El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Domingo 30 de Septiembre de 2.012.
El Derecho de Pernada IV
Por Rubén Vicente
La
institución sagrada de la pernada, y el derecho de pernada de ella derivado,
fua la manera de judaizar, de cristianizar y de islamizar a los pueblos no
profesantes del monoteismo, durante la edad moderna (1453-1789), en los cinco
continentes (Oceanía, Asia, Africa, Europa y América).
Por
esa vía se fue ampliando la pertenencia a la comunidad de la sangre sagrada
(léase: le saint graal = el santo grial = la nobleza europea).
Especialemente
en América, todo el proceso de la conquista, de la colonización, de la
evangelización y de la institucionalización (léase: la redención), fuera
católica o protestante, tuvo muchísimo que ver la institución sagrada de la
pernada y con el derecho de pernada de ella derivado.
En
nuestro continente (léase: el hemisferio occidental), la idea de la pertenecia
a la nobleza en virtud de la pernada, se desvinculó de la idea de el titulo,
subsistiendo no obstante lo relativo a el mito de la sangre pura.
En
efecto, se podía tener sangre pura, es decir, sangre noble, aunque no se
tuviera el título de nobleza correspondiente. En esa situación ya estaban,
desde hacía siglos, los hijos subsiguientes al varón mayor, que era el titular,
en virtud de el mayorazgo. [3]
Los
demás hijos, aunque fueran nobles, carecían de el título
correspondiente, siendo nobles sin título que, no obstante, por considerárselos
descendientes directos por consanguinidad, es decir, por tratarse de parientes cognaticios
(léase: los cognados) de El Primer Hombre (Adán), de El Rey David, y de
Nuestro Señor Jesucristo, eran espiritualmente tan reverenciados como si
ellos fueran los que tenían el titulo.
Y
bajo esa comprensión de el mito de la sangre pura, gran cantidad de
segundo hijos varones de las familias de la nobleza europea (léase: los
segundones), fueron especialmente seleccionados por las coronas de
Portugal, de España, de Francia, de Inglaterra, de Escandinavia y de Rusia para
ejercer el liderazgo y la conducción de las operaciones iniciales de las
campañas militares, eclesiásticas y seculares (léase: las campañas políticas)
referentes al proceso de la redención americana. Right?
Ese
liderazgo y conducción política de la redención de América de los segundones,
incluyó también a los hijos varones de mayor edad (léase: el mayorazgo) habidos
fuera del matrimonio católico o protestante (léase: los ilegítimos = los
adulterinos = los bastardos).
No
fueron pocos los bastardos de la nobleza europea que ejercieron el liderazgo y
la conducción de las operaciones póliticas de la redención del nuevo mundo,
transmitiendo a sus descendientes, nacidos y criados en América (léase: los nyc´s),
es decir, a los criollos americanos, la condición de nobles sin título.
Por
eso, se puede concluir válidamente que la redención de America fue obra de la
nobleza europea no titular, claro está. Y esa modalidad influyó grandemente
en la propia Europa, para validar las revoluciones republicanas inglesa
de 1648 y francesa de 1793, lideradas por dos nobles no titulares, como
fueron Oliver Cromwell y Maxi Robespierre, respectivamente.
Así,
la repúblicas europeas también tuvieron como fuente de legitimidad política a el mito de la
sangre pura, es decir, el mito de la nobleza, o si se prefiere, el
mito del santo grial. [4]
Por
eso, en América, no hubo absolutamente ningún problema para transmitir la
nobleza de la sangre desde la persona de quienes tuvieron la prerrogativa del
gobierno colonial a la persona de las adolecentes. hermosas y castas originarias
(las doncellas indias); generando la nobleza mestiza.
Un
caso paradigmático es el de Pocahontas, cuya descendencia mestiza desembocó en
la persona de la madre del presidente masón-demócrata de los EEUU, Dr. Thomas
Woodrow Wilson (a) El Indio (1913-1920), que fue el primer campeón mundial de
los derechos a la vida, a la libertad, al honor y a la propiedad (léase: los
derecho civiles = los derechos humanos).
Por
eso, la conclusión es que el mito de la sangre pura (léase: el mito de la
nobleza europea), tiene un origen y una evolución derivada única y
exclusivamente de la religión
cristiana, y nada más, claro está. Conste.
Y
exactamente lo mismo sucedió en las colonias rusas, escandinavas, holandesas, inglesas,
francesas, portuguesas y españolas, sin tener nada que ver la teluria,
la raza, el idioma, la condición económica, la clase social, el nivel cultural
o la ideología política, fuera monárquica o republicana, lo mismo dio. [5]
Y
una cosa más, antes de empezar a cerrar este tema. Los nobles, tuvieran o no
tuvieran título, firmaban con sus nombres de pila, seguidos de el nombre de su
familia (el apellido), seguido del nombre del señorío feudal de su familia
noble, precedido por la partícula de (ej.: Gil Gonzales de Mora). [6]
Por
eso, en La América Española, La Malinche fue tan noble como Hernán Cortez, y
Lautaro era tan digno de ser coronado emperados como Carlota Joaquina.
Y
para tener una idea clarísima de lo que significó para nuestra historia
nacional, la institución sagrada de la pernada, y el derecho de
pernada de ella derivado, baste con referenciar el caso de Don Domingo
Martinez de Irala, que dejó preñada a La India Leonor, de quienes fueron
descendientes directos por consanguinidad re contra noble, nada más ni
nada menos, que Remedios Escalada de San Martín, Carlos Saavedra Lamas, Manuel
Quintana, Adolfo Bioy Casares y Ernesto Guevara de la Serna. Okey?
[7]
Por
eso, está cristalinamente claro que tanto la institución sagrada de la pernada,
y el derecho de pernada de ella derivado, no
tienen abolutamente nada que ver con la ideas justamente opuestas,
de la explotación sexual de la mujer, de la reducción a servidumbre de las
mujeres, de la esclavitud de las féminas, de la trata de blancas, de la
prostitución, de la violencia de género, ni de nada por el estilo, sino más
bien, todo lo contario, obvio.
Digo,
porque con la historia podemos hacer lo que queramos, menos falsearla
pues, en ese caso, dejará de ser historia, para convertirse en ideología
política, y no de la basada en la casi tres veces milenaria filosofía
occidental, sino más bien, en la ponzoñosa propaganda destructora de los
valores más sagrados de la cristiandad (léase: el anarquismo
descristianizador).
Y
por eso, sin ningún afecto ni respeto, le dedico esta serie de artículos
vinculados con el derecho de pernada a Olvaldo Bayer, cuyas verdades son más
falsas que una moneda de antimonio, obvio.
Y
si me dijeran que estoy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo
sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la
información contenida en el presente documento se halla jurídicamente
garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art.
19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código
Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de
Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El
Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero
que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería
catastrófico.
[3] Para mantener la unidad
del patrimonio de una familia perteneciente a la nobleza europea, la institución
de el mayorazgo establecía que, lo que se transmitía de una generación a
la siguiente, eran los bienes y el título de propiedad sobre los mismos, en
cabeza de el hijo varón de mayor edad, a quien, además, se le otorgaba el
título acreditante de la pertenencia de su familia a la comunidad de la
sangre sagrada (léase: le sangue graal = el santo grial = la nobleza europea).
[4] Ved del trono a la noble igualdad.
Remember?
[5] La teluria es la
tierra es la tierra en que se nació, y la patria es la tierra en la que
se nació y en la que se murió. Por eso, nadie está vinculado con la tierra
hasta el punto de convertirla en la propia patria, sino recién después de la
muerte. Los descendientes del que ha hecho, con su muerte, que su teluria se
transforme en su patria, son los hijos de la patria de sus antepasados
(los patricios = los patriotas). Right?
[6] Ancestro en sexta generación de Salvador María del Carril (1798-1883)
y de Roberto Marcelo Levingston (1920-?).
[7] Véase Narciso Binayán Carmona – Historia Genealógica Argentina –
Editorial Emece – Página 565 – Buenos Aires, 1999.