El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Martes 2 de Octubre de 2.012.
La
Guerra de los Osos Blancos
Por Rubén Vicente
Desde
que los geólogos comenzaron a estudiar el planeta en forma científica, se
dieron cuenta de que nuestro mundo tiene una antigüedad estimada en cuatro mil
quinientos millones de años, y que en es lapso, se suscitaron cuatro eras
glaciales, entre medio de las cuales hubieron cinco eras integlaciares, dentro
de las cuales se operaron pequeñas glaciaciones, de no más de cinco mil años
cada una, la última de las cuales concluyó hace aproximadamente unos once mil
años atrás.
A
partir de entonces, comenzó a ascender gradualmente la temperatura general del
globo terráqueo, provocando el derretimiento de los casquetes polares, el
ascenso del nivel de los océanos, el cambio del régimen de los vientos y de las
lluvias, y el surgimiento de nuevos individuos, especies y géneros,
pertenecientes a los reinos microbiótico, vegetal y animal (léase: el cambio
climático).
Realmente,
no sabemos cuándo dejará de ascender el promedio general de la temperatura
global. Lo que si es cierto, es que la misma viene subiendo un grado cada diez
años, y que ello provoca, con cada vez más frecuencia e intensidad, terremotos,
maremotos, erupciones volcánicas, sunamis y huracanes.
Y
lo peor de todo es que, la excesiva emisión de gases de efecto invernadero,
cuasa una suerte de aceleración del cambio climático, que recibe el nombre
ecológico de el calentamiento global.
En
ese contexto, desde hace unos sesenta años (60), los hielos eternos del Ártico
y de la Antártida se derriten más rápido de normal, impactando negativamente
sobre la flora y la fauna polar, pero también, facilitando la explotación
hidrocarburífera.
Se
calcula que los polos albergan, por lo menos, el veinte por ciento (20%) de los hidrocarburos del planeta
(carbón, petróleo y gas natural). Y en todo el Océano Glacial Ártico, extendido
al norte de Rusia, de Escandinavia, de Las Islas Británicas, de Islandia, de
Groenlandia, del Canadá y de Alaska, ya están operando, desde hace no menos de
diez años, varias grandes empresas transnacionales, en tareas de exploración
costa afuera (léase: off shore), bajo el método shale, que extrae los
hidrocarburos que se forman en los poros de las rocas (léase: las lutitas).
Los
grandes desprendimientos de hielo, que pueden llegar a tener el tamaño de
ciudades (léase: los icebergs), las grandes profundidades oceánicas y las
altísimas olas marinas de los polos, dificultan enormemente las tareas de la
petroleras que, además, deben lidiar con la escacez promedio de los reservorios
submarinos, no pocos de los cuales tienen petróleo y gas natural, pero no
en cantidades suficientes, como para tornar rentable la explotación por si
sola.
Afortunadamente,
en el lecho de los fondos marinos polares, también hay inmensos yacimientos de
cloruro de sodio (léase: sal), y de litio (Li), como así también,
de carbón (C), de diamantes (C) y de uranio (U), que son
materiales críticos para la industria postcontemporánea, tanto rural y urbana,
como civil y militar.
Con
lo que den esas industrias, será perfectamente posible compensar las pérdidas
derivadas de la explotación no rentable de los yacimientos hidrocarburíferos
submarinos de ambos polos, aumentando significativamente la oferta energética
mundia, hasta que, esperemos, sean descubiertos nuevos y rentables yacimientos
tradicionales (léase: los pozos).
Por
lo pronto, la explotación off shore del shale oil y del shale gas del Ártico
implicará que el mundo entero (orbis) tendrá petróleo y gas natural para cincuenta
años mínimo (50).
Pero
la semana pasada ocurrieron dos hechos ciertamente inesperados. El primero
fue la falla de una operación de exploración de la holandesa Shell, que causó
un escape submarino de gas natural. Y la segunda fue que, coetáneamente,
la francesa Total emitió un informe en cuya virtud augura un desastre
ecológico sin precedentes (sic), en el hipotético caso de que se continúe
con la exploración y se intente perforar La Cordillera de Lomonosov,
extendida sobre la plataforma del Océano Glaciar Ártico.
Y
si, porque ya sabemos que los japoneses cuentan con alta tecnología
civil capaz de llevar a cabo perforaciones que superan los doscientos
kilómetros de profundidad (200 Kms. =
200.000 mtrs.), alcanzando el magma que cubre el núcleo del centro de la
tierra, y que una de esas perforaciones fue la causante de una feroz explosión
volcánica submarina, que causó un terremoto submarino, que causó un maremoto,
que causó un sumami, que causó, nada más ni nada menos, que El Accidente de
Fukushima.
Y
también sabemos que las petroleras que operan en el Ártico, pueden acceder
fácilmente a esa alta tecnología civil japonesa, pudiéndola emplear para
perforar la corteza terrestre, justamente, en el lecho del océano glacial
septentrional, con los mismos posibles efectos que los registrados en el Japón,
y en todo el Oceáno Indico, desde Indonesia hasta Sudáfrica, claro está.
Por
eso, la conclusión es que en el Ártico se ha iniciado, nada más ni nada menos,
que La Guerra de Los Osos Blancos, de la que han comenzado a participar
Greenpeace, Vía Campesina, y otras ong´s ambientalistas, que trabajan para los
servicios de inteligencia de las grandes potencias globales, con el objetivo
declarado de preservar el medioambiente, pero con el propósito inconfesable de
arruinar a la competencia, obvio.
Esperemos
que la guerra de los osos blancos no se convierta en un nuevo subescenario de
la guerra mundial contra el terrorismo (léase: la segunda guerra fría), pues
estando en juego la sal, el litio, el carbón, el petróleo, el gas natural, los
diamantes y el uranio, ese conflicto económico podría derivar, más rápido que
volando, nada más ni nada menos, que en la tercera guerra mundial (el
holocausto nuclear = el armagedón = el apocalipsis = 2014-2017) que, como bien lo decía San Pablo Apostol en El Libro de
las Revelaciones, comenzará en Meggido, pero se extenderá a todo el planeta,
hasta casi extinguirlo, off course. [3]
Y
si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo
sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la
información contenida en el presente documento se halla jurídicamente
garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art.
19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código
Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de
Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El
Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero
que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería
catastrófico.
[3] Los expertos en geopolítica
y en estrategia estiman que una eventual tercera guerra mundial, adoptaría
configuración dinámica similar a la suscitada como consecuencia de La Crisis de los Misiles Cubanos de 1962,
que fue recreada en el film titulado con
el nombre de Trece Días, protagonizado por Kevin Costner. Esos expertos opinan que el conflicto
bélico hipotético no duraría sólo trece días, como fue hace cinco décadas,
sino más bien, cuatro años (4). Y yo digo que, según mis cálculos,
si ocurriera, estallaría en agosto de 2014,
extendiéndose hasta la primavera boreal de 2017.
Conste.
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