martes, 13 de agosto de 2013

656 Historia (Argentina)

Año II – Primera Edición – Editorial: 0000656 [1]

 

El Cisne Negro [2]
El Diario Digital de la Historia y de la Geopolítica
Martes 13 de Agosto de 2.013.



La Guerra Por La Supervivencia III
Por Rubén Vicente 

Para todos los inmigrantes de la segunda mitad del siglo diecinueve (el siglo de la industria), La Argentina era una tierra de paz y de prosperidad, donde fácilmente podría afincarse, reproducirse, enriquecerse, encumbrarse y ser felices, pero en una extensa geografía, que les permitía domiciliarse en páramos, en villas y en ciudades con un ambiente similar al de sus lugares de origen. 

Si bien las grandes ciudades vernáculas atraían con su progreso a las masas inmigrantes (Buenos Aires, Rosario, Santa Fé, Córdoba, Tucumán y Mendoza), lo cierto fue que la mayoría de los que provenían de La Gran Siria Turca, es decir, los sirios, los libaneses y los palestinos, genéricamente referenciados aquí como los turcos, prefirieron las capitales de las provincias andinas de la región de El Interior (léase: Jujuy, Salta, Santiago del Estero, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan, San Luis, Mendoza y Córdoba). 

Las sierras de La Precordillera y los valles de las montañas de La Cordillera de los Andes (léase: las quebradas), los hacían sentir bien, porque se parecían mucho a la patria natal de La Gran Siria Turca, y el hecho de que las capitales de las provincias andinas del interior tuvieran un clima casi igual al que reinaba en Damasco, en Alepo o en Jerusalén, los hacía sentir, directamente, como en casa. 

Pero se ve que esos beduinos de La Gran Siria Turca, no habían olvidado la ancestral tradición cultural romana y bizantina, de que a donde fueres haz lo que vieres, y por eso, para ellos, era muy importante el aquerenciamiento, es decir, aprender el castellano, profesar el catolicismo, y tramitar el otorgamiento de la ciudadanía argentina; comenzando a respetar y a identificarse con los símbolos patrios (léase: el himno, la bandera, la escarapela y la moneda local), ajustando sus vidas al cumplimiento de la constitución nacional, para convertirse en Los Turcos de la Argentina, y nada más, claro está. 

En pocas décadas, los turcos de nuestro país se reprodujeron, se enriquecieron y se encumbraron, pasando a formar parte de la comunidad nacional,  civilizadamente con todas demás las colectividades inmigrantes, pero también, con los argentinos de vieja data (léase: los criollos), que forjaron la independencia y la grandeza de la patria, durante la generación del ochenta del siglo diecinueve, mentora de la organización nacional (1853-1916). 

Pero a diferencia de los judíos, que encontraron su camino político dentro de La Unión Cívica Radical (UCR), de El Partido Socialista (PS) y de El Partido Comunista (PC), es decir, en los partidos de la izquierda; los turcos de acá, quizá debido a su religión musulmana ancestral, se identificaron rápidamente con las fuerzas conservadoras, con las nacionalistas, y con el nazismo indiano (léase: el justicialismo = el peronismo), es decir, con la derecha vernácula. 

En semejante contexto, en 1898, en la villa turco-siria de Yabrud, sobrevino el nacimiento de un varón musulmán (el primogénito), que fue llamado con el nombre de Saúl Al Menehem. 

Hizo la primaria en su villa natal; la secundaria en la pequeña ciudad de Hama y se graduó como abogado, con diploma expedido por la Universidad de Damasco (1921). 

Sus tierras habían sido devoradas por el desierto, y su familia beduina había sido diezmada por la gran guerra mundial, y como tantos otros, dijo basta, y se lanzó a la guerra por la supervivencia, emigrando de La Gran Siria Turca, en un barco que lo transportó por El Mediterráneo, por el océano Atlántico y por el río de la Plata, arribando a la ciudad de Buenos Aires, capital federal de La Argentina, gobernada por su presidente francmasón-radical, Dr. Dn. Hipólito Yrigoyen (a) El Peludo (69). 

En el puerto porteño, la oficina de migraciones anotó mal al Dr. Saúl Al Menehem (23), quedando el nombre de su clan (léase: el apellido) bajo la forma argentinizada de Menem, que lógicamente, estaba desorientado, como turco en la neblina, porque no entendía el castellano; porque no profesaba la religión del país, y porque no entendía bien por qué, pero lo cierto era que todos, pero todos, se mofaban de él (léase: la cachada = la cargada = la gastada), llamándolo turco mientras se reían a carcajadas, cuando estaba más que claro, que él procedía de la naciente república árabe de Siria. 

Y con los ahorros que tenía, pudo sobrevivir más o menos dignamente, mientras se situaba en tiempo, espacio, modo y circunstancia, cayéndole la ficha de que la mayoría de sus paisanos sirios, libaneses y palestinos (léase: los turcos = los durcos), ya radicados en el culis mundis, no vivían en la capital federal, ni en ninguna otra gran ciudad de La Argentina, sino más bien, en las pequeñas ciudades andinas del interior. 

Y vaya uno a saber por qué corno, pero lo cierto fue que el Dr. Menem terminó comprándose una casa en la villa de Anillaco, del departamento de Castro Barros, de la provincia de La Rioja, que es la que está pintada de color verde en el mapa que ilustra el presente artículo, donde la gente, extrañamente, no pronunciaba la erre, sino que la arrastraba, pronunciándola como una yé diciendo, por ejemplo, yecórcholis, yavioles o yudamacho, ja ja já. Y además, cambian la i griega (léase: la yé), por la i latina (ej.: ió, aniíaco, etc.). 

Y en los fondos levantó como un gran local, que lo destinó a ser usado como la estructura edilicia de un almacén de ramos generales, que la clientela comenzó a llamar con el nombre de La Tienda del Turco Saúl, obvio. 

Y para cuando en los EEUU estalló la gran depresión (1929-1935), el Dr. Menem (31), que ya era el comerciante más rico de Anillaco, se fue con su novia argentina, pero descendiente de libaneses (Mohibe Akil (a) La Turca – 18), a la ciudad de San Miguel de Tucumán, capital de la vecina provincia de Tucumán, y contrajo matrimonio civil, para luego buscarse un clárigo islámico (léase: el muftí), que los casó por el rito musulmán, convirtiéndolos en marido y mujer, como Dios manda, perdón, quise decir Allah. 

Y nueve meses y medio más tarde, y más precisamente, el miércoles dos de julio de 1930, con el sol en la constelación del cangrejo (cáncer) y con la luna en la casa de la serpiente (léase: libra), mientras la cristiandad católica apostólica romana celebraba la festividad de San Otón de Bamberg, en su casa de la villa riojana de Anillaco (léase: Aniíaco), el Dr. Saúl Menem (32), junto a su mujer, Dña. Mohibe Akil (19), se convirtieron en los felices padres de un varón musulmán (el primogénito), que fue llamado con el nombre Carlos Saúl Menem Akil. [3] 

Desde entonces, el Dr. Menem, que ya tenía una mujer y un hijo, formando su familia inmigrante, y siendo ya el comerciante más prominente del pueblo, se trazó una nueva meta personal, que fue la de empezar a traer a los jóvenes de las familias de su tribu turco-siria de los selyúsidas de Yabrud, de apellido Al Kassar, Al Gazal, Al Menehem, Al Akil y Al Yoma, a radicarse, a trabajar, a casarse, a formar familias, a enriquecerse, a encumbrarse y a ser felices, pero todos juntos, primero en Anillaco, luego en La Rioja, después en El Interior y, finalmente, en toda La Argentina, formado de esa manera, nada más ni nada menos, que El Clan Menem, o algo por el estilo. 

En 1936, el niño musulmán argentino Carlos Saúl Menem Akil (6), comenzó la escuela primaria, en un establecimiento del estado, de su villa natal riojana de Anillaco. 

Dos años más tarde (1938), sobrevino el nacimiento de su hermano menor (Eduardo), mientras Carlos, que cursaba en aquel entonces el segundo grado, ya se había ganado el afecto de sus maestras y de sus compañeritos de la escuela, porque no sólo era inteligente, sino también, astuto en el futbol y, sobre todo (supra tutto), simpatiquísmo, porque combinaba la picardía turca con la pachorra riojana (léase: yiojana, ja ja já).  

Por eso, ya desde entonces, comenzó a ser nombrado por su diminitivo de Carlitos, aunque él quisiera que lo respetaran, llamándolo por su nombre (Carlos), pero pronunciado por él sin la ese, y con acento riojano (Cálo), ja ja já. 

Y si me dijeran que estoy muy equivocado, respondería que veremos, veremos y pronto lo sabremos.


[1] La libre expresión y la segura circulación de la información contenida en el presente documento se halla jurídicamente garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Art. 19), la Constitución Nacional de la República Argentina de 1995 (Art. 14),  la Ley Nacional N° 26.032 de 2005 y el Código Penal de la Nación (Arts. 153 y 155).
 
[2] Para uno de Los Siete Grandes Sabios de Grecia (Solón) El Cisne Negro es un hecho teóricamente posible que todos creen que es prácticamente improbable, pues si ocurriera sería castastrófico.
 
[3] Cáncer representa a la familia y la patria, y La Serpiente (léase: libra) representa el equilibrio entre los extremos, a través de la seducción, o como decimos acá, enroscándote la víbora. Por ende, desde los puntos de vista astrológicos oriental y occidental, Carlos Menem es un individuo signado por el destino para servir la patria, pero enroscándole la víbora. San Otón de Bamberg fue el monje cisterciense del siglos doce que más convenciones al catolicismo logró entre los hatitantes judíos y arrianos del reino alemán de Pomerania. Conste.

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