domingo, 16 de diciembre de 2012

458 Geopolítica (Argentina)

 
Año II – Primera Edición – Editorial: 00000458 [1]

 

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Domingo 16 de Diciembre de 2.012.




No Es Lo Mismo
Por Rubén Vicente

Fueron las curvas de Eva la que tentaron a Satanás, y no al revés. Pero fue la manzana del maligno la que tentó a Eva, y no al revés. Lo que pasó allá, en la copa del arbol del bien y del mal, no lo sabemos. Pero si sabemos lo que pasó después, que se empezó a ir todo al jocara mal.
¿Quién tienta a quién? ¿La mujer bella, que sabe que poniendo el cuerpo un rato saca guita, o el hombre con plata, que la pone para tener un cacho de placer? Es una historia vieja como la humanidad misma, y si no partimos de esa base de entedimiento cabal de la escencia de cómo es en realiad cosa, nos vamos a equivocar fiero en la ley que debe evitar la explotación.
La prostitución no es la trata de blancas, ni viceversa, obvio. Creo que tenemos que aclarar los tantos, no sea cosa que estemos legislando para que crezcan las estadísticas de las violaciones y de los homicidios de género.
Desde que la primera familia de esta caverna entró en guerra a vida o muerte contra la otra de aquella caverna de allá, uno de los botines fueron las mujeres, atrozmente violadas, reducidas a la cruel esclavitud, y si ozaban intentar escapar, a deguello, y listo. Así de dulce era la vida en aquellos tiempos prehistóricos.
Uno de los grandes avances de la primera civilización (léase: los sumerios), fue organizar la esclavitud, no como producto de la guerra, sino más bien, como un lucrativo negocio de los tiempos de paz.
Ya lo decía el sabio Sun Tzu: “Si vienen por nuestras esclavas, se las vendemos. Si vienen por nuestro grano, lo compartimos. Pero si quieren llevarse sólo uno de nuestros caballos, habrá guerra” (sic). 

¿Y quiénes eran los administradores? Respuesta: Los sacerdotizas de la diosa Innna (léase: Ishtar = Isis = Afrodita = Venus). Y entre los israelitas, la costumbre era esclavizar a las niñas huérfanas, y entregarlas desde la niñez a los más devotos feligreses, para su esparcimiento personal, obviamente, a cambio del sacrificio de un cabrito o de un par de palomas para El Templo de Jehová. ¿O lo vamos a negar?. 

Los romanos fueron los primeros en privatizar la esclavitud de las féminas, cuando El Templo de Jano le otorgó la concesión de explotación a los terratenientes-patricios-senadores, y luego a los magnates-plebeyos del comicio.
Y ni hablar de los primeros cristianos, que liberaban a las esclavas romanas a cambio de que aceptaran la conversión, pero antes, un poquito de dunga dunga, por los mismos treinta sextercios de plata por los que Judas traicionó a Jesús, no jodamos.
La inmensa mayoría de las cristianas de los primeros cuatro siglos de nuestra eran ex esclavas, liberadas a cambio de que se prostituyeran para juntar plata, para financiar el funcionamiento de las primeras ermitas, en las que vivían los ermitáneos, pero con ellas, porque andar haciéndose la del mono es pecado, o no?
En el mismo momento de la baja edad media, en que surgieron las primeras órdenes religiosas, cuyos miembros masculinos o femeninos formulaban los votos de castidad, de pobreza y de obediencia (léase: el ascetismo), la iglesia católica empezó a concesionar los negocios de la prostitución sagrada a favor de los reyes bárbaros, que a su vez, los subconcesionaban a favor de los señores feudales vasallos, surgiendo los aquelarres paganos, que eran cogestionados, porque se les daba una participación en las ganancias a las prostitutas. [3]
La orden de los templarios fue la multinacional de los prostíbulos europeos y del levante jerusalemita durante la alta edad media, y cuando fue disuelta, el negocio pasó a ser administrado por los hospitalarios de la competencia, mientras las encíclicas comenzaron a cuestionar la esclavitud de las mujeres, pero no la prostitución de las féminas.
Tan es así, que Santo Tomás de Aquino caracterizaba a la prostitución como un mal necesario de la feligresía pecadora (sic).
Fueron los negreros británicos quienes, desde su concepción protestante de la edad moderna, transformaron a la esclavitud en una suerte de culto civil, y a la prostitución de las razas inferiores la transformó en una exigencia de las conquistas de su graciosa majestad.
Si no fuera por Napoléon, todas las prostitutas de la revolución francesa, hubieran sido esclavas no blancas de las colonias de ultramar, pero gracias a El Pequeño General, el parlamento galo aprobó una ley de explotación del negocio de la prostitución, estrictamente ajustado al régimen vigente del reconocimiento, mantenimiento y protección de los derechos individuales de la vida, de la libertad, del honor y de la propiedad de que eran titulares absolutamente todas las mujeres francesas, sin excepción.
Ser una prostituta francesa, o no serlo, era exactamente lo mismo, en cuanto a los derechos individuales del género. Y por eso, los cabarets y el kan kan son inventos franceses, obvio.
Y le digo más, antes de la revolución, la primera gran empresaria del rubro de la prostitución de las mujeres completamente libres, fue una duquesa (Madamme Pompadour).
Pero fueron los magnates safaradíes de Polonia los que no quisieron humanizar la prostitución como los franceses, y por eso, en pleno siglo dieciocho (léase: el siglo de las luces), se unieron para conformar La Hermandad de Zvi Migdal, que controlaba, y controla, la red de prostitución de esclavas blancas, y no de otras razas.
Por eso, la prensa occidental del siglo diecinueve (léase: el siglo de la industria) empezó a refererirse a la trata de blancas de Europa Oriental, por oposición a la trata de los negros de El Africa Subsahariana, que seguía y sigue en manos británicas.
En los EEUU la prostitución era legal en casi todos los estados hasta el final de la segunda guerra mundial (1945), en donde el que maltrataba a una prostituta banca, directamente, se pudría en la cárcel. Pero justamente por esa concepción cuáquera, explotar la prostitución de las mujeres no blancas, convirtiéndolas en esclavas de hecho, aún cuando la esclavitud había sido abolida cien años antes, era una práctica deleznable, pero absolutamente tolerada, aceptada y hasta bien vista por las clases dirigentes, intermedias y populares, off course.
Una de las tantísimas razones por las que mataron a John Kennedy fue por su lucha contra la que él, y sólo él, fue el primero en comenzar a llamar con el nombre de la trata de personas, fueran blancas no no, y fueran mujeres o no, definiéndola como la esclavitud del siglo veinte.
Y sobre sus ideas se montaron una imensa cantidad de ong´s defensoras de los derechos humanos en la época de Jimmy Carter, bregando en pos de la definición legal a nivel federal del crimen de la trata de personas, pretendiendo subsumir a la prostitución femenina en esa figura, que jamás prospero como tal en el gran país del norte a nivel nacional.
Desde entonces, mientras en algunos estados, la locura llega al extremo de pretender que se penalice con la cárcel a los varones que consumen los servicios sexuales de las prostitutas, en otros no se hace absolutamente nada para erradicar el flagelo de la organización empresarial del negocio de la privación ilegítima de la libertad (léase: el plagio), en concurso real con la violación, con la reducción a la esclavitud, con el daño a la salud que implica la drogadicción forzada, con el chantaje que supone obligarlas a prostituirse a cambio de la dosis, con las lesiones, a veces, gravísimas, que implica rebelarse, y hasta con el homicidio, que le sigue a todo intento de fuga o denuncia de la explotación sexual de mujeres inocentes a las autoridades (léase: las redes de la trata de personas).
Y en la América Latina de los últimos veinte años, vemos exactamente el mismo panorama profuso, confuso y difuso, en el que batallan los fanáticos de la pureza sacrosanta y los degenerados que creen que esclavizar mujeres inocentes es vengar al angel preferido (Lucifer), que pobrecito, cayó en tentación por culpa de las curvas de Eva.
Para decirlo en una palabra, que sea bien pero bien clara, y que no deje lugar a la más mínima sombra de dudas acerca de cómo pienso respecto de esta cuestión, yo digo que, no es lo mismo Silvia Zuler, que negocia su honra, que Marita Verón, cuya honra era su virtud, y no es lo mismo la prostitución que la trata de blancas (léase: la trata de personas), y lo tenemos que entender, pero bien a fondo, para no seguir haciendo cagadas, ni con las mujeres, ni con nadie, ni en los tribunales, ni en la calle, no sé si …
Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.

[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
 
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es la alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
 
[3] Santa Inés (291-334 d.C.) fue una mujer romana, nacida y criada en el seno de una familia de magnates plebeyos, de la ciudad comercial portuaria de Ostia, perteneciente al proconsulado de Italia. A los veinte años se convirtió al cristianismo, siendo denunciada ante las autoridades romanas por su propio padre. Como se negó a rendirle culto religioso a la divinidad del emperador (Dioclesiano), fue condenada a la esclavitud, y vendida al propietario de un prostíbulo de la ciudad de Cartago, capital del proconsulado romano de Ifryquia (léase: Africa). El hombre se enamoró perdidamente de su belleza a primera vista, respetándola hasta el punto de aceptar convertirse a la religión verdadera, para luego unirse a ella en santo matrimonio cristiano. Desde entonces, Santa Inés administró personalmente el prostíbulo de su marido, convirtiendo al cristianismo a cuanta esclava sintiera el llamado de Dios en su alma, otorgándole la manumisión, a cambio de que continuaran prostituyéndose voluntariamente por siete años más (7), para luego asociarlas al negocio, y convirtiéndolo en una suerte de cooperativa. Cuando las meretrices dejaban de estar en edad de trabajar en el oficio más viejo del mundo, Santa Inés las exhortaba a formular votos de castidad, pobreza y obediencia (léase: el ascetismo), incorporándolas a su orden religiosa femenina informal. Por ese comportamiento inequívocamente subversivo, que fue descubierto por las autoridades romanas, ella, su marido, los eunucos conversos y sus monjas libertas, fueron cruxificadas, ascendiendo a los altares doscientos años después de su martirio. Conste.
 

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