El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Martes 13 de Agosto de 2.013.
La Guerra Por La Supervivencia III
Por Rubén Vicente
Para todos los inmigrantes de la segunda mitad del
siglo diecinueve (el siglo de la industria), La Argentina era una tierra de paz
y de prosperidad, donde fácilmente podría afincarse, reproducirse, enriquecerse,
encumbrarse y ser felices, pero en una extensa geografía, que les permitía
domiciliarse en páramos, en villas y en ciudades con un ambiente similar al de
sus lugares de origen.
Si bien las grandes ciudades vernáculas atraían con
su progreso a las masas inmigrantes (Buenos Aires, Rosario, Santa Fé, Córdoba,
Tucumán y Mendoza), lo cierto fue que la mayoría de los que provenían de La
Gran Siria Turca, es decir, los sirios, los libaneses y los palestinos, genéricamente
referenciados aquí como los turcos, prefirieron las capitales de las
provincias andinas de la región de El Interior (léase: Jujuy, Salta, Santiago
del Estero, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan, San Luis, Mendoza y Córdoba).
Las sierras de La Precordillera y los valles de las
montañas de La Cordillera de los Andes (léase: las quebradas), los hacían
sentir bien, porque se parecían mucho a la patria natal de La Gran Siria Turca,
y el hecho de que las capitales de las provincias andinas del interior tuvieran
un clima casi igual al que reinaba en Damasco, en Alepo o en Jerusalén, los
hacía sentir, directamente, como en casa.
Pero se ve que esos beduinos de La Gran Siria Turca,
no habían olvidado la ancestral tradición cultural romana y bizantina, de que a
donde fueres haz lo que vieres, y por eso, para ellos, era muy importante el
aquerenciamiento, es decir, aprender el castellano, profesar el catolicismo,
y tramitar el otorgamiento de la ciudadanía argentina; comenzando a respetar y
a identificarse con los símbolos patrios (léase: el himno, la bandera, la
escarapela y la moneda local), ajustando sus vidas al cumplimiento de la
constitución nacional, para convertirse en Los Turcos de la Argentina, y
nada más, claro está.
En pocas décadas, los turcos de nuestro país se
reprodujeron, se enriquecieron y se encumbraron, pasando a formar parte de la
comunidad nacional, civilizadamente con
todas demás las colectividades inmigrantes, pero también, con los argentinos de
vieja data (léase: los criollos), que forjaron la independencia y la grandeza
de la patria, durante la generación del ochenta del siglo diecinueve, mentora
de la organización nacional (1853-1916).
Pero a diferencia de los judíos, que encontraron su
camino político dentro de La Unión Cívica Radical (UCR), de El Partido Socialista
(PS) y de El Partido Comunista (PC), es decir, en los partidos de la izquierda;
los turcos de acá, quizá debido a su religión musulmana ancestral, se
identificaron rápidamente con las fuerzas conservadoras, con las nacionalistas,
y con el nazismo indiano (léase: el justicialismo = el peronismo), es
decir, con la derecha vernácula.
En semejante contexto, en 1898, en la villa
turco-siria de Yabrud, sobrevino el nacimiento de un varón musulmán (el primogénito),
que fue llamado con el nombre de Saúl Al Menehem.
Hizo la primaria en su villa natal; la secundaria en
la pequeña ciudad de Hama y se graduó como abogado, con diploma expedido por la
Universidad de Damasco (1921).
Sus tierras habían sido devoradas por el desierto, y
su familia beduina había sido diezmada por la gran guerra mundial, y como
tantos otros, dijo basta, y se lanzó a la guerra por la supervivencia,
emigrando de La Gran Siria Turca, en un barco que lo transportó por El
Mediterráneo, por el océano Atlántico y por el río de la Plata, arribando a la
ciudad de Buenos Aires, capital federal de La Argentina, gobernada por su
presidente francmasón-radical, Dr. Dn.
Hipólito Yrigoyen (a) El Peludo (69).
En el puerto porteño, la oficina de migraciones
anotó mal al Dr. Saúl Al Menehem (23), quedando el nombre de su clan (léase: el
apellido) bajo la forma argentinizada de Menem,
que lógicamente, estaba desorientado, como turco en la neblina, porque
no entendía el castellano; porque no profesaba la religión del país, y porque
no entendía bien por qué, pero lo cierto era que todos, pero todos, se mofaban
de él (léase: la cachada = la cargada = la gastada), llamándolo turco
mientras se reían a carcajadas, cuando estaba más que claro, que él procedía de
la naciente república árabe de Siria.
Y con los ahorros que tenía, pudo sobrevivir más o
menos dignamente, mientras se situaba en tiempo, espacio, modo y circunstancia,
cayéndole la ficha de que la mayoría de sus paisanos sirios, libaneses y
palestinos (léase: los turcos = los durcos), ya radicados en el culis mundis,
no vivían en la capital federal, ni en ninguna otra gran ciudad de La
Argentina, sino más bien, en las pequeñas ciudades andinas del interior.
Y vaya uno a saber por qué corno, pero lo cierto fue
que el Dr. Menem terminó comprándose una casa en la villa de Anillaco, del
departamento de Castro Barros, de la provincia de La Rioja, que es la que está
pintada de color verde en el mapa que ilustra el presente artículo, donde la
gente, extrañamente, no pronunciaba la erre, sino que la arrastraba,
pronunciándola como una yé diciendo, por ejemplo, yecórcholis, yavioles o
yudamacho, ja ja já. Y además, cambian la i griega (léase: la yé), por la i
latina (ej.: ió, aniíaco, etc.).
Y en los fondos levantó como un gran local, que lo
destinó a ser usado como la estructura edilicia de un almacén de ramos
generales, que la clientela comenzó a llamar con el nombre de La Tienda del
Turco Saúl, obvio.
Y para cuando en los EEUU estalló la gran depresión
(1929-1935), el Dr. Menem (31), que
ya era el comerciante más rico de Anillaco, se fue con su novia argentina, pero
descendiente de libaneses (Mohibe Akil (a) La Turca – 18), a la ciudad de San
Miguel de Tucumán, capital de la vecina provincia de Tucumán, y contrajo
matrimonio civil, para luego buscarse un clárigo islámico (léase: el muftí),
que los casó por el rito musulmán, convirtiéndolos en marido y mujer, como Dios
manda, perdón, quise decir Allah.
Y nueve meses y medio más tarde, y más precisamente,
el miércoles dos de julio de 1930, con el sol en la constelación del cangrejo
(cáncer) y con la luna en la casa de la serpiente (léase: libra), mientras la
cristiandad católica apostólica romana celebraba la festividad de San Otón de
Bamberg, en su casa de la villa riojana de Anillaco (léase: Aniíaco), el Dr.
Saúl Menem (32), junto a su mujer, Dña. Mohibe Akil (19), se convirtieron en
los felices padres de un varón musulmán (el primogénito), que fue llamado con
el nombre Carlos Saúl Menem Akil. [3]
Desde entonces, el Dr. Menem, que ya tenía una mujer
y un hijo, formando su familia inmigrante, y siendo ya el comerciante más
prominente del pueblo, se trazó una nueva meta personal, que fue la de empezar
a traer a los jóvenes de las familias de su tribu turco-siria de los selyúsidas
de Yabrud, de apellido Al Kassar, Al Gazal, Al Menehem, Al Akil y Al Yoma, a
radicarse, a trabajar, a casarse, a formar familias, a enriquecerse, a
encumbrarse y a ser felices, pero todos juntos, primero en Anillaco, luego en
La Rioja, después en El Interior y, finalmente, en toda La Argentina, formado
de esa manera, nada más ni nada menos, que El Clan Menem, o algo por el
estilo.
En 1936, el niño musulmán argentino Carlos Saúl
Menem Akil (6), comenzó la escuela primaria, en un establecimiento del estado,
de su villa natal riojana de Anillaco.
Dos años más tarde (1938), sobrevino el nacimiento
de su hermano menor (Eduardo), mientras Carlos, que cursaba en aquel entonces el
segundo grado, ya se había ganado el afecto de sus maestras y de sus
compañeritos de la escuela, porque no sólo era inteligente, sino también,
astuto en el futbol y, sobre todo (supra tutto), simpatiquísmo, porque
combinaba la picardía turca con la pachorra riojana (léase:
yiojana, ja ja já).
Por eso, ya desde entonces, comenzó a ser nombrado
por su diminitivo de Carlitos, aunque él quisiera que lo respetaran, llamándolo
por su nombre (Carlos), pero pronunciado por él sin la ese, y con acento
riojano (Cálo), ja ja já.
Y si me dijeran que estoy muy equivocado,
respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.
[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en
el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional
de la República Argentina de 1995 (Art. 14),
la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts.
153 y 155).
[2]
Para uno de Los
Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El
Cisne Negro es un hecho teóricamente posible que todos creen que es
prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.
[3] Cáncer representa a la familia y la
patria, y La Serpiente (léase: libra) representa el equilibrio entre los
extremos, a través de la seducción, o como decimos acá, enroscándote la víbora.
Por ende, desde los puntos de vista astrológicos oriental y occidental, Carlos
Menem es un individuo signado por el destino para servir la patria, pero
enroscándole la víbora. San Otón de Bamberg fue el monje cisterciense del
siglos doce que más convenciones al catolicismo logró entre los hatitantes
judíos y arrianos del reino alemán de Pomerania. Conste.
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