El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Domingo 16 de Diciembre de 2.012.
No Es Lo Mismo
Por Rubén Vicente
Fueron las curvas de
Eva la que tentaron a Satanás, y no al revés. Pero fue la manzana del maligno
la que tentó a Eva, y no al revés. Lo que pasó allá, en la copa del arbol del
bien y del mal, no lo sabemos. Pero si sabemos lo que pasó después, que se empezó
a ir todo al jocara mal.
¿Quién tienta a quién?
¿La mujer bella, que sabe que poniendo el cuerpo un rato saca guita, o el
hombre con plata, que la pone para tener un cacho de placer? Es una historia
vieja como la humanidad misma, y si no partimos de esa base de entedimiento
cabal de la escencia de cómo es en realiad cosa, nos vamos a equivocar fiero en
la ley que debe evitar la explotación.
La prostitución no es
la trata de blancas, ni viceversa, obvio. Creo que tenemos
que aclarar los tantos, no sea cosa que estemos legislando para que crezcan las
estadísticas de las violaciones y de los homicidios de género.
Desde que la primera
familia de esta caverna entró en guerra a vida o muerte contra la otra de aquella
caverna de allá, uno de los botines fueron las mujeres, atrozmente violadas,
reducidas a la cruel esclavitud, y si ozaban intentar escapar, a deguello, y
listo. Así de dulce era la vida en aquellos tiempos prehistóricos.
Uno de los grandes
avances de la primera civilización (léase: los sumerios), fue organizar la esclavitud,
no como producto de la guerra, sino más bien, como un lucrativo negocio de los
tiempos de paz.
Ya
lo decía el sabio Sun Tzu: “Si vienen por nuestras esclavas, se las
vendemos. Si vienen por nuestro grano, lo compartimos. Pero si quieren llevarse
sólo uno de nuestros caballos, habrá guerra” (sic).
¿Y
quiénes eran los administradores? Respuesta: Los sacerdotizas de la diosa Innna
(léase: Ishtar = Isis = Afrodita = Venus). Y entre los israelitas, la costumbre
era esclavizar a las niñas huérfanas, y entregarlas desde la niñez a los más
devotos feligreses, para su esparcimiento personal, obviamente, a cambio del
sacrificio de un cabrito o de un par de palomas para El Templo de Jehová. ¿O lo
vamos a negar?.
Los romanos fueron los
primeros en privatizar la esclavitud de las féminas, cuando El Templo de Jano
le otorgó la concesión de explotación a los terratenientes-patricios-senadores,
y luego a los magnates-plebeyos del comicio.
Y ni hablar de los primeros
cristianos, que liberaban a las esclavas romanas a cambio de que aceptaran la
conversión, pero antes, un poquito de dunga dunga, por los mismos treinta
sextercios de plata por los que Judas traicionó a Jesús, no jodamos.
La inmensa mayoría de
las cristianas de los primeros cuatro siglos de nuestra eran ex esclavas,
liberadas a cambio de que se prostituyeran para juntar plata, para financiar el
funcionamiento de las primeras ermitas, en las que vivían los ermitáneos, pero
con ellas, porque andar haciéndose la del mono es pecado, o no?
En el mismo momento de
la baja edad media, en que surgieron las primeras órdenes religiosas, cuyos
miembros masculinos o femeninos formulaban los votos de castidad, de pobreza y
de obediencia (léase: el ascetismo), la iglesia católica empezó a concesionar
los negocios de la prostitución sagrada a favor de los reyes bárbaros, que a su
vez, los subconcesionaban a favor de los señores feudales vasallos, surgiendo
los aquelarres paganos, que eran cogestionados, porque se les daba una
participación en las ganancias a las prostitutas. [3]
La orden de los
templarios fue la multinacional de los prostíbulos europeos y del levante jerusalemita
durante la alta edad media, y cuando fue disuelta, el negocio pasó a ser
administrado por los hospitalarios de la competencia, mientras las encíclicas
comenzaron a cuestionar la esclavitud de las mujeres, pero no la prostitución de las féminas.
Tan es así, que Santo
Tomás de Aquino caracterizaba a la prostitución como un mal necesario de la feligresía
pecadora (sic).
Fueron los negreros
británicos quienes, desde su concepción protestante de la edad moderna,
transformaron a la esclavitud en una suerte de culto civil, y a la prostitución
de las razas inferiores la transformó en una exigencia de las conquistas de su
graciosa majestad.
Si no fuera por
Napoléon, todas las prostitutas de la revolución francesa, hubieran sido
esclavas no blancas de las colonias de ultramar, pero gracias a El Pequeño
General, el parlamento galo aprobó una ley de explotación del negocio de la
prostitución, estrictamente ajustado al régimen vigente del reconocimiento,
mantenimiento y protección de los derechos individuales de la vida, de la libertad,
del honor y de la propiedad de que eran titulares absolutamente todas las
mujeres francesas, sin excepción.
Ser una prostituta
francesa, o no serlo, era exactamente lo mismo, en cuanto a los derechos
individuales del género. Y por eso, los cabarets y el kan kan son inventos franceses,
obvio.
Y le digo más, antes de
la revolución, la primera gran empresaria del rubro de la prostitución de las
mujeres completamente libres, fue una duquesa (Madamme Pompadour).
Pero fueron los
magnates safaradíes de Polonia los que no quisieron humanizar la prostitución
como los franceses, y por eso, en pleno siglo dieciocho (léase: el siglo de las
luces), se unieron para conformar La Hermandad de Zvi Migdal, que controlaba, y
controla, la red de prostitución de esclavas blancas, y no de otras
razas.
Por eso, la prensa
occidental del siglo diecinueve (léase: el siglo de la industria) empezó a
refererirse a la trata de blancas de Europa Oriental, por oposición a la
trata de los negros de El Africa Subsahariana, que seguía y sigue en
manos británicas.
En los EEUU la
prostitución era legal en casi todos los estados hasta el final de la segunda
guerra mundial (1945), en donde el que maltrataba a una prostituta banca,
directamente, se pudría en la cárcel. Pero justamente por esa concepción
cuáquera, explotar la prostitución de las mujeres no blancas, convirtiéndolas
en esclavas de hecho, aún cuando la esclavitud había sido abolida cien años
antes, era una práctica deleznable, pero absolutamente tolerada, aceptada y
hasta bien vista por las clases dirigentes, intermedias y populares, off course.
Una de las tantísimas
razones por las que mataron a John Kennedy fue por su lucha contra la que él, y
sólo él, fue el primero en comenzar a llamar con el nombre de la trata de
personas, fueran blancas no no, y fueran mujeres o no, definiéndola como la
esclavitud del siglo veinte.
Y sobre sus ideas se
montaron una imensa cantidad de ong´s defensoras de los derechos humanos en la
época de Jimmy Carter, bregando en pos de la definición legal a nivel federal
del crimen de la trata de personas, pretendiendo subsumir a la prostitución
femenina en esa figura, que jamás prospero como tal en el gran país del
norte a nivel nacional.
Desde entonces,
mientras en algunos estados, la locura llega al extremo de pretender que se
penalice con la cárcel a los varones que consumen los servicios sexuales de las
prostitutas, en otros no se hace absolutamente nada para erradicar el
flagelo de la organización empresarial del negocio de la privación ilegítima de
la libertad (léase: el plagio), en concurso real con la violación, con la
reducción a la esclavitud, con el daño a la salud que implica la drogadicción
forzada, con el chantaje que supone obligarlas a prostituirse a cambio de la
dosis, con las lesiones, a veces, gravísimas, que implica rebelarse, y hasta
con el homicidio, que le sigue a todo intento de fuga o denuncia de la
explotación sexual de mujeres inocentes a las autoridades (léase: las redes de
la trata de personas).
Y en la América Latina
de los últimos veinte años, vemos exactamente el mismo panorama profuso,
confuso y difuso, en el que batallan los fanáticos de la pureza sacrosanta
y los degenerados que creen que esclavizar mujeres inocentes es vengar al angel
preferido (Lucifer), que pobrecito, cayó en tentación por culpa de las curvas
de Eva.
Para decirlo en una
palabra, que sea bien pero bien clara, y que no deje lugar a la más mínima
sombra de dudas acerca de cómo pienso respecto de esta cuestión, yo digo que, no es lo mismo
Silvia Zuler, que negocia su honra, que Marita Verón, cuya honra era su virtud,
y no es lo mismo
la prostitución que la trata de blancas (léase: la trata de personas), y lo
tenemos que entender, pero bien a fondo, para no seguir haciendo cagadas, ni
con las mujeres, ni con nadie, ni en los tribunales, ni en la calle, no sé si …
Y si me dijeran que
estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1]
La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en
el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional
de la República Argentina de 1995 (Art. 14),
la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts.
153 y 155).
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de
Grecia (Solón) El Cisne Negro es la
alegoría de un hecho que es teóricamente posible, pero que todos creen que es
prácticamente improbable, pues si ocurriera sería catastrófico.
[3]
Santa Inés (291-334 d.C.) fue una mujer romana, nacida y criada en el seno de una
familia de magnates plebeyos, de la ciudad comercial portuaria de Ostia, perteneciente
al proconsulado de Italia. A los veinte años se convirtió al cristianismo,
siendo denunciada ante las autoridades romanas por su propio padre. Como se negó
a rendirle culto religioso a la divinidad del emperador (Dioclesiano), fue
condenada a la esclavitud, y vendida al propietario de un prostíbulo de la
ciudad de Cartago, capital del proconsulado romano de Ifryquia (léase: Africa).
El hombre se enamoró perdidamente de su belleza a primera vista, respetándola
hasta el punto de aceptar convertirse a la religión verdadera, para luego
unirse a ella en santo matrimonio cristiano. Desde entonces, Santa Inés
administró personalmente el prostíbulo de su marido, convirtiendo al
cristianismo a cuanta esclava sintiera el llamado de Dios en su alma, otorgándole
la manumisión, a cambio de que continuaran prostituyéndose voluntariamente por
siete años más (7), para luego asociarlas al negocio, y convirtiéndolo en una
suerte de cooperativa. Cuando las meretrices dejaban de estar en edad de
trabajar en el oficio más viejo del mundo, Santa Inés las exhortaba a formular
votos de castidad, pobreza y obediencia (léase: el ascetismo), incorporándolas
a su orden religiosa femenina informal. Por ese comportamiento inequívocamente
subversivo, que fue descubierto por las autoridades romanas, ella, su marido,
los eunucos conversos y sus monjas libertas, fueron cruxificadas, ascendiendo a
los altares doscientos años después de su martirio. Conste.
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