El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la
Geopolítica
Jueves 21 de Febrero de 2.013.
El Diario de la Revolución XXII
Por Rubén
Vicente
A
partir del martes primero de diciembre de 1789, se
llevó a cabo la primera reunión de trabajo efectiva de la nueva comisión de ciencia
e industria del parlamento imperial revolucionario (léase: la asamblea
nacional), liderada por su primer presidente, es decir, por su alteza, el duque de Le
Chapelier y, a la vez, principal accionista, presidente del directorio y
gerente general (The Chieff Executive Officer = The CEO) de la firma Le
Chapelier et Cié SG de Boulogne sur Senne (léase: La Defense), como así también,
presidente de la comisión directiva de El Club de los Bretones y, a la vez, ex
intendente municipal (léase: el ex alcalde del ayutamiento) de La Comuna de
Boulogne sur Senne (léase: La Defense), Tte. Gral. RW ® Dr. Isaac Renée Guy Hatter
(a) Isaac Hatter (a) El Sombrerero (a) El Judío (a) El Capitalista (a) El
Fabricante, de cincuenta y cuatro años de edad (léase: El Duque de Le Chapelier
= Carlos Tomada).
En su discurso inaugural, El
Duque de Le Chapelier explicó que, a lo largo de todo el siglo dieciocho (léase:
el siglo de las luces), Francia había evolucionado, gradualmente, desde la
monarquía nacional teocrática absoluta (léase: el despotismo), que gobernaba
para el pueblo pero sin el pueblo (léase: el despotismo ilustrado), hacia la
monarquía parlamentaria, en la cual, el monarca reinaba pero no gobernaba, con
una administración pública descentralizada (léase: la monarquía paralamentaria
federativista).
Le Chapelier prosiguió
diciendo que, desde el advenimiento de la revolución francesa, la monarquía
parlamentaria federativista, empezaba a evolucionar, también gradualmente,
hacia la monarquía constitucional que, en su opinión, era el sistema
político más perfecto que hubiera conocido la historia universal que, hasta ese
momento, sólo estaba vigente en Gran Bretaña, y del cual, no debía privarse la
primera potencia mundial (léase: Francia = La France), por la sencilla razón de que la
misma garantizaba suficientemente, nada más ni nada menos, que los derechos
humanos, el estado de derecho y la democracia constitucional, claro está.
Ese ha sido el derrotero
positivo de Francia a lo largo de la centuria que empezaba a terminar. Sin
embargo, también se habían suscitado gravísimos efectos negativos,
fundamentalmente derivados de la pugna por la supremacía mundial planteada por
Gran Bretaña que, progresivamente, había ganado posiciones, hasta estar en
condiones, en ese momento (1789), francamente y sin tapujos, de desbancar
a Francia de su privilegiada posición de rectora planetaria (léase: el hegemón
= la hegemonía).
Para Le Chapelier, esos hitos
de debilitamiento nacional (económico, diplomático y militar = geopolítico) habían
sido, sin duda alguna:
1) La derrota francesa en la
cuarta guerra mundial (léase: la guerra de los siete años),
2) La quiebra de la Real
Compañía Francesa de Navegación, Comecio y Colonización SG de París (léase: la
paroissiene = la parisina);
3) La pérdida de El Canadá Francés;
4) La pérdida de La India Francesa; y
5) Las cinco bancas rotas nacionales (5), que habían destrozado la moneda,
las finanzas y la economía.
Inversamente, a lo largo del
siglo dieciocho (el siglo de las luces), Gran Bretaña, consciente de que su
gloriosa revolución de mil seiscientos ochenta y ocho era sólo el principio de
su proyecto nacional de liderazgo mundial, continuó el mismo a través de la
refoma monetaria de mil setecientos dieciseis, que ha hecho que, en ese momento
(1789), la libra esterlina fuera la moneda más sana y fuerte del planeta,
incluso, superando al franco suizo y, además, que ella fuera, nada más ni nada
menos, que la moneda del comercio mundial que, gustara o no, ya no se pactaba
en francos suizos, ni mucho menos, en francos franceses, claro está.
Sobre esa base, Le Chapelier
sostuvo que Gran Bretaña había desarrollado una estrategia fiscal basada en
tres principios fundamentales (3), a
saber:
a) No
es legítimo ningún tributo sin el previo apoyo del parlamento (léase: no tax
without representation),
b) La igualdad fiscal, según el
cual, absolutamente todos los actores económicos, sin distinciones de ninguna
clase, es decir, sin excepción, están obligados a contribuir a los gastos
imperiales, en proporción a su capacidad contributiva; y
c) El principio de la
responsabilidad fiscal, según el cual, los gastos públicos jamás, por
ningún motivo, pueden ser superiores a los ingresos públicos.
Bajo esa comprensión, El
Duque de La Chapelier concluyó que, la monarquía constitucional, articulada con
la política monetaria y con la política fiscal de Gran Bretaña, es decir, con la
macroeconomía política británica, ha sido la gran responsable de que el proceso
tecnológico británico (léase: las ciencias básicas, las ciencias aplicadas, la
ingenería y la técnica) haya fructificado en la práctica, derivando en la
concreción efectiva de la revolución industrial británica que, sin
cuento, ha colocado a la economía nacional de Gran Bretaña, nada más ni nada
menos, que a cien años de distancia de su principal competidor (100) que, justamente, era Francia (léase:
La France), claro está.
En esa revolución industrial
británica, Le Chapelier veía la presencia de nuevos actores económicos y
sociales, tanto materiales como personales, como eran, por ejemplo, los
institutos tecnológicos, las máquinas, las fábricas, los obreros, los
fabricantes, los sindicatos, las sociedades anóminas, las cámaras
empresariales, los grupos económicos, la prensa y los partidos políticos
representados en la cámara de los comunes del parlamento imperial.
Todas estas nuevas
instituciones británicas demostraban a las claras que, si bien los factores
económicos seguían siendo siempre los mismos, es decir, la tierra, el trabajo y
el capital, evidentemente, había uno que, en Gran Bretaña, sencillamente, era
el principal, como era el factor capital (léase: el dinero más la
tecnología), que superaba largamente en importancia a la tierra y al trabajo,
determinado el surgimiento de el capitalismo británico, configurado como
el sistema económico que proyectaba a Gran Bretaña hacia la supremacía mundial
y que, correlativamente, era la principal amenaza para el liderazgo
mundial francés, claro está.
Efectivamente, decía El Duque
de Le Chapelier, el capitalismo estaba demostrando ser, no sólo el gran
correlato económico de la monarquía constitucional, sino también, el
cimiento material (léase: la piedra angular = el cimientoi = la base = el
fundamento = al qaeda = el santo grial) de la prosperidad interna y de la
proyección de poder externa, no sólo de Gran Bretaña, sino también, según él lo
esperaba fervientemente (léase: El Duque de Le Chapelier), de Francia (léase: La
France), claro está.
En tal sentido, sostuvo El
Duque de Chapellier, la verdad era que Francia había dado algunos pasos en el
mismo sentido a lo largo del presente siglo (léase: el siglo de las luces).
En efecto, la academia
imperial de las ciencias y el primer instituto tecnológico, como fue La
Fundación Maurepas de París, habían significado dos grandes avances, a las que
pertenecían los más importantes científicos, arquitectos, ingenieros y técnicos
de Francia, que eran el alma del pensamiento filosófico francés, es decir, del
racionalismo, de la ilustración y hasta de el constitucionalismo.
Ahora bien, en lo
estrictamente concerniente a el pensamiento económico nacional, decía El Duque
de Le Chapellier, habían sido las nuevas ideas (léase: les nouvelles
idees) de Jean Baptiste Colbert, de John Law, de Francois Quesney, de Robert
Turgot y, también, las de Matías Jacques Necker.
Le Chapelier sostuvo que
ellos, en orden a su reconocimiento suscesivo de la importancia de la
tierra, del trabajo y del capital, como los tres factores de la producción (3),
bajo las doctrinas económicas de la fisiocracia y de la neofisiocracia, como
así también, de la necesidad de evolucionar hacia el capitalismo
industrialista, tal como lo planteaba Adam Smith, del cual, El Duque de Le
Chapellier, pretendía ser, abierta, sincera y lealmente, nada más ni nada
menos, que su gran apostol francés, por la sencilla razón de que él soñaba
con que algún día, y esperaba que no estuviera lejano, Francia (léase: La
France) estuviera orgullosa de su propia monarquía constitucional y de su
propio sistema econónico capitalista industrial.
En él, decía Le Chapelier, los
institutos tecnológicos, las máquinas, las fábricas, los obreros, los
sindicatos, los fabricantes, las sociedades anónimas, las cámaras
empresariales, los grupos económicos, la prensa, los partidos políticos y sus
repesentantes en la futura cámara de los comunes del parlamento imperial, serían
las nuevas instituciones de el nuevo capitalismo francés, convirtiéndolo
en la gran expresión material del resurgimiento nacional, para que Francia,
sencillamente, no fuera derrotada por Gran Bretaña en la pugna por la hegemonía
planetaria, y nada más, claro está.
En este sentido, El Duque de
Le Chapellier aclaró que, al otro lado de El Canal de la Mancha (léase: The
English Channel = Le Pais de Calais), lo más violento que había sucedido, había
sido la reforma política, que derivó en la instauración de la monarquía
constitucional, es decir, la revolución inglesa de mil seiscientos ochenta y
ocho porque, luego de su consolidación, el surgimiento de las modernas
instituciones del capitalismo había sido casi un proceso natural derivado
de la misma.
Exactamente lo mismo, dicía
El Duque de Le Chapelier, sería la revolución francesa de mil setecientos
ochenta y nueve que, en caso de consolidarse, mediante la instauración de la
monraquía constitucional, abriría las puertas hacia el surgimiento de el
capitalismo francés, en una forma ciertamente natural, es decir, como un
producto espontáneo.
Sin embargo, El Duque de Le
Chapellier aclaró que, en el caso de Francia que, justamente en ese entonces
(1789), vivía una veradera crisis de supervivencia nacional, enmarcada en la
guerra económica mundial por la supremacía planetaria contra Gran Bretaña, es
decir, en la guerra por la hegemonía geopolítica, sencillamente, debía acortar
la distancia que la separaba de los británicos, es decir, debía eliminar la
brecha económica y política, en forma imperativamente
urgente, a efectos de que esos cien años de ventaja británica (100) se convirtieran en sólo diez
años a lo sumo (10), es decir, para
principios de el siglo diecinueve esa brecha se convirtiera, directamente, en
nada, esto era, en cero (0).
En otras palabras, concluyó
El Duque de Le Chapellier, había que forzar la sanción de la ley fundamental
(léase: la constitución nacional), que pusiera en vigencia, de una vez por
todas, la monarquía constitucional, pero también, paralelamente, había
que forzar la instauración de el capitalismo industrial francés,
justamente, para otorgarle viabilidad en el largo plazo a la monarquía
constitucional francesa, claro está.
Dicho de otro modo más
concreto, aclaró El Duque de Le Chapellier, desde la comisión de tecnología e
industria del parlamento imperial revolucionario (léase: la asamblea nacional),
la gran propuesta que se sometía a consideración de los señores diputados
integrantes de la misma, como representantes de la nobleza, del clero y de la
aristocracia sería, justamente, debatir sobre la temática de el trabajo en la
futura sociedad capitalista francesa, para lo cual, El Duque de Le Chapellier
les sugería a los miembros de la comisión la conveniencia de examinar,
detenidamente, el texto recién traducido al francés de La Riqueza de las
Naciones de Adam Smith y, luego, de El Trabajo Capitalista perteneciente,
justamente, a El Duque de Le Chapelier.
¡Flaco¡ ¿Semejante lata para terminar
promocionando tu libro? ¿Vos no sabés que está por empezar Francia versus La
Argentina, y que lo pasan en ESPN Max? ¿Vos sos o te hacés? ja ja já.
En dicha obra literaria, El
Duque de Le Chapelier explicó que, él desarrollaba, en general y, también, en
particular, la propuesta de sancionar una ley imperial que declarara, nada más
ni nada menos, que la total desregulación, privatización e industrialización
de la economía nacional francesa, prohibiendo que los fabricantes (léase: los
industriales = los empresarios) o bien, que los operarios fabriles (léase: los
obreros), conformaran sociedades anónimas de sociedades anónimas, es decir,
grupos económicos, ni tampoco, asociaciones profesionales de empresarios (léase:
las cámaras industriales) o bien, de asociaciones profesionales de trabajadores
(léase: los sindicatos), definiendo los tipos delictivos de la asociación
ilícita, del boicot empresarial (léase: el lock out), del boicot obrero (léase:
el paro) y de motín obrero (léase: huelga), aconsejando la imposición de penas
de multa, de inabilitación, de prisión, de reclusión, de deportación o de muerte
para los infractores, según la gravedad del hecho.
Finalmente, El Duque de Le
Chapellier aclaró que, en el caso de Francia (léase: La France), dada su
conyuntura económica, diplomática y militar (léase: la crisis geopolítica),
exigía que las restricciones específicas en materia de ejercicio del derecho de
libre asociación fueran, justamente, transitorias y, sobre todo, destinadas a garantizar
los principios capitalistas de la libre inciativa económica individual, de
la libertad de trabajo; de la libertad de contratación; de la libertad
contractual; de la libre empresa, de la libre concurrencia en el mercado; de la
no intervención del estado en asuntos económicos y de la neutralidad fiscal,
que deberían concretarse, de modo efectivo y total, en no más de diez años (10)
Luego de esa década de excepción,
Le Chapelier decía que el parlamento imperial revolucionario (léase: la
asamblea nacional), estaría en perfectas condiciones políticas para legislar
sobre los sindicatos, sobre las cámaras empresariales y sobre los grupos
económicos, estableciendo un equilibrio económico que dejara instaurada, nada
más ni nada menos, que la competencia perfecta.
En otras palabras, desde
entonces, El Duque de Le Chapellier se posicionó como el campeón del
capitalismo francés, y nada más, claro está.
Dicho de otro modo, significaba
tanto como romper con todo, pero de una vez y para siempre. Expresado en
otros términos, iba a ser la guerra civil económica francesa, en la
cual, perecerían muchos franceses, para que pudiera ganar Francia (léase: La
France), y nada más, claro está.
Siendo así, la conclusión era:
Mon
Dieu avec le capitalisme française de
merde.
Y si me dijeran que estoy muy
equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura
circulación de la información contenida en el presente documento se halla
jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos
de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995
(Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de
2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es un hecho teóricamente
posible que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera
sería castastrófico.
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