sábado, 22 de septiembre de 2012

380 Historia (Mundial)


Año II – Primera Edición – Editorial: 00000380 [1]

 

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 22 de Septiembre de 2.012.






El Dinero III
Por Rubén Vicente 

En la edad media (476-1453), se suscitaron dos etapas (2). En la primera (476-1096), los antiguos generales del ejército romano y sus descendientes, acumularon gemas y métalico, convirtiéndose en los más grandes magnates del viejo mundo (Europa), bajo la forma de los señores feudales.

Pero en la segunda (1096-1453), todas esas gemas y todo ese métalico habían pasado a las manos de la iglesia católica apostólica romana, que era algo así como el banco central del mundo entero (orbis).  

Había una sola excepción a esa regla, y eran los templarios, cuya orden eclesiástica fue disuelta en 1314, aunque sus gemas y su metálico se convirtieron en el capital de los flamantes bancos suizos, que inventaron las cuentas cifradas, cuyos títulares (léase: los ex templarios) formaban una lista, que sólo era conocida por el presidente del directorio de cada entidad, y que se guardaba en caja fuerte, identificándosela con un número (léase: la cifra). 

Para principios del siglo dieciseis (el siglo de la reforma protestante), el papa, el sacro emperador y la unión de los bancos suizos eran los más grandes poseedores de gemas y de málico del mundo entero (orbis), pero para entonces, ya había pequeños magnates del norte de Italia (léase: los lombardos), que habían desarrollado la idea china que Marco Polo había traído del oriente doscientos cienta años atrás (léase: los billetes), que para ellos, eran la sal de la vida, o algo por el estilo, obvio. 

Era muy interesante, porque los banqueros lombardos habían organizado el negocio de aceptar depósitos en gemas o en metálico, a cambio de lo cual expedían un recibo, y se comprometían a restitutir el dinero a su propietario cuando éste lo reclamara, pero cobrándole un precio por el tiempo de uso del cofre correspondiente, que era pagado, justamente, en gemas o en melático (léase: la banca de depósitos). 

Pero además, a los banqueros lombardos de los primeros años del siglo dieciseis se les ocurrió la idea de usar sus ganancias en gemas y en metálico para respaldar el valor de los billetes que emitían sus bancos, estableciendo una paridad fija y convertible entre la reserva monetaria (las gemas y el metálico) y los billetes (léase: la convertibilidad). 

Y además, hubo algunos que se avivaron, y empezarón a emir billetes sin respaldo, ni en gemas ni en metálico, provocando la inflación, y posteriormente, la carestía proporcional de los bienes y de los servicios que se pagaban con esos billetes cada vez menos valiosos 

Era un auténtico festival de monedas de cobre, de niquel y de hierro, y de billetes de banco de diferentes valores y poderes adquisitivos. Por eso, a requerimiento del sacro emperador (Carlos V) se llevó a cabo La Conferencia de Génova de 1522, en la que se estableció que, de allí en más, el papado y el sacro imperio serían los únicos poseedores de las gemas, mientras los bancos suizos guardarían todo el metálico (léase: el oro y la plata), y los bancos lombardos serían los únicos acuñadores de monedas de cobre, hierro y nique, como así también, los únicos emisores de un billete único, que sería conocido con el nombre de el marco sacro imperial (léase: el marco gran alemán). [3] 

De esa manera, se establecieron las paridades entre las gemas, el metálico y el marco sacro imperial, a una tasa fija y convertible (léase: la convertibilidad monetaria de la modernidad), erradicándose completamente la inflación y volviendo a depender la carestía o la baratura, únicamente, de la oferta y de la demanda de bienes y servicios en el mercado libre (léase: der freie markt = the free market). 

Ese sistema lombardo establecía que, por cada kilate de la gema, que era la quinta parte de un gramo, se pagaría una onza (1 k = 1 O = 1:1); y que cada onza pesaría ciento veintiseis coma veintiocho gramos (1 O = 126,28 grs. c/u), y que cada onza de oro costaría dieciseis onzas de plata (16:1). 

Eso le dio a toda la economía europea, no sólo una gran estabilidad, sino también, una gran productividad, que le permitió al viejo continente posicionarse como el más rico y poderoso del planeta, a lo largo de todo el resto del siglo dieciseis (el siglo de la reforma protestante). 

Sin embargo, durante todo ese lapso, se suscitó un fenómeno que conspiraría contra el sistema lombardo. La conquista de Oceanía, de Asia, de Africa y de América por parte de Portugal y de España, convirtió a los gobiernos de Lisboa y de Madrid en gigantezcos acumuladores de gemas y de metálico, posicionándose entonces como competidores de la santa sede, del sacro imperio, de la unión de los bancos suizos y de los grandes banqueros lombardos. 

Pero Lisboa y Madrid no se quedaban con las gemas y con el metálico que importaban desde fuera de Europa, sino que lo canjeaban por material bélico y eclesiástico, destinado a financiar las nuevas conquistas y la evangelización. 

Por eso, ya a principios del siglo diecisite (el siglo de la revolución científica), la mayor parte de las gemas y del metálico europeo estaban en las manos de los gobiernos de Rusia,de Holanda, de Francia y de Gran Bretaña, y ya no más en poder de la santa sede, del sacro imperio ni de los banqueos lombardos, aunque si de la unión de los bancos suizos. 

Por eso, el ministro de hacienda y finanzas de Luis XIV (Jean Baptiste Colbert) creó El Banco de Francia (Le Banque de France), que fue el primer banco central moderno, porque conformaba las reservas monetarias francesas en gemas y en metálico, contra la cual empezó a emitir y a hacer circular el billete nacional francés (léase: el franco), obviamente, a una paridad fija y convertible (léase: la convertibilidad monetaria francesa). 

Esa política monetaria francesa se complementó con la novedad de que Le Banque de France se arrogó la atribución, exclusiva y excluyente, de fijar las tasas de interés, tanto las pasivas (los depósitos) como las activas (los créditos), y además, las de descuento y las de redescuento. 

Pero además, el banco central francés se arrogó la atribución política de ejercer sobre todos los bancos que funcionaban en Francia el poder de policía bancaria (léase: la superintendencia de los bancos).  

Finalmente, Le Banque de France se arrogó la atribución política de fijar los tipos de cambio entre el franco y las demás monedas que circulaban en el viejo continente y fuera de él, cuando el comercio fuera entre Francia y otro país, cualquiera que fuera. 

Bajo el sistema colbertista del banco central francés, el imperio con capital en la ciudad de París contaría con el dinero suficiente, no sólo para triunfar en La Guerra de los Treinta Años (1618-1648), sino también, para posicionarse al final de la misma como la nueva primera potencia mundial, desplazando a España. 

Curiosamente, durante toda la vigencia de el sistema monetario colbertista, el peso del metálico siguió siendo medido en la onza lombarda, y la paridad entre la plata y el oro siguió siendo de dieciseis a uno (16:1), mientras cada franco francés cotizaba en paridad fija y convertible de uno a uno con la onza de oro (1:1). 

Y se me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.

[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
 
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
 
[3] El nombre oficial del sacro imperio era el de El Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana (léase: La Gran Alemania = Das Reich = El Imperio de los Mil Años = 800-1815 = El Nuevo Israel = La Europa Cristiana = La Gran Europa = La Leitania = La Primera Proto Unión Europea), con capital religiosa en la ciudad de Roma, con capital política en la ciudad de Viena y con capital administrativa en la ciudad de Madrid; gobernado por la dinastía austríaca de Los Hagsburg. Conste.

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