Año I – Primera Edición – Editorial: 00000154 [1]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Jueves 9 de Febrero de 2.012.
Lo Que Quieren Es La Involución
Por Rubén Vicente
Hace tantos años que lo leí, que ya ni me acuerdo del nombre del autor, del título o de la editorial, pero les juro por Dios que ese libro hablaba sobre la historia de las religiones.
Leyéndolo aprendí que, en lo primero en que creyeron los hombres de la prehistoria (los varones, las mujeres, los niños y los ancianos) fue en las fuerzas de la naturaleza (la tierra, el agua, el aire, el sol, la luna, las estrellas, los meteoritos, los eclipses, los terremotos, los maremotos, los huracanes, etc., etc.).
Luego creyeron que, detrás de cada objeto material y de cada fenómeno atmosférico, había una energía poderosa, que ellos comenzaron a llamar con el nombre genérico de las almas (el animismo), extendiéndose posteriormente esa creencia primitiva al alma de los antepasados (el culto a los muertos).
Finalmente, creyeron en las grandes almas, y las llamaron con el nombre genérico de los dioses.
A partir de entonces, es decir, más o menos hace unos siete mil años atrás (5.000 a.C.), con el surgimiento de la primera civilización y el inicio de la edad antigua, quedó configurado el primer panteón de los dioses del reino de Sumer (En, Ki, Dú, Innana, etc.), siendo la religión sumeria la creencia en muchas divinidades (el politeismo).
Dos mil años más tarde, todas las civilizaciones del mundo entero (orbis) tenían sus propias religiones politeistas, pero fue entonces cuando comenzó a influir una suerte de proceso de concentración, de modo tal que, para entonces, surgieron grandes dioses, tipo clase a, y se conformaron panteones triales, con un gran dios padre, una gran diosa madre y un gran dios hijo.
Y transcurrieron otros dos mil años más, y las grandes religiones trialistas comenzaron a competir entre sí, sobreponiénose unas a otras, dejando configuradas las religiones de antiguas más importantes, como fueron la del budismo, el hinduismo, el mazdeismo, el baalismo y el paganismo, tanto griego como romano. [3]
Mil años más tarde, ya habían surgido dos nuevos paradigmas religiosos, con el monoteismo de los judíos y con el cristianismo de los galileos, que se consagró como religión oficial del imperio romano, justamente, en el siglo cuatro de la era cristiana, cuyo libro sagrado (la biblia = la vulgata) reconoce al judaismo como la columna vertebral del cristianismo.
Y luego vino la otra gran religión monoteista (el islamismo) y el cristianismo se extendio a los cinco continentes (Oceanía, Asia, Africa, Europa y América).
Y del cristianismo surgieron la filosofía cristiana, la política cristiana y el derecho cristiano, que es el alma de casi todos los sistemas jurídicos actuales, pero también y sobre todo (supre tutto) del actual sistema de derecho internacional público de los últimos cuatrocientos años (1600-2000).
Ese derecho cristiano, que es el derecho occidental, que viene valor de derecho internacional, universalmente aceptado como válido, concibe a los objetos materiales susceptibles de apropiación individual y de apreciacion pecuniaria como las cosas, mientras entiende a los sujetos espirituales como las personas, que son titulares de derechos individuales, algunos de los cuales son derechos fundamentales (la vida, la libertad, el honor y la propiedad = los derechos humanos = the human rights).
Bajo esa comprensión, las creencias religiosas de los aborígenes americanos (los amerindios = los indios = los pueblos originarios) son teológicamente aberrantes, pues pertenecen a un estadío evolutivo de la humanidad que está muy atrasado con respecto al judaismo, al cristianismo y al islam.
Para decirlo en una palabra, las religiones indígenas americanas están en la edad de piedra, siendo una mezcla de culto a la naturaleza, de animismo, de culto a los antepasados y, en el mejor de los casos, de politeismo, que carece de una elaborada concepción jurídica de las cosas, de las personas y de los derechos de las personas sobre las cosas.
Por eso, los indios creen que el universo, que es un ente material perteneciente al reino mineral, es algo así como el gran padre de la tierra, y que la tierra, que es otro ente material integrante de los reinos mineral, vegetal, animal y humano, y que es la gran madre de todos nosotros, creyendo que, por esa razón, debemos rendirle culto al padre universo y a la madre tierra (la pacha mama).
Pero esto de reconocerle al universo y a la tierra el carácter de personas y de reconocerles derechos, incluso fundamentales, como el derecho a la vida, a la libertad, al honor y a la propiedad, es un paradigma jurídico enteramente nuevo, que contradice la lógica jurídica más elemental vigente en el mundo desde hace dos mil años (2.000).
Y lo más psicótico es que ese pretendido nuevo paradigma jurídico, que habla de los derechos de la madre tierra (sic), no tiene su origen en los indios ni en sus creencias religiosas, sino más bien, en el designio ideológico de la concepción anarquista de los blancos europeos ateos, cuyo primer objetivo públicamente declarado es la subversión de las instituciones, creando el caos político mundial.
Efectivamente, desde el final de La Guerra Fría (1946-1991), el anarquismo ha tomado las creencias religiosas ancestrales de los indígenas americanos, para fundamentar su postura que la tierra, como planeta, es un sujeto de derecho (léase: es una persona), que es titular de los derechos fundamentales (la vida, la libertad, el honor y la propiedad).
Y han logrado que, nada más ni nada menos, que las convenciones generales constituyentes de las repúblicas del Ecuador y de Bolivia, consagren los derechos de la madre tierra (sic), o si se prefiere, la supremacía jurídica de la persona de los indios y sus organizaciones (léase: las comunidades aborígenes) sobre los no indios y sus organizaciones civiles (las ong´s), comerciales (las empresas) y políticas (los gobiernos).
En otras palabras, los indios al poder, y que se paren absolutamente todos y cada uno de los emprendimientos económicos de las empresas de la minería (acuífera, lítica, metalífera e hidrocarburífera), de energía, de transportes y de comunicaciones (léase: las empresas de infraestructura), causando un colapso mundial irreversible, conocido con el nombre de la involución (a la edad de piedra).
Obviamente, semejante dislate anarquista jamás prosperará, pero será un arma letal para el progreso de la humanidad, extendiéndose al mundo entero (orbis) como un veneno disfrazado de prácticas ambientalmente sanas (la ecología), que tiene razón en muchas cosas, pero no en aliarse con el anarquismo para consagrar la involución de la humanidad, claro está.
Ese pensamiento anarquita-ecologista-indigenista (léase: satanista), acaba de encontrar un nuevo mentor argentino, en la persona del presidente prostitublario de la corte suprema de justicia de la nación, Dr. Eugenio Zafaroni (a) El Culastro, a quien se ve que no le basta con sostener que si la nena es violada con la luz apagada es menos grave que si lo fuera con la luz prendida, sino que además, ahora quiere despenalizar absolutamente cuanta tropelía sea pepetrada por los involucionistas, a través de la publicación de su nueva obra titulada con el nombre de La Pachamama y el Humano, prologado por el inefable Osvaldo Bayer, y presentado anteayer en la biblioteca nacional con la presencia de la madre de todos nosotros, Dña. Hebe Pastor de Bonafini. ¡La tuya querrás decir!
En otras palabras, no paran, ni van a parar, porque están lanzados, pero sólo hasta que el pueblo diga basta con esta gente, y haga tronar el escarmiento, en el cuarto oscuro, claro está. No sé si me explico.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
[3] En realidad, el gran panteón griego era politeista, pero en su cúspide reinaban los tres dioses mayores, que eran Zeuz, Hera y Apolo, que eran el padre, la madre y el hijo; ocurriéndo exactamente lo mismo en el panteón romano, donde los tres dioses mayores eran Jano, ….. y Febo, siendo ambas tríadas verdaderas antecesoras de la santisima trinidad del padre, del hijo y del espíritu santo de la cristiandad.
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