El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 8 de Septiembre de 2.012.
La Honestidad
Por Rubén Vicente
Una
mujer es un homo sapiens femenino, creado por Dios para ser el complemento del
varón, en la misión sagrada de participar de la vida eterna, contribuyendo con
el designio de instaurar el reino divino en la tierra (de regnum dei).
La
belleza de su cuerpo y la sencibilidad de su alma la hacen particularmente apta
para engendrar los hijos que el varón concibe en su vientre. Su inteligencia
emocional la vuelve ideal para criarlos y educarlos en la lactancia, la
infancia, la niñez y la adolencia, siendo grandes consejeras y amigas durante
la juventud, la adultez y la madurez.
Pero
ese espíritu yin también las prepara para muchas de las tareas que el
varón desarrolla fuera del hogar, aportándole a la sociedad civilizada un toque
de humanidad, para que el yang cazador y guerrero del varón baje un cambio
cuando se pasa de rosca.
Salvo
raras excepciones contra natura, a nivel mundial, ellas son las pacifistas y
misericordiosas, y su justicia se basa en la aceptación y en la tolerancia, es
decir, en la resistencia frente a la adversidad.
Por
eso las grandes religiones las han dignificado como personas; los órdenes
jurídicos civiles han consagrado el derecho al honor femenino (léase: la
honestidad), y las legislaciones criminales reprimen toda forma de violencia
de género.
Sin
embargo, la cruda realidad demuestra que no pocas de las que viven en la
miseria, en la ignorancia, en la explotación y en el marginamiento, es decir,
en la indigencia, se lanzan a la perdición de la prostitución,
fundamentalmente, por desesperación, pero también, que la mayoría se bancan la
que venga con actitud ética y moral, prefiriendo ganar mierda, pero andando por
la vida con la cabeza bien alta, aunque aparentemente no sirva para nada.
Ese
coraje de vivir honestamente es una de las máximas virtudes femeninas, y no es
sólo patrimonio de las mujeres adultas, sino también, de muchas adolecentes,
cuya misericordia las lleva a ganarse la vida cuidando a la gente mayor, que no
puede valerse por si misma, o que necesita un poco de afecto legítimo (léase:
las acompañantes de los gerontes).
Pregunta:
¿Qué hay que hacer con una bestia feroz, que entra a la casa de una mujer mayor
a robar, y que cómo no encuentra suficiente dinero, se saca la bronca violando
a su acompañante gerontológica de sólo diecisiete años?
No
es la primera vez que lo digo, ni será la última. En mi ley, el asesinato, el secuestro, la violación y el robo a
mano armada, merecen que el sospechoso sea buscado, detenido, juzgado por el
jurado y, si el veredicto es culpable, imponerle la pena de muerte por
fusilamiento en acto público ejemplarizador (léase: el paredón democrático),
y andá a la pmqtp. ¿Capito?
Sin
asesinos, sin secuestradores, sin violadores y sin ladrones, las cárceles serán
sanas y limpias, como lo manda la constitución nacional, que sólo
declara la abolición de la pena de muerte por causas políticas. Atenti.
Por
excepción excepcionalísima, y para que no haga falta cambiar la ley fundamental
de nuestra nación, que le reconoce rango constitucional a El Pacto de San José
de Costa Rica y a otras convenciones internacionales de derechos humanos, que
deben ser aplicadas por los jueces del fuero criminal con equidad, para
los condenados a muerte por esos cuatro únicos crímenes aberrantes, que ninguna
sociedad civilizada puede aceptar ni debe tolerar en el siglo veintiuno, que es
el primero del tercer milenio, yo propongo lo siguiente.
Que
el congreso nacional apruebe un proyecto de ley del poder ejecutivo, en cuya
virtud sea instaurada La Legión
Argentina, con un tipo de organización calcada de La Legión Extranjera Francesa, a la que sean
invitados a incorporarse todos los condenados a muerte.
Y
mandarlos a pelear las guerras argentinas de baja intensidad que
disponga el gobierno, a pedido de una gran potencia mundial de la cual la
Argentina se considere aliada, en la defensa irrenunciable del capitalismo,
liberal, democrático, patriótico y cristiano, es decir, de la ideología del
occidente (léase: el occidentalismo).
Ahí
que maten, secuestren, violen y roben todo lo que quieran, y que vuelvan
cargados de gloria, si es que no los matan en el intento. Total, no
estamos hablando de seres humanos, a los que les deban ser reconocidos y
aplicados los derechos humanos. Estamos hablando de seres infernales, que son
auténticas bestias feroces, cuyas atrocidades le han hecho ganarse, justamente,
la condena a la pena de muerte, de modo tal que, si los matan, sólo se estaría
cumpliendo la sentencia judicial que los convirtió en convictos de los cuatro únicos
crímenes aberrantes, por decisión popular, y nada más, claro está.
No
hay que cambiar la constitución nacional para reimplantar la pena de muerte.
Sólo hay que sancionar una ley que regule su reinstauración, el juicio por jurados
y el modo de ejecución de la sentencia.
Y
así se comenzarán a restaurar los valores occidentales en el campo jurídico
(léase: los derechos humanos, el estado derecho y la democracia
constitucional), incluyendo el derecho al honor de la mujer (léase: la
honestidad).
Porque
no hay derecho de que le arruinen la vida a una chiquita. ¿Verdad?
Y
si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo
sabremos.
[1]
La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en
el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional
de la República Argentina de 1995 (Art. 14),
la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts.
153 y 155).
[2] Para uno de
Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El
Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero
que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería
catastrófico.
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