sábado, 4 de febrero de 2012

149 Historia (Argentina)

Año I – Primera Edición – Editorial: 00000149 [1]

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 4 de Febrero de 2.012.



La Línea Nacional, Popular,
Humanista y Cristiana.

Por Rubén Vicente

No nos engañemos. Esto que llamamos América Latina, hace cinco siglos atrás, era un páramo, habitado por gente salvaje, salvo en las honrosas alturas andinas, en las que se desarrollaron cuatro civilizaciones que, guste o no, vivían en la edad de piedra (no jodamos), como si fueran El Antiguo Egipto, o algo por el estilo.
En cambio, Europa ya había sobrepasado ese estadío evolutivo hacia veinticinco siglos (25), con las altas civilizaciones de la antigüedad (Israel, Persia, Grecia y Roma), que evolucionaron mucho más allá que los indios americanos, alcanzando la cumbre espiritual, con la consagración de monoteismo cristiano, posicionado como la religión oficial del estado más poderoso y mejor organizado jamás conocido hasta entonces.
Y es muy cierto que durante la edad media, ese mundo romano y cristiano se derrumbó, pero lo no es menos que fue sólo para reformularse como un sacro imperio romano de la nación alemana (La Gran Alemania = Das Reich = El Imperio de los Mil Años = 800-1815 = La Europa Cristiana = La Primera Proto Unión Europea), durante cuya vigencia Europa alcanzó un grado de refinamiento económico, diplomático y militar (léase: geopolítico), sólo superado por los tártaros musulmanes, y no por las confederaciones maya, chibcha o aymara, ni tampoco, por los imperios azteca o incaico, claro está.
Y fue dentro de ese sacro imperio, que fue derrotado en las cruzadas, donde sobrevino la reconquista cristiana de la península ibérica, formándose los reinos de Portugal, de Castilla y de Aragón, uniéndose los dos últimos, para dar origen a la unión de los reinos (el reino unido) de España, con capital en la ciudad de Madrid, gobernado por la dinastía ibérica de Los Trastamara, únidos con los austríacos (Los Hagsburg), convirtiendo a España en el estado lider del sacro imperio.
Ninguna civilización de América hubiera soñado si quiera en aquel lejano siglo quince superar los avances tecnológicos y las proezas navales interoceánicas de Portugal o de España, que con la bendición papal, provocaron la conquista, la colonización, la evangelización y la institucionalización (léase: la redención) de los cinco contientes (Oceanía, Asia, Africa, Europa y América). [3]
Mientras Francia primero y Gran Bretaña después iban surgiendo como primeras potencias cristianas y europeas del mundo entero (orbis), aquí en América los descendientes de los europeos (los criollos) iban adueñándose poco a poco de la tierra y de las actividades económicas que causaban su riqueza, hasta que en el siglo dieciocho, comenzaron a proyectar ese poder económico al campo de la política, comenzando a ganar participación en los estamentos eclesiásticos, militares y seculares (léase: gubernamentales).
Las revoluciones inglesa de 1688, norteamericana de 1776 y francesa de 1789, fueron los grandes ejemplos inpiradores de lo que había que hacer para que nuestros países fueran los artífices de sus propios destinos. Y estallaron las revoluciones hispanoamericanas de 1810 y nacieron las repúblicas latinoamericanas, gobernadas por elites ilustradas que las convertían, en los hechos, en neocolonias, productoras y exportadoras de materias primas para la industria, primero europea y después norteamericana, bajo el esquema liberal de la división internacional del trabajo.
Sin embargo, en medio de semejante esquema neocolonial, los indios sometidos por la conquista española fueron convirtiéndose en la base del poder de los criollos descastados (los paisanos = los gauchos), que fueron la base del poder de la parte descastada de las oligarquías gobernantes debilitadas por las guerras civiles, que sin embargo, supieron encumbrar a ciertos miembros de su clase social relegada, posicionándolos como los caudillos provinciales personalistas, alzados contra la ignomia cipaya.
Son varios los hombres de ese tipo, pero indudablemente, el más imporante de todos ellos fue el Brig. Gral. ECA ® Dn. Juan Manuel de Rosas (a) El Señor de los Cerrillos (a) El Restaurador de las Leyes (a) El Tirano Federal. [4]
En esencia, él respetó el modelo rivadaviano, pero no a la elite cipaya que pretendía que el mismo continuara sirviendo a los intereses vitales de Gran Bretaña y de su gran satélite sudamericano (Brasil). La idea de Rosas era la que al final dejó plasmada como legado histórico imperecedero, es decir, tener una nación grande, unida y respetada, aunque estuviera aislada, atrasada y tiranizada.
Más allá de su ambición personal de perpetuarse en el poder, propia de todo caudillo latinoamericano, que se cree iluminado por Dios, como si fuera un sacro emperador, o algo por el estilo, lo cierto es que, sin Rosas, la Argentina jámás hubiera podido aspirar a ser la primera nación de América Latina, como lo fue a finales del siglo diecinueve, bueno es reconocerlo, de la mano de los presidentes cipayos que forjaron la organización nacional, transformando a la Argentina grande, unida y respetada que dejó Rosas, en una nueva y gloriosa nación, que ya no estaba aislada, ni estaba atrasada, ni se hallaba tiranizada, sino más bien, todo lo contrario, pero al precio de tener sumergidas a las masas, rurales y urbanas, y de que el país siguiera siendo nada más que una próspera colonia británica de facto.
Y tan es así, que los dos grandes caudillos nacionales y populares del siglo veinte (Yrigoyen y Perón), así como sus dos grandes movimientos de masas (el radicalismo y el justicialismo), se sintieron herederos de la tradición caudillista y defensora de la nacionalidad de Rosas, contra la retrógrada Línea Mayo Caseros, triunfante en 1853, en 1930 y en 1955, que terminó desatando La Tercera Guerra Civil Argentina (1955-1983), que nos hizo involucionar ciento treinta años (130). Ups.
Desde entonces, cada uno con sus circunstancias y con su impronta personal, Raúl Ricardo Alfonsín, Carlos Saul Menem, Fernado de la Rúa, Adolfo Rodriguez Saá, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernadez de Kirchner, continuaron la línea trazada por Rosas, por Yrigoyen y por Perón, es decir, la de trabajar para la felicidad del pueblo argentino y la de maniobrar para forjar la grandeza nacional, que todavía está esperando que asome en el horizonte aquel hombre o aquella mujer que nos haga alcanzar los sagrados objetivos de la independencia económica, de la justicia social, de la soberanía política, de la integración latinoamericana y de la tercera posición, ayer equidistante de los extremos del capitalismo y del comunismo, y hoy convertida en la lucha a vida o muerte entre la globalización unipolarista y la antiglobalización multipolarista; pero en el marco de la plena vigencia de los derechos humanos, del estado de derecho y de la democracia constitucional.
Ya lo dijo el gran sabio romano (Cicerón), que ningún imperio se hace con un solo gobierno, ni se forja en una sola generación.
Por eso, con todo respeto, acordándome de que ayer se conmemoró el centésimo cuadragésimo octavo aniversario de La Batalla de Caseros, hoy me permito decir lo que me sale del sentimiento, y es que ¡Viva la santa federación¡ ¡Mueran los Salvajes Unitarios¡; que es exactamente lo mismo que decir que ¡Se dobla, pero no se rompe!; que es exactamente lo mismo que decir ¡Aquí están, estos son, los muchachos de Perón!; porque si bien lo miráramos, en el fondo, yo creo que es exactamente lo mismo, porque es la misma línea nacional, popular, humanista y cristiana. ¿Verdad?
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.














[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
[3] Y decimos de los cinco continentes, incluyendo a Europa, porque España también trabajó para la redención del viejo continente, defendiendo el catolicismo apostólico romano, en el interior del mundo cristiano contra la reforma protestante, y en el exterior, contra el avance de los tártaros musulmanes.

[4] Aristóteles clasificaba las formas de gobierno en puras (la monarquía, la aristocracia y la democracia) e impuras (la tiranía, la oligarquía y la demagogia), aclarando que la combinación de las formas puras, daba lugar a una cuarta forrma combinada, llamada con el nombre de la república.

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