martes, 15 de mayo de 2012

252 Historia (Mundial)


Año I – Primera Edición – Editorial: 00000252 [1]



El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Martes 15 de Mayo de 2.012.





La Revolución Industrial I
Por Rubén Vicente

La disolución de La Hermandad de los Templarios (1315), La Peste Negra (1350), El Renacimiento (1410), La Caída de El Imperio Romano de Oriente (1453), El Descubrimiento de América (1492) y La Reforma Prostestante (1517) fueron los grandes hitos que jalonaron el proceso evolutivo a través del cual se verificó el paso de la humanidad europea desde la edad media hacia la edad moderna (1453-1789).

A principios del siglo decieseis de la era cristiana (1500-1600), el mundo entero (orbis) estaba configurado en base a dos mega estados (2). El primero era El Gran Imperio Tártaro (La Gran Tartaria), que abarcaba la totalidad del planteta, excepto las cuatro perisferias (4), que eran América, Oceanía, El Africa Subsaharia y La Europa Cristiana.
Ese que era el imperio más grande jamás conocido a lo largo de toda la historia universal, tenía su capital en la ciudad hoy uzbeca de Samarkanda, siendo su religión oficial la del islam de la sangre (la shiia = el shiismo), pero en su versión no confesionalista, sino más bien laicista (léase: el alawismo), gobernado por la dinastía mongol de Los Khan (Gengis Khan, Kublai Khan, Batú Khan, etc., etc.).
El gran contendiente era El Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana (La Gran Alemania = Das Reich = El Imperio de los Mil Años = 800-1815 = La Europa Cristiana = La Primera Proto Unión Europea), cuya religión oficial era el catolicismo apostólico romano, con capital religiosa en la villa romana de El Vaticano y con capital política en la ciudad austríaca de Viena, gobernado por Dios Padre, a través de Nuestro Señor Jesucristo, a través de su santidad, el papa, y a través del sacro emperador, cuya corona ceñían los miembros de la dinastía de Los Hagsburg.
En otras palabras, era la pugna económica, diplomática y militar (léase: la confrontación geopolítica) entre La Gran Tartaria Musulmana y La Gran Alemania Católica Apostólica Romana, por el control exclusivo y excluyente del mundo entero (orbis), es decir, por la supremacía global 

En semejante contexto, en las islas británicas comezaron a operarse ciertos cambios básicamente religiosos y políticos, es decir, teopolíticos, que darían como resultado la materialización de La Gloriosa Revolución de 1688, destinada a forjar la total independencia de la commonwealth angloescocesa respecto del sacro imperio pero que, a la postre, resultaría ser un verdadero fiasco, por la sencilla razón de que la instauración de la unión de los reinos (léase: el reino unido) de Gran Bretaña e Irlanda,como la metrópolis de El Imperio Británico (The British Empire), quedaría paradógicamente gobernado por la dinastía de Los Wettin (léase: La Casa de Hannover) que eran, justamente, los tesoreros del sacro imperio, claro está, chiva chiva ja ja já. [3] 

Dicho de otro modo, el mundo entero (orbis) tenía su yin y su yan en Tartaria versus Alemania, pero a la vez, Europa también tenía el suyo propio, con el sacro imperio versus Gran Bretaña, donde Viena era la ciudad que representaba a Dios todopoderoso, mientras Londres era el hogar perisférico cooptado por Satanás, y ya sabemos que Lucifer podrá haberse convertido en el mal en si mismo, pero lo cierto es que nunca dejó de ser el angel preferido del creador y supremo gobernante del universo pues, de lo contrario, la cólera divina lo habría pulverizado en un micrón y eso, evidentemente, no ocurrió, ni ocurre, ni ocurrirá, vaya uno a saber por qué. [4] 

Y no es casual sino causal que en La Gran Bretaña, que fue la consecuencia de La Gloriosa Revolución de 1688, se hayan comenzado a suscitar, mucho antes que en ningún otro lugar, los cambios que darían como resultado eso que hoy llamamos con el nombre de la revolución industrial, que los ecologistas de hoy día dicen que es un proyecto satánico, o algo por el estilo. ¿Verdad?  

En ese momento, tanto en Francia como en Gran Bretaña se situaban los dos grandes centros neurálgicos de la ciencia en sentido filosófico (léase: la alquimia) que, gracias al lenguaje matemático y al método experimental, se había transformado en la modernas ciencias básicas (las altas matemáticas, la física y la química) y en las ciencias aplicadas (la cosmología, la geología, la biología y la antropología). 

Pero fue específicamente en Gran Bretaña donde el flamante sistema geopolítico imperante permitía, a diferencia de Francia, avanzar un paso más, que sería el embrión de todo el proceso que concluiría con el advenimiento de la revolución industrial. 

En efecto, hasta entonces, en las universidades europeas se enseñaba desde hacía casi dieciseis siglos el hebreo, el griego, el latín, la oratoria, la gramática, la retórica, la música, la filosofía, la teología, el derecho canónico y la medicina. 

Pero en La Gran Bretaña de finales del siglo diecisiete, en las universidades controladas por la iglesia anglicana se organizaron, paralelalmente, las primeras academias de las disciplinas prácticas, que eran autónomas respecto de las autoridades eclesiásticas y que eran financiadas exclusivamente con fondos públicos, provenientes del cobro de los impuestos pagados por los contribuyentes (léase: los súbditos = los labradores del campo y la burguesía de las ciudades). 

Y fue en esas academias donde comenzó a cultivarse en forma sistemática la ciencia del ingenio, es decir, la ingeniería, que no estaba interesada en el sexo de los ángeles, sino más bien, en los problemas concretos que se le presentaban a la gente en la prosaica vida cotidiana. 

La gran pregunta que se hicieron esos ingenieros de las academias de las universidades británicas, que eran casi invariablemente fervientes feligreses del anglicanismo extremo anti calvinista, es decir, de la secta por así llamarla de los puros (los puritanos = los cabezas redondas = los alma de acero = the ironsides) fue, sencillamente, cómo se hace, porque saber cómo se hace (to know how) sería, en su imaginación, la gran manera de cambiarlo todo, pero de una vez y para siempre. 

Y para ello, lo primero que hicieron esos ingenieros puritanos británicos fue abandonar la paz de los claustros y salir a los parajes camprestres y a los barrios urbanos, justamente, para ver cómo se hace absolutamente todo lo que se hace en esos ámbitos profanos. 

Y volvían a las academias cargados de observaciones de campo, y se empezaban a exprimir los sesos, hasta encontrar una solución práctica para un problema que, aparentemente, era insoluble. 

Una de las primeras cosas que observaron era que transportar una carga en carreta desde Bamburgh hasta Liverpool insumía unos veinticinco días (25). Entonces la cuestión era saber cómo (to know how) lograr una significativa reducción del tiempo, mediante el hacer práctico (tá tecné logos = la tecnología = the technology), en ese caso, del transporte terrestre de mercancías. ¡Jamemú! [5] 

Y se devanaron el marote hasta que, por fin, se les ocurrió la brillante idea de aprovechar el curso del río Mersey, que siempre se inundaba, dejando anegados los campos y provocando serias y frecuentes inundaciones en los barrios bajos y perisféricos de ambas ciudades, para diseñar y construir, nada más ni nada menos, que la canalización de esa vía fluvial en todo su trayecto. 

Se las ingeniaron para desviar el curso del río, cavando canales que desviaban las aguas hacia los campos circundantes, logrando la tranquila distribución de líquido elemento y, a la vez, la descompresión del caudal en la vía principal. 

Pero además, pavimentaron ambas márgenes del río canalizado, dejando construidas dos veredas laterales, por las que pensaron en hacer caminar a los caballos, que ya no tirarían de las pequeñas carretas, sino más bien, de unas grandes barcazas que, justamente, navegarían por el gran canal, cargadas con el quíntuple de las mercancías (+500%), uniendo ambas ciudades, pero ya no en veinticinco días (25), sino más bien, en sólo cinco horas (5), reduciendo el tiempo del transporte de la carga en casi un noventa y seis por ciento (-96%). ¡Guau! 

Pero ahí no terminó la cosa, porque estos pibes eran muy inteligentes y no comían vidrio. Ellos tenían perfectamente claro que habían inventado un nuevo sistema de transporte terrestre de mercancías interurbano que, a la vez, era un excelente nuevo sistema de manejo del agua para la agricultura. 

Entonces se pusieron a pensar en algo tan prosaico como el vil metal que a todos, campesinos y burgueses, le haría ganar el maldito invento, bajo el axioma negativo de que todos toman naranjada y los probres ingenieros nada. 

Fue por eso que se volvieron a reventar el valero, hasta que se les ocurrió la otra brillante idea de organizar una oficina de documentación, de registro, de archivo y de transmisión de datos vinculados con su invento, y de los que en el futuro surgieran de las academias en las que trabajaban sin prisa pero sin pausa, dejando entonces instaurada la primera oficina de patentes de invención de la historia universal, jurídicamente concebida como una asociación civil sin fines de lucro. 

Eso de sin fines de lucro minga, porque resulta que, paralemente, se fueron a ver al decano de La Universidad de Liverpool, y lo convencieron para influya sobre el gobierno de su graciosa magestad, que emitió un decreto en cuya virtud se declaró de interés público el funcionamiento de la oficina de patentes de invención, estableciendo un tributo que comenzó a gravar el uso del invento del doble sistema de transporte interurbano de mercancías y de administración del recurso acuífero para la agricultura, cuya alícuota se calcularía en base al litro de agua involucrada en cada una de las dos actividades económicas beneficiadas con el maldito invento (el transporte y la agricultura), fijándose la tarifa de esa tasa en un penique por litro de agua, sabiéndose logicamente cuánta agua transporta el río por día, porque esos ingenieros puritanos se las sabían todas, claro está. 

Esa tasa fue concebida como un tributo con afectación especial, de modo tal que la recaudación no fuera a parar a las arcas del fisco británico, sino más bien, a la caja de la oficina de patentes de invención de la asociación civil sin fines de lucro de la academia de ingeniería de La Universidad de Liverpool, para financiar nuevos proyectos tecnológicos, de los que resultarían nuevos descubrimientos e inventos, que solucionarían los problemas prácticos de la vida cotidiana de toda la gente, pero de una vez y para siempre. 

Ese tributo con afectación especial recibió el nombre técnico de las regalías por transferencia de tecnología (léase: the royalties), que son la más grande fuente de financiamiento de la revolución industrial que, cincuenta años más tarde (1750), con el invento de las máquinas a vapor, y con el invento de los talleres iluminados con lámparas de aceite de ballena, y con el invento del trabajo asalariado, darían origen a las fábricas, a la nueva clase social de los industriales, a la nueva clase social de los obreros y a la llamada sociedad de consumo, que posicionaría a Gran Bretaña cien años adelante del resto de Europa y del mundo (100). Right? [6] 

Por eso, la primera conclusión de este artículo es que para que exista una verdadera industria es preciso que la misma esté basada en la tecnología, bajo el axioma de que la tecnología es el alma de la industria 

La segunda conclusión es que, si un país cualquiera, pretende evolucionar hacia una economía auténticamente in-dus-trial, debe comenzar por organizar previamente su propio aparato tecnológico pues, de lo contrario, la industria nacional será inevitablemente dependiente de la tecnología extranjera, que convierte a los paises atrasados en neo colonias cautivas del imperialismo, donde las supuestas fábricas no son más que simples armadoras (léase: las maquiladoras = la fotocopiadora fabril = la maquila), que sólo reproduce el modelo que otro inventó y que te lo vende a precio oro, claro está, encareciéndote exponencialmente tus costos y desplazándose a vos de la competencia, que ellos controlan a su entera voluntad, porque son los dueños de la tecnología subyancente en el maldito producto o servicio de que se trate, obvio.

Y la tercera conclusión es la más importante, y es que no existirá industria sino existiera tecnología previa, y no existirá tecnología previa sin que antes exista, enexcusablemnte, un nuevo sistema teopolítico. Right? 

Entonces, dicho al revés, lo primero es la revolución teopolítica; lo segundo es la revolución tecnológica, y lo tercero y último es la revolución industrial, porque equis más yé es igual a zeta (x + y = z), y esta ecuación es geopolíticamente inmutable, y acá no hay pasaje de términos que valga, porque así lo enseña la historia universal, y nada más, claro está. No sé si me explico. 

¡Gordo¡ ¡Cómo se ve que a vos Ema te está volviendo loco con el análisis matemático, eh?... ¡Má si, ponele jamemú y listo¡ ja ja já. 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).

[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

[3] Para La Gloriosa Revolución, véase El Cisne Negro (Ediciones 240 a 251).

[4] La Biblia dice que Abbadón será el domonio que encadenará a Lucifer durante mil años, mientras tramite El Juicio Final, luego de lo cual, los elegidos serán llevados al cielo con Dios y los condenados arderán eternamente en las llamas del infierno de Lucifer que, evidentemente, no será destruído y seguirá existiendo, por los siglos de los siglos. Conste.

[5] Cuando los de mi generación (1956 a.C. ja ja já) éramos chicos, veíamos en la televisión en blanco y negro, un programa cómico titulado con el nombre de Operación Ja Já. Había un sketch progonizado por dos actores de antología, como eran Juan Carlos De Zeta (a) El Ojo y Vicente Larrusa (a) El Preso, que hacían el papel de dos plomeros brutísimos que, cuando tenían algún problema insoluble en su trabajo, le explicaban al cliente que eso se arregla poniéndole jamemú. Obviamente, el cliente les preguntaba qué es jamemú, y El Preso, muy seguro de si mismo, con la voz aguardentosa, ronca y con el pucho en la boca, le daba una definición técnica de lo que era jamemú, aclarándole con aire sobrador: “Y, Jamemú es Ja-Me-Mú” (sic). Por eso, para mi, el jamemú es algo asi como la negación misma de la tecnología. Y por eso me acordé y me agarró un ataque de risa, que quiero compartir con los lectores, para no hacer tan plomo este artículo. Disculpen. Sigo…

[6] La revolución industrial comenzó en Francia recién después de La Caída de Napoleón (1815), expandiéndose a la velocidad de la luz por toda Europa Continental y causando La Revolución Europea de 1830 y La Revolución Europea de 1850; cuando Francia ya no era más la primera potencia mundial, porque esa posición geopolítica la detentaba Gran Bretaña (1815-1945). Conste.

1 comentario:

  1. Me contacto con usted, a fin de esclarecer el significado de la locución Hamemú. Es una palabra armenia համեմունք (hamemunk), que significa "condimento" o "saborizante". En la década de los 80, Juan Carlos Altavista tenía una estrecha relación con algunos armenios de la colectividad de Buenos Aires(no puedo precisar en este momento con quien o quienes), pero que se hizo patente cuando una vez Riverito lo tuvo de invitado en su programa radial "La Danza de la Fortuna", donde Minguito dijo (o leyó) unas palabras en armenio. Estimo muy probable, que Vicente La Rusa haya escuchado la palabra de boca de algun paisano armenio y le haya parecido una muletilla graciosa para incorporar a su léxico. Estoy a su disposición en Tiempodereverdecer@gmail.com

    ResponderEliminar