El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Domingo 26 de Febrero de 2.012.
Por La Vida Contenta Voy…
Por Rubén VicenteQuienes en los años sesenta del siglo pasado éramos chicos, disfrutábamos una propaganda de la televisión en blanco y negro, que era un dibujo animado del inefable García Ferré, que mostraba unos niños que viajaba en un tren, de mentirita que hacía sonar tres veces el silbato ferroviario (uh, uh, uh), mientras la nena rubia cantaba y el chiquitín de atrás mantenía en vilo un palo y un hilo del colgaba el turrón enmantecado más famoso de toda América Latina, elaborado, vendido y exportado por la firma Georgalos SA de Buenos Aires, de más que obvio capital greco-argentino.
El Mantecol era delicioso y mi madre me compraba uno cada vez que teníamos que ir al médico del policlínico la obra social de Gas del Estado SE, desde Castelar hasta el barrio porteño de Boedo, que hacía el trayecto hasta La Estación Once en sólo veintitrés minutos, y ni uno más, siempre igual (23).
Eran vagones de madera, que quedaban de la época de los ingleses, con pisos de pinotea, asientos de cuero, ventiladores de techo y formaciones tiradas por locomotoras diesel rojas y amarillas, porque los modernísimos trenes japoneses, pintados de plateado con una banda azul horizontal, eran eléctricos, tenían pisos de goma, paredes de fórmica, asientos de gruesa cuerina verde billar y aire acondicionado frio calor, en todos los vagones, recién llegaban al país y eran muy pocos, a punto tal que todos eran de primera clase, ah, y con coches fumadores y no fumadores. [3]
En ese entonces, la empresa completamente estatal de Ferrocarriles Argentinos, estaba a cargo de un administrador general, designado por el presidente de la nación, pero jerárquica, funcional y presupuestariamente dependiente del ministerio de obras y servicios públicos de la nación, más conocido como el MOSP, con sede en el edificio sito en la esquina de Lima y Moreno, del barrio de Monserrat.
Es decir, los ferrocarriles nacionalizados, mantenían una administración de cuño britanico, y así eran los resultados. Nadie llegaba tarde nunca. Nadie se atrevía a viajar colado. La gente viajaba cómoda y tranquila, incluso en las horas pico, según decía con orgullo mi padre.
Era otro país y otra gente. Y no me digan que todavía no había negros, porque los negros del interior habían llegado a la capital y al conurbano hacía no menos de treinta años (30), y vivían en los conventillos todavía no saturados, o en ranchitos perdidos en el medio de la nada, y no en las villas que La Libertadora jamás urbanizó, y por eso estamos como estamos, incluso con los ferrocarriles que nunca fueron renovados, claro está.
No vienen nunca, y cuando vienen, tienen que viajar como ganado, sin que les quede más remedio que trabar las puertas, porque no existe más el aire acondicionado, ni ventiladores si quiera, porque se los afanan y rompen todo, porque ya no hay más policía ferroviaria y por los vángalos a sueldo de los cuatro sindicatos del gremio (la unión ferroviaria, la fraternidad, señaleros y guardabarreras). ¿Y para qué cuatro?
En otras palabras, viajar en tren después de mil novecientos ochenta y tres no es más un paseo agradable, ni tampoco una tarea riesgosa, sino más bien, una misión muy peligrosa, porque siempre sabés cuándo salís, pero nunca sabés cuándo llegás, si es que llegás, claro está.
Eso sí, el MOSP ahora se llama ministerio de planificación federal, inversión pública y servicios de la nación (¡guau!), del que dependen varias secretarías de estado, una de las cuales es la de transportes (Schiavi), de la que dependen tres subsecretarías de estado referidas al transporte (ferroviario, automotor, puertos y vías navegables). Y de la susecretaría de estado de transportes ferroviarios dependen cuatro direcciones nacionales (la de planificación, la de operaciones y control, la coordinación y la de transporte).
Pero si querés quejarte por el servicio público que no te prestan en forma regular y normal, ni ellos ni las concesionarias privadas, ahí no te van a atender, sino que tenés que presentarte ante la comisión nacional de regulación del transporte (¿cómo?), que tiene un presidente, un vice y cinco directores, pero te aviso que mucha bola no te van a dar, porque está intervenida desde 2007. ¡Ah bueno!
Entonces, yo digo que no importa que hayan incendiado los vagones del Sarmiento, o que un colectivero haya cruzado la barrera levantada en Flores, o que ahora un pibe motorman no haya frenado antes del parante del andén en Once, provocando casi cincuenta y un muertos (51) y seiscientos setenta heridos (670), que reite de La Masacre de Atocha, porque ni TBA ni la bucrocracia paquidérmica dependiente de Plin Caja De Vido, nos devolverán las pérdidas materiales y humanas. [4]
No, no, no. Yo sólo digo que lo que tenemos que comprender de una buena vez que ha llegado un momento de la historia nacional en el cual ya no resulta viable seguir teniendo el sistema ferroviario que tenemos, porque es financieramente caro, administrativamente burocrático, técnicamente obsoleto y criminológicamente peligroso.
En otras palabras, no se puede seguir cantando por la vida contenta voy. ¿Verdad?
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
[3] También se podia viajar parado en segunda clase y sin ventilador, con un boleto que costaba la mitad que el de primera, que lo pagaban hasta los jubilados, pero sin ningún problema. Conste.
[4] No se enoje Don Julio, si aunque nadie se atreva a escribirlo, usted sabe que todo el mundo lo llama así, pero por lo bajo, porque el miedo no es zonzo, claro está, ja ja já.
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