El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Jueves 17 de Mayo de 2.012.
La Revolución Industrial III
Por Rubén Vicente
La existencia es un
eterno nacer, morir, volver a nacer y volver a morir, una y otra vez, por los
siglos de los siglos (léase: la reencarnación = la resurrección).
Y por eso, luego de la
conclusión de las guerras napoleónicas (léase: la quinta guerra mundial) y, más
precisamente, en 1815, El Congreso de Viena decretó la extinción de El
Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana (La Gran Alemania = Das Reich = El
Imperio de los Mil Años = 800-1815 = La Europa Cristiana = La Primera Proto
Unión Europea).
La Francia dejaba de
ser la primera potencia mundial y en su reemplazo emergía La Gran Bretaña de la
revolución industrial que, en ese momento, sólo ella conocía, porque el resto
del mundo (orbis), en casi todos los aspectos, seguía como en la edad media, no
obstante la revolución francesa que, a pesar de señalar el paso desde la edad
moderna hasta la edad contemporánea, estaba completamente plasmada en los
libros, pero no existía en la
realidad, concreta y tangible, claro está.
La realidad, que es la
única verdad establecía que, al mundo británico post sacro imperio sólo podía
hacerle sombra El Imperio Ruso (La Gran Madre = La Matrioshka), con capital en la
ciudad de Moscú, extendido desde el confín de la colonia
española-indiana-mexicana de California, hasta la línea europea del río Oder,
poseyendo un descomunal territorio que era tricontinental (norteamericano,
asiático y europeo), espiritualmente controlado por la iglesia católica
ortodoxa rusa y materialmente gobernado por la dinastía zarista de Los Romanoff;
siendo el interés vital del mega estado heredero del otrora gran imperio
tártaro-musulmán, el hacer todo lo necesario para dejar configurado un mundo
bipolar anglo-ruso, donde Rusia tuviera el cincuenta por ciento de las
acciones (50%).
En cambio, la teoría eurocéntrica
mostraba que Rusia, Escandinavia, Holanda, Austria, Francia, España, Portugal y
Gran Bretaña pasaron a integrar La Santa Alianza, para garantizar el equilibrio
europeo, frente a las pretensiones nacionalistas por un lado, socialistas
por el otro y, también republicanas, consideradas como amenazas al nuevo
orden internacional británico.
En otras palabras,
quedó planteada una auténtica guerra fría entre Rusia y Gran Bretaña
que, sólo en los papales, eran aliados, siendo esa la tercera vez que se
configuraba una situación semejante de bipolaridad, que no sería la última, ni
mucho menos, claro está. [3]
En medio de semejante
escenario global, la unidad del antiguo imperio sacro imperial de
Alemania, con capital en la ciudad bávara de Aquisgrán, sencillamente, fue
destrozada en treinta y nueve partes (léase: los treinta y nueve estados
alemanes), que quedaron siendo islas inconexas que, sólo por la voluntad de La
Santa Alianza (léase: Gran Bretaña) pudieron pactar la instauración de una zona
de libre comercio y de una unión aduanera que recibió el pomposo nombre de La
Confederación Germania, con capital en la ciudad renana de Franckfurt,
gobernada por su primer presidente, es decir, por su alteza, el monarca del
reino renano de Lippe y, a la vez, ex último primer ministro sacro imperial (el
ex gran canciller del reich), Mcl. RW ® Dr. Eugene I Kohln von Ribbentrop (a)
El Católico (71). [4]
En esa Confederación
Germánica, que abarcaba todo el centro del viejo continente (La Europa Central
= Das Mitter Europe), se destacaban por sus antecedentes históricos de cuatro
estados alemanes (4) que, en orden
de importancia decreciente, eran Austria, Prusia, Renania y Baviera.
Igual que todas las
demás naciones europeas, Germania se lanzó desesperadamente a la revolución
industrial británica, pretendiendo que con el capital, con la tecnología, con
la maquinaria y con obreros calificados aportados por La Rubia Albión, todos
los estados conferados se convirtieran en pequeñas naciones industrializadas de
la naciente contemporaneidad que, repito, sólo era realmente británica, y nada
más, claro está.
Ese capitalismo
británico dependiente, que sembró de maquila la economía continental europea y
forjó su proletariado, que fue el causante de La Revolución Europea de 1830 y
de La Revolución Europea de 1848; luego de la cual, quedaron configurados dos
modelos ideológicos alternativos (2)
a la tradicional ideología de capitalismo liberal, democrático, patriótico y
cristiano, es decir, a la ideología del occidente (léase: el occidentalismo).
Esos dos modelos
ideológicamente altenativos eran, en primer lugar, el socialismo cientifico (el
socialismo internacionalista = el marxismo = el comunismo) y, en segundo
lugar, el socialismo nacional (el nacional socialismo = el nazismo = el
grünismo). [5]
Comunismo o nazismo,
nazismo o comunismo, es decir, dos versiones del socialismo, indeseable
para La Santa Alianza (léase: Gran Bretaña), que se posicionaba como la
campeona del occidentalismo, claro está.
Fue entonces (1850) cuando Austria se separó de La
Confederación Germánica, para unirse con el gran reino de Hungría,
instaurándose El Imperio Austro Húngaro, con capital en Viena, gobernado por
Los Hagsburg que, industrialización británico dependiente mediante, pretendía
no obstante hacer volver el tiempo atrás, intentando posicionarse como
el estado lider de un sacro imperio pan europeo que ya había dejado de existir.
Y en Germania quedaron
Prusia, Renania y Baviera, tratado de superarse recíprocamente, para llenar el
vacío que dejó la secesión de Austria en Europa Central (Das Mitter Europe),
pero con el agravante de que, mientras Austria Hungría integraba La Santa
Alianza de Gran Bretaña, no era ese el caso de Germania, ni mucho menos, por la
sencilla razón de esa confederación prusiano-renano-bávara (Germania) había
sido el corazón espiritual del ex sacro imperio, y había que mantenerlo
con la cabeza aplastada contra el piso, obvio.
Pero un hecho imprevisto,
como fue La Guerra de Crimea (1854-1856), no sólo dejó al desnudo la
confrontacion geopolítica bipolar real entre Rusia y Gran Bretaña sino que,
también, desarticuló La Santa Alianza y, como si eso no fuera suficiente,
atrasó los planes de industrialización autónoma de Rusia en no menos de
cuarenta años (40), dejando a Gran Bretaña sin contendientes a la vista,
alcanzando el cenit de la supremacía planetaria.
Pero en ese contexto,
surgió la figura insigne de su alteza, el duque de Bismark y, a la vez, primer
ministro (el canciller) del gran reino germano de Prusia, gobernado por Los
Hohenzollern, es decir, del Mcl. GW ® Dr. Otto Schonhausen (a) El Canciller de
Hierro (1861).
Durante los siguientes
veiniocho años (1861-1889), toda Europa, incluida Gran Bretaña, giraría
alrededor de la política real (das real politik) de Bismark. La misma
consistía, primero que nada, en dar la batalla cultural (das kulture
kamph), fundamentalmente destinada a combatir la mentalidad católica,
económicamente partidaria de la cómoda dependencia británica (léase: el neo
colonialismo).
Segundo, encomendarle
al ejército prusiano el control político del sistemático desarrollo
intensivo de la ingeniería de la minería, de la energía, de los transportes
y de las comunicaciones (léase: la tecnología y las industrias de la infraestructura
básica) y de la producción para la defensa (léase: los armamentos
terrestres y marítimos).
Lo tercero fue agudizar
las contradicciones geopolíticas con los vecinos, lanzando contra ellos La
Guerra Prusiano-Danesa (1864), La Guerra Austro-Prusiana (1866) y La Guerra
Franco Prusiana (1870), que concluyó con la instauración de El Segundo Imperio
Alemán (La Pequeña Alemania = Das II Reich), con capital en la ciudad prusiana
de Berlín, bajo el gobierno de la dinastía prusiana de Los Hohenzollern, con él
mismo como canciller del reich (Bismark), obvio.
Lo cuarto fue instaurar
una monarquía constitucional alemana de indudable cuño nazi, formalmente
expresada en los dos grandes partidos políticos representados en el parlamento,
como eran y son el de derecha (léase: el social cristiano) y el de izquierda
(léase: el social demócrata), del que sólo formaban parte los miembros de la
alta nobleza (la grandeza) y de la baja nobleza (la hidalguía), incluyendo en
esta última a los magnates plebeyos, favorecidos con el otorgamiento de los
títulos morganáticos, que los convirtieron en los padres de la patria (léase:
los patricios = los colados = los enganchados = los aceptados = los que
controlaban la pequeña y mediana industria dependiente).
Y lo quinto fue
convocar El Congreso de Berlín (1885), en cuyo contexto las grande potencias
europeas le reconocieron Alemania el derecho a tener colonias en El Africa
Subsahariana y en La Cuenca del Caribe, insturándose La Segunda Santa Alianza,
pero con el nuevo nombre de El Concierto de Europa, liderado por Gran Bretaña,
pero ya no secundada por Rusia, sino por Alemania, claro está.
Y se murió el kaiser
Guillermo I (1889) y lo sucedió su
primogénito (Guillermo II), que pidió la renuncia Bismark para nombrar un nuevo
canciller alemán, más decidido a ir por todo (Eugene II Kholn von
Ribbentrop), que preparó a Alemania para La Gran Guerra Mundial contra
Gran Bretaña, en el marco de La Paz Armada (1889-1914), convirtiendo al II
Reich en el estado más poderoso de la tierra después de Gran Bretaña.
Ni siquiera derrota de
Alemania en La Gran Guerra Mundial (1914-1918), pudo frenar el ímpetu germano
lanzado a su destino manifiesto de controlar el mundo entero (orbis) a través
de la política mundial (das welt politik) de Ribbentrop, cuyo sobrino
nieto fuera el ministro de asuntos exteriores de El Tercer Imperio Alemán (La
Segunda Gran Alemania = Das III Reich = La Segunda Proto Unión Europea), con
capital en Berlín, gobernado por su excelencia, el Gn. Mcl. SS Ing. Adolf
Hitler (a) Johannes Wolf (a) Hans Deutsche (a) El Furer (45) que, en 1941,
creyó que ya tenía ganada La Segunda Gran Guerra Mundial (1939-1945), porque
Alemania estaba a punto de convertirse, nada más ni nada menos, que en la primera superpotencia misilística y nuclear de la
historia universal. [6]
Pero no pudo ser,
porque esa condición de superpotencia del siglo veinte (el siglo de la alta
tecnología) le pertenecería a Los EEUU y a La Unión Soviética, y nada más,
claro está.
Y si me dijeran que
estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1]
La libre expresión y la segura circulación de
la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente
garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art.
19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14), la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código
Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2]
Para uno de Los Siete Grandes Sabios
de Grecia (Solón) El Cisne Negro es
la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que
es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
[3]
La primera fue entre Portugal y España (1492-1648) y la segunda fue entre Gran
Bretaña y Francia (1648-1815).
[4]
Obsérvese al respecto que el apellido Kohln y el señorío feudal originario de
la familia real de Lippe (Ribbentrop) no dejarían de tener influencia política
en el destino de Alemania, de Germania, o como se la prefiera llamar. Por eso, no es cierta la visión de los
historiadores británicos y franceses del siglo veinte, que le achacaban al Dr.
Joaquin Mayer von Ribbentrop un origen judío, plebeyo y pequeño burgués, además
de ser un tarado de la diplomacia del III Reich y un furibundo chupamedias del
supuesto personalismo de Adolf Hitler. Los Kohln von Ribbentrop se ganaron la
nobleza pelando en Las Cruzadas. Uno de los miembros de la familia real de
Lippe representó a la santa sede romana en el juicio llevado contra Martín
Lutero. Este Eugene I Kohln von Ribbentrop de que estamos hanblando en este
artículo fue el último canciller sacro imperial y el primer presidente de La
Confederación Germánica. Uno de sus descendientes (Eugene II Kohln von
Ribbentrop) sería el último primer ministro del gobierno del II Reich. Como
embajador del III Reich, Joaquin Mayer von Ribbentrop sería el artifice de la
visita oficial de Eduardo VIII de Gran Bretaña a Berlín, para negociar la
incorporación del Imperio Británico al III Reich y, como ministro de asuntos
exteriores, él fue el numen de El Pacto Molotov-Ribbentrop que, me digan lo
que me digan, para mi significó la fáctica incorporación de La Unión
Soviética al III Reich, y nada más, claro está. Conste.
[5] Los
orígenes decimonónico del nazismo fueron explicados por El Cisne Negro en su
Editorial 28. Conste.
[6]
Ver la serie titulada con el nombre de Algo Verdaderamente Grande, publicada
por El Cisne Negro (Editoriales 209 a 214).
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