jueves, 24 de mayo de 2012

261 Historia (Mundial)


Año I – Primera Edición – Editorial: 00000261 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Jueves 24 de Mayo de 2.012.





El Santo Grial II
Por Rubén Vicente 

En 1589, su alteza,  el duque de Borbón, Tte. Gral. RW ® Dr. Enrique Valois (36) era el lider militar de La Liga Protestante, en el marco de Las Guerras de Religión en Francia.  

La historia cuenta que mantuvo una entrevista ultra secreta con un enviado especial (el nuncio) del prior galo de la orden de los dominicos, que le reveló el secreto mortal de que El Caliz de la Última Cena (léase: el santo grial) estaba escondido en una cueva situada en las adyacencias rurales de la villa languedotina sudoccidental de Rennes le Chateaux, que estaba justo debajo de las ruinas de El Castillo del Monte Blanco (Le Chateaux du Mont Blanc), también conocido como La Torre de Santa María Madgalena. 

El nuncio le explicó a Enrique que la única manera de ganar la guerra era que él acepte bautizarse en la religión verdadera (el catolicismo apostólico romano) y, también, que el santo grial fuera sacado momentáneamente de Francia y llevado a un lugar libre de la codicia de los protestantes franceses (léase: les higueneaux = los hugonotes).  

Enrique creyó en las palabras del nuncio de los dominicos y fue así como dice la historia que ganó la guerra y fue coronado monarca católico del gran reino de Francia, tomando el nombre nobiliario de Enrique IV, siendo el primero de la mueva dinastía de Los Borbón. [3] 

Y acá comienza la leyenda vrillista, que dice que el santo grial fue entregado por los dominicos a La Hermandad del Priorato de Sión, que era la sucesora en la clandestinidad de la disuelta orden de los monjes guerreros de la cristiandad europea sacro imperial contra el islam tártaro mundial (léase: los templarios), en cuya nómina figuraban no pocos frailes de la orden de Santo Domingo de Guzmán. 

Y continúa diciendo la leyenda que el caliz de la última cena fue transportado por un grupo selectos de frailes dominicos franceses, pertenecientes al priorato sionita, hasta el puerto meridional de Marsella, siendo embarcado en absoluto secreto mortal (la omertá) en un buque de bandera española que cruzó Las Columnas de Hércules (léase: El Estrecho de Gibraltar) y que navegó por el océano Altlantico hasta alcanzar, primero, el estuario de El Río de la Plata, y luego, remontar el curso de El Río Paraná, hasta alcanzar el territorio del país natural de los indios guaraníes que, en ese entonces, formaba parte de la jurisdicción del principado indiano neo castellano de El Guairá, con capital en la gran villa de Nuestra Señora de la Asunción. 

Luego de reponerse del largo viaje, los monjes dominicos se quitaron los hábitos y vistieron ropas de la gente del país (léase: los paisanos), montando en burros para salir de Asunción y dirigirse a Las Cataratas del Iguazú, pertenecientes al marquesado eclesiástico de Las Misiones, gobernadas por los nuevos monjes guerreros del siglo dieciseis, integrantes de la orden de San Ignacio de Loyola (léase: los jesuitas), que eran los archienemigos mortales de los dominicos, como se vería claramente al estallar posteriormente La Cuestión de los Ritos Chinos. [4]  

La verdad es que para entonces (1590), ya existían un par de misiones jesuíticas en El Guairá (léase: las reducciones de indios), pero el resto del principado era una selva gigantezca que todo lo devoraba a su paso. 

Tierra hostil y enemiga. Mejor lugar para esconder el santo grial imposible. Y quedó enterrado, sin que absolutamente nadie lo sepa, en una parte de la selva cercana a la vera occidental del actual río Uruguay. Y los frailes dominicos regresaron a Asunción, luego a Buenos Aires y de ahí a San Salvador de Bahía, Recife, La Habana, San Lucar de Barrameda y otra vez Marsella y París. Y nunca más se habló del asunto en absolutamente ningún lado.  

Ciento setenta y un años después (1761), en El Palacio de Versalles, su magestad, el monarca de El Gran Imperio Francés (Le Plus Grand France), Gn. Mcl. RW ® Dr. Luis XV Borbón (a) Le Roi (a) El Sacro Emperador (51), que estaba lidiando contra Gran Bretaña en el marco de La Guerra de los Siete Años (léase: la cuarta guerra mundial), festejó con toda pompa y circunstancia, el quintuagésimo segundo aniversario de su propio natalicio. [5] 

En ese contexto de gran gala real, Luis XV hizo parar a su lado a dos personajes que harían historia en sus respectivos países (2), que eran dos de sus venerables hermanos en La Hermandad del Gran Oriente de Francia y del Mundo Latino (léase: romano; léase: católico) que, en ese momento, era la hermana mayor de la francmasonería universal (la venerable hermandad roja = la masonería colorada = la masonería escocesa = la masonería francesa = la masonería católica = la masonería papista = la masonería sagrada = la masonería divina), que bregaba por el éxito de El Plan Divino de Salvación. 

El primero era su alteza, el duque de Ajaccio, Tte. Gral. RW ® Dr. Carlo Bonaparte (41) y el segundo era el secretario privado de su excelencia, el señor secretario privado del consulado general de España en Francia, Myr. RW ® Dr. Juan de San Martín y Gomez (31); a quienes su majestad (Luis XV) les dijo enimáticamente que: “Hermanos, mi hora se acerca lentamente, pero la de vuestros hijos llegará muy rápidamente, en beneficio de la libertad.” (sic) 

Sin comprender lo se le estaba diciendo, el Myr. San Martín partió al mes siguiente a Madrid, entrevistándose con su también venerable hermano francmasón, es decir, con su alteza, el duque de Stia y, a la vez, ministro de asuntos exteriores del gobierno del gran reino de España, metrópolis de El Imperio Español (La Gran Iberia), Tte. Cnel. Gral. RW ® Dr. Bernardo Tanucci (a) El Siciliano (63).  

En ese contexto, El Duque de Stia le reveló al Myr. San Martín el secreto mortal (la omertá) de que la francmasonería universal tenía la información fidedigna de que el caliz de la última cena (léase: el santo grial) se hallaba oculto en algún lugar del principado español indiano neo castellano de El Guairá, encargándole a delicadísima misión esotérica de hallarlo, para que España volvera a ser, una vez más, la primera potencia mundial, y nada más, claro está.  

Bajo esa compresión, ya podemos comprender en su sentido más profundo la razón de por qué el Myr. San Martín terminaría metido en el medio del culis mundis de El Guará, y por qué siendo un plebeyo fue nombrado insólitamente como teniente de gobernador del departamento luego paraguayo de Yapeyú. 

Yo no sé si el Myr. San Martín habrá cumplido el cometido para el que fue destinado por la francmasonería universal, pero lo cierto es que Luis XV tenía toda la razón cuando le dijo que la hora de su hijo llegaría muy rapidamente en beneficio de la libertad que es, sin duda ninguna, el santo grial de La América Latina de la que fue uno de sus dos máximos padres, y nada más, claro está. 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

[3] La condición para la paz entre la nobleza católica y la protestante, que puso fin a las guerras de religión en Francia; que permitió la conversión y la coronación de Enrique IV, fue la concesión de doscientas plazas militares políticamente autónomas (no independientes) de la corona, a favor de los nobles protestantes (200); que también creían en La Leyenda del Santo Grial y pensaban que El Caliz de la Última Cena se hallaba oculto en alguna de todas esas plazas fuertes. Conste.

[4] Véase El Cisne Negro (Editorial 59).

[5] La primera guerra mundial fue La Guerra de los Treinta Años (1618-1648). La segunda guerra mundial fue La Guerra de Sucesión Española (1702-1715). La tercera guerra mundial fue La Guerra de Sucesión Austríaca (1742-1748). La cuarta guerra mundial fue La Guerra de los Siete Años (1753-1756). Y la quinta guerra mundial fueron Las Guerras Napoleónicas (1799-1814). Todas fueron guerras mundiales porque se libraron escaramuzas, combates y batallas en los cinco continentes (Oceanía, Asia, Africa, Europa y América) y en los tres océanos (Atlántico, Indico y Pacífico). La Gran Guerra Mundial (1914-1918) y La Segunda Gran Guerra Mundial (1939-1945) fueron grandes guerras mundiales porque, técnicamente hablando, a diferencia de las anteriores, en ellas dos se emplearon armas de destrucción masiva (ADM´s). Conste.

No hay comentarios:

Publicar un comentario