miércoles, 12 de diciembre de 2012

454 Geopolítica (Rusia)


Año II – Primera Edición – Editorial: 00000454 [1]

 

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Miércoles 12 de Diciembre de 2.012.




El Fanatismo Religioso
y La Trata de Personas
Por Rubén Vicente 

En el año 66 d.C. sobrevino El Incendio de Roma, y Nerón le echó la culpa a los cristianos, y comenzaron las persecuciones. Y en el año 96, San Juan Apostol publicó El Libro de las Revelaciones, que es el último libro integrante de los textos sagrados de la cristiandad, reunidos en La Vulgata, más conocida como La Biblia. 

El libro de San Juan describía cómo sería El Fin del Mundo (léase: el apocalipsis), concebido como la hecatombe universal, que precedería a la inminnente segunda llegada al mundo de El Cristo del Futuro (léase: el paráclito) para presidir, nada más ni nada menos, que El Juicio Final.
Un sentimiento de terror inconmensurable se apoderó de los corazones de una gran cantidad de cristianos, que empezaron a ver en las persecusiones romanas un signo inequívoco de que los últimos tiempos durarían muy poco, pues era evidente que Satanás ya estaba listo para enfrentarse a El Paráclito, en el marco de El Combate Final (léase: el armagedón).
Y empezaron a intentar purgar todos sus pecados antes de que fuera tarde, a través de los sacramentos de la confesión, de la comunión y de la extremaunción.
Sin embargo, a algunos sacerdotes, se les ocurrió empezar a hacer dos cosas (2). La primera fue comenzar a cultivar las virtudes cardinales de la castidad, de la pobreza y de la obediencia, convirtiéndose de ese modo, en los primeros monjes cristianos. Y la segunda fue organizarse en pequeños grupos, de entre tres y doce miembros, liderados por el de mayor edad (léase: las órdenes monacales), que abandonaron el mundo, yéndose a vivir a lugares completamente deshabitados (léase: el desierto), apartándose totalmente de la civilización romana.
Para repararse de las inclemencias climáticas, se instalaron permanentemente en cuevas prehistóricas o en las ruinas de antiquísimos templos paganos abandonados hacía siglos (las ermitas), de donde a esas primeras comunidades de monjes apocalípticos les vino el nombre genérico de los ermitáneos.
Para mantenerse con vida, se organizaron para la recolección de frutos silvestres, para la caza menor y para la pesca costera, en lagunas, cañadas, ríos, lagos y mares, tanto interiores como exteriores, articulando una economía de subsistencia.
Nada de salud, de vivienda y de educación. Nada de calendarios, de moneda o de derecho. En una palabra, nada de civilización, excepto la oración, que unía sus almas directamente con la de Dios Padre, con la de Nuestro Señor Jersucristo y con la de El Espíritu Santo, es decir, con la santísima trinidad cristiana.
Esa fue la manera ermitánea de recluirse del mundo para esperar, justamente, el fin del mundo, en estado de pureza espiritual, supuestamente salvadora del pecado que condenaría a los impíos a las llamas eternas del infierno, y haciéndose acreedores ellos a la condición de candidatos a ser llevados al paraiso terrenal, también por la eternidad (léase: los elegidos de la gracia divina).
Desde el punto de vista jurídico del derecho romano, las comunidades ermitáneas era olímpicamente ig-no-ra-das pero, la verdad, es que las mismas conformaban auténticas micro comunidades políticas, internamente soberanas y externamente independientes (léase: los nano estados eclesiásticos), cada uno de los cuales, desde el punto de vista de la autoridad del mega imperio universal, en teoría, no era más que un insignificante estado dentro del estado, enteramente inofensivo, obvio (léase: las sectas).
Sin embargo, lo cierto es que, durante los siglos segundo, tercero, cuarto y quinto de la era cristiana, las sectas ermitáneas se transformaron gradualmente en las órdenes eclesiásticas, rurales y urbanas, las dos más importantes de las cuales eran la de los benedictinos y la de los clunienses, que eran auténticas multinacionales de la fe, que crecían mientras sobrevenía la destrucción hasta los cimientos del imperio romano de occidente, a manos de los bárbaros.
Y en el proconsulado árabe del imperio romano de oriente (Bizancio) hubo un estallido espiritual que dio como resultado el surgimiento de la nueva religión de la sumisión absoluta a la autoridad divina (léase: el islam), en cuya órbita territorial, poblacional y gubernamental, es decir, bajo cuyo dominio político, también se organizaron sectas ermitáneas apocalípticas, pero conformadas por varones, mujeres, niños y ancianos (léase: las familias), que también eran considerados como nano estados dentro del estado, regidos por sus líderes informales, siempre varones y adultos, obvio.
Eso era una diferencia con las sectas ermitáneas cristianas, y la otra fue la de que muchas de ellas se formaban en las zonas urbanas (los caseríos, las aldeas, las villas, los burgos y las ciudades), ocupando terrenos baldíos, que eran excavados completamente, formándose pozos gigantezcos, donde se contruían efificaciones con forma de departamentos, dispuestos a manera de laberinto defensivo, de hasta diez pizos, donde el techo del pizo superior quedaba a raz de la superficie, y era cubierto con tierra y piedra, dejando un espacio de entrada y salida.
Esas sectas islámicas subterráneas vivían a su modo y bajo sus propias normas, en medio de un mundo islámico exterior y civilizado que, a su juicio, estaba expuesto al pecado y a la perdición, primero material, y finalmente espiritual.
Y obvio, sus miembros no se beneficiaban voluntariamente de los sistemas civilizados de la salud, la vivienda, la educación, los calendarios, la moneda y el derecho.
Eran como pequeñas tribus psicóticas, que no vivían de la recolección de frutos silvestres, de la caza y de la pesca, sino que sus micro economías de subsistencia se basaban en la mendicidad, la prostitución y la rapiña, callejera y doméstica ajena, causando la inseguridad ciudadana.
Ese fenómeno se generalizó en todo el mundo musulmán durante toda la edad media (476-1453), comenzando a ser policialmente reprimido durante la edad moderna (1453-1789), reduciéndose casi por completo durante la edad contemporánea (1789-1945), y creyéndoselo totalmente desaparecido en la edad post contemporánea (1945-2012).
Sin embargo, ahora tenemos la novedad de que hace ochenta y tres años atrás nació un musulmán llamado Faiz Rahman Sattarov, que bien no se sabe qué hizo durante su vida, pero que cuando tenía treinta y cinco años de edad (1964), dice que tuvo una visión, en la que Allah le mostró, nada más ni nada menos, que el futuro e inminente fin del mundo (léase: el apocalipsis islámico).
Como todos los mortales de este planeta, Sattarov vivió las guerras árabe israelíes, suscitadas en el marco general de la guerra fría, que concluyó con la guerra del golfo (1991).
Para él, El Gran Satán (léase: Los EEUU) ya estaba entre nosotros, dispuesto a enfrentarse con El Paráclito Musulmán (léase: el duocécimo imán = al mahdi), que no era otro que Rusia, obvio.
Bajo esa comprensión, Sattarov se radicó en la ciudad de Kazán, capital de la república de Tatarsán, integrante de La Federación Rusa, que es el estado lider de La Mancomunidad de los Estados Independientes (MEI), aliada de la ASEAN, de la OPEP y de la UE, contra los EEUU, en el marco de la guerra mundial contra el terrorismo (léase: la segunda guerra fría).
Allí se compró un gran terreno baldío, de unas diez manzanas de superficie (10), mientras empezó a reclutar individuos (varones, mujeres, niños y ancianos), a los que organizó para comenzar a construir un muro perimetral y un gran gueto subterráneo que, en los hechos, se convirtió en un nano estado islámico dentro del estado ruso, del cual él es el lider teopolítico.
Desde entonces (1994), la micro secta islámica rusa de Sattarov aguarda el fin del mundo, rezando por la salvación de las almas de sus miembros, que han sido paradógicamente organizados para vivir de la mendicidad, de la prostitución y de la rapiña urbana, en los barrios de la ciudad de Kazán, extendiénse esas actividades clandestinas a la vecina localidad de Penza, a partir de 2001, cuando los atentados terroristas de Al Qaeda (11-S), parecían darle toda la razón acerca de la inminencia de el combate final (léase: el armagedón).
Es absolutamente cierto que nuestro planeta está transitando la guerra contra el terrorismo (léase: la segunda guerra fría) en cuyo contexto se desenvuelve la crisis mundial (el efecto jazz = la gran receción = la segunda gran depresión), que causa la guerra de monedas (el dólar débil), que está a punto de escalar hacia la guerra comercial (el proteccionismo), que amenaza con desatar la tercera guerra mundial (el holocausto nuclear = el armagedón = el apocalipsis).
Pero no lo es menos, que la existencia de tribus islámicas subterráneas, a modo de ermitáneos rusos que forman parte de el hampa tatarstana, no es más que una manifestación no evidente (léase: una señal) de que el mundo entero (orbis) está totalmente pirucho, y no solamente en la cloaca social, sino más bien, en las más altas esferas de poder global.
Y las victimas de esta auténtica parusia no oficialmende declarada ni reconocida como tal, son obviamente los lactantes, los infantes, los niños y los adolecentes, que en número de quince (15), fueron rescatados por la policía rusa de La Catacumba de Sattarov, bajo el cargo criminal de malos tratos (léase: vejámenes), de trata de personas y de terrorismo, porque parece que La Secta Subterránea de Kazán almacenaba material proveniente de Al Qaeda. Ups.
Mi conclusión es que los grandes líderes musulmanes del mundo entero (orbis) deberían desalentar la práctica de los ermitáneos islámicos, no sólo porque tratan mal a los menores de edad, sino porque además, los convierten en mujaidines suicidas, que puede desatar una tragedia similar a la suscitada como consecuencia de El Magnicidio de Zarajevo, que ya sabemos cómo terminó.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.

[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
 
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.

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