martes, 21 de febrero de 2012

165 Geopolítica (Mundial)

Año I – Primera Edición – Editorial: 00000165 [1]

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Lunes 20 de Febrero de 2.012.


Estamos Fritos
Por Rubén Vicente

Desde el siglo quince, existen instrumentos destinados a medir la temperatura, la humedad, la presión atmosférica, la dirección y velocidad de los vientos, y otros datos, que se emplean como información base para la elaboración de pronósticos vinculados con el clima en un lugar y en momento dados (léase: el área de cobertura).
Ya en el siglo deciseis, las marinas de guerra de Portugal, España, Francia, Inglaterra y Holanda, que eran las grandes potencias navales de la época de los grandes descubrientos geográficos europeos, comenzaron a llamar a todos los eventos climáticos en su conjunto con el nombre de los meteoros, y a su estudio científico, con el nombre de la meteorología.
Para el siglo diecisiete, las grandes potencias ya contaban con servicios meteorológico nacionales, que publicaban sus pronósticos en los periódicos, no sólo para que el público en general se enterara de cuáles serían las condiciones atmosféricas en las horas siguientes, sino también y especialmente, los agrónomos de los grandes establecimientos rurales (los latifundios) del continente más avanzado en aquel entonces (Europa).
En el siglo dieciocho, se extendieron los horizontes temporales de los pronósticos, con predicciones que llegaron a ser semanales, y en el siglo diecinueve, la meteorología llegó a perfeccionarse tanto que llegaron a ser de tres meses, es decir, estacionales (primavera, verano, otoño e invierno). Esa información era particularmente útil para las fuerzas armadas y para los todos los productores rurales, pero también, para los inversores bursátiles, convirtiéndose el factor climático en una parte significativa de sus especulaciones.
A principios del siglo veinte, muy pocos países carecían de servicios meteorológicos nacionales y los instrumentos de medición del clima permitieron elaborar pronósticos anuales, de modo tal que, todos los interesados en esa información, podían saber de antemano cómo vendría el clima durante todo ese año calendario, lo cual comenzó a ser crucial, en términos de cálculo económico, tanto para las empresas de agricultura, como para el comercio mundial de los commodities de la agricultura y, sobre todo (supra tutto), para los erarios públicos nacionales, que comenzaron a presupuestar los ingresos públicos nacionales en base a estimaciones tributarias, basadas en las predicciones meteorológicas, en términos de abundancia o de escacés probable de las cosechas.
Pero indudablemente, la invención de los satélites orbitales, acaecida en la década del sesenta del siglo pasado, significó una auténtica revolución meteorológica mundial pues, a partir de su empleo sistemático, es posible elaborar pronósticos decenales, con un altísimo grado de precisión, siendo ello un factor clave en términos de la navegación, tanto marítima como aeronáutica y espacial.
Desde hace cuarenta años, la información metereológica ha permitido detectar que el clima no cambia solamente en función de los factores atmosféricos, sino también, en razón de las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera por parte de los establecimientos industriales del mundo entero (orbis), provocando un efecto ascelerador de la natural evolución de la era geológica en la que nos hallamos, en términos de acortamiento de su duración, conociéndose ese fenómeno con el nombre de el calentamiento global, que obliga las los estados miembros de la comunidad internacional a poner en vigencia políticas ambientales destinadas a reducir, justamente, los efectos del cambio climático.
En semejante contexto, desde hace veinte años, surgió El Canal del Tiempo (The Weather Channel), que es un servicio meteorológico mundial que publica sus pronósticos en tiempo real (on line) por televisión, pero también, desde principios del siglo veintiuno, vía Internet, lo cual fue imitado por todos los servicios meteorológicos nacionales, en los cinco continentes (Oceanía, Asia, Africa, Europa y América).
Gracias a The Weather Channel (WC), el mundo entero (orbis) puede consultar los datos  horarios,  diarios, semanales, mensuales, anuales, quinquenales y decenales, acerca de cuáles serán las condiciones meteorológicas y, además, aprender cosas interesantes sobre la atmósfera, el clima y el cambio climático.
Por ejemplo, qué es esto de La Corriente del Niño y La Corriente de la Niña que, respectivamente, modifican hacia arriba o hacia abajo la temperatura de las aguas del océano Pacífico, alterando el régimen normal de las precipitaciones en América del Sur (Sudamérica).
En otras palabras, para decirlo en términos vulgares, podríamos concluir que The Weather Channel es lo más en meteorología global, y absolutamente todo el mundo (orbis) confía casi ciegamente en sus mediciones y pronósticos, que mi experiencia personal demuestra que son casi exactos, fallando en muy raras ocasiones.
Sin embargo, tanto en el último invierno austral como en este verano de perros, a mi me extrañan mucho los más que frecuentes errores de The Weather Channel, cuya principal fuente informativa en la agencia nacional de aeronáutica y espacio estadounidense, es decir, la NASA. Se la pasan anunciando lluvias que jamás suceden y bajas de  las temperaturas mínimas que casi nunca ocurren.
Por ejemplo, exactamente en el este mismo momento, The Weather Channel dice que la capital federal argentina hay sol a pleno, con veintiseis grados centígrados de humedad, y está pronosticado ciento por ciento de probalidad de tormentas, entre las nueve de la mañana y las cuatro de la tarde (100%).
Son la nueve, miro el cielo y no está soleado como dice que está, sino parcialmente nublado, con nubes bajas y gruesas, que están empecinadas en no largar el agua que portan. Cinco minutos más tarde, entramos en la fase temporoespacial pronosticada y, siendo ya las diez y media de la mañana, nada, cero, porque no ha llovido, pero ni una gota. Es absolutamente extraño que una probalidad de precipitaciones del ciento por ciento (100%) se traduzca en una realidad del cero por ciento (0%), y en la enésima vez que esto sucede este verano.
Por eso, y ya lo dije en otro artículo de El Cisne Negro que publiqué hace pocos días atrás, para mi esto no es una reiterada falla en materia de predicciones meteorológicas, ni la corriente de la niña que dura en el tiempo mucho más de lo normal, ni tampoco es cosa de mandinga, ni nada que se le parezca, sino más bien, es el HAARP, es decir, el arma magnática de la fuerza aérea norteamericana (The US Air Force) con la que los EEUU nos están haciendo trizas, reduciendo precipitaciones, agua, cosechas, ganados, energía eléctrica, producción industrial, ventas, exportaciones, divisas e ingresos fiscales, nada más que para que para seguir siendo ellos los amos del mundo, claro está.
Y por eso digo que estamos en el horno, y si me dijeran que estoy muy equivoado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.



[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

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