El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Miércoles 12 de Diciembre de 2.012.
El Fanatismo Religioso
y La Trata de Personas
Por Rubén Vicente
En
el año 66 d.C. sobrevino El Incendio de Roma, y Nerón le echó la culpa a los
cristianos, y comenzaron las persecuciones. Y en el año 96, San Juan Apostol
publicó El Libro de las Revelaciones, que es el último libro integrante de los
textos sagrados de la cristiandad, reunidos en La Vulgata, más conocida como La
Biblia.
El libro de San Juan
describía cómo sería El Fin del Mundo (léase: el apocalipsis), concebido como
la hecatombe universal, que precedería a la inminnente segunda llegada al mundo
de El Cristo del Futuro (léase: el paráclito) para presidir, nada más ni nada
menos, que El Juicio Final.
Un sentimiento de
terror inconmensurable se apoderó de los corazones de una gran cantidad de
cristianos, que empezaron a ver en las persecusiones romanas un signo
inequívoco de que los últimos tiempos durarían muy poco, pues era evidente que
Satanás ya estaba listo para enfrentarse a El Paráclito, en el marco de El
Combate Final (léase: el armagedón).
Y empezaron a intentar
purgar todos sus pecados antes de que fuera tarde, a través de los sacramentos
de la confesión, de la comunión y de la extremaunción.
Sin embargo, a algunos
sacerdotes, se les ocurrió empezar a hacer dos cosas (2). La primera fue comenzar a cultivar las virtudes cardinales
de la castidad, de la pobreza y de la obediencia, convirtiéndose de ese modo,
en los primeros monjes cristianos. Y la segunda fue organizarse en
pequeños grupos, de entre tres y doce miembros, liderados por el de mayor edad
(léase: las órdenes monacales), que abandonaron el mundo, yéndose a vivir a
lugares completamente deshabitados (léase: el desierto), apartándose totalmente
de la civilización romana.
Para repararse de las
inclemencias climáticas, se instalaron permanentemente en cuevas prehistóricas
o en las ruinas de antiquísimos templos paganos abandonados hacía siglos (las
ermitas), de donde a esas primeras comunidades de monjes apocalípticos les vino
el nombre genérico de los ermitáneos.
Para mantenerse con
vida, se organizaron para la recolección de frutos silvestres, para la caza
menor y para la pesca costera, en lagunas, cañadas, ríos, lagos y mares, tanto
interiores como exteriores, articulando una economía de subsistencia.
Nada de salud, de vivienda
y de educación. Nada de calendarios, de moneda o de derecho. En una palabra,
nada de civilización, excepto la oración, que unía sus almas
directamente con la de Dios Padre, con la de Nuestro Señor Jersucristo y con la
de El Espíritu Santo, es decir, con la santísima trinidad cristiana.
Esa fue la manera
ermitánea de recluirse del mundo para esperar, justamente, el fin del mundo, en
estado de pureza espiritual, supuestamente salvadora del pecado que condenaría
a los impíos a las llamas eternas del infierno, y haciéndose acreedores ellos a
la condición de candidatos a ser llevados al paraiso terrenal, también por la
eternidad (léase: los elegidos de la gracia divina).
Desde el punto de vista
jurídico del derecho romano, las comunidades ermitáneas era olímpicamente ig-no-ra-das
pero, la verdad, es que las mismas conformaban auténticas micro comunidades
políticas, internamente soberanas y externamente independientes (léase: los
nano estados eclesiásticos), cada uno de los cuales, desde el punto de
vista de la autoridad del mega imperio universal, en teoría, no era más que un
insignificante estado dentro del estado, enteramente inofensivo, obvio
(léase: las sectas).
Sin embargo, lo cierto
es que, durante los siglos segundo, tercero, cuarto y quinto de la era cristiana,
las sectas ermitáneas se transformaron gradualmente en las órdenes
eclesiásticas, rurales y urbanas, las dos más importantes de las cuales eran la
de los benedictinos y la de los clunienses, que eran auténticas multinacionales
de la fe, que crecían mientras sobrevenía la destrucción hasta los cimientos
del imperio romano de occidente, a manos de los bárbaros.
Y en el proconsulado
árabe del imperio romano de oriente (Bizancio) hubo un estallido espiritual que
dio como resultado el surgimiento de la nueva religión de la sumisión absoluta
a la autoridad divina (léase: el islam), en cuya órbita territorial,
poblacional y gubernamental, es decir, bajo cuyo dominio político, también se
organizaron sectas ermitáneas apocalípticas, pero conformadas por varones, mujeres,
niños y ancianos (léase: las familias), que también eran considerados como nano
estados dentro del estado, regidos por sus líderes informales, siempre varones
y adultos, obvio.
Eso era una diferencia
con las sectas ermitáneas cristianas, y la otra fue la de que muchas de ellas
se formaban en las zonas urbanas (los caseríos, las aldeas, las villas, los
burgos y las ciudades), ocupando terrenos baldíos, que eran excavados
completamente, formándose pozos gigantezcos, donde se contruían efificaciones con
forma de departamentos, dispuestos a manera de laberinto defensivo, de hasta
diez pizos, donde el techo del pizo superior quedaba a raz de la superficie, y
era cubierto con tierra y piedra, dejando un espacio de entrada y salida.
Esas sectas islámicas
subterráneas vivían a su modo y bajo sus propias normas, en medio de un mundo
islámico exterior y civilizado que, a su juicio, estaba expuesto al pecado y a
la perdición, primero material, y finalmente espiritual.
Y obvio, sus miembros
no se beneficiaban voluntariamente de los sistemas civilizados de la salud, la
vivienda, la educación, los calendarios, la moneda y el derecho.
Eran como pequeñas
tribus psicóticas, que no vivían de la recolección de frutos silvestres, de la
caza y de la pesca, sino que sus micro economías de subsistencia se basaban en
la mendicidad, la prostitución y la rapiña, callejera y doméstica ajena,
causando la inseguridad ciudadana.
Ese fenómeno se
generalizó en todo el mundo musulmán durante toda la edad media (476-1453),
comenzando a ser policialmente reprimido durante la edad moderna (1453-1789),
reduciéndose casi por completo durante la edad contemporánea (1789-1945), y
creyéndoselo totalmente desaparecido en la edad post contemporánea (1945-2012).
Sin embargo, ahora
tenemos la novedad de que hace ochenta y tres años atrás nació un musulmán
llamado Faiz Rahman Sattarov, que bien no se sabe qué hizo durante su vida,
pero que cuando tenía treinta y cinco años de edad (1964), dice que tuvo una
visión, en la que Allah le mostró, nada más ni nada menos, que el futuro e
inminente fin del mundo (léase: el apocalipsis islámico).
Como todos los mortales
de este planeta, Sattarov vivió las guerras árabe israelíes, suscitadas en el
marco general de la guerra fría, que concluyó con la guerra del golfo (1991).
Para él, El Gran Satán
(léase: Los EEUU) ya estaba entre nosotros, dispuesto a enfrentarse con El
Paráclito Musulmán (léase: el duocécimo imán = al mahdi), que no era otro que
Rusia, obvio.
Bajo esa comprensión,
Sattarov se radicó en la ciudad de Kazán, capital de la república de Tatarsán,
integrante de La Federación Rusa, que es el estado lider de La Mancomunidad de
los Estados Independientes (MEI), aliada de la ASEAN, de la OPEP y de la UE,
contra los EEUU, en el marco de la guerra mundial contra el terrorismo (léase:
la segunda guerra fría).
Allí se compró un gran terreno
baldío, de unas diez manzanas de superficie (10), mientras empezó a reclutar
individuos (varones, mujeres, niños y ancianos), a los que organizó para
comenzar a construir un muro perimetral y un gran gueto subterráneo que, en los
hechos, se convirtió en un nano estado islámico dentro del estado ruso, del
cual él es el lider teopolítico.
Desde entonces (1994),
la micro secta islámica rusa de Sattarov aguarda el fin del mundo, rezando por
la salvación de las almas de sus miembros, que han sido paradógicamente
organizados para vivir de la mendicidad, de la prostitución y de la rapiña
urbana, en los barrios de la ciudad de Kazán, extendiénse esas actividades
clandestinas a la vecina localidad de Penza, a partir de 2001, cuando los
atentados terroristas de Al Qaeda (11-S), parecían darle toda la razón acerca
de la inminencia de el combate final (léase: el armagedón).
Es absolutamente cierto
que nuestro planeta está transitando la guerra contra el terrorismo (léase: la
segunda guerra fría) en cuyo contexto se desenvuelve la crisis mundial (el
efecto jazz = la gran receción = la segunda gran depresión), que causa la
guerra de monedas (el dólar débil), que está a punto de escalar hacia la guerra
comercial (el proteccionismo), que amenaza con desatar la tercera guerra
mundial (el holocausto nuclear = el armagedón = el apocalipsis).
Pero no lo es menos,
que la existencia de tribus islámicas subterráneas, a modo de ermitáneos
rusos que forman parte de el hampa tatarstana, no es más que una
manifestación no evidente (léase: una señal) de que el mundo entero (orbis)
está totalmente pirucho, y no solamente en la cloaca social, sino más
bien, en las más altas esferas de poder global.
Y las victimas
de esta auténtica parusia no oficialmende declarada ni reconocida como tal, son
obviamente los lactantes, los infantes, los niños y los adolecentes, que en
número de quince (15), fueron rescatados por la policía rusa de La
Catacumba de Sattarov, bajo el cargo criminal de malos tratos (léase:
vejámenes), de trata de personas y de terrorismo, porque parece que La Secta
Subterránea de Kazán almacenaba material proveniente de Al Qaeda. Ups.
Mi conclusión es que
los grandes líderes musulmanes del mundo entero (orbis) deberían desalentar la
práctica de los ermitáneos islámicos, no sólo porque tratan mal a los menores
de edad, sino porque además, los convierten en mujaidines suicidas, que puede
desatar una tragedia similar a la suscitada como consecuencia de El Magnicidio
de Zarajevo, que ya sabemos cómo terminó.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo
sabremos.
[1]
La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en
el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional
de la República Argentina de 1995 (Art. 14),
la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts.
153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de
Grecia (Solón) El Cisne Negro es la
alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es
prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
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