) Le Roi (a) El Gran
Delfín (a) El Mayordomo Sacro Imperial (a) El Satanista, de treinta y cuatro
años de edad (léase: Luis XVI), se inicia la primera sesión de los estados
generales del imperio (el parlamento imperial = el congreso nacional ad hoc).
En ese contexto, actuando como secretario administrativo, su alteza, el
duque de Copet y, a la vez, primer ministro del gobierno de su majestad (el
secretario de estado = el canciller imperial), Mcl. RW ® Dr. Matias Jacques
Necker (a) El Suizo, de sesenta y cuatro años de edad (léase: El Duque de
Copet).
Después de invocar la protección de la divinidad, a quien alude como la
fuente de toda razón y justicia, Necker agradecio la presencia en el recinto
(léase: La Cámara de San Luis) de los miembros del cuerpo (los diputados), para
luego dar lectura al tema único de la agenda, para después proseguiría con la
lectura a la primera parte de la memoria que hace dos meses atrás (2) elevó a consideración de su majestad
(Luis XVI), refiriéndose al estado financiero del imperio (léase: la cuarta
bancarrota naciona francesa) y a la necesidad de adoptar urgentes medidas
correctivas (léase: el empréstito extraordinario).
Como él sabía que era un plomo, Luis XVI le pidió a Necker que, antes de
comenzar, quisiera tener a bien, igual que todos los demás, dispensarlo pues,
sencillamente, tenía otros graves asuntos de estado que atender (?).
Naturalmente, todos se pusieron de pie, haciendo las reverencias del
caso, mientras el monarca del estado más poderoso de la tierra (Luis XVI) se
retiraba con pompa y circunstancia, sencillamente, a El Palacio de Versalles, pero a cazar
conejos, que era un nuevo entrenimiento que lo diviertía más, probablemente,
creyendo que Necker, obviamente, no tendrá ningún problema en maneter la calma
y la atención de los miembros del cuerpo y, sobre todo, de manejar una
votación favorable a los intereses del gobierno, que eran los intereses de
la corona, que eran los intereses de la nación, que eran los intereses del
imperio, que eran los intereses europeos, que eran los intereses del mundo
entero (orbis), que eran los intereses eclesiásticos, que eran los intereses de
la santa sede, que eran los intereses del papa, que eran los intereses de Dios
o, por lo menos, eso es lo que supone que eran, y nada más, claro está.
Inmediatamente despúes, El Duque de Copet (Necker) volvió sobre la
memoria de hacienda y crédito público que, efectivamente, era larga y aburida,
claro está.
Interín, con la mirada, uno de los miembros del cuerpo, que estaba
ubicado al fondo del gran salón (léase: al dofón = a triqui), empezó a panear
todo el recincto (La Cámara de San Luis), viendo que, tal como corresponde, estaban
sentados cada uno en función de su estamento de pertenecia (la nobleza, el
clero y la aristocracia), cayendo en la cuenta de que estaban todos sentados, desde
posición visual, a la derecha del recinto (la droite), excepto la
aristocracia, cuyos miembros ocupaban, pero a tope, toda la izquierda del
recinto (la gauche), motivo por el cual sacó dos conclusiones (2).
La primera era que, increiblemente, la aristocracia, y sólo ella,
sencillamente, es la mayoria y, la segunda era que, siendo así, estaba
claro que, como las votaciones eran unipersonales, la izquierda (la gauche),
como él la llamaba en su cabeza, directamente, tenía el control de la
decisión de los estados generales, es decir, la atribución política de constreñir
al gobierno de su majestad o, si se prefiere, a su majestad propiamenente
dicha, esto es, a Francia, a su gran imperio planetario y al mundo entero (orbis),
sencillamente, a hacer lo que ellos quisieran, y nada más, claro está.
Sin embargo, reaccionó rápidamente, dándose cuenta de que, justamente,
porque eran muchos, sencillamente, jamás podrían ponderse todos de
acuerdo para que algo así pudiera hacerse realidad, claro está.
Menos mal. Además, el evento era ad hoc, ya que sólo está previsto
discutir y votar un solo tema de agenda (léase: la contribución
extraordinaria), y nada más, claro esta.
De esa manera, en el peor de los casos, la izquierda aristocrática (el
estado llano = el tercer estado = la
gauche) sólo podría votar que si o que no, supuesto en el cual, el gobierno
podría financiarse con un empréstito forzoso, y se acabó la milonga,
perdón, el minué (?). [5]
Una vez concluída la lectura de la memoria de hacienda y crédito público
de Necker, casi sin permitir que haya debate, invocando lo avanzado de la hora,
pues ya son las siete de la tarde y había anochecido, les solicitó a los
miembros del cuerpo (los diputados) sencillamente, levantar la sesión,
continuando al día siguiente, las nueve de la mañana, pasándose directamente a
votación.
Bajo esa comprensión, está claro que Necker, sencillamente, descontaba
un resultado favorable a su gobierno, en el entendimiento de que la
aristocracia, de puro contenta nomás daría, al unísono, su voto por la
afirmativa, provocando con ello una votación casi unánime, obviamente, a favor
de Francia, y nada más, claro está.
Siendo así, la conclusión dera que, hasta ahí, todo bien, claro está.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos,
veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura
circulación de la información contenida en el presente documento se halla
jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos
de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995
(Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de
2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es un hecho teóricamente
posible que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera
sería castastrófico.
[3] Se que me estoy saliendo de época, pero siento que no puedo
compartir la visión marxista de que la violencia es la gran partera de la
historia. En mi pensamiento político, que se deriva de la teología del católicismo
apostólico romano y, por lo tanto, es políticamente integrista, una revolución,
incluso profundísima, puede lograrse a través de la voluntad de plasmarla en la
realidad de un modo no violento, es decir, por la vía política y, además,
democrática, claro está. No, nada. Quería decir eso. Sigo.
[4] Recuérdese que el Dr. Bailly nació plebeyo, se convirtió en
científico, fue un astrónomo destacado, presidió La Fundación Maurepas, es
decir, el primer instituto tecnológico de la historia francesa y, además, fue
presidente de La Academcia de Ciencias de Francia, otorgándosele el título
morganático de duque de Mulon, que le garantizó el diezmo feudal de su ducado y
la buena vida que del mismo derivava, pero que no podrá transmitir nada por
herencia si no contraía matrimonio católico apostólico romano y si no tenía,
por lo menos, un hijo varón que lo pudiera continuar, vería extiguirse su
nobleza declarada políticamente. Bajo esa comprensión, nada más que por amor a
la patria, el Dr. Bailly había considerado un deber moral, nada más ni nada
menos, que entrar en la política, siendo dos veces alcalde de París (2),
debiendo convivir con los intereses y con las pasiones (léase: la codicia y la
envidia = el odio), que son peores que la propia muerte, claro está. En otras
palabras, un tipo extraordinario,
del que ni siquiera nos acordamos cuando estudiamos la revolución francesa y
que, por esta vía, pretendemos rescatar para la historia universal, y nada más,
claro está. Conste.
[5] Los empréstitos son instrumentos de la deuda pública de las
naciones civilizadas destinados a la captación de fondos privados necesarios
para financiar el pago de compromisos vencidos y aún no cancelados por el
gobierno. Por su propia naturaleza jurídica financiera y no tributaria, ningún
empréstito puede ser forzoso, de modo tal que quien osara imponerlo sin la
anuencia de los contribuyentes, estaría creando de hecho, justamente, un
impuesto inválido y, por ende, nulo, es decir, una exacción ilegal, por
aplicación del principio de la legalidad tributaria (léase: now tax without representation), que en ese entonces, sólo era
conocido en Gran Bretaña y, ahora, en los EEUU, pero que en Francia, desde la
disolución del parlamento, hace décadas atrás, sencillamente, no existía
(léase: no regía), y nada más, claro está. Conste.
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