jueves, 11 de octubre de 2012

399 Historia (Argentina)


Año II – Primera Edición – Editorial: 000000399 [1]

 

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Jueves 11 de Octubre de 2.012.





La Izquierda Nacional IV.b
Por Rubén Vicente 

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) había concluído. La Sociedad de las Naciones (SN´s), liderada por Gran Bretaña y el Movimiento Solidarista Mundial (MSM), liderado por Alemania, fueron disueltas, reuniéndose sus estructuras residuales, y conformándose con ellas La Organización de las Naciones Unidas (ONU), liderada por los EEUU, convertidos en la primera potencia misilística y nuclear de la historia universal (léase: el hegemón planetario). 

Ante ese nuevo mundo estadounidense (de novus mundis americanensis) se levantaba amenazante La Unión Soviética, en el marco de la flamante guerra fría. Y en la Argentina, las elecciones generales del veinticuatro de febrero de 1946, le daban la victoria a el nazismo democrático vernáculo, es decir, a el laborismo criollo, consagrándose como nuevo presidente constitucional de la nación, el Cnel. EA Dn. Juan Domingo Perón (a) El Pocho (49). [3] 

Empezaba a desarrollarse orgánicamente el proyecto de La Nueva Argentina, con las arcas del banco central repletas de oro, respaldando completamente el valor del peso moneda nacional argentino, que cotizaba en paridad con el dólar estadounidense (1:1). Conste. 

Semejante contexto no era otra cosa que un auténtico desastre para todas las fuerzas políticas nucleadas en La Unión Democrática (UD), que fue doblada en votos por el peronismo. 

Sin embargo, era el momento esperado por el Movimiento de Intransigencia y Renovación (MIR) de Moisés Lebensohn (38), para enfrentarse en la interna radical con los viejos carcamenes del partido de Amadeo Sabattini, que fue reemplazado por el Dr. Ricardo Balbín (a) El Chino (42), que se posicionó no sólo como el lider del primer partido de la oposición, sino que además, lo volvió a arruinar todo, ensayando una más que torpe estrategia parlamentaria, inequivocamente antiperonista, pero al recontra dop. 

Y si, porque Perón y Balbín querían exactamente lo mismo, es decir, la independencia económica, la justicia social, la soberanía política, la integración latinoamericana y la tercera posición internacional, equidistante del capitalismo norteamericano y del comunismo soviético en la guerra fría. 

Pero la gran diferencia entre ellos era que los negros de abajo estaban con Perón, y los blancos del medio pelo estaban con Balbín, y eso fue el origen no sólo de la división nacional entre los peronistas y los antiperonistas, sino que además, fue el germen de la futura tercera guerra civil argentina que estallaría una década más tarde. 

Un pelotudo infeliz, que empezó a batir el parche con la vieja cantinela yanki de que Perón era El Hitler Argentino, aunque supuiera que la opción táctica de El Pocho era el nazismo democrático (léase: el laborismo), y además, poniendo cara de tienen razón, cuando los medios opositores editorializaban comentando que, en las tertulias paquetas de la oligarquía envidiosa, se  críticaban todas y cada una de las palabras y de las acciones de La Puta de Perón. 

Bajo esa comprensión, de movida no más, el peronismo quedó siendo la izquierda transformadora, mientras el imperialismo yanki y la oligarquía vernácula (léase: la unión democrática destrozada por el pueblo en las urnas), empezaron a visualizar al radicalismo balbinista como la derecha salvadora, pero no de las instituciones de la república (eso era puro verso), sino más bien, de la codicia extranjera y de los privilegios patricios; que odiaban a los negros peronistas y usaban a los blancos radicales como los mascarones de proa de la nave de el rencor, obvio. 

Y creyéndose el verso cipayo-balbinista, de buena fe, todo el radicalismo se sintió llamado a la presunta misión sagrada de convertir en el estandarte de los derechos humanos, del estado de derecho y de la democracia constitucional (léase: las instituciones de la república), sin querer darse cuenta que le estaban haciendo el juego a enemigos de la patria y del pueblo en su conjunto. 

Bajo esa comprensión, toda la oposición, liderada por los radicales, ya sabía que contaba con el apoyo de Washington y de las instituciones más tradicionales, derivadas del proyecto político caduco de la generación del ochenta, que fue glorioso, pero que ya no iba más, porque el mundo ya no era más británico, si no estado unidense, off course. 

Y se opusieron sistemáticamente a todas y cada una de las acciones del gobierno peronista, por el puro gusto de oponerse, aunque estuvieran de acuerdo, y así la cosa se empezó a poner densa, hasta que Perón los cagó, convocando elecciones a diputados para una asamblea general constituyente, que incluyeran en la carta magna de los argentinos todas las reformas necesarias para que las transformaciones políticas de La Nueva Argentina quedaran jurídicamente consolidadas, pero de una vez y para siempre. 

Nada, otra vez en las urnas, los destrozaron a todos juntos de nuevo. Primero el peronismo. Segundo el radicalismo, pero bien atriqui. Y tercero, el resto (conservadores, liberales, demócrata progresistas, socialistas y comunistas). 

En ese contexto, Moisés Lebensohn resultó electo convencional nacional constituyente, y le tocó la tarea de presidir el bloque radical en la convención reformadora. 

Él fue el que les hizo el bocho a todos los radicales, pronunciándose por las ideas revolucionarias de el nazismo democrático (léase: el laborismo criollo), tanto radical como peronista, apoyando la nueva constitución nacional de 1949 que mantuvo, por si alguno no lo sabe, el sistema institucional representativo, republicano, federal, presidencialista y laicista de la constitución nacional original de mil ochocientos cincuenta y tres. Conste. 

La embajada estadounidense lo puteó a Balbín en colores, en HD y en 3D, dejándolo chato como cinco de queso, ante un radicalismo que había recobrado la cordura ante la historia, sólo gracias a Lebensohn. 

Y llegó mil novecientos cincuenta, y me digan lo que me digan, a mi nadie me convencerá jamás de que estoy equivocado, cuando digo que en ese año, nuestra nación alcanzó el rango geopolítico inédito de quedar posicionada como la tercera potencia económica, diplomática y militar del mundo entero. [4] 

Y si, ese fue el año cumbre de la historia argentina, y por eso, sin que nadie lo supiera (léase: por las suyas), el Dr. Moisés Lebensohn (43), decidió tomar contacto personal con su antigua vecina de a la vuelta de su casa de Junín (Eva Duarte de Perón (a) Evita). 

La idea era negociar El Pacto Perón-Lebensohn, en cuya virtud, el gobierno nacional operaría para lograr la renuncia de Balbín a la conducción de la UCR, siendo reemplazado por Moisés, que formaría parte de el binomio presidencial justicialista-radical para las elecciones generales de 1952 (Juan Perón- Moisés Lebensohn). En otras palabras, la unión nacional de los argentinos. [5] 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos. 

[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
 
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
 
[3] Según todas las investigaciones más o menos serias,  Perón nació en 1893, pero fue bautizado dos años después. Conste.
 
[4] Amigablemente, desafío a cualquier lector de este artículo, a que me demuestre fehacientemente que, inmediatamente después de las dos grandes superpotencias misilísticas y nucleares de la primera etapa de la guerra fría (Los EEUU y La Unión Soviética), La Argentina no era la nación más rica, culta, prestigiosa, influyente y poderosa del mundo entero (orbis). Porque si miramos Oceanía, Asia, Africa, Europa o América de aquel año de 1950, no vamos a encontrar absolutamente ningún país que tuviera condiciones similares o mejores que las que beneficiaban a La Nueva Argentina de Perón y Evita. Y eso incluye a Alemania, Francia y Gran Bretaña, puestas de rodillas por la pasada segunda guerra mundial, pero más, por El Plan Marshall, que hipotecó el futuro de esas tres naciones a favor de los EEUU, sin que ello implicarla la contraprestación de la participación británica, francesa o alemana occidental en el poderío militar norteamericano, que sólo sería transferido a Gran Bretaña recién ocho años después (1958). Conste.
 
[5] Jamás olvidemos que en 1945, Perón le ofreció la vicepresidencia de la nación a Amadeo Sabattini.
 

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