viernes, 1 de febrero de 2013

485 Historia (Francia)




Año II – Primera Edición – Editorial: 00000485 [1]

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Viernes 1° de Febrero de 2.013.


 
 

El Diario de la Revolución III
Por Rubén Vicente

El viernes treinta de enero de 1789, varios hombres, pertenecientes a la clase media urbana, es decir, a la pequeña burguesía, se unieron para conformar una nueva sociedad comercial, que comenzó a girar bajo la razón social de Marat et Cié SG, con domicilio legal en la ciudad de París, cuyo principal accionista, presidente del directorio y gerente general (The Chieff Executive Officer = The CEO) era el Dr. Giovanni Paolo Mara Cabriol (a) Jean Paul Marat (a) El Oculista (a) El Tipazo (46).

La nueva empresa de Marat tenía por objetivo adquirir una imprenta, y emplearla en la edición de un nuevo medio de prensa, que comenzaría a circular bajo el nombre de El Amigo del Pueblo (L´ Ami de Peuple), centrada en las ideas de los derechos humanos, del estado de derecho y de la democracia constitucional, que no es otra casa que la idelogía subyacente en la revolución francesa que todos anhelan pero que, cada día más, está apunto de comenzar, pero no pacíficamente sino, lamantablemente, con violencia, y nada más, claro está. [3]

Al iniciarse el mes de marzo, el consejo deliberante del ayuntamiento de la capital francesa (La Comuna de París), reeligíó para un nuevo período de dos años (2) al alcalde de la ciudad (el intendente municipal), es decir, a su alteza, el duque de Mulon, Tte. Gral. RW ® Dr. Jean Sylvain Bailly (a) El Astrónomo (54). [4]

El sábado veintiuno de marzo, mientras sobrevenía el advenimiento de el equinoccio de primavera boreal y en el día en que la cristiandad celebra la festividad de San Jacobo El Confesor, exactamente a las tres y media de la tarde, en El Palacio de las Tullerías (léase: la casa de gobierno) y, bajo la presidencia de su majestad, el monarca del Gran Imperio Francés (Le Plus Grand France) y, a la vez, mayordomo sacro imperial (el gran canciller del reitch), Gn. Mcl. RW ® Dr. Luis XVI Borbón (a) Le Roi (a) El Gran Delfín (a) El Mayordomo Sacro Imperial (a) El Satanista, de treinta y cuatro años de edad (léase: Luis XVI), se inicia la primera sesión de los estados generales del imperio (el parlamento imperial = el congreso nacional ad hoc).

En ese contexto, actuando como secretario administrativo, su alteza, el duque de Copet y, a la vez, primer ministro del gobierno de su majestad (el secretario de estado = el canciller imperial), Mcl. RW ® Dr. Matias Jacques Necker (a) El Suizo, de sesenta y cuatro años de edad (léase: El Duque de Copet).

Después de invocar la protección de la divinidad, a quien alude como la fuente de toda razón y justicia, Necker agradecio la presencia en el recinto (léase: La Cámara de San Luis) de los miembros del cuerpo (los diputados), para luego dar lectura al tema único de la agenda, para después proseguiría con la lectura a la primera parte de la memoria que hace dos meses atrás (2) elevó a consideración de su majestad (Luis XVI), refiriéndose al estado financiero del imperio (léase: la cuarta bancarrota naciona francesa) y a la necesidad de adoptar urgentes medidas correctivas (léase: el empréstito extraordinario).

Como él sabía que era un plomo, Luis XVI le pidió a Necker que, antes de comenzar, quisiera tener a bien, igual que todos los demás, dispensarlo pues, sencillamente, tenía otros graves asuntos de estado que atender (?).

Naturalmente, todos se pusieron de pie, haciendo las reverencias del caso, mientras el monarca del estado más poderoso de la tierra (Luis XVI) se retiraba con pompa y circunstancia, sencillamente, a  El Palacio de Versalles, pero a cazar conejos, que era un nuevo entrenimiento que lo diviertía más, probablemente, creyendo que Necker, obviamente, no tendrá ningún problema en maneter la calma y la atención de los miembros del cuerpo y, sobre todo, de manejar una votación favorable a los intereses del gobierno, que eran los intereses de la corona, que eran los intereses de la nación, que eran los intereses del imperio, que eran los intereses europeos, que eran los intereses del mundo entero (orbis), que eran los intereses eclesiásticos, que eran los intereses de la santa sede, que eran los intereses del papa, que eran los intereses de Dios o, por lo menos, eso es lo que supone que eran, y nada más, claro está.

Inmediatamente despúes, El Duque de Copet (Necker) volvió sobre la memoria de hacienda y crédito público que, efectivamente, era larga y aburida, claro está.

Interín, con la mirada, uno de los miembros del cuerpo, que estaba ubicado al fondo del gran salón (léase: al dofón = a triqui), empezó a panear todo el recincto (La Cámara de San Luis), viendo que, tal como corresponde, estaban sentados cada uno en función de su estamento de pertenecia (la nobleza, el clero y la aristocracia), cayendo en la cuenta de que estaban todos sentados, desde posición visual, a la derecha del recinto (la droite), excepto la aristocracia, cuyos miembros ocupaban, pero a tope, toda la izquierda del recinto (la gauche), motivo por el cual sacó dos conclusiones (2).

La primera era que, increiblemente, la aristocracia, y sólo ella, sencillamente, es la mayoria y, la segunda era que, siendo así, estaba claro que, como las votaciones eran unipersonales, la izquierda (la gauche), como él la llamaba en su cabeza, directamente, tenía el control de la decisión de los estados generales, es decir, la atribución política de constreñir al gobierno de su majestad o, si se prefiere, a su majestad propiamenente dicha, esto es, a Francia, a su gran imperio planetario y al mundo entero (orbis), sencillamente, a hacer lo que ellos quisieran, y nada más, claro está.

Sin embargo, reaccionó rápidamente, dándose cuenta de que, justamente, porque eran muchos, sencillamente, jamás podrían ponderse todos de acuerdo para que algo así pudiera hacerse realidad, claro está.

Menos mal. Además, el evento era ad hoc, ya que sólo está previsto discutir y votar un solo tema de agenda (léase: la contribución extraordinaria), y nada más, claro esta.

De esa manera, en el peor de los casos, la izquierda aristocrática (el estado llano = el tercer estado  = la gauche) sólo podría votar que si o que no, supuesto en el cual, el gobierno podría financiarse con un empréstito forzoso, y se acabó la milonga, perdón, el minué (?). [5]

Una vez concluída la lectura de la memoria de hacienda y crédito público de Necker, casi sin permitir que haya debate, invocando lo avanzado de la hora, pues ya son las siete de la tarde y había anochecido, les solicitó a los miembros del cuerpo (los diputados) sencillamente, levantar la sesión, continuando al día siguiente, las nueve de la mañana, pasándose directamente a votación.

Bajo esa comprensión, está claro que Necker, sencillamente, descontaba un resultado favorable a su gobierno, en el entendimiento de que la aristocracia, de puro contenta nomás daría, al unísono, su voto por la afirmativa, provocando con ello una votación casi unánime, obviamente, a favor de Francia, y nada más, claro está.

Siendo así, la conclusión dera que, hasta ahí, todo bien, claro está.

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.



[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es un hecho teóricamente posible que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.

[3] Se que me estoy saliendo de época, pero siento que no puedo compartir la visión marxista de que la violencia es la gran partera de la historia. En mi pensamiento político, que se deriva de la teología del católicismo apostólico romano y, por lo tanto, es políticamente integrista, una revolución, incluso profundísima, puede lograrse a través de la voluntad de plasmarla en la realidad de un modo no violento, es decir, por la vía política y, además, democrática, claro está. No, nada. Quería decir eso. Sigo.

[4] Recuérdese que el Dr. Bailly nació plebeyo, se convirtió en científico, fue un astrónomo destacado, presidió La Fundación Maurepas, es decir, el primer instituto tecnológico de la historia francesa y, además, fue presidente de La Academcia de Ciencias de Francia, otorgándosele el título morganático de duque de Mulon, que le garantizó el diezmo feudal de su ducado y la buena vida que del mismo derivava, pero que no podrá transmitir nada por herencia si no contraía matrimonio católico apostólico romano y si no tenía, por lo menos, un hijo varón que lo pudiera continuar, vería extiguirse su nobleza declarada políticamente. Bajo esa comprensión, nada más que por amor a la patria, el Dr. Bailly había considerado un deber moral, nada más ni nada menos, que entrar en la política, siendo dos veces alcalde de París (2), debiendo convivir con los intereses y con las pasiones (léase: la codicia y la envidia = el odio), que son peores que la propia muerte, claro está. En otras palabras, un tipo extraordinario, del que ni siquiera nos acordamos cuando estudiamos la revolución francesa y que, por esta vía, pretendemos rescatar para la historia universal, y nada más, claro está. Conste.
[5] Los empréstitos son instrumentos de la deuda pública de las naciones civilizadas destinados a la captación de fondos privados necesarios para financiar el pago de compromisos vencidos y aún no cancelados por el gobierno. Por su propia naturaleza jurídica financiera y no tributaria, ningún empréstito puede ser forzoso, de modo tal que quien osara imponerlo sin la anuencia de los contribuyentes, estaría creando de hecho, justamente, un impuesto inválido y, por ende, nulo, es decir, una exacción ilegal, por aplicación del principio de la legalidad tributaria (léase: now tax without  representation), que en ese entonces, sólo era conocido en Gran Bretaña y, ahora, en los EEUU, pero que en Francia, desde la disolución del parlamento, hace décadas atrás, sencillamente, no existía (léase: no regía), y nada más, claro está. Conste.

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