El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 22 de Septiembre de 2.012.
El
Dinero III
Por Rubén Vicente
En
la edad media (476-1453), se suscitaron dos etapas (2). En la primera
(476-1096), los antiguos generales del ejército romano y sus descendientes,
acumularon gemas y métalico, convirtiéndose en los más grandes magnates del
viejo mundo (Europa), bajo la forma de los señores feudales.
Pero
en la segunda (1096-1453), todas esas gemas y todo ese métalico habían pasado a
las manos de la iglesia católica apostólica romana, que era algo así como el
banco central del mundo entero (orbis).
Había
una sola excepción a esa regla, y eran los templarios, cuya orden
eclesiástica fue disuelta en 1314, aunque sus gemas y su metálico se convirtieron
en el capital de los flamantes bancos suizos, que inventaron las cuentas
cifradas, cuyos títulares (léase: los ex templarios) formaban una lista,
que sólo era conocida por el presidente del directorio de cada entidad, y que se
guardaba en caja fuerte, identificándosela con un número (léase: la cifra).
Para
principios del siglo dieciseis (el siglo de la reforma protestante), el papa,
el sacro emperador y la unión de los bancos suizos eran los más grandes poseedores
de gemas y de málico del mundo entero (orbis), pero para entonces, ya había
pequeños magnates del norte de Italia (léase: los lombardos), que habían
desarrollado la idea china que Marco Polo había traído del oriente doscientos
cienta años atrás (léase: los billetes), que para ellos, eran la sal
de la vida, o algo por el estilo, obvio.
Era
muy interesante, porque los banqueros lombardos habían organizado el negocio de
aceptar depósitos en gemas o en metálico, a cambio de lo cual expedían un
recibo, y se comprometían a restitutir el dinero a su propietario cuando éste
lo reclamara, pero cobrándole un precio por el tiempo de uso del cofre
correspondiente, que era pagado, justamente, en gemas o en melático (léase: la
banca de depósitos).
Pero
además, a los banqueros lombardos de los primeros años del siglo dieciseis se
les ocurrió la idea de usar sus ganancias en gemas y en metálico para respaldar
el valor de los billetes que emitían sus bancos, estableciendo una paridad fija
y convertible entre la reserva monetaria (las gemas y el metálico) y los
billetes (léase: la convertibilidad).
Y
además, hubo algunos que se avivaron, y empezarón a emir billetes sin
respaldo, ni en gemas ni en metálico, provocando la inflación, y
posteriormente, la carestía proporcional de los bienes y de los
servicios que se pagaban con esos billetes cada vez menos valiosos.
Era
un auténtico festival de monedas de cobre, de niquel y de hierro, y de billetes
de banco de diferentes valores y poderes adquisitivos. Por eso, a requerimiento
del sacro emperador (Carlos V) se llevó a cabo La Conferencia de Génova de
1522, en la que se estableció que, de allí en más, el papado y el sacro imperio
serían los únicos poseedores de las gemas, mientras los bancos suizos
guardarían todo el metálico (léase: el oro y la plata), y los bancos lombardos
serían los únicos acuñadores de monedas de cobre, hierro y nique, como así
también, los únicos emisores de un billete único, que sería conocido con
el nombre de el marco sacro imperial (léase: el marco gran alemán). [3]
De
esa manera, se establecieron las paridades entre las gemas, el metálico y el
marco sacro imperial, a una tasa fija y convertible (léase: la
convertibilidad monetaria de la modernidad), erradicándose completamente la
inflación y volviendo a depender la carestía o la baratura, únicamente,
de la oferta y de la demanda de bienes y servicios en el mercado libre
(léase: der freie markt = the free market).
Ese
sistema lombardo establecía que, por cada kilate de la gema, que era la
quinta parte de un gramo, se pagaría una onza (1 k = 1 O = 1:1); y que cada onza pesaría ciento veintiseis coma veintiocho
gramos (1 O = 126,28 grs. c/u), y
que cada onza de oro costaría dieciseis onzas de plata (16:1).
Eso
le dio a toda la economía europea, no sólo una gran estabilidad, sino también,
una gran productividad, que le permitió al viejo continente posicionarse como
el más rico y poderoso del planeta, a lo largo de todo el resto del siglo
dieciseis (el siglo de la reforma protestante).
Sin
embargo, durante todo ese lapso, se suscitó un fenómeno que conspiraría contra
el sistema lombardo. La conquista de Oceanía, de Asia, de Africa y de América
por parte de Portugal y de España, convirtió a los gobiernos de Lisboa y de
Madrid en gigantezcos acumuladores de gemas y de metálico, posicionándose
entonces como competidores de la santa sede, del sacro imperio, de la unión de
los bancos suizos y de los grandes banqueros lombardos.
Pero
Lisboa y Madrid no se quedaban con las gemas y con el metálico que
importaban desde fuera de Europa, sino que lo canjeaban por material
bélico y eclesiástico, destinado a financiar las nuevas conquistas y la
evangelización.
Por
eso, ya a principios del siglo diecisite (el siglo de la revolución científica),
la mayor parte de las gemas y del metálico europeo estaban en las manos de los
gobiernos de Rusia,de Holanda, de Francia y de Gran Bretaña, y ya no más
en poder de la santa sede, del sacro imperio ni de los banqueos lombardos,
aunque si de la unión de los bancos suizos.
Por
eso, el ministro de hacienda y finanzas de Luis XIV (Jean Baptiste Colbert)
creó El Banco de Francia (Le Banque de France), que fue el primer banco
central moderno, porque conformaba las reservas monetarias francesas en
gemas y en metálico, contra la cual empezó a emitir y a hacer circular el
billete nacional francés (léase: el franco), obviamente, a una paridad fija
y convertible (léase: la convertibilidad monetaria francesa).
Esa
política monetaria francesa se complementó con la novedad de que Le Banque de
France se arrogó la atribución, exclusiva y excluyente, de fijar las tasas
de interés, tanto las pasivas (los depósitos) como las activas (los
créditos), y además, las de descuento y las de redescuento.
Pero
además, el banco central francés se arrogó la atribución política de ejercer
sobre todos los bancos que funcionaban en Francia el poder de policía
bancaria (léase: la superintendencia de los bancos).
Finalmente,
Le Banque de France se arrogó la atribución política de fijar los tipos de
cambio entre el franco y las demás monedas que circulaban en el viejo
continente y fuera de él, cuando el comercio fuera entre Francia y otro país,
cualquiera que fuera.
Bajo
el sistema colbertista del banco central francés, el imperio con capital
en la ciudad de París contaría con el dinero suficiente, no sólo para triunfar
en La Guerra de los Treinta Años (1618-1648), sino también, para posicionarse
al final de la misma como la nueva primera potencia mundial, desplazando
a España.
Curiosamente,
durante toda la vigencia de el sistema monetario colbertista, el peso
del metálico siguió siendo medido en la onza lombarda, y la paridad
entre la plata y el oro siguió siendo de dieciseis a uno (16:1), mientras cada franco francés
cotizaba en paridad fija y convertible de uno a uno con la onza
de oro (1:1).
Y
se me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo
sabremos.
[1]
La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en
el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional
de la República Argentina de 1995 (Art. 14),
la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts.
153 y 155).
[2] Para uno de
Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El
Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero
que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería
catastrófico.
[3] El nombre oficial del
sacro imperio era el de El Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana (léase:
La Gran Alemania = Das Reich = El Imperio de los Mil Años = 800-1815 = El Nuevo
Israel = La Europa Cristiana = La Gran Europa = La Leitania = La Primera Proto
Unión Europea), con capital religiosa en la ciudad de Roma, con capital política
en la ciudad de Viena y con capital administrativa en la ciudad de Madrid;
gobernado por la dinastía austríaca de Los Hagsburg. Conste.
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