El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la
Geopolítica
Martes 12 de Febrero de 2.013.
El Diario de la Revolución XIV
Por Rubén
Vicente
El sábado primero de
agosto de 1789, tropas leales de la monarquía, se enfrentaron con la guardia
revolucionaria parisina y, también, con las tropas leales al gobierno
revolucionario, por el control territorial, pero exclusivo y excluyente, de todo
el principado del Sena (léase: El Gran Buenos Aires) y, en su contexto, de la
capital francesa (París), en el marco de La Batalla del Sena, de la nueva guerra civil francesa.
Cuatro días más tarde, frente a los ataques armados de las organizaciones paramiliares (léase:
las milicias), conocidas como las guardias revolucionarias, dependientes
de los ayuntamienos plegados a la revolución (las comunas revolucionarias), que
sólo parecen estar actuando bajo sus propias y exclusivas directivas (la
soberanía de la chusma embestializada = el reino del horror = el poder brutal
del aluvión zoológico = las fieras infernales = el lumpen maldito = la rabia = la
langosta = la marabunta nihilista), sobreviene un insólito contrataque armado,
proveniente de otras organizaciones paramilitares (léase: las otras milicias),
colectivamente referenciadas bajo el nombre de las guardias blancas.
Estas milicias estaban conformadas por peones esclavos, por capataces
libertos y por los administradores nacidos y criados libres (léase: los
cosecheros, los medieros y los arrendatarios = los que ejercen la tenencia
efectiva de la tierra = los tenedores de la tierra = los terra-tenientes = los
campesinos), quienes parecían seguir las directivas políticas de ciertos
miembros de la alta nobleza (léase: los grandes = la corte = el primer estado),
pero que, justamente, se habían autoexcluído de la corte, por haberse autosegregado
de la asamblea nacional francesa (el parlamento imperial revolucionario).
Pero también, las guardias blancas estaban lideradas por ciertos
dignatarios de el alto clero secular (los obispos y los arzobispos = la curia =
el segundo estado), que se hallaban en la misma situación de exclusión
política fáctica voluntaria.
Juntos, estos nobles y purpurados excluídos de la revolución francesa, integraban
una especie de estamento muy particular, que recibió el nombre colectivo de los olvidados (les oubliés), que parecían tener una especie de cuartel general (the
headquarter), en la basílica de la abadía de las afueras de la villa ducal de
Saint Laurent sur Sevre, liderada por el Pe. Armand Désire Vignerot du Plessis (a) Fray Armand
(a) El Dominico (a) Sergio Schoklender, de treinta años de edad.
Consecuentemente, los enfrentamientos armados (léase: las escaramuzas y
los combates), se plantearon entre los sin calzones urbanos (les sans culotes =
las guardias revolucionarias = las guardias rojas) y los olvidados del
campo (los campesinos = les oubliés = las guardias blancas), adoptando
el conflicto la configuración de una verdadera segunda jacquerie o bien, de una
sengunda fronda, o algo por el estilo, nada más ni nada menos, que por el
control de las tierras rurales, de las cosechas, de los ganados, de los
bosques, de los monasterios y de los castillos. ¡Fahhh¡ ¡Qué quiombazo! ¿No?
[3]
Progresivamente, el escenario de conflicto comenzó a extenderse,
terminando por registrar epicentros a todo lo largo y ancho de todo el país
(Francia = La France). Sin embargo, el de mayor extensión geográfica; mayor
cantidad de personas involucradas y mayor combatividad de los bandos en pugna era,
sin duda alguna, el que quedaba planteado en la desembocadura del río Loire,
sobre el Océano Atlántico, es decir en el marquesado de La Vandée, dependiente del principado de Anjou, integrante
del reino occidental francés de Aquitania.
Por eso, a esa auténtica tercera guerra civil francesa, también
se la empezó a conocer como a La Guerra Occidental, también referenciada como La Guerra de la Vandée.
Obviamente, para lograr la adhesión de los peones, se les prometió, nada
más ni nada menos, que la manumición (léase: la libertad = la liberte), a
través de la cual, de hecho, se convirtieron en hombres liberados, es decir, en
los libertos del campo (léase: los labradores) que, por esa razón, desde
ese mismo momento, se tornaron iguales a sus antiguos capataces y, también,
aunque sólo en su pobre imaginación, a los administradores, claro está.
Vale decir que, básicamente, la causa que movilizó a los combatientes de
ambos bandos en pugna no fue, obviamente, ni la libertad ni la igualdad pues,
justamente, la decisión de combatir, les garantizaba ambos bienes espirituales,
sino más bien, la
franternidad intra y la antipatía inter oponentes, es
decir, el odio ancestral de
los campesinos (los chuanes = les chuans) por la masa urbana (los sin calzón =
les sans culotes = el lumpen), y viceversa, claro está.
Por eso, puede concluirse que, en realidad, La Guerra de la Vandée fue,
por así decirlo, la guerra civil
entre el campo y la ciudad, planteada como un conflicto armado en
el cual, los bandos en pugna (léase: las
guardias rojas urbanas y las guardias blancas rurales), organizaron sus
operaciones bajo la forma de la guerra de guerrillas, motivo por el
cual, los combatientes se convirtieron, justamente, en los guerrilleros, que
vivía de la guerrilla, es decir, en los guerrilleros profesionales (léase: los
mercenarios). Conste.
Pero, si bien es cierto que los campesinos de las guardias blancas,
convertidos en libertos mercenarios (léase: los guerrileros de la contrarrevolución),
obedecían las órdenes de sus comandantes paramilitares (léase: los
administradores = los terratenientes = los campesinos), lo cierto es
que, desde el mismísimo estallido de La Guerra de la Vandée, en los momentos de
descanzo, ellos, como verdaderos hombres libres en que se habían transformado,
aún sin saber si quiera leer y escribir, en su absoluta ignorancia de todo,
insólitamente, se sintieron con derecho de comenzar a charlar, a convesar, a
debatir y hasta a decidir, increiblemente, nada más ni nada menos, que sobre las
cuestiones políticas. ¡Pero si son unas bestias que no saben nada
de nada, por favor!
De esa manera espontánea y autoconvocada, fueron conformando las que dieron
en llamar con el nombre de las asambleas agrarias que, con el correr del
tiempo, comenzarían a ganar influencia ideológica sobre los comandantes
paramilitares de las guardias blancas (léase: los capataces y los
administradores = los terratenientes = los campesinos) y, también, sobre
el comando general de los señores feudales excluídos del gobierno
revolucionario (la nobleza y el clero = los olvidados = les oubliés = la
oligarquia vernácula resentida del interior).
Obsérvese al respecto que, desde la base hasta la cúspide, es decir,
comenzando por los peones libertos y por sus ex capataces, también libertos,
que bien podrían haber sido agrupados en la categoría social de los
labradores; prosiguiendo, en forma ascendente, por los administradores (léase:
los terratenientes = los campesinos) y terminando en la nobleza y en el
clero de el interior del país (los olvidados = les oubliés = la oligarquía
vernácula resentida de tierra adentro = los resentidos), todos estos grupos
de la resistencia rural,
paramilitarmente organizados como las guardias blancas, evidentemente, formaban
un grupo compacto, hermanado en sus intereses vitales y, sobre todo, en el
odio común a la ciudad y a su gente, mostrando un espíritu de cuerpo que,
efectivamente, no tenía nada que ver con las manipulaciones geopolíticas británicas, ni
con la acción disolvente de sus aliados ocultos, es decir, de los jesuitas
recliclados, esto es, de los frailes de la orden de los molotinos, con centro
en La Capilla de San Jacobo, es decir, los jacobitas (léase: los jacobinos),
que controlaban a las masas urbanas (el lumpen = los sin calzones = les sans
culotes = las guardias rojas), y nada más, claro está.
Bajo esa comprensión, en realidad, La Guerra de la Vandée no fue sólo
una guerra civil entre el campo y la ciudad, sino más bien, aunque nadie lo supiera,
fue una auténtica guerra de
liberación nacional, librada contra un invasor extranjero oculto, claro
está.
Finalmente, como si de algún modo pudieran intuir de qué se trataba todo
esto en realidad, los clérigos de la resistencia campesina de La Guerra de la
Vandée no trepidaron ni un instante, a través de sus sermones, en describir a
la ciudad (las masas urbanas = el lumpen = los sin calzones = los sans culotes
= las guardias rojas), como si fuera algo así como un ente maligno dirigido,
nada más ni nada menos, que por Lucero del Alba (Lucifer = El Angel Caído = El
Príncipe de este Mundo = Satanás = Monseñor Casareto).
En otras palabras, puede que La Guerra de la Vandée haya sido una guerra
civil entre el campo y la ciudad y, también, puede que haya sido una guerra de
liberación nacional, pero no es menos cierto que, a partir de la prédica de los
clérigos políticamente dirigentes de la resistencia campesina, este conflicto
armado fue, también, algo así como la nueva guerra de religión francesa
(léase: la segunda jacquerie = la segunda fronda).
Y esta vez, la guerra estaba planteada, nada más y nada menos, que entre
el bien y el mal, configurándose entonces como una especie de guerra del
fin del mundo, es decir, como un armagedón o, si se quiere, como una
guerra del apocalipsis, o algo por el estilo, en la cual, el principal motor
espiritual que aminaba a combatir podía ser la fraternidad pero, sobre todo (supra tutto), el sentimiento de la fe, es decir, el fanatismo,
y nada más, claro está. Conste.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos,
veremos y pronto lo sabremos.[4]
[1] La libre expresión y la segura
circulación de la información contenida en el presente documento se halla
jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos
de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995
(Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de
2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es un hecho teóricamente
posible que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera
sería castastrófico.
[3] Siendo así, vayamos tomando nota de que tenemos las guardias
rojas jesuitas recicladas (léase: molotinas) de
la Basílica de San Jacobo, que son revolucionarias y las guardias
blancas dominicanas de El Convento de San Lorenzo que son, por así decirlo, contrarrevolucionarias
o, mejor dicho, reaccionarias, claro está. Conste.
[4] Cabe aclarar que las guardias blancas están conformadas,
exclusivamente, por personas que profesan la religión verdadera (vgr.: el catolicismo apostólico romano) que,
históricamente, han sentido un odio veceral hacia los no católicos (vgr.:
protestantes, judíos y musulmanes), motivo por el cual, obviamente, son
antisemitas. Bajo esa comprensión, la conclusión es que las guardias
blancas son fanáticas, racistas y reaccionarias, es decir, genocidas, y nada
más, claro está. Conste.
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