El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Martes 25 de Diciembre de 2.012.
El Nuevo
Frankenstein
Por Rubén Vicente
En
el marco general de La Guerra Fría (1946-1991), y en el especial de La Guerra
Irak-Irán (1980-1988), el neokeinesianismo militar de los EEUU pretendió
financiar La Iniciativa de Defensa Estratégica (léase: la guerra de las
galaxias), con una giga emisión de dólares sin respaldo en metálico (léase: la
hiperinflación), por un monto equivalente al PBI de ese entonces, desatando La
Crisis del Oro de 1982. [3]
Sobraban
mega toneladas de dólares billete, tanto en los EEUU como en el mundo entero (orbis).
Vía compras y contrataciones, el gobierno de Washington inyectaba la mayor
parte en las empresas de producción para la defensa, pero el sobrante era
invertido en la compra de bonos del tesoro, y la inflación interna era
contenida vía el aumento de las tasas de interés.
Esa
estrategia monetaria causaba un efecto magia, porque los grandes
inversores institucionales globales y los bancos centrales de los cinco
continentes, quisieron creer la mentira de que el billete verde no se
debitaría; empezando a cacarear que la demostración de que ello era así, era la
fortaleza de la demanda de los bonos americanos, y remataban con el argumento
del supuesto bajo nivel de crecimiento del índice de los precios al consumidor
de la primera potencia capitalista (léase: la baratura).
En
otras palabras, la contextura intrínsecamente psicótica del
neokeynesianismo militar, que hasta entonces había discurrido por el nivel
mínimo de la demencia (léase: La QE), se agravó, alcanzando el grado intermedio
de el delirio (léase: los derivativos), pero sin que nadie en el mundo
lo supiera, estaba por alcanzar, muy rápidamente, el grado máximo y gravísimo
de la locura (1983).
En
efecto, inmediatamente después de La Crisis del Oro de 1982, los grandes bancos
estadounidenses (léase: los portaviones), dejaron de contratar historiadores y
filósofos de mediana edad, como era tradicional desde los tiempos de George
Washington, y empezaron a contratar a jóvenes matemáticos, especializados en
análisis matemático, y ultra especializados en el análisis matemático de los sistemas
cibernéticos.
Querían
que ellos, que eran nóbeles académicos de las universidades más prestigiosas,
dejaran los claustros, para sumergirse en la apasionante galaxia del dinero, en
la fascinante constelación de las finanzas, en el alucinante sistema solar de
la bolsa, y en el planeta críptico los los fondos de inversión de alto riego
(the hedge funds) que controlan el mercado mundial de los derivativos.
No
por casualidad, sino más bien, por causalidad, la mayoría eran egresados de la
Warton Schooll, de la facultad de ciencias exactas de la Universidad de
Pennsylavania, que era el cenáculo de pensamiento (the think tank) de la
doctrina de la economía solar, que es la sucesora de la doctrina de la
economía sin dinero de Karl Gessell, que provocó la hiperinflación alemana
de mil novecientos veintitres. Ups.
El
resultado fue que esos pibes de La Warton diseñaron unos algoritmos, que les
permitían a los portaviones intermediar en centenas de miles de operaciones de
compra o de venta de derivativos, pero ya no más por día, sino por segundo.
A
esto, los periodistas especializados en el mercado bursatil norteamericano, lo
empezaron a llamar con el nombre de las negociaciones de alta frecuencia
(the hight frecuency trading = Las
HFT´s).
El
ente gubernamental regulador del mercado bursatil estadounidense (SEC), estaba
controlado por ténicos de formación ultra monetarista, que no querían saber
absolutamente nada con intervenir para regular, a pesar de que se daban cuenta
de que las HFT´s, que se sumaban a el mercado de la nada (léase: los
derivativos), eran las dos partes de un Frankenstein, que terminaría por
independizar a los empleados de los portaviones de sus directorios, y a éstos
de los accionistas.
Y
Frankenstein se levantó de la camilla muy rápido, causando las crisis
bursátiles de 1987, de 1993, de 1995 y de 1997. Recién entonces, la SEC tomó
cartas en el asunto, pero light, porque se limitó a exigir a los portaviones
que explicaran cómo funcionaban las HFT´s y qué hacían con los derivativos. En
base a esas explicaciones, que estuvieron a cargo de esos pibes matemáticos, la
SEC emitió la primera resolución administrativa reguladora, que no tipifica
prácticas delictivas ni establece penas, es decir, que no concibe a
Frankenstein como un mounstruo, o en todo caso, lo considera un mounstro
amigable.
Es
todo muy largo de explicar y arduo de entender para nosotros que somos los
simples mortales, pero el que nos desaznó fue Frank Partnoy, cuando en 2002
publicó su libro titulado con el nombre de Codicia Contagiosa, que tiene
un subtítulo que dice lo dice todo: La Plaga Que Amenaza Desde Sus Cimientos
Los Mercados Financieros y La Economía Mundial (sic). ¿Está?
Para
hacerla corta, te digo que Las HFT´s y los derivativos (léase: el nuevo frankenstein
bursatil global) es el gran reponsable de la quiebra de Lehman
Brother´s, de la crisis mundial, y de los defaults de Islandia, de Irlanda, de
Grecia, de Italia y de España, que se están haciendo enemas con los derivativos
que les inyectaron los portaviones vía las HFT´s.
Ah,
y lo de la Libor es la nueva aparición de Frankenstein, pero no será la última,
a menos que el futuro gobierno de los EEUU (léase: Barak Obama), haga algo para
matar al mounstro que, evidentemente, ha dejado de ser amigable, obvio.
Y si
me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la
segura circulación de la información contenida en el presente documento se
halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos
Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de
1995 (Art. 14), la Ley Nacional N°
26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de
Grecia (Solón) El Cisne Negro es un
hecho teóricamente posible que todos creen que es prácticamente improbable,
pues si ocurriera sería castastrófico.
[3] Ese
año, en sólo cinco semanas (5),
el oro pasó de treinta y cinco dólares la onza (1 OT= U$S 35,00) a ochocientos
cincuenta dólares (1 OT = U$S 850,00),
implicando una devaluación del billete verde contra el metal amarillo del dos mil cuatrocientos veintiocho
por ciento (2.428%). Conste.
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