sábado, 13 de octubre de 2012

401 Historia (Argentina)


Año II – Primera Edición – Editorial: 00000401 [1]

 

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 13 de Octubre de 2.012.




La Izquierda Nacional V
Por Rubén Vicente 

Exactamente a las cuatro de la mañana, del sábado seis de septiembre de 1930, con el sol en la constelación de la virgen (virgo) y la luna en la casa de la serpiente (léase: libra), mientras la cristiandad conmemoraba el martirio de San Donaciano Obispo (399 a 486 d.C), desde El Colegio Militar de la Nación, situado en dependencias de la Guarnición Militar de Campo de Mayo (GMCM) del ejército argentino, partió una columna, liderada por el Gral. Div. EA ® Dn. José Felix Uriburu (a) El Chancho Colorado (65).  

Avanzó sin resistencia militar ni policial, sobre la capital federal, tomando posiciones de La Plaza de Mayo, capturando La Casa Rosada, desalojándola íntegramente, y quedando la misma bajo control militar. 

Era un golpe de estado, instaurador de un gobierno militar de facto, en flagrante violación del orden establecído por la constitución nacional, hacía setenta y siete años atrás (77), con el propósito de materializar la revolución política (léase: la revolución septembrina). 

El gobierno revolucionario tenía un lider (Uriburu), secundado por los tenientes coroneles Bartolomé Descalzo, Pedro Pablo Ramirez, Alvaro Alzogaray, Juan Bautista Molina y Emilio Kinkelin. 

La proclama revolucionaria fue escrita por Leopoldo Lugones (56), cuyo texto decía: “La inercia y la corrupción administrativa,  la ausencia de justicia, la anarquía universitaria, la improvisación y el despilfarro en materia económica y financiera, la politiquería como tarea principal del gobierno, el abuso, el atropello, el fraude, el latrocinio y el crimen, son apenas un pálido reflejo de lo que ha tenido que soportar el país" (sic). 

Dos días más tarde, el Tte. Cnel. Ramirez aclaró para la prensa que: “No es nuestro propósito primordial derribar a un gobierno incapaz y despótico. Esa sola acción no nos llevaría a nada práctico. Lo necesario, lo fundamental, es cambiar de sistema. Debemos suprimir el profesionalismo político. Ello requiere modificar ciertos aspectos de la vida política del país. La Ley Sáenz Peña, con ser excelente, parece no ser la que mejor se adapta a una población que contiene un cuarenta por ciento de analfabetos. El sistema parlamentario actual no es el más adecuado para el progreso y los intereses de las fuerzas vivas de la nación" (sic).  

El plan de acción revolucionaria, fue redactado por los mayores Darraguerre, Di Pscuo, Manni, Perón y Ramayón. 

Una semana más tarde, frente a sus alumnos de la escuela superior de guerra, el Tte. Cnel. Kinkelin (43), explicó que: “Este es el gobierno del trabajo de las fuerzas vivas de la patria, y no de los partidos fosilizados, burocráticos y corruptos. Un gobierno auténticamente revolucionario, liderado por un general retirado, secundado por cinco tenientes coroneles y por cinco mayores en actividad, es decir, sin generalatos y sin almirantazgos, pero tampoco, sin masas manipuladas. Hace falta el hombre capaz de guiar a la nación hacia su destino de grandeza” (sic). [3] 

Cuatro años más tarde (1934), cuando la democracia constitucional ya había sido restaurada, pero al precio de estar basada en el fraude patriótico, el primer y único secretario general del Partido Nazi Argentino (PNA), Tte. Cnel. EA ® Ing. Emilio Kinkelin (46), daba clases particulares de formación política a cien oficiales en activdad y retirados del ejército y de la armada (100). 

En ese contexto, el Tte. Cnel. Kinkelin explicaba que una cosa era el nacionalismo, que viene del catolicismo confesionalista, del conservadorismo y aún del liberalismo más ortodoxo (léase: el minarquismo), y otra muy diferente, es el nacionalismo confluyendo con el socialismo, que es internacionalista, para dar como resultado la síntesis superadora de el socialismo nacional (léase: el nazismo). [4] 

Y aclaraba que, la idea de el nacionalismo argentino era que el país fuera gobernado por una alianza estratégica, establecida entre la oligarquía terrateniente vernácula, la iglesia católica apostólica romana de nuestro país, las fuerzas armadas de la nación y la administración pública (municipal, provincial y nacional), teniendo su núcleo formal en el sector público del estado, y negando al pueblo (léase: el sector privado del estado). 

En cambio, Kinkelin aclaraba que la idea de el nazismo argentino era que, en esa alianza estratégica, la oligarquía vernácula quedara excluída, y en su lugar, fuera incorporado el pueblo (léase: el sector privado del estado), representado por el pequeño y mediano empresariado nacional (léase: las cámaras) y por el movimiento obrero organizado (léase: los sindicatos). 

Y explicaba que, la incorporación del pueblo, debía articularse a través de la implantación gradual de el nuevo régimen corporativista de partido único. 

Para ello, el Tte. Cnel. Kinkelin decía que debía bregarse en pos de la aprobación por el parlamento de una nueva ley electoral, que le hiciera perder la personería a los partidos políticos que obtuvieran menos del dos por ciento en las elecciones (-2%); y de la concreción de un plan, destinado a formar un frente de partidos mayoritarios, liderados por El Partido Nazi Argentino (PNA), que declararan voluntariamente su autodisolución, para sumarse a esa agrupación quedando integrado, justamente, el partido único, que sería el partido de todo el pueblo. 

Finalmente, el Tte. Cnel. Kinkelin, concluía que el partido único, debía nazificar a las corporaciones (léase: las cámaras empresariales y los sindicatos laborales), excluyendo de las mismas a todo elemento católico confesionalista, judío sefaradí (léase: semita), conservador, liberal, anarquista, socialista o comunista, exactamente igual a que como ocurría en El III Reich.  

Tres años más tarde, en el marco de La Guerra Civil Española (1936-1939), que provocó la división politica de los argentinos, civiles y militares, entre los partidarios de los falangistas y los favorables a los republicanos, una parte de la oligarquía agroexportadora vernácula, que controlaba férreamente al partido conservador y al sector liberal de las fuerzas armadas, representada en la ocasión por el Dr. Marcelo Sanchez Orondo (a) El Cachorro (27), mantuvo una entrevista reservada con el Tte. Cnel. Kinkelin (52). 

En ella, el Dr. Sanchez Orondo planteó el objetivo de los grandes productores agropecuarios de este país (léase: los ganaderos bonaereneses) apoyaran al nazismo argentino, que en ese momento se había convertido en un sello de goma, a cambio de el Tte. Cnel. Kinkelin se comprometiera a tomar contacto con el Gral. Div. EA ® Dn. Luis Dellepiane (1865-1941), para persuadirlo de liderar el proyecto de la encarnación del nazismo argentino en el campo popular, por la vía de La Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina (FORJA), que era otro sello de goma, obvio. 

El propósito de semejante proyecto era triple. Por una parte, nazificar al radicalismo yrigoyenista juvenil. Por la otra, radicalizar al movimiento obrero, causando su desanarquización, su dessocialización y su descomunización. Y por la otra, que el radicalismo yrigoyenista nazificado, bregara en pos de la supresión del fraude patriótico, para que Dellepiane fuera, nada más ni nada menos, que el general de los trabajadores, o algo por el estilo. [5] 

La idea, nacida en el seno de la más rancia oligarquía (Sanchez Orondo), fructificó en la FORJA del Gral. Dellepiane, que no llegaría a ser el general de los trabajdores, durmiéndose en un cajón el proyecto operado por el Tte. Cnel. Kinkelin y por su gran amigo íntimo del radicalismo forjista (Arturo Jaureche). Ups. 

Y durante La Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los sueños del Tte. Cnel. Kinkelín (54), se esfumaron con la muerte del Gral. Dellepiane (1941), y con la suya propia un año más tarde, pero la semilla igual germinaría, porque estaba plantada, nada más ni nada menos, que en el alma de todos. [6] 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
Principio del formulario

[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
 
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
 
[3] A pesar de haber sido amigo íntimo de Uriburu, en sus memorias, el Tte. Cnel. Kinkelin reconoció que, en realidad, no era el hombre que necesitaba la revolución septembrina, fundamentalmente, por su falta de coraje para hacer lo que había que hacer, insinuando elípticamente, que él era el hombre indicado (léase: ecce homo), pues se veía a si mismo como El Hitler Argentino, o algo por el estilo.
 
[4] Véase al respecto de los orígenes de el sociaismo nacional,  El Cisne Negro (Editorial 28).
 
[5] Hipólito Yrigoyen habia avanzado un paso a la izquierda, al incorporar al gobierno nacional, en sus niveles municipales, provinciales y federal, a las clases medias bancas descendientes de la inmigración europea (léase: el medio pelo), desarrollando paralelamente, una política social que beneficiaba a las clase obrera industrial y urbana, que también era blanca y descendiente de la inmigración europea, pero casi totalmente compuesta por elementos de idología anarquista, socialista y comunista (léase: el lumpen ario). Por eso, su política social puede ser válidamente caracterizada como el obrerismo sin los obreros, es decir, el obrerismo ilustrado. En cambio, la idea del Tte. Cnel. Kinkelin implicaba otro paso más a la izquierda, incoporando a sector público del estado no sólo a los obreros, sino también, a la totalidad de la clase trabajadora, pero blanca, y previamente nazificada. Conste.
 
[6] Durante toda la década del treinta del siglo pasado y hasta la mitad de la segunda guerra mundial, la ideología de el socialismo nacional (léase: el nazismo), no sólo se hizo carne en el gobierno nacional, durante las presidencias de Uriburu (1930-1932), y también, de Justo (1932-1938), sino que además, cortó transversalmente el arco civil, durante los gobiernos de Ortiz (1938-1942) y de Castillo (1942-1943). De esa manera, antes del golpe de estado del cuatro de junio de 1943, La Argentina ya era un país mentamente nazi, que podía ser más tirado a la derecha (léase: el nazismo militar = el hitlerismo = el kinkelismo), o que podía ser más tirado a la izquierda (léase: el nazismo civil = el nazimo democrático = el laborismo = el lebensohnismo). Véase a este último respecto, lo expuesto en El Cisne Negro (Editoriales 398 a 400).

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