jueves, 17 de mayo de 2012

254 Historia (Mundial)


Año I – Primera Edición – Editorial: 00000254 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Jueves 17 de Mayo de 2.012.





La Revolución Industrial III
Por Rubén Vicente

La existencia es un eterno nacer, morir, volver a nacer y volver a morir, una y otra vez, por los siglos de los siglos (léase: la reencarnación = la resurrección).
Y por eso, luego de la conclusión de las guerras napoleónicas (léase: la quinta guerra mundial) y, más precisamente, en 1815, El Congreso de Viena decretó la extinción de El Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana (La Gran Alemania = Das Reich = El Imperio de los Mil Años = 800-1815 = La Europa Cristiana = La Primera Proto Unión Europea).
La Francia dejaba de ser la primera potencia mundial y en su reemplazo emergía La Gran Bretaña de la revolución industrial que, en ese momento, sólo ella conocía, porque el resto del mundo (orbis), en casi todos los aspectos, seguía como en la edad media, no obstante la revolución francesa que, a pesar de señalar el paso desde la edad moderna hasta la edad contemporánea, estaba completamente plasmada en los libros, pero no existía en la realidad, concreta y tangible, claro está.
La realidad, que es la única verdad establecía que, al mundo británico post sacro imperio sólo podía hacerle sombra El Imperio Ruso (La Gran Madre = La Matrioshka), con capital en la ciudad de Moscú, extendido desde el confín de la colonia española-indiana-mexicana de California, hasta la línea europea del río Oder, poseyendo un descomunal territorio que era tricontinental (norteamericano, asiático y europeo), espiritualmente controlado por la iglesia católica ortodoxa rusa y materialmente gobernado por la dinastía zarista de Los Romanoff; siendo el interés vital del mega estado heredero del otrora gran imperio tártaro-musulmán, el hacer todo lo necesario para dejar configurado un mundo bipolar anglo-ruso, donde Rusia tuviera el cincuenta por ciento de las acciones (50%).
En cambio, la teoría eurocéntrica mostraba que Rusia, Escandinavia, Holanda, Austria, Francia, España, Portugal y Gran Bretaña pasaron a integrar La Santa Alianza, para garantizar el equilibrio europeo, frente a las pretensiones nacionalistas por un lado, socialistas por el otro y, también republicanas, consideradas como amenazas al nuevo orden internacional británico.
En otras palabras, quedó planteada una auténtica guerra fría entre Rusia y Gran Bretaña que, sólo en los papales, eran aliados, siendo esa la tercera vez que se configuraba una situación semejante de bipolaridad, que no sería la última, ni mucho menos, claro está. [3]
En medio de semejante escenario global, la unidad del antiguo imperio sacro imperial de Alemania, con capital en la ciudad bávara de Aquisgrán, sencillamente, fue destrozada en treinta y nueve partes (léase: los treinta y nueve estados alemanes), que quedaron siendo islas inconexas que, sólo por la voluntad de La Santa Alianza (léase: Gran Bretaña) pudieron pactar la instauración de una zona de libre comercio y de una unión aduanera que recibió el pomposo nombre de La Confederación Germania, con capital en la ciudad renana de Franckfurt, gobernada por su primer presidente, es decir, por su alteza, el monarca del reino renano de Lippe y, a la vez, ex último primer ministro sacro imperial (el ex gran canciller del reich), Mcl. RW ® Dr. Eugene I Kohln von Ribbentrop (a) El Católico (71). [4]
En esa Confederación Germánica, que abarcaba todo el centro del viejo continente (La Europa Central = Das Mitter Europe), se destacaban por sus antecedentes históricos de cuatro estados alemanes (4) que, en orden de importancia decreciente, eran Austria, Prusia, Renania y Baviera.
Igual que todas las demás naciones europeas, Germania se lanzó desesperadamente a la revolución industrial británica, pretendiendo que con el capital, con la tecnología, con la maquinaria y con obreros calificados aportados por La Rubia Albión, todos los estados conferados se convirtieran en pequeñas naciones industrializadas de la naciente contemporaneidad que, repito, sólo era realmente británica, y nada más, claro está.
Ese capitalismo británico dependiente, que sembró de maquila la economía continental europea y forjó su proletariado, que fue el causante de La Revolución Europea de 1830 y de La Revolución Europea de 1848; luego de la cual, quedaron configurados dos modelos ideológicos alternativos (2) a la tradicional ideología de capitalismo liberal, democrático, patriótico y cristiano, es decir, a la ideología del occidente (léase: el occidentalismo).
Esos dos modelos ideológicamente altenativos eran, en primer lugar, el socialismo cientifico (el socialismo internacionalista = el marxismo = el comunismo) y, en segundo lugar, el socialismo nacional (el nacional socialismo = el nazismo = el grünismo). [5]
Comunismo o nazismo, nazismo o comunismo, es decir, dos versiones del socialismo, indeseable para La Santa Alianza (léase: Gran Bretaña), que se posicionaba como la campeona del occidentalismo, claro está.
Fue entonces (1850) cuando Austria se separó de La Confederación Germánica, para unirse con el gran reino de Hungría, instaurándose El Imperio Austro Húngaro, con capital en Viena, gobernado por Los Hagsburg que, industrialización británico dependiente mediante, pretendía no obstante hacer volver el tiempo atrás, intentando posicionarse como el estado lider de un sacro imperio pan europeo que ya había dejado de existir.
Y en Germania quedaron Prusia, Renania y Baviera, tratado de superarse recíprocamente, para llenar el vacío que dejó la secesión de Austria en Europa Central (Das Mitter Europe), pero con el agravante de que, mientras Austria Hungría integraba La Santa Alianza de Gran Bretaña, no era ese el caso de Germania, ni mucho menos, por la sencilla razón de esa confederación prusiano-renano-bávara (Germania) había sido el corazón espiritual del ex sacro imperio, y había que mantenerlo con la cabeza aplastada contra el piso, obvio.
Pero un hecho imprevisto, como fue La Guerra de Crimea (1854-1856), no sólo dejó al desnudo la confrontacion geopolítica bipolar real entre Rusia y Gran Bretaña sino que, también, desarticuló La Santa Alianza y, como si eso no fuera suficiente, atrasó los planes de industrialización autónoma de Rusia en no menos de cuarenta años (40), dejando a Gran Bretaña sin contendientes a la vista, alcanzando el cenit de la supremacía planetaria.
Pero en ese contexto, surgió la figura insigne de su alteza, el duque de Bismark y, a la vez, primer ministro (el canciller) del gran reino germano de Prusia, gobernado por Los Hohenzollern, es decir, del Mcl. GW ® Dr. Otto Schonhausen (a) El Canciller de Hierro (1861).
Durante los siguientes veiniocho años (1861-1889), toda Europa, incluida Gran Bretaña, giraría alrededor de la política real (das real politik) de Bismark. La misma consistía, primero que nada, en dar la batalla cultural (das kulture kamph), fundamentalmente destinada a combatir la mentalidad católica, económicamente partidaria de la cómoda dependencia británica (léase: el neo colonialismo).
Segundo, encomendarle al ejército prusiano el control político del sistemático desarrollo intensivo de la ingeniería de la minería, de la energía, de los transportes y de las comunicaciones (léase: la tecnología y las industrias de la infraestructura básica) y de la producción para la defensa (léase: los armamentos terrestres y marítimos).
Lo tercero fue agudizar las contradicciones geopolíticas con los vecinos, lanzando contra ellos La Guerra Prusiano-Danesa (1864), La Guerra Austro-Prusiana (1866) y La Guerra Franco Prusiana (1870), que concluyó con la instauración de El Segundo Imperio Alemán (La Pequeña Alemania = Das II Reich), con capital en la ciudad prusiana de Berlín, bajo el gobierno de la dinastía prusiana de Los Hohenzollern, con él mismo como canciller del reich (Bismark), obvio.
Lo cuarto fue instaurar una monarquía constitucional alemana de indudable cuño nazi, formalmente expresada en los dos grandes partidos políticos representados en el parlamento, como eran y son el de derecha (léase: el social cristiano) y el de izquierda (léase: el social demócrata), del que sólo formaban parte los miembros de la alta nobleza (la grandeza) y de la baja nobleza (la hidalguía), incluyendo en esta última a los magnates plebeyos, favorecidos con el otorgamiento de los títulos morganáticos, que los convirtieron en los padres de la patria (léase: los patricios = los colados = los enganchados = los aceptados = los que controlaban la pequeña y mediana industria dependiente).
Y lo quinto fue convocar El Congreso de Berlín (1885), en cuyo contexto las grande potencias europeas le reconocieron Alemania el derecho a tener colonias en El Africa Subsahariana y en La Cuenca del Caribe, insturándose La Segunda Santa Alianza, pero con el nuevo nombre de El Concierto de Europa, liderado por Gran Bretaña, pero ya no secundada por Rusia, sino por Alemania, claro está.
Y se murió el kaiser Guillermo I (1889)  y lo sucedió su primogénito (Guillermo II), que pidió la renuncia Bismark para nombrar un nuevo canciller alemán, más decidido a ir por todo (Eugene II Kholn von Ribbentrop), que preparó a Alemania para La Gran Guerra Mundial contra Gran Bretaña, en el marco de La Paz Armada (1889-1914), convirtiendo al II Reich en el estado más poderoso de la tierra después de Gran Bretaña.
Ni siquiera derrota de Alemania en La Gran Guerra Mundial (1914-1918), pudo frenar el ímpetu germano lanzado a su destino manifiesto de controlar el mundo entero (orbis) a través de la política mundial (das welt politik) de Ribbentrop, cuyo sobrino nieto fuera el ministro de asuntos exteriores de El Tercer Imperio Alemán (La Segunda Gran Alemania = Das III Reich = La Segunda Proto Unión Europea), con capital en Berlín, gobernado por su excelencia, el Gn. Mcl. SS Ing. Adolf Hitler (a) Johannes Wolf (a) Hans Deutsche (a) El Furer (45) que, en 1941, creyó que ya tenía ganada La Segunda Gran Guerra Mundial (1939-1945), porque Alemania estaba a punto de convertirse, nada más ni nada menos, que en la primera superpotencia misilística y nuclear de la historia universal. [6]
Pero no pudo ser, porque esa condición de superpotencia del siglo veinte (el siglo de la alta tecnología) le pertenecería a Los EEUU y a La Unión Soviética, y nada más, claro está.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

[3] La primera fue entre Portugal y España (1492-1648) y la segunda fue entre Gran Bretaña y Francia (1648-1815).

[4] Obsérvese al respecto que el apellido Kohln y el señorío feudal originario de la familia real de Lippe (Ribbentrop) no dejarían de tener influencia política en el destino de Alemania, de Germania, o como se la prefiera llamar. Por eso, no es cierta la visión de los historiadores británicos y franceses del siglo veinte, que le achacaban al Dr. Joaquin Mayer von Ribbentrop un origen judío, plebeyo y pequeño burgués, además de ser un tarado de la diplomacia del III Reich y un furibundo chupamedias del supuesto personalismo de Adolf Hitler. Los Kohln von Ribbentrop se ganaron la nobleza pelando en Las Cruzadas. Uno de los miembros de la familia real de Lippe representó a la santa sede romana en el juicio llevado contra Martín Lutero. Este Eugene I Kohln von Ribbentrop de que estamos hanblando en este artículo fue el último canciller sacro imperial y el primer presidente de La Confederación Germánica. Uno de sus descendientes (Eugene II Kohln von Ribbentrop) sería el último primer ministro del gobierno del II Reich. Como embajador del III Reich, Joaquin Mayer von Ribbentrop sería el artifice de la visita oficial de Eduardo VIII de Gran Bretaña a Berlín, para negociar la incorporación del Imperio Británico al III Reich y, como ministro de asuntos exteriores, él fue el numen de El Pacto Molotov-Ribbentrop que, me digan lo que me digan, para mi significó la fáctica incorporación de La Unión Soviética al III Reich, y nada más, claro está. Conste.

[5] Los orígenes decimonónico del nazismo fueron explicados por El Cisne Negro en su Editorial 28. Conste.

[6] Ver la serie titulada con el nombre de Algo Verdaderamente Grande, publicada por El Cisne Negro (Editoriales 209 a 214).

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