martes, 2 de octubre de 2012

390 Geopolítica (Mundial)


Año II – Primera Edición – Editorial: 0000390 [1]

 

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Martes 2 de Octubre de 2.012.





La Guerra de los Osos Blancos
Por Rubén Vicente 

Desde que los geólogos comenzaron a estudiar el planeta en forma científica, se dieron cuenta de que nuestro mundo tiene una antigüedad estimada en cuatro mil quinientos millones de años, y que en es lapso, se suscitaron cuatro eras glaciales, entre medio de las cuales hubieron cinco eras integlaciares, dentro de las cuales se operaron pequeñas glaciaciones, de no más de cinco mil años cada una, la última de las cuales concluyó hace aproximadamente unos once mil años atrás. 

A partir de entonces, comenzó a ascender gradualmente la temperatura general del globo terráqueo, provocando el derretimiento de los casquetes polares, el ascenso del nivel de los océanos, el cambio del régimen de los vientos y de las lluvias, y el surgimiento de nuevos individuos, especies y géneros, pertenecientes a los reinos microbiótico, vegetal y animal (léase: el cambio climático). 

Realmente, no sabemos cuándo dejará de ascender el promedio general de la temperatura global. Lo que si es cierto, es que la misma viene subiendo un grado cada diez años, y que ello provoca, con cada vez más frecuencia e intensidad, terremotos, maremotos, erupciones volcánicas, sunamis y huracanes. 

Y lo peor de todo es que, la excesiva emisión de gases de efecto invernadero, cuasa una suerte de aceleración del cambio climático, que recibe el nombre ecológico de el calentamiento global. 

En ese contexto, desde hace unos sesenta años (60), los hielos eternos del Ártico y de la Antártida se derriten más rápido de normal, impactando negativamente sobre la flora y la fauna polar, pero también, facilitando la explotación hidrocarburífera. 

Se calcula que los polos albergan, por lo menos, el veinte por ciento (20%) de los hidrocarburos del planeta (carbón, petróleo y gas natural). Y en todo el Océano Glacial Ártico, extendido al norte de Rusia, de Escandinavia, de Las Islas Británicas, de Islandia, de Groenlandia, del Canadá y de Alaska, ya están operando, desde hace no menos de diez años, varias grandes empresas transnacionales, en tareas de exploración costa afuera (léase: off shore), bajo el método shale, que extrae los hidrocarburos que se forman en los poros de las rocas (léase: las lutitas). 

Los grandes desprendimientos de hielo, que pueden llegar a tener el tamaño de ciudades (léase: los icebergs), las grandes profundidades oceánicas y las altísimas olas marinas de los polos, dificultan enormemente las tareas de la petroleras que, además, deben lidiar con la escacez promedio de los reservorios submarinos, no pocos de los cuales tienen petróleo y gas natural, pero no en cantidades suficientes, como para tornar rentable la explotación por si sola. 

Afortunadamente, en el lecho de los fondos marinos polares, también hay inmensos yacimientos de cloruro de sodio (léase: sal), y de litio (Li), como así también, de carbón (C), de diamantes (C) y de uranio (U), que son materiales críticos para la industria postcontemporánea, tanto rural y urbana, como civil y militar. 

Con lo que den esas industrias, será perfectamente posible compensar las pérdidas derivadas de la explotación no rentable de los yacimientos hidrocarburíferos submarinos de ambos polos, aumentando significativamente la oferta energética mundia, hasta que, esperemos, sean descubiertos nuevos y rentables yacimientos tradicionales (léase: los pozos). 

Por lo pronto, la explotación off shore del shale oil y del shale gas del Ártico implicará que el mundo entero (orbis) tendrá petróleo y gas natural para cincuenta años mínimo (50). 

Pero la semana pasada ocurrieron dos hechos ciertamente inesperados. El primero fue la falla de una operación de exploración de la holandesa Shell, que causó un escape submarino de gas natural. Y la segunda fue que, coetáneamente, la francesa Total emitió un informe en cuya virtud augura un desastre ecológico sin precedentes (sic), en el hipotético caso de que se continúe con la exploración y se intente perforar La Cordillera de Lomonosov, extendida sobre la plataforma del Océano Glaciar Ártico. 

Y si, porque ya sabemos que los japoneses cuentan con alta tecnología civil capaz de llevar a cabo perforaciones que superan los doscientos kilómetros de profundidad (200 Kms. = 200.000 mtrs.), alcanzando el magma que cubre el núcleo del centro de la tierra, y que una de esas perforaciones fue la causante de una feroz explosión volcánica submarina, que causó un terremoto submarino, que causó un maremoto, que causó un sumami, que causó, nada más ni nada menos, que El Accidente de Fukushima.  

Y también sabemos que las petroleras que operan en el Ártico, pueden acceder fácilmente a esa alta tecnología civil japonesa, pudiéndola emplear para perforar la corteza terrestre, justamente, en el lecho del océano glacial septentrional, con los mismos posibles efectos que los registrados en el Japón, y en todo el Oceáno Indico, desde Indonesia hasta Sudáfrica, claro está. 

Por eso, la conclusión es que en el Ártico se ha iniciado, nada más ni nada menos, que La Guerra de Los Osos Blancos, de la que han comenzado a participar Greenpeace, Vía Campesina, y otras ong´s ambientalistas, que trabajan para los servicios de inteligencia de las grandes potencias globales, con el objetivo declarado de preservar el medioambiente, pero con el propósito inconfesable de arruinar a la competencia, obvio. 

Esperemos que la guerra de los osos blancos no se convierta en un nuevo subescenario de la guerra mundial contra el terrorismo (léase: la segunda guerra fría), pues estando en juego la sal, el litio, el carbón, el petróleo, el gas natural, los diamantes y el uranio, ese conflicto económico podría derivar, más rápido que volando, nada más ni nada menos, que en la tercera guerra mundial (el holocausto nuclear = el armagedón = el apocalipsis = 2014-2017) que, como bien lo decía San Pablo Apostol en El Libro de las Revelaciones, comenzará en Meggido, pero se extenderá a todo el planeta, hasta casi extinguirlo, off course. [3] 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.

[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
 
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
[3] Los expertos en geopolítica y en estrategia estiman que una eventual tercera guerra mundial, adoptaría configuración dinámica similar a la suscitada como consecuencia  de La Crisis de los Misiles Cubanos de 1962, que fue recreada en el film titulado con  el nombre de Trece Días, protagonizado por Kevin  Costner. Esos expertos opinan que el conflicto bélico hipotético no duraría sólo trece días, como fue hace cinco décadas, sino más bien, cuatro años (4). Y yo digo que, según mis cálculos, si ocurriera, estallaría en agosto de 2014, extendiéndose hasta la primavera boreal de 2017. Conste.

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