El
Cisne Negro [2]
El
Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Martes 26 de Marzo de 2.013.
¿Todas Son Víctimas de La Trata de Personas
IV?
Por Rubén Vicente
A
veces, aunque yo sea abogado, no sé si también no tengo alma de psicólogo o de
periodista de investigación, o las dos cosas, cuyo punto en común es una
curiosidad derovadora.
Fue
en 2009, faltando dos años para conocer a Ema. Decía que se llamaba Natalia
(Tauro – 34). Alta, delgada, blanca, rosada, rubia, cabellos finitos, lacios y
de ojos verdes, con anteojos. El tipo de mujer de la foto que ilustra este
artículo.
Contaba
que nació y se crió en una casa normal, del barrio porteño de Liniers, donde
vivía con su abuelo viudo y recién jubilado, con su padre que tenía una
mueblería en Villa del Parque, con su madre maestra de escuela primaria, y con
una hermanita más grande que ella, y que ya iba a la escuela.
Como
todas las nenitas de su edad infantil, Natalia dice que jugaba con las muñecas,
a que era la madre de todas ellas, pero en las tardes, le gustaba meterse en la
cama con su abuelo, a dormir la sieta, hasta que llegaban la madre y la hermaita
más grande, y a la noche, el papá, cenaban juntos, jugaban todos al don
pirulero, a la batalla naval, a la casita robada o al ludo, o miraban un rato
la tele, y después, se iban todos a dormir, ella con la hermanita mayor.
Y
Natalia dice que, cuando tenía cinco años, le empezaron a agarrar ganas de
abrazarse al abuelo, porque dice que sentía frío en el invierno, y él la
abrazaba y la calentaba, con el amor y la ternura que cualquiera se puede
imaginar que un buen abuelo puede sentir por su nietita.
Y
Natalia empezó la escuela primaria, y el abuelo la ayudaba con los deberes y le
hacía la merienda, pero todas las tardes de Dios, seguían durmiendo la siesta
juntos, y como siempre, ella se abrazaba a él, y él a ella, obvio.
Hasta
que una tarde, el abuelo se despertó sobresaltado, salío de la cama a la
velocidad del rayo, y se metió en el baño, cerrando la puerta con llave. Pero
dice Natalia que notó algo muy raro, y era que del pantalón del pijamas, le sobresalía
como una punta para afuera, y ella quiso saber qué era.
Dice
que el abuelo se hizo el boludo, y no le quiso explicar, y que desde entonces,
no la quiso abrazar más cuando dormían la siesta, mirando cada uno para su
lado, aunque ella, desde aquella vez, le empezó a costar dormirse, y se dio
cuenta de que al abuelo le pasaba lo mismo, porque explica que lo descubrió
varias veces con los ojos abiertos, mirando a la nada, como pensativo.
Pero
una tarde, en la que Natalia ya tenía ocho años, sintió ganas de defecar, y se
metió en el baño, no dándose cuenta de que dejó la puerta abierta, y que desde
la cama del dormitorio a oscuras, el abuelo la observaba, y después que ella
terminaba y se volvía a la cama, el abuelo volaba para el baño, pero con esa
punta que le sobresalía de la bragueta del pantalón pijamas.
Y
cuenta Natalia que lo vió desde la cama, sentado en el inodoro, con la cabeza
reclinada sobre los azulejos, con los ojos cerrados, y tocándose frenéticamente
entre las piernas, alcanzando a ver esa cosa grande, que le pareció muy linda,
quedando extasiada, al ver cómo saltaba de ella una como leche a borbotones,
luego de lo cual, cesó el frenesí, y el abuelo lucía tranquilo y relajado,
volviéndose a la cama, sin darse cuenta de que ella lo había visto todo y de
que, aunque simulaba que dormía, se moría de curiosidad por preguntarle qué
había hecho y por qué.
Te
la hago corta. Natalia dice que el abuelo le explicó lo que sienten los hombres
por las mujeres; qué es lo que había hecho y por qué. Y ella se quedó pensando,
y pensando, y pensando, hasta que sacó la cuenta de que, aunque ella era una
niña, también era una mujer, y quiso saber, si él lo había hecho pensando en
ella, y el abuelo le dijo que si.
Y
así pasaron como dos años, con Natalia durmiendo la siesta todas las tardes con
su abuelo, pero se volvieron a abrazar como antes, y a ella dice que le
encantaba ver cómo se ponía, y cómo se iba al baño, dejándola ver lo que él
hacía mirándola a ella. Y cada vez que él lo hacía, ella dice que se sentía
como loca, de ganas de ir al baño, para verlo de cerca cómo te tocaba todo.
Hasta
que el abuelo le tomó la manito, y la hizo acariciar el pene erecto, y su
manito fue el jamón del sandwich, que formaban la mano del abuelo que apretaba
fuerte y su falo enloquecido por el placer de la masturbación masculina, hasta
que ella lo hizo acabar, y dice que le encantó, dándose cuenta de que eso era
algo entre ella y su abuelo, y que nadie debía enteraerse jamás, aunque nadie
le hubiera dicho que debía ser un secreto, ni nada por el estilo.
Desde
entonces, dice Natalia, la cosa fue pasando de negro a negro oscuro, porque él
empezó a acariciarle y a lamerle las
orejitas, el cuellito, la boquita, el pechito, las piernitas, la colita y la
vaginita, y ella sentía cosas maravillosas, que la hacían tener cada vez más y
más ganas de estar en la cama con su abuelo a la tarde, mientras no había nadie
más en la casa.
Y
dice que el abuelo le enseñó a chuparle el pene, y que a ella le encantaba
cuando él le acababa en la boca, aclarando que tenía gusto ácido o amargo,
según el día, pero que una vez se la tragó, y le encantó.
Natalia
era una nobel adolecente desde los once años, que ya menstruaba, y que seguía
teniendo sexo impropio con su abuelo, sin contarle nada a nadie, hasta que su
abuelo la dio vuelta y la penetró atrás, y ella jura que le encantó, y que
desde entonces, quería que se lo hiciera todas las tardes, explicando que jamás
sangró ni le dolió.
Y
así dice Natalia que fue la cosa hasta que terminó el secundario, cuando el
abuelo se enfermó de cáncer y se murió, mientras ella conseguía su primer
trabajo en un geriátrico, y empezó a estudiar medicina en la UBA, porque dice
que quería especializarse en psiquiatría.
Dice
que ella sabía desde que empezó el colegio lo que es la educación sexual, y que
le contaron muchísimos casos de violencia familiar, incluyendo varios de abuso
sexual de menores, pero aunque los profesores alentaban a los estudiantes a
denunciar todo maltrato que recibieran en su casa, a ella le parecía que había
que hacerlo cuando eran experiencias violentas y traumáticas, que ella jura y
perjura que no era su caso, si no más bien, todo lo contrario, y por eso, nunca
sintió la necesidad de contarle nada a nadie, porque decía que eso había sido
algo entre su abuelo y ella, y nada más.
Recién
ahí dice Natalia que tuvo su primer novio de veintiuno, pero aclara que no era
lo mismo, porque los pibes jóvenes son unos brutos, que acaban demasiado
rápido, y no saben hacer gozar a una mujer.
Y
ella dice que tuvo otros novios jóvenes, pero una vez, un viejo del geriátrico
le ofreció dinero a cambio de sexo, y ella aceptó, dándose cuenta que lo de
ella son los viejos, que si le dan plata, tanto mejor, porque pagarse una
carrera universitaria es caro, y en los geriátricos pagan unos sueldos de mierda.
Cuando
yo la conocí, ya tenía treinta y cuatro, yo cincuenta cincuenta y dos, y ella
ya trabajaba de médica, en el servicio de urología de La Clínica del Sol, y
enseguida hubo buena onda, y nos hicimos amigos, no se sí …
Yo
creo que algo estaba haciendo eclosión en su alma enferma. Por eso me fui
enterando de toda su historia personal, y de que tenía un cuatro ambientes con
mucama en El Barrio Norte, al que nunca concurrí, y a donde me dijo que atendía
a sus pacientes particulares, varios de los cuales decía que se habían
convertido en sus clientes maduros, viejos y hasta ancianos, que la hacían
sentir las mismas cosas que su abuelo, y que le financiaban un nivel de vida
comparable al de la dueña de una clínica gerontológica, que me dijo que pensaba
ponerse algún día, o si no un geriátrico vip, ya se sabe para qué.
Por
eso, yo digo que a mi me hace muchísmo ruido cuando dicen que todas son victimas de la trata
de personas.
Y
si me dijeran que estoy muy equivado, respondería que veremos, veremos y pronto lo
sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en
el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional
de la República Argentina de 1995 (Art. 14),
la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts.
153 y 155).
[2] Para uno
de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es un hecho teóricamente posible que todos creen que
es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.
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