El
Cisne Negro [2]
El
Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Sábado 23 de Marzo de 2.013.
¿Todas Son Víctimas de La Trata de
Personas I?
Por Rubén Vicente.
Yo
conocí a Ema en enero de 2011, pero de esto hará unos cuatro años.
Nunca
sabré cómo se llamaba en realidad, pero ella decía que era Andrea (Acuario - 25).
Contaba que había nacido en Durazno (Uruguay), que el padre era dependiente de
comercio en una pizzería (léase: el mozo), que la madre era empleada doméstica
(léase: la sirvienta), y que ella era la mayor de tres hermanos varones,
aclarándome que todos ellos terminaron la escuela primaria.
Pero
Andrea decía que después sus hermanos prefirieron empezar a hacer changas,
mientras ella comenzó el secundario en un colegio del estado, porque quería
llegar a ser alguien en la vida, aunque en tercer año abandonó, porque dice que
la aburría mucho estudiar tanto.
Y
empezó a cuidar chicos en una casa de buena familia, durmiendo allí durante la
semana, y los finde los pasaba en su casa con los suyos, y se veía con las
amiguitas de su edad en el barrio.
Contó
que una mañana, la madre de los chicos se había ido a no se sabe dónde, y quedó
ella con los pibitos, y con el marido de la patrona. Dice Andrea que, sin
querer, lo vio salir todo desnudo del baño para el dormitorio, y que quedó
prendada con los encantos de ese hombre, que tenía más o menos treinta y cinco,
pero obvio, hizo de cuenta que no vio nada.
Pero
a la noche tarde, en su cuarto, solita y a oscuras, se masturbó por primera vez
en la vida, teniendo quince años, y pensando en el patrón.
Andrea
cuenta que se ve que él se dio cuenta de cómo estaba ella, porque dos meses más
tarde, aprovechando la ocasión de que la dueña de casa no estaba, y de que los
chicos jugaban tranquilos en el jardín, el patrón la arrinconó en la cocina, y
ella no pudo ni quiso resistirse al asedio, teniendo su primera vez y dejando
de ser virgen.
Dice
que se lo contó en secreto a una amiguita del barrio el fin de semana
siguiente, pero la piba, que era de su misma edad, le cortó el rostro de una. Y
que a la madre le tenía pánico, porque era severísima, así que silencio.
Y
contó Andrea que las cosas siguieron así, masturbándose por el patrón varias
veces por semana, y cuando se daba la ocasión, se dejaba avanzar por él, que le
enseñó cómo se hacían ciertas cosas, como el sexo oral y anal, cuestión que
para cuando ella cumplió dieciseis años, ya se sentía una mujer adulta, capaz
de manejar su propia vida sexual y personal.
El
problema fue que quedó embarazada, el tipo no quiso saber nada de hacerse
cargo, la rajó, y los padres la echaron de la casa, y durmió en el andén de la
estación tres noches, y de día diambulaba por la calle, pidiendo que le dieran
algo para comer, y sin bañarse.
Pero
Andrea dice que tuvo suerte, porque conoció a un viejo, de cómo cincuenta años,
que la llevó a su cuarto de pensión y la tuvo ahí, viviendo con él, y que ahí
nació Martín, que es la luz de sus ojos.
Se
quedó cinco años con el viejo, pero su hijito lloraba cada día más, porque lo
fajaba por cualquier cosa, y ella se dio cuenta de que, además de que no tenía
erección, se escabiava mal.
Asi
que le robó plata, agarró al chico y se fue, a Montevideo, alquilando un cuarto
de pensión para los dos. La dueña era un amor, porque le cuidaba al nene
mientras ella buscaba trabajo de sirvienta, pero dice que vio a las mujeres de
la calle, todas muy bien vestidas, y se acercó a preguntar.
Cuenta
Andrea que la primera vez que se prostituyó fue con otro viejo de mierda, que
le pagó muy bien por hacer algo que no había hecho nunca, que fue saborear y
tragarse las inmundicias del hombre (sic).
Pero
decía que ella era inteligente, y que no renunciaba a su anhelo de ser alguien
en la vida.
Y
trabajó tres años en la calle, zafando casi siempre de la policía, salvo una
vez, que la violaron entre varios en el calabozo, pero aclara que no le
disgustó, sino más bien, todo lo contrario.
Cuando
cumplió los dieciocho, Andrea empezó a trabajar de copera, en una whiskería, y
dos años más tarde se animó, y se vino a vivir a Buenos Aires con Martín (3),
porque un cliente le ofreció trabajo de encargada de un edificio del barrio
porteño de Primera Junta, con vividenda y servicios gratis, sueldo en blanco,
obra social y aportes jubilatorios (léase: el trabajo decente = zafó de la mala
vida).
Cada
tanto, tenía que hacerle un pete al administrador, pero Andrea contó que era un
viejo tranquilo, que la jodía muy de vez en cuando, así que estaba todo bien,
porque ella se sentía una señora, con su guardapolvo gris y con su delantal
blanco, trabajando decentemente, y mandando a Martín al jardín pago.
Cumplía
horario de ocho a doce y de cinco a nueve. Se esmeraba por ser eficiente,
porque estaba contenta, y el trabajo era lindo (sic), pero aclaraba que
con los vecinos del consorcio ella era una lady, que jamás permitió que ninguno
se avivara, parándolos en seco cuando le insinuaban cosas, porque era alta,
delgada, morena, de lindo cuerpo, melena larga y negra, ojos negros, de buen
porte y de trato cordial, pero distante, ojo.
Pero
Andrea contaba que se empezó a aburrir de la rutina, y que la soledad empezó a
hacer estragos entre sus piernas, y que en vez de buscarse un novio, tomó la
decisión de ir por más.
A
las doce y dos se bañaba, se vestía sencilla, y se iba, mientras Martín
empezaba el preescolar de doble escolaridad. Y se paraba en La Calle Moreno,
del barrio porteño de Balvanera, a hacerle caritas a los tipos que pasaban en
auto.
La
idea se la dio la encargada del edificio de al lado, que al mediodía, yiraba
por Solís y la autopista, en Monserrat.
Pero
al año, Andrea consiguió en un sauna de la zona de tribunales, trabajando de
trece a dieciseis, y nada más, porque decía que para su hijo, ella quería ser
la encargada del edificio, y que cuando fuera grande, estudiara en la universidad,
para llegar a ser alguien en la vida.
Decía
Andrea que los ave negras somos re putañeros, y que pagamos muy bien, pero sólo
si sos una gueisha, que no sabe decir que no a nada (sic).
Hasta
llegó a ir a la casa de uno de San Isidro, los sábados y domingos a la tarde,
mientras Martín se quedaba en lo de la encargada del edificio de al lado,
jugando con su hijo, aclarando que el marido se los llavaba siempre a pasear a
algún lado, tipo al zoológico, y cosas así.
Ella
contaba que no le importaba hacer lo que fuera, o de dejarse hacer lo que el cliente
quisiera, pero no se bancaba que los pendejos pretendieran fajarla, eso no, y
de alcohol o de merca, ni quería escuchar hablar.
Y
una vez que era febrero, Andrea contó que cumplía veinticinco, y que ya estaba
lista para ir por más.
Si,
porque me contó que aceptó la oferta de un paraguayo, de irse a vivir a
Misiones, y atender la caja de una pizzería del tipo. Y dijo que quería casarse
con él, aprovechando que ella lo veía muy enamorado, y quería sacarla del
sauna.
En
aquella última charla, su conclusión fue transparente como el agua de deshielo:
“Es
que acá yo tengo como cien cientes que vienen una vez y nada más. Y tengo unos
quince que vienen seguido buscándome a mi. Ahora voy a subir de encargada de
edicio a dueña de una pizzería, con un solo cliente, que es el dueño, que será mi
marido… Y Martín tendrá un padre que le pagará los estudios, y vamos a ser
felices los tres … Eso sí, si algún cliente de la pizzería me cabe, me lo como,
y si tuviera un campo con vacas, mejor, porque cambio de hombre y de rubro, porque
es como ya te lo dije varias veces, yo quiero llegar a ser alguien en la vida,
ja ja já. ¿Sabés papito?” (sic).
Por
eso, yo digo que a mi me hace mucho ruido eso de que todas son víctimas de las redes
de la trata personas. ¿Qué quieren que les diga?
Y
si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo
sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en
el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional
de la República Argentina de 1995 (Art. 14),
la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts.
153 y 155).
[2] Para uno
de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es un hecho teóricamente posible que todos creen que
es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.
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