jueves, 21 de febrero de 2013

504 Historia (Francia)




Año II – Primera Edición – Editorial: 00000504 [1]

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Jueves 21 de Febrero de 2.013.


 


El Diario de la Revolución XXII
Por Rubén Vicente

A partir del martes primero de diciembre de 1789, se llevó a cabo la primera reunión de trabajo efectiva de la nueva comisión de ciencia e industria del parlamento imperial revolucionario (léase: la asamblea nacional), liderada por su primer presidente, es decir, por su alteza, el duque de Le Chapelier y, a la vez, principal accionista, presidente del directorio y gerente general (The Chieff Executive Officer = The CEO) de la firma Le Chapelier et Cié SG de Boulogne sur Senne (léase: La Defense), como así también, presidente de la comisión directiva de El Club de los Bretones y, a la vez, ex intendente municipal (léase: el ex alcalde del ayutamiento) de La Comuna de Boulogne sur Senne (léase: La Defense), Tte. Gral. RW ® Dr. Isaac Renée Guy Hatter (a) Isaac Hatter (a) El Sombrerero (a) El Judío (a) El Capitalista (a) El Fabricante, de cincuenta y cuatro años de edad (léase: El Duque de Le Chapelier = Carlos Tomada).

En su discurso inaugural, El Duque de Le Chapelier explicó que, a lo largo de todo el siglo dieciocho (léase: el siglo de las luces), Francia había evolucionado, gradualmente, desde la monarquía nacional teocrática absoluta (léase: el despotismo), que gobernaba para el pueblo pero sin el pueblo (léase: el despotismo ilustrado), hacia la monarquía parlamentaria, en la cual, el monarca reinaba pero no gobernaba, con una administración pública descentralizada (léase: la monarquía paralamentaria federativista).

Le Chapelier prosiguió diciendo que, desde el advenimiento de la revolución francesa, la monarquía parlamentaria federativista, empezaba a evolucionar, también gradualmente, hacia la monarquía constitucional que, en su opinión, era el sistema político más perfecto que hubiera conocido la historia universal que, hasta ese momento, sólo estaba vigente en Gran Bretaña, y del cual, no debía privarse la primera potencia mundial (léase: Francia  = La France), por la sencilla razón de que la misma garantizaba suficientemente, nada más ni nada menos, que los derechos humanos, el estado de derecho y la democracia constitucional, claro está.

Ese ha sido el derrotero positivo de Francia a lo largo de la centuria que empezaba a terminar. Sin embargo, también se habían suscitado gravísimos efectos negativos, fundamentalmente derivados de la pugna por la supremacía mundial planteada por Gran Bretaña que, progresivamente, había ganado posiciones, hasta estar en condiones, en ese momento (1789), francamente y sin tapujos, de desbancar a Francia de su privilegiada posición de rectora planetaria (léase: el hegemón = la hegemonía).
Para Le Chapelier, esos hitos de debilitamiento nacional (económico, diplomático y militar = geopolítico) habían sido, sin duda alguna:

1) La derrota francesa en la cuarta guerra mundial (léase: la guerra de los siete años),

2) La quiebra de la Real Compañía Francesa de Navegación, Comecio y Colonización SG de París (léase: la paroissiene = la parisina);

3) La pérdida de El Canadá Francés;

4) La pérdida de La India Francesa; y

5) Las cinco bancas rotas nacionales (5), que habían destrozado la moneda, las finanzas y la economía.

Inversamente, a lo largo del siglo dieciocho (el siglo de las luces), Gran Bretaña, consciente de que su gloriosa revolución de mil seiscientos ochenta y ocho era sólo el principio de su proyecto nacional de liderazgo mundial, continuó el mismo a través de la refoma monetaria de mil setecientos dieciseis, que ha hecho que, en ese momento (1789), la libra esterlina fuera la moneda más sana y fuerte del planeta, incluso, superando al franco suizo y, además, que ella fuera, nada más ni nada menos, que la moneda del comercio mundial que, gustara o no, ya no se pactaba en francos suizos, ni mucho menos, en francos franceses, claro está.

Sobre esa base, Le Chapelier sostuvo que Gran Bretaña había desarrollado una estrategia fiscal basada en tres principios fundamentales (3), a saber:

a) No es legítimo ningún tributo sin el previo apoyo del parlamento (léase: no tax without representation),

b) La igualdad fiscal, según el cual, absolutamente todos los actores económicos, sin distinciones de ninguna clase, es decir, sin excepción, están obligados a contribuir a los gastos imperiales, en proporción a su capacidad contributiva; y

c) El principio de la responsabilidad fiscal, según el cual, los gastos públicos jamás, por ningún motivo, pueden ser superiores a los ingresos públicos.

Bajo esa comprensión, El Duque de La Chapelier concluyó que, la monarquía constitucional, articulada con la política monetaria y con la política fiscal de Gran Bretaña, es decir, con la macroeconomía política británica, ha sido la gran responsable de que el proceso tecnológico británico (léase: las ciencias básicas, las ciencias aplicadas, la ingenería y la técnica) haya fructificado en la práctica, derivando en la concreción efectiva de la revolución industrial británica que, sin cuento, ha colocado a la economía nacional de Gran Bretaña, nada más ni nada menos, que a cien años de distancia de su principal competidor (100) que, justamente, era Francia (léase: La France), claro está.

En esa revolución industrial británica, Le Chapelier veía la presencia de nuevos actores económicos y sociales, tanto materiales como personales, como eran, por ejemplo, los institutos tecnológicos, las máquinas, las fábricas, los obreros, los fabricantes, los sindicatos, las sociedades anóminas, las cámaras empresariales, los grupos económicos, la prensa y los partidos políticos representados en la cámara de los comunes del parlamento imperial.

Todas estas nuevas instituciones británicas demostraban a las claras que, si bien los factores económicos seguían siendo siempre los mismos, es decir, la tierra, el trabajo y el capital, evidentemente, había uno que, en Gran Bretaña, sencillamente, era el principal, como era el factor capital (léase: el dinero más la tecnología), que superaba largamente en importancia a la tierra y al trabajo, determinado el surgimiento de el capitalismo británico, configurado como el sistema económico que proyectaba a Gran Bretaña hacia la supremacía mundial y que, correlativamente, era la principal amenaza para el liderazgo mundial francés, claro está.

Efectivamente, decía El Duque de Le Chapelier, el capitalismo estaba demostrando ser, no sólo el gran correlato económico de la monarquía constitucional, sino también, el cimiento material (léase: la piedra angular = el cimientoi = la base = el fundamento = al qaeda = el santo grial) de la prosperidad interna y de la proyección de poder externa, no sólo de Gran Bretaña, sino también, según él lo esperaba fervientemente (léase: El Duque de Le Chapelier), de Francia (léase: La France), claro está.

En tal sentido, sostuvo El Duque de Chapellier, la verdad era que Francia había dado algunos pasos en el mismo sentido a lo largo del presente siglo (léase: el siglo de las luces).

En efecto, la academia imperial de las ciencias y el primer instituto tecnológico, como fue La Fundación Maurepas de París, habían significado dos grandes avances, a las que pertenecían los más importantes científicos, arquitectos, ingenieros y técnicos de Francia, que eran el alma del pensamiento filosófico francés, es decir, del racionalismo, de la ilustración y hasta de el constitucionalismo.

Ahora bien, en lo estrictamente concerniente a el pensamiento económico nacional, decía El Duque de Le Chapellier, habían sido las nuevas ideas (léase: les nouvelles idees) de  Jean Baptiste Colbert, de  John Law, de Francois Quesney, de Robert Turgot y, también, las de Matías Jacques Necker.

Le Chapelier sostuvo que ellos, en orden a su reconocimiento suscesivo de la importancia de la tierra, del trabajo y del capital, como los tres factores de la producción (3), bajo las doctrinas económicas de la fisiocracia y de la neofisiocracia, como así también, de la necesidad de evolucionar hacia el capitalismo industrialista, tal como lo planteaba Adam Smith, del cual, El Duque de Le Chapellier, pretendía ser, abierta, sincera y lealmente, nada más ni nada menos, que su gran apostol francés, por la sencilla razón de que él soñaba con que algún día, y esperaba que no estuviera lejano, Francia (léase: La France) estuviera orgullosa de su propia monarquía constitucional y de su propio sistema econónico capitalista industrial.

En él, decía Le Chapelier, los institutos tecnológicos, las máquinas, las fábricas, los obreros, los sindicatos, los fabricantes, las sociedades anónimas, las cámaras empresariales, los grupos económicos, la prensa, los partidos políticos y sus repesentantes en la futura cámara de los comunes del parlamento imperial, serían las nuevas instituciones de el nuevo capitalismo francés, convirtiéndolo en la gran expresión material del resurgimiento nacional, para que Francia, sencillamente, no fuera derrotada por Gran Bretaña en la pugna por la hegemonía planetaria, y nada más, claro está.

En este sentido, El Duque de Le Chapellier aclaró que, al otro lado de El Canal de la Mancha (léase: The English Channel = Le Pais de Calais), lo más violento que había sucedido, había sido la reforma política, que derivó en la instauración de la monarquía constitucional, es decir, la revolución inglesa de mil seiscientos ochenta y ocho porque, luego de su consolidación, el surgimiento de las modernas instituciones del capitalismo había sido casi un proceso natural derivado de la misma.

Exactamente lo mismo, dicía El Duque de Le Chapelier, sería la revolución francesa de mil setecientos ochenta y nueve que, en caso de consolidarse, mediante la instauración de la monraquía constitucional, abriría las puertas hacia el surgimiento de el capitalismo francés, en una forma ciertamente natural, es decir, como un producto espontáneo.

Sin embargo, El Duque de Le Chapellier aclaró que, en el caso de Francia que, justamente en ese entonces (1789), vivía una veradera crisis de supervivencia nacional, enmarcada en la guerra económica mundial por la supremacía planetaria contra Gran Bretaña, es decir, en la guerra por la hegemonía geopolítica, sencillamente, debía acortar la distancia que la separaba de los británicos, es decir, debía eliminar la brecha económica y política, en forma imperativamente urgente, a efectos de que esos cien años de ventaja británica (100) se convirtieran en sólo diez años a lo sumo (10), es decir, para principios de el siglo diecinueve esa brecha se convirtiera, directamente, en nada, esto era, en cero (0).

En otras palabras, concluyó El Duque de Le Chapellier, había que forzar la sanción de la ley fundamental (léase: la constitución nacional), que pusiera en vigencia, de una vez por todas, la monarquía constitucional, pero también, paralelamente, había que forzar la instauración de el capitalismo industrial francés, justamente, para otorgarle viabilidad en el largo plazo a la monarquía constitucional francesa, claro está.

Dicho de otro modo más concreto, aclaró El Duque de Le Chapellier, desde la comisión de tecnología e industria del parlamento imperial revolucionario (léase: la asamblea nacional), la gran propuesta que se sometía a consideración de los señores diputados integrantes de la misma, como representantes de la nobleza, del clero y de la aristocracia sería, justamente, debatir sobre la temática de el trabajo en la futura sociedad capitalista francesa, para lo cual, El Duque de Le Chapellier les sugería a los miembros de la comisión la conveniencia de examinar, detenidamente, el texto recién traducido al francés de La Riqueza de las Naciones de Adam Smith y, luego, de El Trabajo Capitalista perteneciente, justamente, a El Duque de Le Chapelier.

¡Flaco¡ ¿Semejante lata para terminar promocionando tu libro? ¿Vos no sabés que está por empezar Francia versus La Argentina, y que lo pasan en ESPN Max? ¿Vos sos o te hacés? ja ja já.

En dicha obra literaria, El Duque de Le Chapelier explicó que, él desarrollaba, en general y, también, en particular, la propuesta de sancionar una ley imperial que declarara, nada más ni nada menos, que la total desregulación, privatización e industrialización de la economía nacional francesa, prohibiendo que los fabricantes (léase: los industriales = los empresarios) o bien, que los operarios fabriles (léase: los obreros), conformaran sociedades anónimas de sociedades anónimas, es decir, grupos económicos, ni tampoco, asociaciones profesionales de empresarios (léase: las cámaras industriales) o bien, de asociaciones profesionales de trabajadores (léase: los sindicatos), definiendo los tipos delictivos de la asociación ilícita, del boicot empresarial (léase: el lock out), del boicot obrero (léase: el paro) y de motín obrero (léase: huelga), aconsejando la imposición de penas de multa, de inabilitación, de prisión, de reclusión, de deportación o de muerte para los infractores, según la gravedad del hecho.

Finalmente, El Duque de Le Chapellier aclaró que, en el caso de Francia (léase: La France), dada su conyuntura económica, diplomática y militar (léase: la crisis geopolítica), exigía que las restricciones específicas en materia de ejercicio del derecho de libre asociación fueran, justamente, transitorias y, sobre todo, destinadas a garantizar los principios capitalistas de la libre inciativa económica individual, de la libertad de trabajo; de la libertad de contratación; de la libertad contractual; de la libre empresa, de la libre concurrencia en el mercado; de la no intervención del estado en asuntos económicos y de la neutralidad fiscal, que deberían concretarse, de modo efectivo y total, en no más de diez años (10)

Luego de esa década de excepción, Le Chapelier decía que el parlamento imperial revolucionario (léase: la asamblea nacional), estaría en perfectas condiciones políticas para legislar sobre los sindicatos, sobre las cámaras empresariales y sobre los grupos económicos, estableciendo un equilibrio económico que dejara instaurada, nada más ni nada menos, que la competencia perfecta.

En otras palabras, desde entonces, El Duque de Le Chapellier se posicionó como el campeón del capitalismo francés, y nada más, claro está.

Dicho de otro modo, significaba tanto como romper con todo, pero de una vez y para siempre. Expresado en otros términos, iba a ser la guerra civil económica francesa, en la cual, perecerían muchos franceses, para que pudiera ganar Francia (léase: La France), y nada más, claro está.

Siendo así, la conclusión era: Mon Dieu avec le capitalisme française de merde.

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es un hecho teóricamente posible que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario