Año I – Primera Edición – Editorial: 00000156 [1]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 11 de Febrero de 2.012.
Para Saber Como Es La Soledad…
Por Rubén Vicente
Eran casi las seis de la tarde del miércoles ocho, y otra vez un calor insoportable. C5N bolaceó, diciendo que la máxima del día serían veintisiete grados, porque ya iban treinta y uno firmes, y de frente frio patagónico ni hablar.
Yo estaba harto en la oficina, lidiando con el lenguaje farragoso al dop de una convención de la ONU, que para decir blanco, te dice todos los colores, menos el blanco, para que vos te avives por descarte que es el blanco. Estaba descerebrado, y en eso me llama Ema, para contarme que andaba por El Mercado de Abasto, tirándome la novedad de Crónica: Murió Spinetta.
Me despedí de ella y que tildé con la carita del flaco cuando era pibe, y en mi cabeza empezó su canción. Me dolió el estómago y me entragon ganas de llorar. Má si, total, estoy con la puerta cerrada, porque a mi compañera de la oficina de al lado le molesta el humo, y Carlitos Fernandez hace que no escucha, nada más que porque es un gentleman, off course.
Entre sollozos reprimodos me acordé. La primera vez que vi a Luis Alberto Spinetta sobre un escenario fue durante Los Carnavales de All Boys (1972) con pescado rabioso. La segunda fue en Los Carnavales de Velez (1973). De esa me acuerdo que el flaco hizo parar la música, y hablando en falsete preguntó rapidito: "¿Estamos todos locos? ¿Estamos todos locos, o pasó una hormiga Cacho?" (sic).
Y al rato agarró los palillos de la batería de Pomo, formó una vé corta y no preguntó con una sonrisa pícara: "¿Quién ganará mañana?" (sic). Y tuvo razón, porque ganó Cámpora. Y la tercera fue en Luna con Invisible (1974). Y nunca más en vivo porque a mi, desde el setenta y seis que empecé a laburar, el rock nacional dejó de interesarme a nivel recitales.
Y entró El Choclo y me recompuse, hablando los tres del cigarrillo, del cáncer de pulmón, y al rato se fue, porque tenía una llamada de arriba. Pero en mi mente, yo volví con que en las casi cuatro décadas posteriores, cada tanto en la radio o cada tanto en el grabador a cassette, escucho a Almendra, a Pescado y a Invisible, y no paro de darme que cuenta que Spinetta era un genio de la música y un poeta como pocos.
De Jade no escuché nada, porque sólo leía historia, asombrándome con el libro de Galimberti, que relata el paso fugaz del flaco por la juventud peronista, hasta que dijo que lo de él era de la cultura y no la política.
Y me encantó enterarme por televión que el flaco, qué maestro, se enyuntó con Carolina Pereletti (a) Las Tetas del Pueblo, que fue el último gran amor de su vida loca, pero fecunda como la de tantos otros que se fueron, o que todavía están, aunque vayan siendo cada vez menos, obvio.
Y me entraron a pesar por la cabeza imágenes a repetición de mi adolecencia, de los ensayos de Madre Tierra y de las zapadas de Horacio Montesano, que rasgueaba la música en la criolla para apoyar las letras de Lito Nebia (Vamos Negro) y de Luis Alberto Spinetta (Me Gusta Ese Tajo), que yo solía cantar en los descanzos de nuestra banda que nunca llegó a ser, pero que fue maravillosa.
Y me invadió la emoción cuando me acordé que la leucemia se llevó a mi mejor amigo, Carlos Rivak (a) El Rubio (16), al que Horacio y yo le dedicamos en su tumba El Tema de Pototo, y nos fuimos llorando bajito, dándonos cuenta de que ya nunca ha de morir, porque nunca ha de morir… ¿Verdad?.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
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