El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 13 de Octubre de 2.012.
La Izquierda Nacional V
Por Rubén Vicente
Exactamente
a las cuatro de la mañana, del sábado seis de septiembre de 1930, con el sol en
la constelación de la virgen (virgo) y la luna en la casa de la serpiente
(léase: libra), mientras la cristiandad conmemoraba el martirio de San Donaciano
Obispo (399 a 486 d.C), desde El Colegio Militar de la Nación, situado en
dependencias de la Guarnición Militar de Campo de Mayo (GMCM) del ejército
argentino, partió una columna, liderada por el Gral. Div. EA ® Dn. José Felix
Uriburu (a) El Chancho Colorado (65).
Avanzó sin
resistencia militar ni policial, sobre la capital federal, tomando posiciones
de La Plaza de Mayo, capturando La Casa Rosada, desalojándola íntegramente, y
quedando la misma bajo control militar.
Era un
golpe de estado, instaurador de un gobierno militar de facto, en flagrante
violación del orden establecído por la constitución nacional, hacía setenta y
siete años atrás (77), con el propósito de materializar la revolución
política (léase: la revolución septembrina).
El
gobierno revolucionario tenía un lider (Uriburu), secundado por los tenientes
coroneles Bartolomé Descalzo, Pedro Pablo Ramirez, Alvaro Alzogaray, Juan
Bautista Molina y Emilio Kinkelin.
La proclama revolucionaria fue escrita por Leopoldo Lugones (56), cuyo
texto decía: “La inercia y la corrupción administrativa, la ausencia de justicia, la anarquía
universitaria, la improvisación y el despilfarro en materia económica y
financiera, la politiquería como tarea principal del gobierno, el abuso, el
atropello, el fraude, el latrocinio y el crimen, son apenas un pálido
reflejo de lo que ha tenido que soportar el país" (sic).
Dos días más tarde, el Tte. Cnel. Ramirez aclaró para la prensa que: “No
es nuestro propósito primordial derribar a un gobierno incapaz y despótico. Esa
sola acción no nos llevaría a nada práctico. Lo necesario, lo fundamental, es cambiar
de sistema. Debemos suprimir el profesionalismo político. Ello requiere
modificar ciertos aspectos de la vida política del país. La Ley Sáenz Peña, con
ser excelente, parece no ser la que mejor se adapta a una población que
contiene un cuarenta por ciento de analfabetos. El sistema parlamentario
actual no es el más adecuado para el progreso y los intereses de las
fuerzas vivas de la nación" (sic).
El plan de acción revolucionaria, fue redactado por los mayores
Darraguerre, Di Pscuo, Manni, Perón y Ramayón.
Una semana más tarde, frente a sus alumnos de la escuela superior de
guerra, el Tte. Cnel. Kinkelin (43), explicó que: “Este es el gobierno del trabajo de las fuerzas
vivas de la patria, y no de los partidos fosilizados, burocráticos y
corruptos. Un gobierno auténticamente revolucionario, liderado por un
general retirado, secundado por cinco tenientes coroneles y por cinco mayores
en actividad, es decir, sin generalatos y sin almirantazgos, pero
tampoco, sin masas manipuladas. Hace falta el hombre capaz de
guiar a la nación hacia su destino de grandeza” (sic). [3]
Cuatro
años más tarde (1934), cuando la democracia constitucional ya había sido
restaurada, pero al precio de estar basada en el fraude patriótico, el primer
y único secretario general del Partido Nazi Argentino (PNA),
Tte. Cnel. EA ® Ing. Emilio Kinkelin (46), daba clases particulares de formación
política a cien oficiales en activdad y retirados del ejército y de
la armada (100).
En
ese contexto, el Tte. Cnel. Kinkelin explicaba que una cosa
era el nacionalismo, que viene del catolicismo confesionalista, del
conservadorismo y aún del liberalismo más ortodoxo (léase: el minarquismo), y otra
muy diferente, es el nacionalismo confluyendo con el socialismo, que
es internacionalista, para dar como resultado la síntesis superadora de el
socialismo nacional (léase: el nazismo). [4]
Y
aclaraba que, la idea de el nacionalismo argentino era que el país fuera
gobernado por una alianza estratégica, establecida entre la oligarquía
terrateniente vernácula, la iglesia católica apostólica romana de nuestro país,
las fuerzas armadas de la nación y la administración pública (municipal,
provincial y nacional), teniendo su núcleo formal en el sector público
del estado, y negando al pueblo (léase: el sector privado del estado).
En
cambio, Kinkelin aclaraba que la idea de el nazismo argentino era que,
en esa alianza estratégica, la oligarquía vernácula quedara excluída, y
en su lugar, fuera incorporado el pueblo (léase: el sector privado del
estado), representado por el pequeño y mediano empresariado nacional (léase: las
cámaras) y por el movimiento obrero organizado (léase: los sindicatos).
Y
explicaba que, la incorporación del pueblo, debía articularse a través de la
implantación gradual de el nuevo régimen corporativista de partido
único.
Para
ello, el Tte. Cnel. Kinkelin decía que debía bregarse en pos de la aprobación
por el parlamento de una nueva ley electoral, que le hiciera perder la
personería a los partidos políticos que obtuvieran menos del dos por
ciento en las elecciones (-2%); y de
la concreción de un plan, destinado a formar un frente de partidos
mayoritarios, liderados por El Partido Nazi Argentino (PNA), que declararan
voluntariamente su autodisolución, para sumarse a esa agrupación
quedando integrado, justamente, el partido único, que sería el partido de
todo el pueblo.
Finalmente,
el Tte. Cnel. Kinkelin, concluía que el partido único, debía nazificar a
las corporaciones (léase: las cámaras empresariales y los sindicatos
laborales), excluyendo de las mismas a todo elemento católico confesionalista,
judío sefaradí (léase: semita), conservador, liberal, anarquista,
socialista o comunista, exactamente igual a que como ocurría en El III
Reich.
Tres años
más tarde, en el marco de La Guerra Civil Española (1936-1939), que provocó la
división politica de los argentinos, civiles y militares, entre los
partidarios de los falangistas y los favorables a los republicanos, una parte de la oligarquía
agroexportadora vernácula, que controlaba férreamente al partido conservador y
al sector liberal de las fuerzas armadas, representada en la ocasión por el Dr.
Marcelo Sanchez Orondo (a) El Cachorro (27), mantuvo una entrevista reservada con
el Tte. Cnel. Kinkelin (52).
En ella,
el Dr. Sanchez Orondo planteó el objetivo de los grandes productores
agropecuarios de este país (léase: los ganaderos bonaereneses) apoyaran
al nazismo argentino, que en ese momento se había convertido en un sello de
goma, a cambio de el Tte. Cnel. Kinkelin se comprometiera a tomar contacto
con el Gral. Div. EA ® Dn. Luis Dellepiane (1865-1941), para persuadirlo de
liderar el proyecto de la encarnación del nazismo argentino en el
campo popular, por la vía de La Fuerza de Orientación Radical de la
Juventud Argentina (FORJA), que era otro sello de goma, obvio.
El
propósito de semejante proyecto era triple. Por una parte, nazificar
al radicalismo yrigoyenista juvenil. Por la otra, radicalizar al movimiento
obrero, causando su desanarquización, su dessocialización y su descomunización.
Y por la otra, que el radicalismo yrigoyenista nazificado, bregara en
pos de la supresión del fraude patriótico, para que Dellepiane fuera, nada más
ni nada menos, que el general de los trabajadores, o algo por el estilo.
[5]
La idea, nacida
en el seno de la más rancia oligarquía (Sanchez Orondo), fructificó en la
FORJA del Gral. Dellepiane, que no llegaría a ser el general de los
trabajdores, durmiéndose en un cajón el proyecto operado por el Tte.
Cnel. Kinkelin y por su gran amigo íntimo del radicalismo forjista (Arturo
Jaureche). Ups.
Y durante
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los sueños del Tte. Cnel. Kinkelín (54),
se esfumaron con la muerte del Gral. Dellepiane (1941), y con la suya propia un
año más tarde, pero la semilla igual germinaría, porque estaba plantada, nada
más ni nada menos, que en el alma de todos. [6]
Y si me
dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo
sabremos.
[1]
La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en
el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional
de la República Argentina de 1995 (Art. 14),
la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts.
153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de
Grecia (Solón) El Cisne Negro es la
alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es
prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
[3] A
pesar de haber sido amigo íntimo de Uriburu, en sus memorias, el Tte. Cnel.
Kinkelin reconoció que, en realidad, no
era el hombre
que necesitaba la revolución septembrina, fundamentalmente, por su falta de
coraje para hacer lo que había que hacer, insinuando elípticamente, que él era el hombre
indicado (léase: ecce homo), pues se veía a si mismo como
El Hitler Argentino, o algo
por el estilo.
[4]
Véase al respecto de los orígenes de el
sociaismo nacional, El Cisne
Negro (Editorial 28).
[5]
Hipólito Yrigoyen habia avanzado un paso a la izquierda, al incorporar
al gobierno nacional, en sus niveles municipales, provinciales y federal, a las
clases medias bancas descendientes de la inmigración europea (léase: el medio
pelo), desarrollando paralelamente, una política social que beneficiaba a las
clase obrera industrial y urbana, que también era blanca y descendiente de la
inmigración europea, pero casi totalmente compuesta por elementos de idología
anarquista, socialista y comunista (léase: el lumpen ario). Por eso, su
política social puede ser válidamente caracterizada como el obrerismo sin los obreros, es decir, el obrerismo ilustrado. En
cambio, la idea del Tte. Cnel. Kinkelin implicaba otro paso más a la
izquierda, incoporando a sector público del estado no sólo a los obreros,
sino también, a la totalidad de la clase trabajadora, pero blanca, y
previamente nazificada. Conste.
[6]
Durante toda la década del treinta del siglo pasado y hasta la mitad de la
segunda guerra mundial, la ideología de el socialismo nacional (léase:
el nazismo), no sólo se hizo carne en el gobierno nacional, durante las
presidencias de Uriburu (1930-1932), y también, de Justo (1932-1938), sino que
además, cortó transversalmente el arco civil, durante los gobiernos de
Ortiz (1938-1942) y de Castillo (1942-1943). De esa manera, antes del
golpe de estado del cuatro de junio de 1943, La Argentina ya era un país mentamente nazi,
que podía ser más tirado a la derecha (léase: el nazismo militar = el
hitlerismo = el kinkelismo), o que podía ser más tirado a la izquierda
(léase: el nazismo civil = el nazimo democrático = el laborismo = el lebensohnismo). Véase a este
último respecto, lo expuesto en El Cisne Negro (Editoriales 398 a 400).
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