sábado, 23 de febrero de 2013

506 Historia (Francia)




Año II – Primera Edición – Editorial: 00000506 [1]

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 23 de Febrero de 2.013.


 

El Diario de la Revolución XXIV
Por Rubén Vicente

Este es el último de la serie de veinticuatro artículos en los que fue desarrollado El Diario de la Revolución, es decir, la evolución de los acontecimientos que jalonaron la revolución francesa de 1789.

Para mi, quedó cristalinamente claro que la revolución francesa de 1789 fue un producto del catolicismo apostólico romano y de la nobleza francesa, que quería exactamente los mismos cambios que pretendió para su imperio el monarca del año en que comenzó el siglo dieciocho (léase: el siglo de las luces), es decir, Luis XIV (a) El Rey Sol.

Su primogénito y sucesor (Luis XV), llevó a la práctica muchos de los planes de su padre predecesor, pero el sucesor satanista (Luis XVI), pretendió volver todo para atrás causando, justamente, el estallido violento de revolución.

Si Luis XVI hubiera actuado sabiamente, mucha de la violencia acaecida en 1789 se hubiera evitado, y las transformaciones hubieran sido serenas, materializando la revolución francesa en paz (léase: desde arriba).

Pero a mi me quedó claro que, ni siquiera la mayoría de los revolucionarios pretendía otra cosa que la instauración de la monarquía constitucional y del modelo económico de el capitalismo industrial francés (léase: el capitalismo nacional).

Iba a ser una revolución pacífica, sin república, sin terrorismo de estado, sin guillotina, sin guerra europea y sin pérdida de la supremacía mundial francesa.

Si hasta el Robespierre, el Marabeau y el Marat de 1789 querían, justamente, la monarquía constitucional y el capitalismo industrial nacionalista.

Eso de la locura terrorista no fue propio de la revolución francesa de 1789, sino más bien, de la insidia de la masonería mundial, de Gran Bretaña, y de los jesuitas (léase: los jacobinos), es decir, de el satanismo no francés, que tenía cooptado al monarca (Luis XVI), y quería ponerlo contra la nación y contra el pueblo.

Y porque en la revolución francesa de 1789 estuvo el alma de todas las revoluciones triunfantes en el mundo durante el siglo diecinueve (léase: el siglo de la industria), es que quise generar en la imaginación de los lectores la fantasía de personajes argentinos paralelos, que ayudaran a comprender más aún profundamente la mecánica revolucionaria.

En ella, nada es blanco o negro, sino que se expresa en diversas gamas de grises, que se mantienen en una posición inicial, aunque después se desnaturalicen, terminando por ser lo que nunca quisieron ser.

Y no quise trazar ningún paralelo entre el Naboleone Buonaparte de 1789 con algún argentino de 2013, porque está claro que será la historia la encargada de reencarnarlo en estas latitudes olvidadas de Dios.

Sólo pretendí que vieran lo que yo estoy viendo que se viene, y es que la democracia constitucional argentina (1983-2013), no continuará siendo lo que es, sino que evolucionará negativamente, hacia una face de violencia, de terror y, tal vez, de guerra, civil o internacional, que concluirá cuando brille en el centro del firmamento la estrella cegadora de El Napoleón Argentino, que terminará inmolándose, nada más que para darnos la gloria que merecemos como nación.

No temamos los tiempos por venir, que la historia dice que serán el sacrificio necesario para que podamos ser lo que soñamos ser, es decir, una nueva, grande y gloriosa nación, donde cada argentino sienta el orgullo de serlo.

Si lo fuimos una vez, podemos volver a serlo mil veces, así que hagamos el ejercicio espiritual de ser pacientes, y sobre todo, de rezar mucho, pero con los ojos bien abiertos, no sea cosa que llegue la hora, y estemos mirando  Tinelli, o alguna pedorrada por el estilo, no sé si …

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
 

[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es un hecho teóricamente posible que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.

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